Lluís Miró i Solà
Oleo de Joaquim Vayreda. Colección de la familia Vayreda,
“Solo deben existir – me parece- dos formas de ejercer el libre arbitrio: la fuerza y la astucia”. Josep Pla. El quadern gris. Un Dietari. 24 d’abril de 1918.
“Quiero Olot y es inútil toda resistencia.— Dios guarde a V. muchos años.- Las Presas, 10 de diciembre de 1873.- Savalls. – A: D. Juan Deu, Alcalde y Jefe.de las Fuerzas Republicanas de Olot.”
“El sanguinario cabecilla Savalls, vendido aventurero, cuya vida de siempre ha sido el pillaje, en nombre de ideas religiosas que ni comprende, ni invoca más que para seducir incautos, ha fusilado seis voluntarios de los del batallón de Targona, de los que guarecían Berga…”. Brigadier Juan Contreras Martínez. Cuartel general de Tresserres. 30 de marzo de 1873.
“Sospecho que la explosión del cañón provocó en Savalls una sonrisa. Su complejidad [de Savalls] constituye un fenómeno que todavía no se ha explicado.” Josep Pla. Un senyor de Barcelona.
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- Justificación.
- El trabucaire
- El matiner
- Savalls en Italia
- Savalls durante el “periodo oscuro” de 1872
- Savalls y los Infantes Alfonso y María de las Nieves
- Savalls durante 1873
- Los carlistas toman Olot y la Seu d’Urgell.
- El encuentro en el hostal de la Corda y el fin de la guerra
- El consejo de guerra formado a Savalls
- Algunos personajes del entorno de Savalls
- En definitiva, Savalls.
- Apéndice
La figura flaca, el gesto duro, la mirada desconfiada y el bigote de puntas afiladas que lucía Francesc Savalls Massot configuran una imagen que sobrevive enquistada en mi recuerdo desde que, durante mi infancia, contemplé su retrato colgado en la sala de la masía Can Grau. No afirmaré que el personaje me haya obsesionado pero cada vez que lo he visto en un libro de historia o de recuerdos, en un museo o en el relato escrito de alguna de las leyendas que le envuelven, me ha intrigado. Savalls me traslada algo indefinible, más allá de lo que resulta evidente; me refiero, a algo, más allá de lo que sabemos con certeza. Quizá, en definitiva, la curiosidad y la sensación, mezcla de atracción y de rechazo que me despierta la imagen de Savalls, se deban mayormente a que fue, sobre todo, un producto humano genuino de la tierra y del siglo en los que vivió. Este tipo de personajes sintetizan y transmiten la escala de valores colectiva de una sociedad, aunque sea en su vertiente negativa.
He conocido tres carlistas enteros, tres emanaciones del siglo diecinueve, que permanecían aparentemente impávidos en pleno siglo veinte.
Al final de la década de los cincuenta del siglo anterior, cuando mi hermano y yo deberíamos rondar entre los ocho y diez años de edad, nuestros padres nos dejaron en manos de los tíos, los cuales veraneaban en la masía can Grau, de l’Estany; y allá fuimos.
De pronto penetramos en el mundo rural, del cual todo nos resultaba desconocido. El pastor, un adolescente, al llegar el atardecer, nos confió el rebaño de vacas y desapareció. Antes de perderse por el sendero del bosque, nos dijo que al caer la noche, cuando contásemos veinte estrellas en el cielo, juntásemos los animales y los condujéramos al corral. El pastor no tenía reloj, ni ese artilugio le resultaba necesario. Veinte estrellas visibles en la bóveda del cielo, durante el mes de agosto y en la zona de l’Estany, señalaban las nueve de la noche. Encerramos puntualmente las bestias. Este mismo muchacho nos enseñó a silbar fuerte introduciendo dos dedos en la boca y a cazar verderones y jilgueros con trampas empapadas de hisca. En una ocasión intentamos labrar la tierra con el arado. Debíamos trazar los surcos bien rectos. La reja pesaba mucho y era necesario que la hundiéramos a fondo pero las mulas se detenían cada vez que el hierro topaba con un pedrusco. Entonces, desenterrábamos y levantábamos la roca y la arrastrábamos hasta el límite del terreno.
En can Grau, una vez, almorzamos cigüeña con patatas. Alguien cazaba estas aves tensando una gran red entre dos montañas. Entonces, nadie se preocupaba por lo de la conservación de las especies. Había dos o tres criadas de mejillas coloradas que no sabían escribir pero que se expresaban en la lengua precisa y sabiamente metafórica de los payeses. Nosotros, niños barceloneses, nunca habíamos escuchado nuestra habla tan bien hablada. Aprendíamos cada día metáforas que explicaban sintéticamente los fenómenos de la naturaleza y de los hombres, nombres de pájaros, de los vientos y de las plantas. Distinguíamos los puntos cardinales por la estrella del norte y durante el día, mesurando la trayectoria del sol. Pero la vida en el campo es dura. En una ocasión, en medio de un gran festejo, se llevó a cabo la matanza del cerdo y el espectáculo fue, a nuestro parecer, tan horroroso que nos impelió a huir velozmente del lugar, a fin de perder la escucha de los chillidos que emitía el gorrino y del chapoteo del chorro de sangre llenando los cubos.
En can Grau, tanto si el tiempo era frío o caluroso, aunque lloviera a cántaros, uno tenía que descargar las necesidades fisiológicas en la “comuna”, situada en la parte exterior del edificio, dentro de una barraca. Al lugar se le llamaba “can Felip” y tuvo que pasar bastante tiempo para que me enterara de la razón de tan curioso nombre[1]. El asiento para descargar era de madera gastada, en medio del cual estaba el agujero redondo con tapadera.
En el pueblo de l’Estany- que por aquel entonces se llamaba oficialmente Santa María del Estany- había una fábrica textil. En ruido incesante y rítmico de los telares llenaba de percusión pesada y en ocasiones, exasperante, todo el perímetro del lugar. Como ocurría en muchos pueblos catalanes, la tradición rural y la “modernidad” industrial se enfrentaban en el espacio limitado de la población: carlismo y liberalismo. La fábrica ocupaba muchas personas, mientras languidecía el mundo rural de can Grau.
Uno entraba en can Grau y en la sala se enfrentaba al retrato de Francesc Savalls. Aquel rostro de pícaro, enmarcado por unos escasos rizos que se escapaban de la boina en caída y cruzado horizontalmente por el bigote de puntas afiladas, me quedó- como he dicho- fijado en el cerebro. Cada vez que traspasaba el portal de la masía no podía más que aflojar el paso y mirar el retrato. Por entonces, no sabía nada del carlismo. El fusil Mauser, que el viejo Grau había utilizado en la última guerra civil de 1936-39, colgaba en la pared, cerca del umbral. La cinta del fusil reproducía la bandera española.
En can Grau no fue la última vez que vi el retrato de Savalls. Cuando tenía alrededor de quince años, yendo de excursión con unos amigos por las Guilleries, llamamos a la puerta de una masía para que nos indicaran el camino. Nos abrió una payesa alta y tiesa. A su espalda, al fondo, el mismo Savalls de can Grau, nos miraba.
Grau debería tener, por aquel entonces, cincuenta años, o quizá algo más. Era un hombre alto y delgado, que se cortaba corto el cabello, a la manera de un cepillo. Empleaba el trato reservado y afable. Un día nos invitó a visitar en su compañía Santa Maria d’Oló, pueblo natal de su mujer. Nosotros pensábamos que los viajes se realizaban forzosamente en transporte motorizado y por carreteras asfaltadas. Es decir, creíamos que para ir a Santa Maria d’Oló nos subiríamos a un autocar o automóvil y que viajaríamos por la carretera asfaltada, siguiendo las indicaciones de los rótulos oficiales. Pero, el viejo Grau apareció ante nosotros conduciendo un pequeño carro tirado por un burro de orejas tiesas.
Nos metimos en el bosque siguiendo caminos que bajaban, subían y se retorcían. No existían indicaciones en los cruces pero Grau siempre sabía la buena dirección. Durante el trayecto nos preguntó en qué bando había luchado nuestro padre durante la última guerra civil. Lo había hecho en el lado de los perdedores pero nosotros éramos conscientes que eso no debíamos contarlo a nadie puesto que las represalias de los vencedores, aunque hubieran transcurrido muchos años del conflicto, todavía se mantenían. El caso es que no sabíamos mentir y le respondimos que padre había luchado con los republicanos. Grau nos miró con conmiseración y nos dijo que los hombres que habían tomado las armas en el bando de los “rojos”, lo habían hecho obligados porque si se negaban, les pegaban un tiro en el cogote. Por lo tanto, Grau era incapaz de concebir que alguien que fuera “normal” pudiera ser sinceramente republicano, liberal, socialista o políticamente indiferente. Toda persona, de natural, había de ser carlista y católico apostólico.
Después, Grau nos habló de la última guerra carlista y de su antepasado, oficial que fue a las órdenes de Savalls. Éste debió ser su abuelo. No recuerdo que aventuras y heroicidades nos contó, aunque, al final, su narración siempre tenía por protagonista al intrépido y astuto Savalls.
Siendo joven leí “Un senyor de Barcelona”, de Josep Pla[2]. Esta lectura me fue aconsejada por mi padre. Las anécdotas que el hacendado Puget contó a Pla, me divirtieron mucho. Las referencias a determinadas circunstancias y personajes de la tercera guerra carlista en Cataluña, me avivaron el deseo de conocer este periodo más a fondo pero entonces no me preocupé en enterarme. En realidad, habiendo transcurrido muchos años y habiendo profundizado en el tema, puedo decir que, sobre todo por lo que se refiere a Savalls, las noticias que contiene la obra de Pla han sido profusamente copiadas y repetidas por otros autores- entro los que incluyo historiadores- sin citar la fuente. Estoy convencido que una parte importante de la leyenda que amara la vida de Savalls, se originó principalmente en los recuerdos que Puget contó a Pla y que éste relató.
La edición de “Un Senyor de Barcelona” incorpora el retrato más conocido del general carlista, rodeado de sus jefes significados, realizada en Sant Hilari de Sacalm durante el verano de 1872. He leído muchas veces este libro y en cada ocasión, he escudriñado los personajes que aparecen en la fotografía para intentar descubrir algún secreto en sus rostros.
Otro libro que devoré sin respirar fue “Records de la darrera carlinada”, de Marià Vayreda[3]. La descripción de Savalls cazando codornices, que nos ofrece el autor, mientras los carlistas asediados en la Seu d’Urgell lo pasaban mal, posiblemente constituye la descripción más exacta que poseemos del carácter de nuestro personaje.
En Barcelona no había- ni creo que haya habido- rastros visibles del carlismo, eso ni durante la dictadura de Franco. Solamente recuerdo la bandera menor del Requeté que, paralela a la de la Falange, ambas coronadas por la española, presidían el patio mayor de la escuela. La bandera del Requeté consistía en un aspa roja con aristas sobre fondo blanco. Con el paso de los años supe que aquella cruz era la de San Andrés y que se trataba de la enseña- o, una de las enseñas- carlista. Pero, mientras fui escolar nadie me explicó su significado y al respecto yo no tuve ningún tipo de curiosidad. Ahora bien, en Barcelona, durante la década de los sesenta del siglo anterior, conocí el segundo carlista de raza que recuerdo.
El segundo carlista entero que conocí fue el alcalde de mi barrio. Por aquel entonces, durante el franquismo, existía un documento administrativo, llamado “certificado de buena conducta”, la expedición del cual constituía requisito exigido para que uno pudiera llevar a cabo determinadas actividades. Por ejemplo, los jóvenes debíamos obtenerlo para que nos fuera permitida la matrícula en la Universidad. Los jóvenes siempre han sido objeto de suspicacia. La autoridad competente encargada de certificar que el solicitante era persona cívica, de moral cristiana y de ideas políticamente correctas, era el alcalde de barrio. Pues, fui a la alcaldía del barrio de Sant Pere, que radicaba en un edificio cerca del Arc de Triomf. La oficina era vieja y poco lucida. Parecía que la hubieran empotrado entre el entresuelo y los bajos, propiamente dichos. Las ventanas formaban media circunferencia. El alcalde pertenecía a la misma generación de Grau, es decir, debería tener cincuenta o sesenta años, cabello blanquísimo y bien acicalado, bigote tieso, horizontal, con las puntas afiladas; en pocas palabras, el bigote de Savalls perfectamente imitado. A su espalda, en la pared, colgaban banderines y algunos complementos militares polvorientos. Extrañamente, el alcalde me habló en catalán- nunca había topado con un funcionario o autoridad pública que se expresara en la lengua del país- y cumplió el ritual con amabilidad. Me preguntó qué quería estudiar, quienes eran mis padres y su oficio. Mientras, con los dedos índices tecleaba- ahora una letra, después otra- en una vieja máquina Underwood. Me libró el certificado, cobró el costo del servicio y me deseó buena suerte.
En la década de los noventa del siglo anterior, mientras investigaba el caso del proceso de los trabucaires (Perpiñán, Ceret, 1845-46)[4], un amigo me habló de Fernando Viader i Gustà (1916-2006), al cual etiquetó como “el último carlista”. La investigación que yo llevaba a cabo, relativa al proceso judicial mencionado, me llevó a descubrir que Savalls había sido un trabucaire y un “matiner”, durante la década de los cuarenta del siglo XIX. Pero no visité a Viader con el objetivo que me hablara del ampurdanés. En realidad, fui a can Viader porqué allá había un fondo histórico documental de gran importancia en el que yo creía que podría encontrar información sobre los trabucaires juzgados en Perpiñán.
Joaquim Camps i Arboix garantiza que el linaje de los Viader se inicia en 1274 i que “Ferran Vaider i Gustà constituye el archivo viviente de los archivos privados y públicos que contienen la vida íntima de las familias y los caseríos que han construido el país…”; y añade que “En el archivo de su casa hay documentación suficiente para historiar la comarca”[5].
No me resisto a narrar las circunstancias de la entrevista que mantuve con el señor Viader porqué se trata del tercer carlista de pura estirpe que he conocido.
Llegué a la antigua masía de Parets d’Empordà a primera hora de la tarde de un día de verano. Los nubarrones oscuros, bajos y barrigudos cubrían el cielo y auguraban el tipo de tempestad portadora de aguacero y profusa pirotecnia eléctrica.
Para empezar, Fernando Viader- él quiso aclararme que su nombre era Fernando y no Ferran- me dijo que no podía mostrarme el archivo de documentación de la familia porqué recientemente lo había vendido a una fundación norteamericana. Eso dijo y aprovechó la oportunidad para criticar a la Generalitat de Catalunya y al Consejo Comarcal del Pla de l’Estany ya que estas instituciones podrían haber adquirido la valiosa documentación histórica conservada por sus antepasados durante más de 700 años pero, inexplicablemente, la habían rechazado.
Viader no se conformó con los reproches políticos de alcance- digamos- local sino que derivó inmediatamente su crítica a la censura de la monarquía y el régimen político imperante. Ni tan solo admitía el sistema de autonomías y consideraba un agravio casi personal que mediante la reciente – por aquel entonces- estructuración territorial y administrativa, el gobierno catalán se hubiera sacado de la manga la comarca del Pla de l’Estany. “Yo vivo en Parets de l’Empordà y ese lugar siempre ha pertenecido a l’Empordà”- me espetó- “¿donde han encontrado el nombre de Pla de l’Estany?… aquí no hay ningún llano [pla], pues todo es montaña… montaña baja, pero montaña”.
Enseguida me introdujo en la sala principal de la casa y me hizo observar el buen estado del mobiliario del siglo dieciocho que allá había. “Cada día-puntualizó, mientras me señalaba las tapicerías- las limpiamos y protegemos con productos naturales”. En las paredes colgaban los retratos al oleo de monarcas antiguos. Los armarios, de la misma época que la sillería, pertenecían al estilo policromado que, en ocasiones, se ha etiquetado como “de Olot”. En una pared, cerca del marco del retrato de uno de los aristócratas, se percibía el agujero originado por el impacto de una bala de fusil. Me parece recordar que el proyectil todavía permanecía allá clavado. Viader me contó que había deseado conservar el desperfecto como recuerdo de la jornada del verano de 1936 durante la cual el comité anarquista de la zona entró en su casa para prenderlo y, con toda probabilidad, fusilarlo. Los anarquistas no le encontraron porqué él se escondió detrás de uno de los armarios policromados.
Al fin, sentados en las sillas históricas, Viader, con gesto displicente y vago- quizá, con un simple cabezazo- me indicó la mesa que presidía el centro de la sala y me dijo: “Aquí, alrededor de esta mesa, se sentaron, no hace demasiados años, el general Alfonso Armada, el socialista… “ y mencionó no sé qué otros conspiradores del golpe de estado de 1981 que ahora yo no recuerdo[6]. Entonces, apareció silenciosamente la esposa de Fernando, vestida con un hábito de tela cruda, ceñida con cordón blanco, como si estuviera cumpliendo una penitencia. La señora debió hacerle alguna señal para que se callara y el hombre se excusó, encogiendo los hombros, como si dijera “yo no he hecho nada malo”.
La tempestad de agua, rayos y truenos, reventó encima de la casa de Viader y de sus entornos. Falló el subministro eléctrico y quedamos sumidos casi en la oscuridad total pero Viader continuó su parlamento en voz baja y gentil. No alzó el tono de la voz, ni siquiera cuando me contaba algo grave, de calado, simulando que se escandalizaba por las repugnantes costumbres vigentes.
Viader, resistiendo a mi insistencia, no me habló de los trabucaires y solamente me recordó que los Massot de Darnius- familia a la cual pertenecía el joven Joan, secuestrado y muerto por esta gente- fue una familia de liberales sin fisuras, como si quisiera darme a entender que, de alguna manera, sus miembros debían saber que, por dicha razón, constituían el objetivo lógico de los rebeldes carlistas. En un momento determinado, no sé por qué, mencioné el código penal y la Constitución- quizá hice alguna valoración sobre los condenados en el proceso de 1845-46 en Perpiñán- y Viader me miró sorprendido: “Pero, ¿con qué me sale ahora?. ¿El código penal, la Constitución?- me espetó-. Mire, joven, en este país siempre hemos vivido con las normas de la Bíblia, las venerables constituciones catalanas, es decir, los fueros, los pactos matrimoniales y las cláusulas testamentarias. En este marco, negociamos, acordamos…”
Todo lo que le sonsaqué en relación a los trabucaires se redujo a la recomendación de la obra de M. Folguera y Barboso, titulada “Las escuadras de Cataluña, historia de esta célebre institución, intercalada con la vida de los bandidos más célebres exterminados por la misma, escrita a la vista de documentos de la época”[7]. Yo conocía la obra puesto que la había localizado en la biblioteca de la UAB. El escrito de Barboso- ilustrado magníficamente por J. Passarell- formaba parte de la documentación de la casa Viader que el dueño había vendido a los americanos.
Viader se refirió a Savalls. Lo que me dijo era públicamente sabido y en parte ya había sido contado por Puget y Pla en “Un senyor de Barcelona”. La opinión de Viader coincidía con la imagen medio admirada y medio crítica que transmiten la mayoría de los retratos biográficos que se han hecho del general carlista. Según Viader, Savalls fue un gran luchador, apreciado especialmente por los grandes propietarios gerundenses- la aristocracia de la alpargata- y por el bajo clero. Pero, Viader no amagaba que Savalls también fue un rebelde, un individualista, un guerrillero y un provocador que no admitía con agrado ninguna autoridad superior. Claro está que, como casi todo el mundo, Viader se refería a Savalls de la manera que nos referimos a los genios que viven al margen de las convenciones pero a los que perdonamos su excentricidad, precisamente porque son genios.
Al finalizar nuestra conversación, la tempestad se había alejado y la casa había recuperado el subministro eléctrico. Antes de despedirnos, Viader me obsequió con el árbol genealógico de Savalls, del cual era autor.
De acuerdo con el árbol genealógico, del cual Fernando Viader es autor, el origen de la casa Savalls se remonta a 1580. Francesc de Paula Savalls i Massot nació en el pueblo de La Pera (Baix Empordà) el día 29 de enero de 1817. Fue el quinto hijo de Joan Savalls Badella y Joaquima Massot Vehí, los cuales tuvieron en total nueve descendientes. Pedro (1806) Cici [8](1810) Caterina (1812) y Josep (1815) precedieron a Francesc. Después llegaron Joan (1819) Francesca (1821) y Maria Gràcia (1825).
El padre de Francesc murió durante la primera guerra, cerca de L’Escala, el día 4 de abril de 1838, luchando en el bando carlista. La autoridad judicial gerundense emitió una orden para localizar a Francesc Savalls, joven estudiante de 20 años, que había desaparecido del domicilio familiar. Por lo tanto, Francesc debió incorporarse a las filas carlistas entre el año 1835 y 1837. Se ha dicho que Joan Savalls murió en los brazos de Francesc pero esta suposición constituye el primer eslabón de la cadena de fabulaciones que cruzan la vida de nuestro protagonista. Por lo menos Josep, hermano de Francesc, también participó en la lucha guerrillera posterior a la guerra, ya que la prensa, de vez en cuando, al dar noticia de alguna acción llevada a cabo por los trabucaires de Felip- o, Ramon Felip- mencionaba a “los hermanos Savalls”.
La familia de Savalls no debió ser de grandes propietarios. Podemos afirmar que en la masía de los Savalls no había suficiente patrimonio para tantos hijos. Habiendo muerto el padre, el heredero se encargó de la explotación y como se ha dicho, Josep y Francesc participaron en algunas acciones de los trabucaires, aunque la fama de rebelde recayó en el hermano más joven. A partir de la guerra de los matiners, no he encontrado más referencias de los ”hermanos Savalls” pero Josep acompañó Francesc durante la última guerra carlista porque Josep Joaquim D’Alòs incluye una semblanza del mayor entre los 38 retratos de jefes carlistas catalanes, partícipes en este conflicto, que recordó[9].
El escritor Josep Pla nos cuenta que durante la guerra de los matiners Francesc visitó a su madre y esta anécdota nos demuestra que en casa de los Savalls no sobraba el dinero: “Ciset, un viejo marchante de madera, que era hijo, como el general Savalls, de La Pera, solía contar que durante la segunda carlistada, cuando el general recorría el país guerreando, un día se presentó en su pueblo natal […] la madre del general, que vivía pobremente en La Pera, se asomó a la ventana al oír el galope de los caballos y superado el primer momento de susto y de sorpresa, […] reaccionó de manera indignada y vivaz:
– ¿Eres tú, perdulario?- gritó, mirándole con desprecio- ¡pues sí que vamos por buen camino¡[10]. ¿No sientes vergüenza de provocar tantas habladurías?. Toda nuestra tierra está yerma. Y tú, vete corriendo de un lado a otro, perdido, vete montando guerras y haciendo necedades.
Savalls, sin bajar del caballo y con una sonrisa, esperó que la vieja payesa irascible, vociferando en el marco de la ventana, se desahogase.
-¡Poned la falda, madre- dijo¡ […]
– ¡ Eres tonto, berçaeugues[11]… !
– Os digo que extendáis la falda- gritó el general con una cara iluminada de animal jocoso y satisfecho.
Y mientras repetía el mandato, lanzó un puñado de onzas de oro por entre el marco de la ventana.
La silueta de la vieja desapareció durante unos momentos: el tiempo necesario para recoger las onzas desperdigadas por el suelo. Después reapareció y dijo, con voz notoriamente cambiada, la faz dulcificada:
-¡Entra!. Merendaremos algo… ¡Hace tanto tiempo que no nos hemos visto!. La longaniza, este año, es de primera.”[12]
Durante el periodo inmediatamente posterior al fin de la primera guerra, Francesc Savalls se juntó con los trabucaires de Felip.
El cabecilla trabucaire más famoso, durante la década de los cuarenta del siglo XIX, fue Ramon Vicens i Prada, llamado Ramon Felip, o simplemente Felip. Se trataba de un militar carlista que ascendió a capitán, graduado de teniente coronel por la toma de Verges y que emigró a Francia en la retirada dirigida por Ramon Cabrera en el año 1840.
La partida de Felip constituyó, sin duda, el grupo de trabucaires más numeroso- hubo seguidores de Felip en todas las comarcas catalanas- al cual se ha atribuido todo tipo de acciones guerrilleras y desmanes, sucedidos en Cataluña, entre 1840 i 1846. A partir de 1842, podemos relacionar algunas acciones, entre las numerosas que protagonizaron los trabucaires de Felip, en las comarcas gerundenses. El día 30 de enero sucedieron los secuestros del alcalde de la Cellera de Ter y del señor Josep Vergés y Sabench, cuando ambos salían de la misa. Los secuestradores pidieron por ambos un rescate de 500 onzas de oro que fueron pagadas, en parte, por el ayuntamiento de Girona. El día 20 de febrero, dos trabucaires llamados Isidre Espacuella y Tomàs Remisa fueron muertos por el coronel Antoni Baixeras. El día 27, cuarenta hombres de la partida de Felip entraron en Serinyà y acamparon en la plaza mayor. El día 5 de marzo, un grupo de trabucaires entraron en territorio francés y se enfrentaron a los aduaneros franceses cerca de Arles de Tec. Después, volvieron a territorio español por el camino de Prats de Molló. El día 15, el señor Ramon Xicoy, propietario de Sant Quirze de Besora, sufrió el asalto de un grupo de trabucaires que le robaron todo lo que llevaba encima. En la misma fecha, un hermano de Felip, acompañado por seis hombres, secuestró al señor Lluís Plantès, de la masía Llos, de Tortellà, por el cual pidió un recate de 100 onzas. Durante el día 28, sucedió el intento de secuestro del alcalde de Canet d’Adri y el secuestro consumado de un regidor de este pueblo. Felip, Planademunt[13] y Josep Solà, àlies Camps d’Olot, dirigían una partida formada por veinticuatro trabucaires que atacaron un destacamento de soldados liberales en Joanetes (Vall d’en Bas) mientras éstos participaban en los festejos del pueblo, con un resultado de tres paisanos muertos y un soldado y un cabo heridos. En la misma fecha, otra facción de trabucaires secuestró a Narcís Boada, propietario de Amer.
El ataque a los milicianos de Santa Coloma de Farners, sucedido el día 6 de abril en l’Esparra, fue la primera acción de los trabucaires que tuvo eco más allá de Cataluña ya que en ella resultaron muertos nueve voluntarios liberales, entre los cuales se encontraban unos cuantos profesionales reconocidos del pueblo, como el médico, el panadero, el cordelero y el albañil. En este ataque destacó el teniente Francesc Savalls. El boletín oficial de la provincia de Girona (BOPG) publicó dos providencias del juez de Santa Coloma de Farners, fechadas el 27 de diciembre de 1849 y el 7 de enero de 1850- finalizada la guerra de los matiners– mediante las cuales requería al teniente carlista para que se presentara en las prisiones de la sede judicial a fin de prestar declaración sobre los hechos ocurridos en l’Esparra y Ripoll- “entrada y sorpresa”, dicho sea con el lenguaje de la época-. La descripción de nuestro personaje que incluían las requisitorias, es la siguiente: “Soltero, edad 30 años, estatura alta, ojos pardos, nariz regular, barba poblada, pelo castaño, color sano”.
El Postillón del día 28 de abril de 1842 informaba que Felip, a la cabeza de un grupo formado por 52 hombres, entre los cuales se encontraban los hermanos Josep y Francesc Savalls, había sido divisado entre Santa Coloma de Farners y Salitja. Los trabucaires se dirigían a Francia y arrastraban un herido. El día 1 de mayo, los hombres de Felip y Planademunt, al frente de 40 hombres barrían la romería de Sant Aniol d’Aguja y durante el día 23 repetían la hazaña en la romería del Roser, que se celebraba en Finestres.
Posiblemente, el asalto de Ripoll que encabezó Felip el día 3 de junio, con la colaboración de Francesc Savalls, precisamente cuando se cumplían tres años y pocos días de la sangrienta ocupación de la villa por los carlistas del Conde de España (27 de mayo de 1839) constituyó la acción más resaltada de los trabucaires. En Ripoll, Felip y Savalls robaron todo lo que pudieron y secuestraron a cinco hombres: los hermanos de Vic, Marià y Joaquim Oriola i Cortada- los cuales se estaban instalando en la villa- Miquel Miralpeix, abogado, notario y alcalde, Josep Ragué, farmacéutico y Josep Vives, comerciante y mayordomo de la fábrica de Antoni Fons. Después, los asaltantes huyeron en dirección a Les Llosses, Alpens y Sant Boi de Lluçanès. Al cabo de un par de días, la partida de Felip y Savalls secuestró al alcalde de Sant Bartomeu del Grau y luego se internó en el Montseny.
Es de sospechar que Francesc Savalls formara parte de las fuerzas del Conde de España que durante el mes de mayo de 1839 destruyeron Ripoll casa por casa y mataron alrededor de 500 habitantes, hombres, mujeres y niños, como venganza por la resistencia que opusieron a la ocupación. Si fuera el caso que el joven Savalls hubiera participado en el asalto de 1839, la entrada en Ripoll que protagonizó el 3 de junio de 1842 constituyó la reiteración de aquella. Savalls todavía volvió a Ripoll, por lo menos una tercera vez, durante el mes de marzo de 1873, acompañando a los Infantes Alfonso Carlos de Borbón y a su esposa, María de las Nieves de Braganza.
El día 24 de junio de 1842, los trabucaires atacaron Montagut. Fue la última acción dirigida por Felip antes de que le detuvieran. En la misma fecha, Planademunt rondaba, al frente de cuarenta hombres, alrededor de Santa Pau. Eso lo sabemos porque en la misma comunicación del boletín de la provincia de Girona del 28 de junio, que nos informa del asalto a Montagut, también se dice que Rafael Sala, alias Planademunt había forzado el portal de la masía Castelló, de Santa Pau y que luego, siendo perseguido por los milicianos, se escapó entrando en el bosque de Ventós de Finestres. En aquella ocasión, la proximidad física de ambos cabecillas constituye un indicio respecto la posible responsabilidad que pidiera haber tenido Planademunt en la herida sufrida por Felip, la cual acabó provocando su detención y fusilamiento.
A partir de la muerte de Felip y hasta la guerra de los matiners, los trabucaires no ocuparon más pueblos ni se enfrentaron a las milicias en luchas de importancia pero continuaron con sus acciones violentas. Durante el mes de febrero de 1845, un grupo numeroso asaltó, cerca de Tordera, la diligencia que cubría el trayecto de Perpiñán a Barcelona y se llevó a tres pasajeros: Bellver, Roger y Massot. Este asalto y las muertes posteriores de los rehenes- sobre todo, el asesinato del joven Joan Massot- originaron el proceso llamado “de los trabucaires”, que se llevó a cabo en Perpiñán y que finalizó antes que se iniciara el levantamiento catalán conocido como la guerra de los matiners. Los condenados a muerte en dicho juicio fueron guillotinados en Ceret y Perpiñán el 27 de junio de 1846[14].
Joan Massot era primo hermano de Francesc Savalls. Teniendo en cuenta que todo el mundo sabía que Savalls había formado parte de los trabucaires de Felip y que la mayor parte de los hombres juzgados en Perpiñán se relacionaban con éstos- por lo menos, uno de los acusados era hermano de Felip- corrió el rumor que Savalls estaba implicado en el asesinato de su primo. En realidad, Savalls siempre cargó con este sambenito aunque en la documentación del proceso de Perpiñán, conservado en los archivos departamentales de los Pirineos Orientales, no se puede encontrar ningún dato que pruebe la implicación del ampurdanés en los hechos juzgados. Ha habido historiadores que han mencionado el parentesco de Francesc Savalls con la familia Massot de Darnius, sin que estas menciones tengan un objetivo concreto; es decir, son noticias que tienen toda la apariencia de simples sugerencias maliciosas. Ramon Grabolosa dice: “La condena [dictada por los sucesos de l’Esparra] y la que le podrían haber aplicado en Montpelier [a Savalls] acusado de haber trastornado las tierras del Rosellón, no las cumplió nunca porqué no pudo ser capturado”[15]. Por otro lado, Joan Garrabou dice lo siguiente: “lo reclamaban a la vez [a Savalls] los tribunales de Barcelona y de Montpelier, pero ni los españoles ni los franceses lo pudieron capturar”[16]. Por lo menos, en dos ocasiones- una durante la guerra de los matiners y otra, en los inicios de la última guerra carlista- Savalls se preocupó por desmentir la acusación referida a la participación en el asesinato de su primo.
Está claro que el mundo de los trabucaires constituyó la escuela de guerra en la cual se formaron muchos guerrilleros que luego descubrimos en las luchas de la guerra de los matiners, del alzamiento de 1855 y de la última guerra carlista. Josep Estartús[17], con el que Savalls se enemistó en 1872, escribió un memorándum a Carlos VII para anunciarle que abandonaba la lucha y motivaba su decisión en el hecho que el ampurdanés- entonces a sus órdenes- le había intentado matar. Estartús despreciaba a Savalls, ya que consideraba que éste siempre había sido un trabucaire[18].
El trabucaire Francesc Savalls, como otros de su especie, se convirtió en matiner[19].
Las fechas del inicio y del fin de la guerra de los matiners son inciertas. En realidad, a partir del verano de 1846, la situación revoltosa de los habitantes del país derivó en enfrentamiento militar- se considera que la proclama del pretendiente carlista, conde de Montemolín de 12 de septiembre, constituyó una declaración de guerra- y a partir del mes de abril de 1849, el conflicto se diluyó hasta el nivel de la resistencia, entre guerrillera y bandolera, que había significado el periodo anterior. Pero, la efervescencia revoltosa se mantuvo hasta que, en 1855, fue aniquilado el posterior levantamiento carlista, llamado “la guerra de los Tristany”. Durante el año 1845, ya se evidenciaba la coincidencia entre los republicanos, liberales de izquierda y monárquicos legitimistas catalanes que luego se concretó en los campos de batalla. Incluso se puede considerar que la acumulación de los rebeldes carlistas a la esparcida de republicanos, liberales de izquierda, o “jamancios” que habían prolongado la lucha después que cayó vencido el último reducto de partidarios del gobierno de las juntas- levantamiento de la “jamancia”, 1842-43- forjó la guerra de los matiners.
En otoño de 1846, se alzaron partidas de trabucaires formadas con hombres que se habían escapado de los campos de retención franceses. Uno de los primeros cabecillas que cruzaron la frontera fue el brigadier Joan Cavalleria, acompañado por su lugarteniente Boquica. El capitán Jeroni Galceran Tarrés también siguió el mismo camino, al frente de un contingente de voluntarios del Lluçanès. Marcel·lí Gonfaus, alias Marçal[20], inició la actividad bélica durante los últimos días de 1846 pero los periódicos no lo mencionaron hasta la primavera de 1847. Josep Borges[21] se incorporó a la lucha en este mismo año.
Enseguida, después de la proclama de Montemolín, fechada en septiembre de 1846, sucedieron las primeras acciones de los rebeldes carlistas, como la entrada en Manlleu donde fusilaron al alcalde. Isabel II se casó con Francisco de Assis, lo que aún excitó más los ánimos de los legitimistas. Entre el 16 y el 19 de diciembre, los mozos de escuadra de Santa Coloma de Farners persiguieron sesenta carlistas por las Guilleries pero justo cuando creían que los alcanzaban, los perseguidos desaparecieron cerca de Susqueda. El capitán general pronosticó que la guerra estaba a punto de empezar y se trasladó a Girona. Alrededor del día 28, iba detrás de un grupo de cincuenta trabucaires, encabezados por Narcís Gargot, los cuales entraron en Sant Martí Vell dando vivas a la Constitución de 1812 y proclamando a Carlos VI.
Entre los días 15 y 16 de febrero, Benet Tristany, Porredon, alias Ros d’Eroles, Borges, Griset de la Cabra- coronel Joan Fornet- y Vilella, al frente de 200 hombres, se apoderaron de Cervera y se llevaron 90.000 reales de la Administración de Rentas. En este asalto solo resultó muerto un guardia civil. Después, Benet Tristany ocupó Guissona. Durante este mismo mes, los rebeldes se apoderaron de un alijo de armas, procedente de Bélgica, que había sido desembarcado en el puerto de Badalona.
El boletín oficial de la provincia de Barcelona publicó un bando del capitán general, mediante el cual prevenía a los responsables municipales respecto los ataques que pudieran ser objeto sus pueblos por parte de la partida de Tristany: “Habiendo aparecido en la vecina provincia de Lérida una partida de rebeldes capitaneada según parece por el feroz Mosen Benet, juzgo conveniente prevenir con tiempo a los pueblos de la de mi mando, a fin que con su leal conducta se eviten graves daños y los terribles males que otros ya tal vez principian a sufrir… “.
No sabemos con certeza la fecha en la que Savalls se incorporó a la lucha de los matiners. En realidad, la prensa tardó en mencionarlo puesto que, incluso tratándose de un personaje conocido, sobre todo por las acciones que había protagonizado al amparo de Felip, no se le concedía la importancia que sí se daba a los Tristany, Marçal, Masgoret, o a los republicanos Baldrich y Ametller. Pero, en fecha 21 de marzo de 1847, tenemos una primera noticia del ampurdanés, ya que se nos informa que había sido detenido en Ceret, junto con otros oficiales carlistas, a los cuales las autoridades francesas requisaron documentación emitida por el general Ramon Cabrera, en Londres y fechada en el día 4 del mismo mes. Por lo menos sabemos que, durante el mes de marzo de 1847, Savalls permanecía cerca de la frontera, en territorio francés y que por lo tanto, no se había incorporado definitivamente a la lucha.
Durante el 15 de mayo, Benet Tristany y Ros d’Eroles permanecían en Llanera, cerca de Ardèvol. El coronel Baixeras lo supo y les puso asedio. A la mañana siguiente, los mozos de escuadra a las órdenes del coronel, asaltaron las masías Pilars y Puigarnau, en las que se escondían los cabecillas carlistas. A resultas, Benet Tristany y algunos oficiales que le acompañaban cayeron prisioneros y Ros fue muerto a bayonetazos en la cama donde yacía por culpa de unas fiebres altas. Benet Tristany, canónigo de la catedral de Girona, fue fusilado en la plaza mayor de Solsona, el día 17, junto con sus oficiales y al lado del cadáver de Ros d’Eroles. El canónigo fue trasladado herido hasta el paredón. Una vez muerto, le substituyeron sus sobrinos Rafael, Francesc, Antoni, Ramon y Miquel.
Durante el mes de septiembre, Josep Estartús, que ya había luchado en la primera guerra a las órdenes de Benet Tristany y de Ramon Cabrera, obtuvo el reconocimiento como cabecilla carlista de rango. Estartús, Saragatal, Martirià Serrat y y Planademunt eran los jefes principales en la Garrotxa; Marcel·lí Gonfaus, alias Marçal y Pere Gibert lo eran en l’Empordà y el Gironès. Pero todos ellos actuaron por todas las comarcas de la Catalunya vella, des de la Cerdanya hasta el Vallès.
Savalls, durante la primera etapa de la guerra de los matiners, luchó a la sombra de los cabecillas gerundenses mencionados. Las pocas noticias que nos ofrece la prensa referidas a las apariciones de Savalls, lo sitúan al lado de los ampurdaneses Pere Gibert, o Marçal y más raramente, al lado de Estartús, Saragatal, Martirià Serrat o Planademunt- los jefes de la Garrotxa-. Por lo menos sobre el papel, Martirià Serrat, Pere Gibert y Francesc Savalls mandaban sus respectivos batallones a las órdenes de Marçal, a los cuales debe añadirse el que obedecía a Domènec Serra. Pero en la práctica, cada uno de estos jefes actuaba por su cuenta y riesgo, siendo Planademunt el más independiente de todos ellos., Durante el periodo anterior al inicio de la guerra, que se caracterizó por las actuaciones de los trabucaires, no parece que Savalls coincidiera con Planademunt, lo que resulta curioso. Se sospecha que existió una seria rivalidad entre el ampurdanés Felip y el cabecilla Planademunt de la Garrotxa. Dicha sospecha fundamenta la creencia que culpa a Rafael Sala de haber sido el autor del trabucazo que hirió a Felip y que al fin provocó que éste cayera en manos de los mozos de escuadra y fuera fusilado. Por ello, la poca relación que se constata entre Planademunt y Savalls durante la guerra de los matiners, se podría razonar en base a la conocida adscripción de Savalls a la partida de Felip- ambos, ampurdaneses- y la distancia que eso les suponía en relación a Planademunt. Pero, además, sospechamos que el alejamiento de Savalls respecto Planademunt también pudiera tener una causa en el asesinato de Joan Massot, primo hermano de Francesc, del cual las autoridades españolas culpaban a Martirià Serrat y a Rafael Sala. Debemos recordar que este último, Planademunt, fue acusado en el proceso de los trabucaires, llevado a cabo en Perpiñán por el tribunal de Montpelier y en el cual resultó condenado a muerte en rebeldía. Ya nos hemos referido a estas circunstancias y volveremos a ellas puesto que la muerte de Joan Massot en manos de los trabucaires dejó huella en la vida de Savalls.
Los jefes carlistas gerundenses que han sido mencionados no participaron de forma trascendente en la última guerra (1872-76) o ni siquiera llegaron con vida a ella. Pere Gibert se diluyó a la mitad de la guerra de los matiners y fue substituido por Francesc Savalls. Planademunt cayó fusilado en Girona en 1849. Según Josep Joaquim D’Alòs, Martirià Serrat participó en la última contienda – ya que lo incluyó entre los jefes carlistas que biografió- pero la citada información constituye el único dato que poseemos de la actuación de este viejo y enérgico matiner en el conflicto de 1872-76. Estartús y Saragatal, jefes de la Gartotxa, aunque participaron en el complot de 1869, solamente intervinieron moderadamente en los inicios del último conflicto- durante el año 1872- ya que Joan Solanich, alias Saragatal, fue muerto por sus correligionarios (abril de 1872) en unas circunstancias nunca enteramente aclaradas y Estartús se enfrentó a Savalls y al fin fue secuestrado por éste que quiso fusilarle.
La prensa del día 30 de diciembre contó que el comandante Hore había derrotado a la partida de Pere Gibert que se alojaba en la masía Mariets de Orriols. Los periódicos explicaban que el cabecilla había huido, aunque Hore le había herido de un sablazo pero en realidad parece que las autoridades liberales se inventaron esta excusa con el fin de que no se supiera que Gibert se había acogido al indulto. De esta manera no tuvieron necesidad de explicar la razón de que no le fusilaran. Quizá pensaron que podían utilizar a Gibert como informador.
Pere Gibert participó en la primera guerra como comandante de los voluntarios carlistas del Empordà y luego inició el levantamiento montemolinista con el grado de coronel. Habiendo transcurrido ocho meses de su derrota en manos de Hore, volvió a las filas carlistas y Cabrera le nombró jefe de la primera brigada de la cuarta división. Cuando estaba cerca el fin de la guerra, el Brusi informó que había sido substituido en el cargo por Francesc Savalls.
Entre finales de 1847 y principios de 1848, el gobierno de Madrid daba por acabado el levantamiento. La prensa, en los primeros días del nuevo año, pronosticaba que Narváez se disponía a declarar la completa pacificación del Principado. El Fomento del día 5 de diciembre afirmaba que los rebeldes de la provincia de Girona “tocan a su fin” y que los hombres de los grupos de Berga, Balaguer y Gandesa, huían.
Marçal y Estartús llegaron hasta Taradell donde secuestraron a dos regidores y amenazaron con tratarlos con el mismo rigor que aplicasen las autoridades a un par de vecinos que habían sido detenidos por no haber respondido a la llamada del somatén. Eso ocurrió el 4 de enero y al día siguiente, el ejército provocó la escampada de los correligionarios de Bou, lo que se relacionaba con la presentación ante las autoridades de una veintena de voluntarios de esta partida, que luchaba a las órdenes de Marçal.
Bou, también llamado Malhivern (mal invierno) era natural de Sant Julià de Vilatorta y se le consideraba el lugarteniente de Marçal, con el cual mantuvo serias discrepancias. Incluso los carlistas motejaron a Bou de bandido. Estartús no le tenía ninguna simpatía y se juntó con Marçal, para matarle. La mano derecha de Bou fue Rano, que también sirvió a las órdenes de Marçal con el grado de capitán. Por lo tanto, el capitán Savalls, igualmente a las órdenes de Marçal, fue compañero de Bou y de Rano, con los que compartía la misma vocación depredadora e indisciplinada. Finalizada la guerra de los matiners, Bou y Rano siguieron luchando por su cuenta hasta que finalmente cayeron muertos en manos de los mozos de escuadra, el primero en el año 1850 y el segundo, en el año 1852.
El periodista del Fomento explicaba que Marçal, en el enfrentamiento de Castellfollit de la Roca, había sufrido la pérdida de dieciocho partidarios, entre heridos y prisioneros y que por lo tanto, junto con Bou, no tenían más remedio que acogerse al indulto. Pero estas informaciones se entremezclaban con otras que denunciaban las apariciones, en lugares distintos, de otros cabecillas rebeldes, como Rafael Tristany y Josep Borges. Las noticias sobre dichas incidencias fueron menospreciadas y el capitán general Manuel Pavía, estando durante el día 6 de enero en Llagostera, proclamó que la facción catalana había sido exterminada. Luego, la misma proclamación fue leída por el presidente del Gobierno en sesión de las Cortes.
En realidad, mientras la autoridad aseguraba que se había llevado a cabo la pacificación del Principado, persistían las acciones de los rebeldes. Pero, después de este corto paréntesis durante el cual parecía que el gobierno había conseguido la victoria, en el mes de febrero de 1848, estalló la revolución en Francia, lo que animó el fuego del levantamiento en Cataluña.
A partir que fueron llegando las noticias de la revolución francesa, empezó a ser evidente el nerviosismo de las autoridades españolas respecto la consideración que merecían los rebeldes internos de adscripción demócrata, republicana y liberal de izquierda, así como su alianza con los carlistas. Hasta entonces, la prensa solamente había mencionado las actuaciones de grupos de rebeldes, a los cuales tácitamente identificaba como carlistas. Ahora bien, fuesen éstos de una u otra tendencia política, las autoridades se esforzaban en denigrarlos. El capitán general Manuel Pavía ordenó a los periodistas que se refirieran a los facciosos, tachándolos despectivamente de trabucaires. La amistad entre rebeldes de distintas ideologías escandalizaba al gobierno.
A partir del mes de marzo de 1848, los periódicos admitían que Ramon Cabrera permanecía escondido en la Cerdanya francesa o incluso, en territorio español- en la Vajol- mientras se iba preparando para encabezar el alzamiento. Por el momento, Marçal era el comandante rebelde siempre presente en las informaciones periodísticas y se le mencionaba aunque solo fuera para anunciar las derrotas que sufría, las huidas que emprendía y la inminencia de su rendición. En ocasiones, leyendo los periódicos barceloneses de la época, uno tiene la impresión que, aunque la guerra se desarrollara de punta a punta de Cataluña, principalmente quedaba circunscrita a dos focos carlistas: uno en las comarcas gerundenses, alimentado por Marçal y otro en las comarcas centrales, mantenido por los Tristany.
Durante los meses de abril y mayo de 1848, se mantuvo la intensidad de la rebelión. Cincuenta matiners se instalaron en Alella en el día 2 de mayo. Tres días después, Castells entraba en Tona y se produjo un enfrentamiento importante en Sant Joan de les Abadesses. Marçal se apoderó de Cassà de la Selva.
Marçal abandonó las comarcas gerundenses y llegó hasta Granollers; luego, se dirigió hacia el mar, pasó por Orrius y entró en Vilassar de Mar. Ha sido dicho que Savalls luchó a las órdenes de Marçal y durante la última guerra llevó a cabo incursiones que repitieron exactamente algunas realizadas anteriormente por Marcel·lí. La que acabamos de narrar fue una de ellas.
Alrededor del 24 de mayo, Estartús exigió contribuciones a los pueblos cercanos a Olot y como las autoridades municipales se resistían a satisfacerlas, publicó una Orden, en nombre de la “Recaudadora Superior de las Fuerzas Reales de Cataluña”, mediante la cual reconocía que dichos pueblos habían rechazado sus ordenanzas fiscales y considerando que no quería que sus voluntarios quedaran expuestos a los sinsabores que originaban las gestiones recaudadoras, mandaba poner sitio a Olot y que los pueblerinos de los entornos que intentasen entrar en esta villa fueran castigados con doscientos bastonazos y la requisa del género que transportasen.
Durante el 20 de junio, llegaron noticias de Planademunt. El cabecilla de Santa Pau, al frente de 200 hombres, fue avistado mientras avanzaba desde Seva a Viladrau. La quinta sección de la primera brigada auxiliar de Vic le persiguió y consiguió matar a tres trabucaires. Marçal también apareció en la cercanía de Rafael Sala y se supo que había pasado la noche del día 18 en Sant Sadurní d’Osomort y que luego se dirigió al Pla de la Calma.
Las autoridades del gobierno español, empezando por el general Pavía, sostenían que Ramon Cabrera había entrado en territorio español durante la noche del 24 de junio de 1848, aprovechando los festejos de San Juan. Entonces, Cabrera tenía 42 años de edad.
Durante el día 28 de junio, la ronda de Sant Feliu de Codines y de Balsereny, así como las secciones segunda y cuarta de las Rondas Militares y Brigadas Auxiliares de la Seguridad Pública de Cataluña, a las órdenes del famoso brigadier Antoni Baixeras- antes, coronel- se juntaron con la columna de Terrassa y se enfrentaron a Cabrera en el Pla de la Calma. El tortosino recorría el Montseny y las Guilleries al frente de 500 hombres. Algunos reticentes todavía no podían creer que Cabrera hubiera vuelto del exilio para dirigir un montón de trabucaires y afirmaban que el hombre que pasaba por el prestigioso general carlista y que aparecía por distintos lugares del Principado, era un suplantador profesional. Desde Sant Jaume de Frontoñà, Cabrera se dirigió hacia el sur y alguien lo divisó cerca de Terrassa.
En el mes de julio, los matiners llegaron ante la muralla de Barcelona, después que hubieron derrotado a las columnas del ejército que se les enfrentaron en los alrededores del Torrent de l’Olla, en Gràcia. Los rebeldes dispararon a los centinelas de la muralla barcelonesa desde el lugar que hoy ocupa la plaza de Cataluña y secuestraron a algunos ciudadanos que encontraron fuera del recinto. Los periódicos no dieron noticia de esta penetración tan audaz, ni sabemos el nombre de quien guiaba a los atacantes, aunque la presencia de Josep Borges en los alrededores nos hace sospechar que éste fue uno de los cabecillas que les condujo hasta las puertas de la capital.
A mediados de julio se supo que las fuerzas de Cabrera habían sido vencidas, durante el día 11, cerca de Berga, por el brigadier Paredes y que el tortosino había emprendido la huida, al frente de 250 hombres. La noticia fue posteriormente matizada, en el sentido que la batalla había empezado en Castell d’Areny, debido al enfrentamiento entre dos o tres columnas del ejército y los hombres de Masgoret, Forcadell, Castells, Borges y Saragatal, reunidos alrededor de Cabrera. El brigadier Paredes persiguió a los rebeldes hasta Sant Jaume de Frontanyà y les preparó una trampa. Eso es lo que contó la prensa pero resulta muy dudoso quien fue que preparó la trampa y quien fue que cayó en la misma. La lucha resultó feroz y el periodista contaba que, en algunos momentos, la mezcla de contendientes de ambos lados les obligó a pelear cuerpo a cuerpo. Paredes se atribuyó la victoria, aunque los periódicos no le vitorearon, como lo hubieran hecho si le hubiesen creído. Cabrera llamó mentiroso a Paredes y en realidad, al fin, se demostró que el tortosino tenía razón. El periódico madrileño El Fomento publicó un extracto del periódico La España, de la edición del día 16 de septiembre, que decía lo siguiente: “La acción de más importancia que han sostenido los matinés en Cataluña ha sido la que se dio en San Jaime de Frontañá entre la columna de Paredes y otra que no recordamos, de una parte y la facción de Cabrera, por otra. Todas las relaciones están contestes en que en aquel combate encarnizado, hubo, entre ambas partes, más de 200 muertos, muchos de ellos de bayoneta y de puñal. Una facción capaz de sostener tal combate, no podía ni debía despreciarse. Pero véanse los partes publicados por la capitanía general y de ellos aparece que los carlistas tuvieron la pérdida, si no nos engañamos, de unos 13 muertos.”
En el día 29, Marçal, al frente de 123 soldados de infantería y 20 de caballería volvía a las puertas de Granollers. Las autoridades ordenaron que todos los habitantes permanecieran encerrados en sus casas y se llamó a somatén. Marçal, después de haber salido de l’Ametlla del Vallès, atacó la guarnición de Aiguafreda. Posiblemente, Savalls participó en esta incursión.
El primer día de agosto, el Muchacho entró en Osor y a la mañana siguiente, Jubany, al frente de 97 hombres, se reunió con la partida de Marçal. Un poco más tarde, los grupos de Poc, Caragol y Torres también se añadieron a los efectivos de Gonfaus, por lo que se sumaron más de 500 voluntarios. Rafael Sala, alias Planademunt, se reunió con 44 “jamancios” en el santuario de Les Salines. Es decir, un carlista convencido, el segundo cabecilla de trabucaires más famoso de entre los gerundenses y uno de los acusados en el proceso de Perpiñán, se aliaba con los republicanos más radicales.
Durante los días 10 y 11 de agosto, el coronel Ríos perseguía a Brujó, por lo que dejó desguarnecida la villa de Olot. La circunstancia fue aprovechada por Estartús que, al frente de 300 hombres, entró de madrugada en la capital de la Garrotxa. Los carlistas, después de disparar unos pocos tiros, se apoderaron del centro de la villa. Los soldados liberales que, en aquellos momentos, todavía dormían, repartidos en domicilios particulares, no pudieron reaccionar y los pocos que intentaron resistir, fueron fácilmente detenidos por los rebeldes. Pero, en esta acción, Estartús perdió a su lugarteniente el capitán Joan Deu, alias Vileta. En todo caso, Estartús consiguió los objetivos que se proponía; es decir, cobró contribuciones y se apoderó de muchas armas. El cabecilla no quiso tomar prisioneros ni llevó a cabo ninguna represalia. En este ataque solamente resultaron muertos un par de soldados de la reina.
Por la noche del día 17, Bou, habiéndose salvado del fusilamiento al que Marçal le quiso someter, se presentó en Sant Julià de Vilatorta buscando adeptos.
Durante el día 19, Pere Gibert, acompañado de Savalls y al mando de 130 hombres y 30 caballos, luchó contra el ejército liberal en Espinavessa, cerca del río Fluvià. Los carlistas dejaron 11 muertos en el campo de batalla. A la mañana siguiente, Marçal, el Muchacho y Planademunt se enfrentaron a los gubernamentales en un lugar entre Mieres y Finestres. El encontronazo fue sangriento y ambos bandos sufrieron numerosas pérdidas.
A partir del día 22, Castells asedió Berga.
El Brusi del 27 de agosto, anunciaba lo siguiente: “Planademunt con su pandilla latro-jamancio- carlista- republicana se llevó de Ponts, el segundo alcalde, el hijo mayor del regidor, el secretario y dos caballos”.
Marçal se presentó en Sant Miquel de Campmajor donde fue alcanzado por las columnas de Bàscara, Girona, Santa Coloma de Farners y Olot. Retrocedió y después de marchas muy duras por los riscos, se enfrentó a los perseguidores. Hubo muchos muertos y heridos. Algunos soldados de las columnas liberales llegaron a Mieres y se tumbaban en el suelo rendidos de fatiga.
Con fecha del 30 de agosto, los matiners cercaron Terrassa y solo dejaron abierto el camino a Sabadell.
Marçal, al frente de 150 hombres y 13 caballos fue localizado por el ejército el 1 de septiembre cerca de Amer. La vanguardia de los perseguidores y la retaguardia de los perseguidos mantuvieron escaramuzas. A la mañana siguiente, Marçal fue asediado por el ejército cuando cruzaba el río Ter por el Pasteral.
El Diario de Barcelona del día 2 de septiembre publicaba la siguiente noticia: “El cabecilla Planademunt con su gavilla compuesta de gente perdida entre carlistas y republicanos, trabucaires y bandoleros como ellos solos, han hecho una correría desde la frontera de Francia donde habitualmente tienen su guarida hasta la villa de Rosas. Tuvo que retroceder desde luego, aunque bien pudiera ser que por el camino se le atravesara algún obstáculo”. Con fecha del día 5, el mismo periódico, citando el Postillón de Girona, afirmaba que Planademunt había entrado en Roses y que había secuestrado 2 hombres. Unos días después, la partida de Planademunt sumaba ciento cuarenta voluntarios. Después, el guerrillero se dirigió a Cadaqués, llegó al pueblo costero y secuestró a unas mujeres. El ataque de Planademunt a Cadaqués fue famoso e incluso Rafael Puget lo recordó, en las memorias que le escribió Josep Pla, el cual calificó esta acción de “indescriptible temeridad”.
El día 4 de septiembre, Ramon Tristany entró en Solsona.
La población de Puigcerdà estaba sorprendida debido a la desaparición de la columna de soldados que durante el día 20 de agosto habían salido del pueblo y no volvieron. No había rastro de ellos. Da la impresión que este tipo de noticias constituían subterfugios para insinuar derrotas de los gubernamentales, o deserciones masivas.
El Brusi del 7 de septiembre relacionaba las maniobras que llevaba a cabo el ejército contra grupos de trabucaires en distintos lugares de Cataluña. También explicaba que los industriales de Terrassa y Sabadell estaban inquietos porque los matiners les habían cortado la acequia y les exigían contribuciones por la venta de sus productos. El periodista reconocía que algunos fabricantes querían satisfacer las imposiciones y otros se oponían al pago.
En la misma fecha, fueron detenidos cuatro “jamancios”, dos de los cuales murieron debido a circunstancias no explicadas. Eso se relacionó con el secuestro de un par de hacendados de L’Espolla que había ocurrido tres días antes. Los familiares de los rehenes, llamados Josep Coderch y Salvador Daniel, visitaron a Planademunt para pagarle las 300, o 400, onzas de oro del rescate pero el cabecilla les dijo que no tenía conocimiento de los secuestros y les recomendó que preguntasen sobre la suerte de sus parientes a los republicanos. Pero los republicanos tampoco admitieron que fueran los secuestradores de Coderch y Daniel. Entonces las autoridades francesas colaboraron con las españolas en la búsqueda de dichos propietarios y llevaron a cabo una batida cuidadosa en el territorio fronterizo, hasta que les encontraron en un lugar llamado Boc Furiós.
Con fecha del día 10, el alcalde de Badalona fue notificado del requerimiento del Gobierno Político de la provincia, cuyo contenido demuestra que entonces el apoyo del gobierno británico a los matiners se mantenía: “Según aviso que he recibido, parece que el bergantín inglés Suelly Shiole, su capitán Clauder, procedente de Gibraltar, que trae a su bordo algunos oficiales montemolinistas y armamento, trata de hacer desembarco en la Costa de esta provincia; por consiguiente prevengo a V. ejerza la más exquisita vigilancia …” .
Al comenzar la segunda quincena del mes de septiembre, Masgoret y Castells, cada uno de los cuales comandaba cien hombres, recorrían el Ripollés, cerca de donde estaba Cabrera. El general fue divisado cruzando el río Ter, cerca de Ripoll.
El coronel carlista Mariano López de Carvajal, gentilhombre de la Corte del conde de Montemolín, cayó prisionero. El coronel portaba documentos de Forcadell dirigidos a Cabrera.
Durante el día 14 hubo una batalla, cerca de Manresa- a la que se refirió la prensa unos días más tarde- entre las fuerzas combinadas de carlistas y republicanos, formada por los efectivos de Caletrús, Poses, Pixot, Cortacans, Montserrat, Baliarda y Molins, contra el ejército gubernamental. El periodista explicaba que los rebeldes sumaban 300 hombres pero la trascendencia del choque que evidenciaba su crónica y el número de cabecillas rebeldes que relacionaba, desmentían la precariedad del número de efectivos que les atribuía. Otras noticias, provenientes de fuentes carlistas, apuntaban que los matiners juntaron, en este enfrentamiento, 500 voluntarios y que los gubernamentales sumaban 300. Los matiners vencieron a sus enemigos. Muchos soldados derrotados que se habían extraviado, llegaron a la capital comarcal y contaron que Baliarda había sido herido en el pecho.
A las cuatro de la madrugada del día 15, Cabrera se presentó en Castelló d’Empúries al mando de 600 infantes y 45 soldados de caballería. Habiendo controlado el pueblo, ordenó la recaudación de contribuciones, el derribo de las murallas y la requisa de caballos. Después buscó al señor Nouvilas- general del ejército liberal, con quien meses más tarde, se enfrentó en el campo de batalla del Pasteral- y se llevó presos a los hacendados, señores Cambres y Hugues. Desde Castelló d’Empúries, Cabrera se acercó a la frontera, por el lado del Alt Empordà y la Garrotxa. De camino, acogió las partidas de Planademunt, Estartús, Boquica, Altimira, Saragatal, Trilla y Gibert, hasta formar un ejército gerundense de más de 1000 hombres. Savalls debió formar parte del mismo.
El periódico del día 17 de septiembre anunció el relevo del capitán general, Manuel Pavía Lacy, por el teniente general Fernando Fernández de Córdoba. El nuevo capitán general llegó a Barcelona en el día 18.
Durante este mes de septiembre fue evidente los esfuerzos que invirtieron los rebeldes para posesionarse definitivamente de Amer. El día 19 fue la fecha que escogieron Marçal, Jubany, Bou y el Muchacho para atacar Anglès, pueblo cercano de Amer, con un contingente de 400 infantes y 30 jinetes pero solo consiguieron incendiar las puertas de la fortificación. Durante el día siguiente, Marçal, al cual el periodista atribuía una fuerza compuesta por 600 infantes y 40 de caballería, quiso apoderarse de la Cellera de Ter- otro pueblo cercano- pero tampoco consiguió este objetivo. El Barcelonés aseguraba que justo cuando terminaba el verano, “la facción polula por todas partes”. También aseguraba que que Estartús había opinado que la bandera de Carlos estaba muy gastada y era necesario que se cambiara por otra mejor.
Miquel Vila, alias Caletrús y “el tintorer d’Igualada”, comandante superior de los montemolinistas del Penedès y del Vallès, escogió el día 23 de septiembre de 1848 para presentarse al comandante liberal de su pueblo natal, acompañado por un par de asistentes. La prensa no mostró demasiado entusiasmo por la noticia de la deposición de armas de Caletrús y simplemente celebró que el señor Vila hubiese recuperado el “corazón español”. Rápidamente, Caletrús fue escoltado hasta Barcelona para que confirmase su retirada de la lucha ante el capitán general de Cataluña. A la mañana siguiente, Cabrera le destituyó de todos los cargos que ostentaba y justificó esta medida afirmando que el igualadino cobraba contribuciones sin autorización e invertía en beneficio propio los fondos que obtenía.
En estas fechas, los matiners de Marçal, Jubany, Bou y el Muchacho, recorrían el Maresme y el Vallès, siendo vistos entre Terrassa y Granollers mientras cobraban contribuciones. Las columnas de Terrassa, Castellterçol y Sant Celoni, formada por tres compañías del batallón de Vergara nº 16, les perseguían. Los matiners se internaron en el Congost y cerca de Aiguafreda, treparon a los riscos. Finalmente, las columnas del ejército y los rebeldes se encontraron y lucharon.
Un carretero que venía de Lleida y que llegó a Barcelona durante el día 25, explicó que a las cinco de la madrugada había divisado a Cabrera, acompañado por 250 infantes y 30 soldados de caballería, pasando a tierra aragonesa. Pero, a la mañana siguiente, otros informadores gerundenses afirmaron que el tortosino había alcanzado la frontera francesa por el tramo de l’Alt Empordà. Las columnas del ejército con sede en Olot y Sant Llorenç de la Muga perseguían al general carlista. De camino, los gubernamentales toparon con grupos de trabucaires y el periodista, en un par de ocasiones, utilizaba la expresión catalana “campi qui pugui” (sálvese quien pueda) para describir el desconcierto de los rebeldes. Incluso se refería a la táctica de huida, consistente en “campi qui pugui”.
Corría el rumor que Cabrera quería ir a Perpiñán, lo que se relacionó con la llegada de un personaje del partido carlista muy importante a la capital del Rosellón. El periódico no descubría el nombre de la eminencia pero se sospechaba que se trataba del conde de Montemolín (Carlos VI).
Estartús y Francesc Savalls, al frente de 200 hombres, entraron en Darnius durante el día 29 de septiembre. Los habitantes quedaron sorprendidos porque los cabecillas arrastraban a Martirià Serrat, atado como un prisionero, montado en su caballo. Las autoridades españolas consideraban que el brigadier Martirià Serrat había sido el jefe o el instigador del asalto a la diligencia de Perpiñán a Barcelona (febrero de 1845). Precisamente, en aquella ocasión los asaltantes secuestraron al primo hermano de Savalls, Joan Massot, el cual apareció muerto unos pocos meses después en la cueva del Bessagoda. Este crimen constituyó la acusación principal en el proceso penal que juzgó el tribunal de Montpelier en Perpiñan, durante la primavera de 1846. El parentesco que unía a Joan Massot y Francesc Savalls, así como la condición de trabucaire de este último, motivaron que se supusiera su implicación en el crimen. Por lo tanto, la entrada en Darnius de Savalls llevando consigo como prisionero al hombre que la justicia española consideraba el máximo responsable del secuestro y muerte de Massot, resulta un hecho significativo ya que era la forma teatral y efectista que el ampurdanés encontró para quitarse de encima el sambenito que cargaba. El corresponsal del periódico explicaba que Savalls, en Darnius, quería atrapar al juez del pueblo y como no pudo, cayó en una de sus típicos ataques de ira. Hay testigos de la última guerra del siglo que contaron que Savalls, cuando se sumía en uno de estos brotes de locura, incluso se lanzaba al suelo, preso de convulsiones y sacando espumarajos por la boca. Desde Darnius, Estartús y Savalls se dirigieron a Agullana, donde el ampurdanés, todavía enfurecido, echó abajo la puerta del domicilio del teniente de alcalde, robó todo lo que encontró en la casa que tuviera algún valor, destrozó el resto y secuestró a su esposa para exigir rescate.
Una información de la prensa fechada en el 2 de octubre, daba por cierto que Cabrera estaba en Perpiñán al lado de un desconocido líder del carlismo al que nadie identificaba. Pero, el periódico del día 6 situaba al general en Torelló y afirmaba que alrededor de las cuatro de la tarde había abandonado el pueblo en dirección a Sant Hipòlit de Voltregà y luego hacia Calldetenes. A la mañana siguiente, Cabrera se trasladó a Sant Boi de Lluçanès. Luego, avanzó en dirección a Olot. Y en la misma fecha que se publicaban las gacetillas mencionadas, se dijo que Cabrera, al frente de 700 infantes y 70 soldados de caballería se enfrentaba a los coroneles Ríos y Hore cerca de Capdevànol. Esta batalla fue compleja, desde el punto de vista estratégico, y no se conocía al vencedor, si es que lo hubo.
La prensa barcelonesa del día 3 de octubre, se refirió a la conjura de republicanos y carlistas que quiso apoderarse de la capital desde el interior de las murallas. Los conjurados recibían órdenes de Cabrera y del coronel Ametller y contaban con el apoyo de los “clubs” de exiliados carlistas y republicanos de Tolouse y de Perpiñán. El plan consistía en secuestrar un montón de industriales para pedir cuantiosos rescates, así como ocupar Montjuïc para luego amenazar con el bombardeo de la ciudad, si no eran satisfechos los rescates. El gobierno decía que Cabrera había pronosticado que durante el día 4, fecha señalada para dar el golpe, le encontrarían en Barcelona. Al cabo de unos días, fueron fusilados algunos de los implicados y con fecha del día 8, a toro pasado, se publicaron las sentencias de la comisión militar que los había juzgado.
Por estas fechas, los carlistas llevaron a cabo una acción típica guerrillera que algún memorialista legitimista[22] ha atribuido a Francesc Savalls y que el cronista de la época situó en el hostal de Coll David. En este lugar, la columna de Vilafranca del Penedès, guiada por Josep Maria Bofill, fue atacada y vencida por los rebeldes. La primera noticia intentaba reducir la importancia de la derrota de los liberales, aunque se trataba de una formación compuesta por 150 infantes y 20 soldados de caballería pero, teniendo en cuenta la censura que pesaba sobre la prensa, el hecho que el cronista señalara que habían resultado muertos 12 soldados, desmentía la intrascendencia que quería dar a la acción de los rebeldes. Más tarde, el periódico informó de los hechos; la columna liberal se encontraba en Castellterçol cuando Bofill fue provocado por un grupo de cuarenta trabucaires, a los cuales el oficial liberal persiguió hasta Coll David, donde le esperaban 200 rebeldes emboscados. A la primera descarga de los matiners, Bofill cayó sin vida de su caballo y los soldados, faltos de su jefe, huyeron. Ochenta de ellos se refugiaron en un hospital, de donde fueron rescatados por la columna de Manresa. Al final, el ejército de la reina confesó que 18 soldados habían perdido la vida en este encuentro y que muchos habían caído prisioneros.
Durante el día 6 de octubre, los habitantes de Ripoll se asustaron por el fragor de una batalla que les pareció que se desarrollaba en las montañas cercanas a la ciudad y que se prologó seis horas. El brigadier Paredes que había salido del núcleo de la población unos días antes, todavía no había regresado y nadie sabía su paradero. En esta misma fecha, el coronel Ríos se enfrentaba a Cabrera, Marçal y Saragatal en la collada de Santigosa. También en este caso, el fragor de la lucha, que duró cuatro horas, fue tan intenso que los habitantes de Olot creyeron que sucedía dentro de la capital comarcal. Finalmente, después de este enfrentamiento solamente conocido por el estrépito que ocasionó, Cabrera, Marçal y Saragatal optaron por la dispersión de sus fuerzas y dividieron los efectivos en pequeños grupos de no más de diez hombres. Cabrera se dirigió a Sant Esteve d’en Bas. El corresponsal del periódico afirmó lo siguiente: “Puedo asegurar á VV que esta acción ha sido la más reñida y fuerte de toda esta contienda”.
Una columna del ejército salió de Girona en el día 10 de octubre para buscar a los matiners a las órdenes de Marçal. Los encontró en Aiguaviva y les cogió 4 prisioneros, 2 caballos y algunas lanzas de los soldados de caballería.
A la mañana siguiente, Cabrera, los hermanos Tristany, Ramonet, Vilella, Borges y Poses, agrupados en tres cuerpos, asaltaron Manresa. Cabrera, con Vilella, Borges y Poses, al mando de 400 hombres, formaban el primer cuerpo; Poses dirigía el segundo cuerpo, formado por 200 hombres y los Tristany el tercero, formado por 100 hombres.
Marçal y el Muchacho ocuparon Amer donde pasaron la noche. A la mañana siguiente, día 13, se apoderaron de Banyoles. Solo hubo un breve encontronazo con una patrulla de soldados de la reina. Los carlistas quisieron secuestrar al alcalde pero no le encontraron y en su lugar, prendieron al hijo. Además, también se llevaron a la hija del teniente de alcalde, a un regidor y a un mozo de la guardia municipal.
Marçal se enfrentó al ejército de la reina cerca de la masía Revellit, de Caldes de Malavella. El informador contaba que diez lanceros del ejército se habían enfrentado a cincuenta de Marçal, a los que obligaron a emprender la huida. Eso sucedió en el día 23 y a la mañana siguiente, Marçal fue sorprendido por la columna de Hostalric en Calella de la Costa, mientras estaba cenando con sus voluntarios. De nuevo- afirmaba el periodista- Marçal tuvo que escapar como pudo. Durante el día 25, Bou se apoderó momentáneamente de Sant Hilari de Sacalm y secuetró a las esposas del alcalde y del teniente de alcalde.
Durante los días 26 y 27, el brigadier Enriquez, al mando de más de mil hombres, perseguía a Cabrera por el territorio del Solsonés. Mientras los también liberales, general Nouvilas y coronel Rich, aprovechando el mal tiempo, maniobraron por el Alt Empordà, a fin de sorprender a los republicanos de Ametller y Barrera. Consiguieron su objetivo en la masía de la Trilla de Carbonills. El enfrentamiento resultó desfavorable a los republicanos. El periodista que daba la noticia celebraba “el buen acierto que ha tenido el Capitán general en nombrar para el Ampurdán al general Nouvilas, el brigadier Ros y al coronel Rich, que los tres son naturales de este país, que por sus buenas relaciones, conocimiento del terreno y el hablar la lengua, son motivos para que se tengan los resultados que eran de esperar”. Barrera y Altimira fueron conducidos, con el resto de prisioneros a la plaza de San Fernando- espacio del castillo de Figueras- donde los dos oficiales fueron fusilados a las 4 de la tarde del día 31 de octubre.
Un grupo de seguidores de Marçal se introdujo silenciosamente en Santa Coloma de Farners durante el día 30 de octubre. Los rebeldes permanecieron escondidos en una esquina, esperando que pasara por allá la ronda de vigilancia a las órdenes de Antonio Vidueiros. Los miembros de la ronda cayeron en la trampa y su jefe resultó herido de un trabucazo en una rodilla. Los hombres de Marçal salieron del pueblo con cuatro prisioneros, entre los cuales se hallaban los dueños de las casas Bosch y Jalpí, así como Vidueiros. Al cabo de un rato, como resultara que el comandante de la ronda no podía caminar, los asaltantes lo retornaron a Santa Coloma. Pasado un día, durante el primero de noviembre, Vidueiros murió a resultas de la amputación de la pierna que le practicaron. En esta misma fecha, su mujer daba a luz y el corresponsal del periódico comentaba aquello tan típico de una vida que se va y otra que llega.
Durante el 30 de octubre, el brigadier Paredes salió de Vic al frente de 800 infantes y 70 soldados de caballería. Marçal tuvo noticia de esta expedición- la cual quizá el mismo, mediante espías, provocó- y en el día 1 de noviembre le esperó en los peñascos del pueblo de Esquirol. El brigadier no se dio cuenta del peligro y sufrió una derrota sin paliativos.
La prensa relacionaba la llegada de un importante personaje carlista a Perpiñán, anunciada desde hacía ya unos días, con la misteriosa desaparición del conde de Montemolín de su domicilio en Londres. Desde la capital inglesa se decía que el pretendiente carlista había abandonado la ciudad para participar en una cacería pero nadie se creía la excusa.
El coronel Ríos abandonó Olot camino de Besalú porque había recibido confidencias sobre la estancia de Estartús y de Planademunt en esta población. Ambos carlistas, a la cabeza de 300 hombres, se dirigían a una reunión de comandantes de los alzados que debía celebrarse en la Vola y a la que también habían sido convocados Borges, el Muchacho, Marçal y Saragatal. Dicha reunión provocó que el ejército gubernamental ocupara la Garrotxa y el Ripollès, lo que a la vez originó diversos encontronazos (Esquirol, Cantonigròs, Grau d’Olot, Vidrà…). Concretamente, el coronel Ríos se enfrentó a Estartús y Planademunt en los bosques de Fontpobre, cerca de Olot.
Con fecha del día 9 de noviembre se supo que 400 montemolinistas de infantería y una treintena de caballería habían invadido la Cerdanya.
En la edición del Brusi del día 16 de noviembre se publicó la noticia proveniente de la Seu d’Urgell, sobre la deserción de Pep de l’Oli: “El haberse adherido al convenio de Vergara el Sr. José Pons, conocido durante la última guerra por Bep del Oli y uno de los mas distinguidos gefes en el ejército carlista, debe considerarse como preliminar de otros sucesos análogos, pues muchos han de ser los que imiten el ejemplo de una persona de tan recomendables y bellos sentimientos y que de tanto ascendiente gozaba entre los suyos”. La deposición de armas y sumisión de Pep de l’Oli se formalizó en Agramunt, en presencia del capitán general y el general Lersundi, en fecha del día 15 pero no fue hasta el día 19 que el cabecilla carlista y el capitán general Fernando Fernández de Córdoba rubricaron el convenio que certificaba la sumisión del primero. Miquel Pons, hermano de Pep, que encabezaba una partida de 500 hombres, también fue comprometido en el trato pero antes de que pudiera deponer las armas, Cabrera le detuvo y ordenó que fuese fusilado. Miquel cayó ante el pelotón de ejecución el día 29 de diciembre, en Amer. El periodista aseguraba que Pep no se había limitado a someterse de forma pasiva al gobierno liberal sino que había garantizado su servicio, su influencia y su espada, a favor de la reina.
El Brusi, en su edición del día 21, quiso desmentir los rumores que corrían por el país sobre la derrota que había sufrido el brigadier Manzano en manos de Cabrera y otros generales carlistas en territorio del distrito militar de Manresa. Pero, lo cierto es que nadie negaba la batalla y que los matiners habían conseguido muchas armas y entre 700 y 1000 prisioneros.
Las autoridades publicaron su versión sobre los hechos que habían fundado dichos rumores y se refirieron a un encuentro bélico sucedido como resultado de una trampa muy bien montada por Cabrera, que tenía por objetivo la humillación de su enemigo victorioso- el general Manzano- y que consistió en conducirlo disimuladamente hasta un lugar donde le esperaban el mismo Cabrera, apoyado por las fuerzas de Marçal, el Muchacho, Saragatal, Borges los hermanos Tristany, Picó, Montserrat y Bartomeu Poses. Unos días antes del encuentro, los efectivos de estos cabecillas se escondían en lugares distantes, los unos de los otros, a fin de que no ser descubiertos, o si se daba el caso que algún grupo lo fuera, que esta circunstancia no perjudicara al resto. Poses, Montserrat y Picó, al frente de 500 infantes y treinta jinetes, habían acampado en Calders. Marçal y Saragatal, permanecían en el Estany. No demasiado lejos, Cabrera, Borges y los hermanos Tristany, se situaron entre Avinyó y Santa María d’Oló.
El primer contacto de los enemigos sucedió cerca de Artés, por lo que parece seguro que Poses, Picó y Montserrat, que eran los matiners más cercanos a la columna de los liberales, sirvieron de anzuelo. Está claro que los rebeldes conocían la fecha en que el brigadier Manzano tenía prevista la salida del cuartel de Santa Isabel de Manresa, al frente de 600, o 700 soldados- hay quien multiplica por dos este número- así como también sabían la ruta que tomaría. Lo cierto es que, durante la tarde del día 15 de noviembre, antes de llegar a Artés, donde pasaron la noche las dos compañías que formaban la vanguardia de las tropas de Manzano, éstas fueron atacadas por grupos de montemolinistas. Las compañías de liberales se retiraron para reunirse con el grueso de la fuerza y Manzano que percibió el movimiento, ordenó a los suyos que avanzaran rápidamente para proteger a la avanzadilla. A la mañana siguiente, con la tropa bien ordenada y en formación, Manzano fue detrás de los provocadores durante mucho rato. La persecución le condujo hasta un lugar cercano a Santa María d’Oló. Es decir, el seguimiento se prolongó durante unos quince kilómetros. En la circunscripción de este municipio, a les 10 de la mañana del día 16, Marçal y Saragatal atacaron el ala derecha de la fuerza de Manzano, los hermanos Tristany atacaron el ala izquierda y Poses remató la tarea por el centro. La prensa afirmaba que Manzano resultó herido y se rindió. La mitad de los soldados liberales cayeron muertos, o prisioneros, o se extraviaron. Una veintena de carlistas perdieron la vida, entre los cuales, el ayudante de Marçal y Miquel Tristany.
Inmediatamente después de la batalla de Avinyó, se rumoreó que los carlistas querían intercambiar al brigadier Manzano por Mariano López de Carvajal, caballerizo real del conde de Montemolín, que los liberales tenían prisionero. El rumor devino realidad pero el acuerdo se ocultó porqué nadie consideraba conveniente que este tipo de pactos se hicieran públicos.
La derrota de los gubernamentales en la batalla de Avinyó fue comunicada al capitán general, Fernando Fernández de Córdoba en el día 17 de noviembre, en Cervera, cuando éste volvía a Barcelona, después que hubo presidido el acto de deposición de armas de Pep de l’Oli. Rápidamente, los matiners pregonaron a los cuatro vientos la victoria que habían obtenido contra Manzano. En Girona, con fecha del día 25, las autoridades se quejaron de que Marçal iba por los pueblos contando los numerosos prisioneros y las cuantiosas armas que habían conseguido los rebeldes en Santa María d’Oló. Las autoridades gerundenses opinaban que debía impedirse esta publicidad dando a conocer que los carlistas habían sufrido cuarenta muertos, entre los que se encontraba Miquel Tristany y que muchos de los soldados que el enemigo contaba entre los prisioneros, eran hombres que se habían perdido en el bosque pero que al fin, se habían incorporado a sus regimientos.
El Heraldo de Madrid informó del descalabro sufrido por el ejército de la reina en Santa Santa Maria d’Oló y mostraba su sorpresa porque los treinta y seis mil soldados destinados en Cataluña no pudieran dar fin al levantamiento de los matiners. Claro está que el número de las tropas gubernamentales destinadas en el Principado, se incrementaba casi diariamente con efectivos llegados de todos los rincones de España.
Marçal, al frente de 400 infantes y 50 jinetes, de los cuales 20 eran lanceros, estuvo durante dos horas del día 25, en la Bisbal d’Empordà y luego marchó hasta Palafrugell[23]. A la mañana siguiente, el general Enna, al mando de 400 soldados de infantería y 45 jinetes apareció la Bisbal d’Empordà y se dirigió a Calonge. Por estas fechas, 70 trabucaires, tres o cuatro de los cuales montaban a caballo, detuvieron en Masnou el tren de la línea de Mataró a Barcelona y también el que avanzaba en dirección contraria. No molestaron a los pasajeros pero desarmaron a los vigilantes.
Con fecha del 6 de diciembre, el Brusi publicaba que Poses y Montserrat estaban decididos a pasarse a las filas del ejército del gobierno. Cabrera, supo la traición de Poses y Montserrat a la mañana siguiente y entonces el capitán general de los matiners dictó una orden, desde Talamanca (Bages), de la cual algunos párrafos descubren que existían diferencias entre éste y Poses que eran anteriores a la determinación de Bartomeu. El general pronosticó que los voluntarios del traidor, arrastrados por la decisión de su jefe, volverían a las filas de los matiners.
Cabrera, al mando de mil hombres se presentó en Sant Feliu de Pallarols el día 29 de noviembre y luego siguió el camino de Amer, donde se encontró con Marçal. En el día 2 de diciembre, Cabrera, procedente de Maçanet de la Selva, pasó por el lugar de la carretera a Barcelona, llamado el Suro de la palla, mientras era perseguido por los generales Enna y Nouvilas. Cabrera se detuvo en este lugar y ordenó que fuera quemada la instalación donde se cobraba el peaje a los arrieros[24]. Durante el día 2 de diciembre, Cabrera permanecía a media hora de Arenys de Mar. Las tropas de Enna y Nouvilas juntaban 1500 infantes y 100 jinetes. Al llegar a Tordera, Enna penetró en el Montseny con el objetivo de cortar el camino a los carlistas pero Cabrera se fue a Calella de la Costa, donde se percató de que Nouvilas, acompañado del coronel Rich, le daban alcance, por lo que volvió atrás, en dirección de las Guillerías.
Al cabo de pocos días, en Torelló, Borges añadía su contingente a los de Cabrera y Marçal. Los informadores calculaban que los tres jefes sumaban 700 infantes y 50 jinetes. El objetivo que los llevó a aquellos lugares era el cobro de contribuciones. Cabrera se mostró preocupado por los efectos desfavorables en la moral de la tropa que pudieran tener las deserciones de Poses y Montserrat.
Cabrera, Marçal y Borges abandonaron Torelló durante el día 9 de diciembre y se fueron a Vidrà. Antes de salir del pueblo, Cabrera ordenó el fusilamiento de un espía del gobierno que se había introducido en las filas de los matiners para ponerse en contacto con los prisioneros que arrastraban y avisar al ejército gubernamental del lugar donde estuvieran retenidos, cuando se encontraran todos juntos. Entonces, una columna isabelina los habría de liberar mediante un ataque sorpresa. Los carlistas, una vez descubrieron el plan, llevaron sus prisioneros a un lugar inaccesible del Collsacabra.
Durante el día 13, entre Albanyà y Sant Llorenç de la Muga, el ejército del gobierno sufrió otra derrota importante en manos de Estartús, Gibert, Saragatal y Planademunt. Los gubernamentales confesaropn 21 muertos, entre los cuales 2 oficiales, y 27 heridos. El corresponsal aseguraba que los matiners habían perdido 10 hombres y cargaban con 30 heridos. Estartús, acompañado por Planademunt, se dejó perseguir por los 1500 soldados que mandaba el coronel Vega. Los rebeldes se apoderaron de las casas de Albanyà y allá resistieron hasta que Saragatal llegó en su ayuda y atacó a Vega por la espalda. Después, la partida de Planademunt fue divisada mientras transportaba el numeroso armamento que había tomado a los liberales. Debemos suponer que Savalls formaba parte de la fuerza carlista que mantuvo esta batalla.
Los gerundenses, durante el día 16 de diciembre, se apercibieron que 900 soldados y 70 jinetes montemolinistas se situaron a la distancia de un tiro de fusil de las fortificaciones de la ciudad, la cual contaba con la defensa de una guarnición de 500 hombres. Las autoridades ordenaron el cierre de las puertas de los muros exteriores. Los payeses que mercadeaban en el interior, intentaron salir de forma apresurada de la ciudad, lo que originó considerables altercados. Los matiners no intentaron forzar las defensas por lo que el ejército del gobierno pudo introducir en Girona numerosos efectivos que, a las nueve de la noche, llegaron a 900 hombres. Los asediadores permitían que pasasen los soldados enemigos, a los que no se enfrentaron pero impedían la entrada de las mercancías a la ciudad.
Marçal se paseó por la costa de l’Empordà y luego fue visto, ya en el día 25, cerca de Orriols, aunque otras noticias lo situaban en Amer celebrando la navidad con Cabrera. En este pueblo, Marcel·lí Gonfaus ofreció un baile de oficiales al cual invitó a los miembros de las familias más acaudaladas. Un grupo de soldados rasos intentó entrar en el local donde se estaba celebrando el baile y fue rechazado por los oficiales a sablazos. Un asistente de Marçal, molesto porque no se le había permitido la entrada en la fiesta, fue a buscar su trabuco y luego intentó dispararlo contra los que guardaban el local pero se le encasquilló el arma y fue arrestado.
Borges, acompañado por Guerxo de la Ratera, Altimires y Pardal, desafió al coronel José de Santiago desde Santa Maria d’Oló. Le envió un mensaje para decirle que le esperaba en este pueblo. Santiago aceptó el reto, aun sabiendo que debería enfrentarse a 600 matiners y que la tropa a su disposición, compuesta por jóvenes aragoneses y castellanos, era inexperta y menor en número. La batalla fue encarnizada, los rebeldes se emboscaron y los gubernamentales les persiguieron, hasta que al llegar el mediodía, los combatientes de ambos lados se encontraron. El comunicado oficial aseguraba que Borges había sufrido una docena de muertos y el ejército gubernamental, solamente dos pero este resultado no resultaba creíble porqué no incluía el número de rebeldes heridos y en cambio admitía que Santiago volvía al cuartel con cincuenta hombres fuera de combate.
El general Concha llegó a Girona a las once de la mañana del día 2 de enero de 1849. En esta misma fecha, los republicanos de Ametller ocupaban Cassà de la Selva pero enseguida abandonaron la localidad porque supieron que a la zaga llegaba Marçal al mando de 500 voluntarios. A la vez, detrás de Marçal se acercaba el capitán general del ejército del gobierno.
Durante el día 3 de enero, el republicano Victorià Ametller, más activo que nunca, aunque se le hubiera considerado definitivamente derrotado, ocupó Banyoles. El corresponsal en Girona informaba que Cabrera y Marçal se habían instalado definitivamente en Amer.
A partir del mes de diciembre, la prensa reconocía que Amer era, sin lugar a duda, la capital de los montemolinistas, lugar en el cual se juntaban dos mil hombres a las órdenes de Cabrera. Por dicha razón, el ejército de la reina acumulaba fuerzas en Girona. Cada día llegaban batallones de soldados a Cataluña provenientes de todas las provincias españolas para engrosar las fuerzas del ejército liberal. En ocasiones llegaban por vía marítima; en Roses desembarcó un batallón de gallegos. El capitán general ordenó la edificación de torres de comunicación por telégrafo óptico y la destrucción de puentes para impedir que los matiners cruzaran los ríos de la provincia a su antojo.
Durante el día 13, el ejército gubernamental rompió el cerco que los matiners mantenían alrededor de Seva. También en esta fecha, se produjo la acción dirigida por el coronel Ruíz en la ribera del río Ter, cerca de la Cellera, que acabó desatando la batalla del Pasteral.
Durante el día 15, el general Nouvilas salió de Girona camino de Figueres. Antes de llegar al destino fue aguijoneado por distintas partidas guerrilleras que ocasionaron algunos muertos entre su tropa. Nouvilas se desvió de la ruta para romper el cerco al que los rebeldes tenían sometido el pueblo de Bescanó. Los matiners habían cortado las acequias que llevaban agua a los molinos de harina y a las fábricas. Los dueños de estos establecimientos habían denunciado a las autoridades que si el corte de energía se prolongaba más tiempo, se verían obligados a despedir ochocientos trabajadores. Nouvilas llegó a Bescanó y dejó cincuenta fusiles en el ayuntamiento para que sus habitantes pudieran levantar el asedió. Asimismo fortificó el caserío que dominaba la población. En realidad los cortes de la acequia de Monars que abastecía de agua a Girona eran continuados. El ejército del gobierno arreglaba las compuertas que trababan los rebeldes pero al cabo de poco tiempo, éstos volvían a obstruirlas.
A la mañana siguiente, Cabrera, al frente de seiscientos infantes y ochenta jinetes, avanzaba por el Congost, entre Figaró y Aiguafreda. Se dirigía al pueblo de Alpens. El capitán general, acompañado por el general Mata i Alòs persiguieron a Cabrera por el Montseny pero cuando parecía que le alcanzaban, el tortosino siempre acababa escapando.
Durante el día 17, Saragatal con 500 hombres, permanecía en Sant Quirze de Besora cuando fue atacado por el ejército gubernamental. Los liberales contaban con una fuerza de 1200 hombres pero Saragatal, con menos efectivos, se defendió hasta que finalmente tuvo que retirarse de sus posiciones. Luego el ejército de la reina continuó su camino hacia Vidrà pero los matiners que ocupaban este pueblo no fueron sorprendidos ya que la defensa de Sant Quirze por parte de Saragatal les había dado tiempo de preparar la suya. Al cabo de pocos días, un grupo de matiners se presentaron al indulto en Olot y contaron que en Sant Quirze habían sufrido más de cien bajas, entre muertos heridos y prisioneros. Saragatal estuvo un tiempo corto en Sant Pere de Torelló y luego volvió a Sant Quirze de Besora.
Ramon Roger, de Maçanet de Cabrenys, lugarteniente del coronel Ametller, acompañado de doscientos voluntarios republicanos, depuso las armas en Figueres durante el día 16. Roger prometió fidelidad a Isabel II y declaró que había llegado el momento de luchar contra los carlistas, que eran los verdaderos enemigos de las instituciones liberales. Con fecha del día 20, Narcís Ametller, debilitado por la deserción de Roger, pasó a territorio francés, donde, junto con 20 de sus acompañantes, fue detenido por los gendarmes.
En la misma fecha que Ametller se internaba en Francia, también lo hacía Masgoret. Nadie sabía si el jefe carlista se había retirado definitivamente de la lucha, o si era portador de un encargo de Cabrera con quien se había entrevistado antes de cruzar la frontera. El periodista que daba la noticia creía que Masgoret se exiliaba definitivamente y deseaba que cuando el brigadier escribiera sus memorias fuera sincero.
En la sesión de las Cortes del día 24, el presidente del gobierno, Narváez anunció el pronto final de la guerra en Cataluña.
Durante el día 25, Estartús, Tristany y Saragatal permanecían en el pueblo del Estany. Precisamente, ocupaban la zona en la que sucedió la batalla de Avinyó.
Se deduce de las informaciones de la prensa barcelonesa que la batalla del Pasteral se fue gestando desde el mes de diciembre, o quizá desde un poco antes, debido a la concentración de las fuerzas montemolinistas de Cabrera, Marçal y de otros cabecillas carlistas- Borges, los hermanos Tristany, Saragatal, Savalls y Jubany, por lo menos- en la zona de Amer y la Cellera de Ter. Una noticia, fechada en el día 30 de diciembre, anunciaba que Cabrera había escogido el pueblo de Amer como cuartel de invierno.
El periódico publicó la orden gubernamental de 31 de enero de 1849, mediante la cual se daba a conocer el informe sobre el desarrollo de la batalla, y que había enviado el comandante general de la provincia de Girona (Nouvilas) al capitán general de Cataluña (Gutiérrez de la Concha). De acuerdo con lo que dice este escrito, el primer objetivo de las fuerzas gubernamentales consistía solamente en destruir el puente sobre el río Ter. Con esta finalidad, el comandante general ordenó al coronel Ruíz que durante el día 26 de diciembre llevara a cabo un reconocimiento en la zona del Pasteral, en la ribera derecha del río. A la mañana siguiente, el comandante general pensaba presentarse en el lugar, desde la ribera izquierda, para destruir el puente, creyendo que no debería temer un ataque de los carlistas situados en la otra riba. Sucedió es que el coronel Ruíz tenía órdenes directas del capitán general para que mantuviera toda la zona libre de rebeldes y cuando el coronel llegó al lugar señalado y se encontró con ochocientos montemolinistas, entre infantes y jinetes, guiados por Marçal, no se limitó a realizar el reconocimiento, sino que se enfrentó a ellos para ahuyentarlos al otro lado del Ter.
El coronel Ruíz cargó contra el pelotón de rebeldes que protegían el puente y lo hizo con todas sus fuerzas, incluida la caballería que mandaba el capitán Subinsdrynki. Con el primer impulso, los isabelinos se apoderaron del puente pero en el contraataque que siguió- “movimiento retrógrado”, dice eufemísticamente el cronista militar- los carlistas tomaron veinte prisioneros a los atacantes que, habiendo cruzado el puente habían llegado a la ribera que ocupaban y con la ayuda de un batallón de refuerzo y el empuje que llevaban, obligaron al coronel Ruíz a refugiarse en la Cellera de Ter. Durante la huída, Ruíz perdió cerca de cincuenta cazadores del regimiento de Valencia, que estaban a las órdenes del capitán Capilla y del teniente Saliquet. Los cazadores se refugiaron en un par de masías y durante la noche resistieron tres intentos de incendio y los ataques constantes de las fuerzas de Cabrera y de Marçal. A la mañana siguiente, Cabrera reunió a 1650 infantes y 170 jinetes. Ruíz permanecía en una situación muy comprometida, falto de víveres y aislado. En realidad solo tenía dos opciones; o se rendía o intentaba abrirse paso entre las tropas carlistas que lo cercaban. Pero, a las nueve de la mañana del día 27 el general Nouvilas se presentó en el campo de batalla, al mando de 3150 infantes y 150 jinetes.
Efectivamente, el comandante general de Girona, habiendo recibido noticias poco exactas del inicio del enfrentamiento, decidió avanzar el viaje que proyectaba al Pasteral y se presentó en el lugar en la mañana del día 27, después de una marcha a paso forzado que se prolongó durante tres horas. Una vez el comandante general se encontró con el coronel Ruíz en la riba izquierda del Ter, se dieron cuenta de que en la riba derecha los montemolinistas sumaban una fuerza considerable. En aquella misma mañana, Cabrera almorzaba tranquilamente en Amer, sin temer el peligro que le acechaba.
En primer lugar, Nouvilas dispersó con fuego de artillería a los asediadores de las masías en las que se refugiaban los cazadores isabelinos. Entonces, los montemolinistas quisieron pasar al lado derecho del río Ter, donde otra vez fueron cañoneados por la artillería de montaña de Nouvilas. Una vez el ejército isabelino hubo rescatado a los cazadores valencianos, se situó delante del puente y maniobró hacia la izquierda para engañar a los carlistas, mientras por la derecha, el coronel Ríos, al mando de dos batallones, cruzó el curso por el vado de la barca, a fin de rodearles el ala izquierda. Pero los carlistas habían escondido su caballería en un bosque cercano y contraatacaron con la ayuda de la infantería, que ocupaba el centro de su despliegue. Entonces, el comandante general del ejército regular bombardeó a las fuerzas enemigas con los cuatro cañones que había situado en los montes cercanos y a la vez envió la caballería en ayuda de la fuerza del coronel Ríos. Luego, el comandante general, al frente de las compañías de San Quintín, la quinta de Valencia y el tercer batallón de Córdoba, cruzó el Ter, con el agua a la altura de la cintura, envistiendo el centro de las líneas montemolinistas. Finalmente, los gubernamentales obligaron los rebeldes a retirarse hasta Amer y luego más lejos, hasta Sant Martí de Cantallops. Precisamente, durante el mediodía del día 27, Cabrera, habiendo almorzado, se presentó en el Pasteral, justo en el momento que sus tropas habían iniciado la retirada. El tortosino intentó establecer un frente de resistencia y cuando, en un determinado momento, se detuvo para evaluar el despliegue de los gubernamentales, resultó herido en una pierna.
Se supo que durante el día tres de febrero, Marçal se hallaba en Amer, lo que evidencia una de las características de las guerras del siglo XIX en Cataluña: casi nunca ni los gubernamentales, ni los rebeldes, permanecían y conservaban los lugares que conquistaban.
El día 5 de febrero, el republicano Narcís Ametller, con uniforme de general y al mando de 150 hombres, se juntó con los efectivos de Marçal que se hallaban en Banyoles y en las cercanías vencieron a las tropas del gobierno. Luego, Ametller y los suyos descansaron durante dos horas en el pueblo y a las once de la mañana, volvieron a abandonarlo para ir a la búsqueda de Marçal que todavía no había regresado. Ambos cabecillas, bien hermanados, tornaron a Banyoles para llevar a cabo una entrada protocolaria.
Marçal, al frente de 150 infantes y 40 jinetes, pasó por la Bisbal d’Empordà y a la mañana siguiente, que cayó en domingo, llegó a Sant Feliu de Guíxols. Después, se dirigió hacia la montaña, pasando por Vilobí d’Onyar.
Durante el día 13, novecientos montemolinistas se reunieron en Amer para celebrar con pompa los funerales por sus correligionarios muertos en la batalla del Pasteral.
A partir de finales del mes de febrero de 1849, se evidenció una fuerte caída de los efectivos de los rebeldes. Las numerosas noticias de la prensa respecto las presentaciones de voluntarios montemolinistas a las autoridades y las dificultades económicas que sufrían los principales cabecillas, empezando por Cabrera, no eran solo propaganda del gobierno. El número de seguidores de los jefes rebeldes disminuía notoriamente y se reproducían las noticias referidas a grupitos ínfimos de trabucaires guiados por personajes desconocidos.
Marçal pasó por Olot, camino de Santa Pau, durante el día 25, e iba acompañado solamente por una guardia de 10 jinetes. Seguramente venía del encuentro que había mantenido en Sant Joan de les Abadesses con el coronel Santiago. En dicho encontronazo, Marçal perdió once hombres, entre los que se encontraban dos oficiales, su secretario Grau y su ayudante, el francés Guillaume de Chavanes.
El día 7 de marzo, Marçal se presentó en Tordera al frente de 800 infantes y 110 jinetes. En dicho pueblo detuvo el correo que se dirigía a Barcelona. Después se fue a Calella donde estuvo hasta medianoche. Cien voluntarios de Marçal se destacaron a Sant Feliu de Guíxols para cobrar las contribuciones. La incursión de Marcel·lí fue posible porque el coronel Ruíz, que tenía bajo su jurisdicción los territorios de la Selva y las Guilleries, abandonó su puesto para ir a Osor y Susqueda con el objetivo de requisar un par de cañones de madera que habían construido los carlistas. Marçal aprovechó la ocasión e inició la incursión en Riudarenes, y la continuó por Maçanet de la Selva, Blanes y Tordera. Doscientos cincuenta matiners a sus órdenes entraron en Lloret de Mar. Cuando salieron del pueblo de la marina, les substituyó Savalls, al mando de trescientos infantes y cuarenta jinetes. Durante la noche del día 8, Marçal se hospedó en el hostal de la Granota. A la mañana siguiente, llegó a la Bisbal de l’Empordà.
Con fecha del día 14, el capitán general de Cataluña por el gobierno, proclamó que “Las grandes masas de rebeldes que ellos un día apellidaron batallones y divisiones, han desaparecido completamente, y trocándose en gavillas sueltas, desmoralizadas abatidas, desalentadas…”
La prensa informó de que a principios de aquella semana- quizá el día 12, o el 13- los Tristany, Ramon Cabrera y Borges, que llevaban un contingente de 500 hombres, se habían reunido en el santuario del Miracle, en el Solsonés. Nadie conocía el motivo de la reunión pero se sospechaba que los jefes carlistas buscaban una solución para evitar las numerosas deserciones que sufrían. Los grupos de desertores formaban partidas de ladrones que atemorizaban a los pueblerinos y dificultaban la recaudación de las contribuciones carlistas.
Durante el día 18, Francesc Savalls, al mando de cuatrocientos voluntarios, entre antiguos seguidores de Caletrús y republicanos, salió de la Cellera de Ter y se fue en dirección de Santa Coloma de Farners. Allá, en fecha del día 20, se reunió con Marçal, Garrofa y Jubany. La suma de efectivos que alcanzaron fue de 450 infantes y 70 jinetes.
En fecha del 20 de marzo de 1849, el batallón de cazadores Las Navas, nº 14, salió de Besalú en dirección norte. En la rivera del río Muga encontró a Martirià Serrat, acompañado de Planademunt, los cuales mandaban a 200 hombres. Los matiners fueron obligados a refugiarse en territorio francés y allá chocaron con una fuerza del ejército. En Costoja, el teniente Lumel del regimiento de infantería francesa nº 58, les tomó 60 prisioneros y noventa fusiles. Entre los prisioneros se encontraba Ramon Gibert, lugarteniente de Martirià Serrat. En el lado español de la frontera, el ejército de la reina mató nueve rebeldes y tomó tres prisioneros, entre los cuales se encontraba el teniente Antoni Font, que portaba el nombramiento de capitán, firmado por Cabrera. Posteriormente se supo que los matiners de Serrat y Planademunt ascendían a 300 y que habían ocupado el territorio a la izquierda del río Fluvià- es decir, la Alta Garrotxa-. El brigadier Vasallo y los coroneles Hore y Ríos, ayudados por las columnas de Ruíz y Lafont, remataron el trabajo batiendo la zona fronteriza, en combinación con las fuerzas del orden francesas y consiguieron desmontar y ahuyentar totalmente a las fuerzas rebeldes. Después de esta batida, 69 prisioneros, entre los que se incluían 11 oficiales, fueron ingresados en las prisiones de Girona.
Al finalizar el mes de marzo, o durante los primeros días de abril, Marçal reunió a todos sus voluntarios en Amer- entre los cuales probablemente se encontrarse Savalls- y les arengó con un discurso entre dolido e histérico. Marcel·li dijo a sus hombres que quien quisiera abandonar las armas era muy libre de hacerlo puesto que no deseaba que hubiera gente descontenta a su lado. Marçal les aseguró que aunque las circunstancias le forzaran a quedar como el último resistente, no pensaba abandonar a su rey y que prefería morir antes que exiliarse; eso- presumió- aunque tenía mucho dinero y podía vivir cómodamente en el extranjero. Pocos días después, una información llegada de Girona situaba a Marçal corriendo por las comarcas de esta circunscripción, acompañado solamente por 15 ó 20 jinetes. El teniente coronel Lafont, le cercó en un paso de montaña y le ocasionó 6 muertos, así como le tomó 13 prisioneros. Marçal y tres jinetes de su compañía pudieron huir de la trampa.
Alrededor de los últimos días de marzo, el tercio móvil de Tortellà capturó a Planademunt. Unos días antes, Marçal había convocado a los jefes importantes de las partidas gerundenses con el objetivo de organizar una fuerza armada consistente y parece ser que Planademunt se dirigía a la reunión cuando cayó en la trampa que le tendieron los mozos de escuadra. En fecha 3 de abril, Planademunt fue trasladado a Girona y encarcelado.
En fecha 4 de abril, el capitán general por los isabelinos, llegó a Vic arrastrando 18 prisioneros rebeldes que había tomado en Collsacabra. En esta misma fecha, Saragatal, acompañado de 26 jinetes entró en Malla y se llevó al hijo del alcalde. Luego, en Colldetenes prendió al secretario del ayuntamiento, pasó a Santa Eugènia y a Taradell, de donde se llevó respectivamente un regidor y finalmente, también secuestró al alcalde d’Osomort.
El Fomento del día 5 de abril, informaba que el capitán general había sorprendido a Marçal y Savalls en Rupit. La derrota de los rebeldes tuvo graves consecuencias ya que perdieron muchos hombres, caballos y equipajes. Entre los prisioneros tomados a los matiners se encontraban tres oficiales y un mariscal franceses. Marçal y Savalls solamente reunían una fuerza compuesta por 60 hombres. En la huida mataron los caballos heridos para que no les estorbasen.
El Diario de Barcelona del día 8 de abril publicaba dos noticias importantes. Ambas merecen que las reproduzcamos literalmente: “Ayer al medio dia se publicó un impreso del tenor siguiente: Prision de Montemolin.- Prisión de Marsal.- Muerte de otro cabecilla que se cree ser Jubany. El Excmo. Sr. General 2º cabo de este ejército y principado ha recibido con fecha de ayer á las tres de la tarde una comunicación del Excmo. Sr. Comandante general de la provincia de Gerona en que se dice lo siguiente: Al Excmo. Sr. Capitan General de este ejército y principado, digo en este momento lo que copio: Excmo. Sr. el coronel Hore me dice desde Bañolas lo que sigue.- He cogido prisionero en el monte de Ginestá, a Marsal, a su ayudante Romero y Abril, y otro faccioso, habiendo quedado muerto en el campo uno que se supone sea Jubany, que acompañaba a Marsal. Han quedado en mi poder tres caballos, siendo uno de ellos el de Jubany.- A las cuatro de esta tarde llegaré a esta plaza con los prisioneros, y ruego a V.S. traslade esta comunicación al Excmo. Sr. Capitan General”.
A la vez, el cónsul en Perpiñán de S.M.la Reina de España telegrafió el siguiente comunicado: “Perpiñan, 5 de abril de 1849, a las tres de la tarde.- El cónsul de España en Perpiñan a su colega de Bayona.- El conde de Montemolin, junto con tres jefes, ha sido detenido en el momento de ir á pasar la frontera para introducirse en Cataluña. El pretendiente y sus compañeros han sido reducidos a prisión y se hallan en Perpiñan. Ruego á V. comunique por telégrafo esta interesante noticia al señor ministro de estado en Madrid.- El cónsul general.- Miguel de Tobar.- Lo que transcribo a V.E. para su satisfacción y efectos consiguientes.- Es copia.- El coronel segundo gefe de E.M.- Juan Manuel Vasco”.
Pero, con el fin de explicar detalladamente las circunstancias de la detención de Marcel·lí Gonfaus, debemos volver atrás en el tiempo. Durante el día 3, el general Enna y el coronel Ríos irrumpieron en Amer, donde se encontraban Marçal y Savalls, al mando de 300 hombres y les tomaron 40 prisioneros, entre los cuales había 7 oficiales. También les cogieron 11 caballos- incluido el de Marçal, con todo el equipaje y documentación que llevaba en las alforjas- así como 60 armas. Después de este encontronazo, Marçal se peleó a golpes con su secretario Elies, natural de Tordera, el cual acabó desertando. Marçal ordenó a los alcaldes de los alrededores que persiguieran a Elies y que si lo prendían, lo fusilasen. Pero el secretario de Marçal pudo llegar a Olot, donde se presentó a las autoridades del gobierno y les entregó la documentación que se había llevado. Marçal y Savalls, huyeron a pié durante la noche del combate de Amer. A la mañana siguiente, ambos cabecillas, acompañados solamente por 60 hombres, llegaron al santuario de la Salut, en la Garrotxa. Las columnas gubernamentales destinadas en Mieres, treparon al santuario y chocaron con los carlistas, iniciando un combate que se prolongó hasta Sant Aniol de Finestres. Otras vez, Marçal y Savalls fueron derrotados y en la huida que emprendieron, Marçal fue localizado en Querós, cuando se dirigía a Girona. En los alrededores de Banyoles, Marcel·lí se detuvo en el bosque de la montaña de Ginestar, a fin de descansar. Eso llegó a los oídos de los soldados del destacamento de la capital del lago. Un teniente de los matiners, llamado Narcís Figueres, que había desertado de la compañía de Marçal, les informó. La columna de Banyoles encontró a Marçal y los dos bandos intercambiaron algunos tiros. El coronel Hore, que estaba cerca del lugar, escuchó el tiroteo y corrió hacia allá de donde provenía. Momentáneamente, Marçal consiguió esconderse de los perseguidores pero al fin fue descubierto y cayó en manos de Hore.
La detención del cabecilla carlista presentó problemas al gobierno puesto quee Gonfaus era el oficial rebelde más querido por la población gerundense y su fusilamiento hubiera podido avivar las brasas de un incendio que, en aquel momento, parecía que iba por la vía de la extinción. El periodista del Diario de Barcelona aseguraba que Marçal sería perdonado debido a consideraciones de alta política ya que el gobierno creía que de esta manera contribuiría a la pacificación de Cataluña.
Planademunt, junto con el capitán Romero, fueron condenados a muerte y fusilados, el día 11 de abril a las ocho de la mañana, en los arenales del río Onyar, en Girona.
Marçal, después que representase una parodia de arrepentimiento, fue perdonado. Ni tan solo se le juzgó. Está claro que el capitán general, Gutiérrez de la Concha impidió que se formara el juicio a Gonfaus, del cual únicamente podía esperarse la condena a muerte y para justificar el perdón concedido al famoso jefe, sacrificó a su ayudante, el capitán Romero.
La detención del conde de Montemolín y sus acompañantes cuando procedían a cruzar la frontera hacia España, fue celebrada por la prensa adicta al gobierno, aunque algunos periódicos mostraron reticencias en relación a la actuación de las autoridades francesas. Entonces se dijo que Montemolín llevaba encima letras por valor de 8000 francos, a fin de cubrir, en lo posible, las deudas de los rebeldes. Inmediatamente, el conde fue trasladado a la prisión del Castellet de Perpiñán, donde las autoridades le trataron de forma exquisita. El gobierno español pidió su extradición, basándose en lo previsto en el pacto de la cuádruple alianza pero el gobierno francés le respondió que este pacto no existía desde que Louis Philippe había sido destronado. Además, los franceses declararon que no tenían derecho a detener los extranjeros que circulaban desarmados por su territorio, por lo cual, al cabo de pocos días Montemolín fue liberado, después que hubiera prometido que retornaría a Londres.
Después que los carlistas, en el 18 de abril, sufrieran la derrota de la batalla de Sant Llorenç de Morunys, Cabrera tomó el camino de la frontera. Las noticias que certificaban que el capitán general de los matiners se había exiliado, se sucedieron en un corto espacio de tiempo. La primera, del comandante militar de Ripoll, fechada en el día 22, aseguraba que el general carlista había cruzado la línea durante la mañana del mismo día y que iba acompañado de un médico y de los oficiales Garmundi, Toledo, Boquica y otros, a los cuales el vigía de Ribes de Freser que los había descubierto, no conocía. Con fecha del 24 de abril, el cónsul español en Perpiñán, comunicaba a su colega en Bayona, lo siguiente: “El sedicioso general Cabrera (Ramon) ha sido arrestado ayer en Err, en la extrema frontera de este departamento, con el coronel González, su gefe de E.M.; y asimismo Boquica y otros dos jefes carlistas. Se ha dado orden de que estos cinco españoles sean conducidos con buena escolta á la prisión de Perpiñan”.
En el momento que Cabrera abandonó la lucha, todavía muchos matiners se mantenían en armas. El día 18, una partida de rebeldes exigía el pago de contribuciones a los ayuntamientos de Breda y de Riells de Montseny. La columna de Arbúcies les persiguió y se encontró con Savalls y Torres al frente de 150 hombres. Los carlistas cercaron a la columna que se vio obligada a refugiarse en una masía. Cinco soldados del gobierno cayeron muertos. Al cabo de unas horas, los asediados fueron salvados por la intervención del coronel Santiago.
Saragatal, al frente de 200 infantes y 20 jinetes apareció en Torelló durante el día 20. El corresponsal que daba la noticia aclaraba que algunos de los seguidores de Saragatal eran antiguos cabecillas de trabucaires que ahora no disponían de efectivos. El general Enna pasó por Susqueda, el Pasteral, Sant Martí de Cantallops y Sant Feliu de Pallarols. Luego, Enna prosiguió su camino y en Castell d’Aro le cayó encima Saragatal y otros jefes rebeldes con una tropa que ascendía a 700 hombres. La lucha se prolongó siete horas y no marchaba bien para los soldados de la reina. Al fin, Enna recibió refuerzos y los matiners se retiraron del campo de batalla. El mismo Saragatal, esta vez al mando de 600 hombres, atacó, durante el día 23, al batallón de Astorga en Sant Feliu de Pallarols. En esta ocasión, la relación de bajas que ofrecía la prensa resultaba favorable al ejército del gobierno: 20 muertos y 32 heridos por el bando de los rebeldes y 5 muertos y 13 heridos, por el bando del ejército.
En el día 25, el coronel Echagüe se enfrentó en Codines, entre Terrassa y Manresa, a los voluntarios de Saragatal, Estartús, Serra y Savalls.
Veintiún miembros de la partida de Savalls se presentaron para deponer las armas a la autoridades de Vic. Eso sucedió el 7 de mayo y los presentados declararon que Savalls, acompañado de Jubany y 40 hombres se dirigían al exilio. En esta misma fecha, se informó desde Solsona que después de la actuación del brigadier Pons, àlies Pep de l’Oli, solamente quedan en la montaña los partidarios de Tristany y de Coscó. En Solsona se habían presentado, en un solo día 30 facciosos, en Girona y 13 hombres armados y 7 más en Santa Coloma de Farners.
Los lectores de la prensa supieron que Joaquim Oriola Cortada había sido secuestrado por los rebeldes. El capitán general Manuel Gutiérrez de la Concha se ocupó personalmente de su búsqueda por la zona del Montseny, pero no encontraron al rehén. Este empresario de Vic ya había sido secuestrado por los trabucaires de Felip y Savalls, en julio de 1842, mientras estaba en Ripoll. Por lo tanto, Savalls era el principal sospechoso de haber llevado a cabo de nuevo secuestro. En el momento de la desaparición de Oriola, Savalls rondaba entre el Montseny y Vic, lo que reforzaba la sospecha. Pasado un tiempo- no demasiado- Oriola volvió a su domicilio y se supuso que su familia había pagado el rescate.
Durante el día 9 de mayo, 144 seguidores de Cendrós cruzaron la frontera. Las autoridades francesas comunicaron a las españolas que hasta el momento, contaban en más de mil los matiners de Forcadell, Baldrich, Boquica, Castells, Altimira, Garrofa, Estartús y Saragatal que se habían exiliado. Las mismas autoridades avisaban que en este recuento no juntaban a los seguidores de Savalls, Jubany, Calderer y Jubany que habían pasado la frontera por un lugar llamado el Bac.
El día 14 de mayo, el capitán general Manuel Gutiérrez de la Concha entró en Barcelona. Todos los periódicos lanzaron ediciones especiales- alguno en papel de color rosa- para celebrar el acontecimiento y publicaron poesías enardecidas loando al “pacificador de Cataluña”. Concha entró en la ciudad por la puerta Isabel II de la muralla y declaró que “Cataluña no ha hecho la guerra” sinó que ésta había sido sostenida “por los malos españoles”.
Durante el día 15 de mayo, Rafael Tristany, acompañado por una guardia de 20 hombres, estaba en su caserío de Ardèvol, donde reunió a los familiares, renteros y al servicio doméstico para despedirse. Todos asistieron a la misa que se celebró en la capilla de su propiedad. Después, Rafael, acompañado de un sirviente de su confianza que cargaba pico y pala, se dirigió al lugar oculto de la finca donde escondía las joyas y el dinero que le habían de ayudar a soportar el exilio. Cuando hubo cargado lo necesario, emprendió el camino a Francia. En fecha del día 17- aniversario del fusilamiento de su tío Benet- Rafael cruzó la frontera. En esta misma fecha, también la cruzó el republicano Gabriel Baldrich.
El día 19 de mayo, el capitán general Manuel Gutiérrez de la Concha proclamó oficialmente el fin de la guerra.
Los avatares bélicos de Francesc Savalls durante la guerra de los matiners se circunscribieron, casi de forma exclusiva, a las comarcas gerundenses. Por el Montseny transcurría la frontera sureña que raramente cruzaron las partidas de los gerundenses de Saragatal, Martirià Serrat, Planademunt, Gibert i Savalls. Ciertamente, Estartús fue más allá de esta línea pero el cabecilla de la Vall d’en Bas constituye el mejor ejemplo de luchador carlista que, si bien inició su experiencia bélica como guerrillero local, deseaba convertirse en un militar de carrera dispuesto a servir donde fuera requerido.
Sabemos que Francesc Savalls, durante el mes de marzo de 1847, fue detenido en Perpiñán por la gendarmería y que, por lo tanto, todavía no se había incorporado a la campaña “carlo- republicana” de los catalanes contra Isabel II. Savalls nunca formó parte de los atolondrados que, al primer grito del pretendiente al trono, se lanzaban al monte sin plan, ni recursos para mantener la lucha. Savalls, ciertamente, era un trabucaire pero, en cualquier caso, era un trabucaire previsor. También es cierto que Savalls tenía fama de atrevido- aunque algunos lo consideraron un cobarde- pero, incluso si aceptamos que fue un tipo audaz, debemos matizar que su osadía a menudo resultaba calculada. No tenemos noticia sobre la participación de Savalls en el alzamiento de 1855 y tampoco sabemos que tuviera una intervención importante en las intentonas carlistas de 1869 y 1879. Cuando, durante el mes de mayo de 1872, se incorporó a la lucha, lo hizo rodeado de unos cuantos oficiales experimentados y en el momento que la llamarada de la revuelta en las comarcas gerundenses le aseguraba el reclutamiento de voluntarios y, al fin, la consolidación de una partida de hombres respetable.
Hemos comprobado, a través del seguimiento de la información proporcionada por la prensa que, desde 1847 hasta los últimos días de 1848, las noticias provenientes de los campos de batalla que mencionan a Savalls, son pocas y que cuando es señalado, el periodista le sitúa en segundo o tercer lugar en el rango de los rebeldes gerundenses, generalmente después de Pere Gibert, o de Marçal. Savalls empezó a ser más reconocido por la prensa a partir de la batalla del Pasteral. Precisamente, con fecha del primero de enero de 1849, pocos días antes de que sucediera el choque definitivo, Ramon Cabrera asentado en Amer, resolvió la estructura orgánica del ejército montemolinista, sobre la planta de cuatro divisiones, cada una de las cuales reunía dos brigadas y cada brigada contaba con un par de batallones. Marcel·lí Gonfaus, alias Marçal, mandaba la cuarta división, en la que la primera brigada permanecía a las órdenes de Joan Solanich, alias Saragatal y en ésta, Martirià Serrat mandaba el batallón de voluntarios de Figueres. El primer batallón de la primera brigada, llamada de los voluntarios de Olot, estaba a cargo de Pere Gibert. Domènec Serra y Francesc Savalls dirigían respectivamente, los batallones de los voluntarios de Girona y de los voluntarios de Hostalric, de la segunda brigada. Por lo tanto, la cuarta división reunía el ejército carlista de las comarcas gerundenses, a las órdenes de Marçal.
A partir de la batalla del Pasteral (enero de 1849) las referencias periodísticas que citan a Savalls son más numerosas y le aluden como cabecilla de una partida importante. Eso es debido a que después de la gran batalla, la organización bélica carlista que Cabrera había aglutinado se fue diluyendo. Precisamente, en las memorias del hacendado Rafael Puget que escribió Josep Pla, se menciona la fuerte pelea que mantuvieron el general Cabrera y el capitán – o, comandante- Savalls durante la guerra. Josep Pla dice lo siguiente: “Savalls rompió con Cabrera después de un altercado violentísimo que ocurrió en Amer”[25]. La localización del suceso en Amer nos indica que la disputa de Cabrera y Savalls debió producirse durante, o inmediatamente después de la batalla del Pasteral. Con quien Savalls no rompió definitivamente fue con Marçal pero el acoso que sufrió el coronel, luego de la gran batalla, por parte de las fuerzas gubernamentales, le diezmó los efectivos. Savalls, que acompañaba Marçal, después de la derrota que sufrieron en Rupit y en el santuario de la Salut- alrededor del 5 de abril- le abandonó. Entonces, Savalls recuperó sus antiguos hábitos de trabucaire y secuestró por segunda vez al empresario Joaquim Oriola.
Es muy probable que Savalls formara parte del contingente de matiners que durante el mes de julio de 1848, se enfrentó a Paredes en la batalla que terminó en Sant Jaume de Frontanyà y sabemos con toda seguridad que participó en la batalla del Pasteral, así como creemos que luchó en la batalla de Avinyó (noviembre de 1848) porqué en ambas intervino Marçal. Savalls también debió participar en el enfrentamiento ocurrido el 6 de octubre del mismo año en el Coll de Santigosa, cerca de Olot y en la derrota que sufrió el brigadier Paredes, en manos de Cabrera, Marçal y Saragatal, en los peñascos del Esquirol (30 de abril). Pero no podemos señalar todas y cada una de las escaramuzas y batallas en las que intervino Savalls durante la guerra. Es dudoso que fuera el fautor de la derrota que abatió la columna mandada por Josep Maria Bofill, en octubre de 1848, aunque creemos que estuvo en casi todos los enfrentamientos protagonizados por Marçal y en los primeros que sostuvo Pere Gibert. En cualquier caso, Savalls intervino en esta guerra con el grado de capitán, aunque parece que la terminó con el grado de comandante, lo que le sirvió para complementar su experiencia guerrillera con la que le debió proporcionar el mando de unidades formadas por más de un centenar de hombres.
Podríamos creer que Savalls se exilió a Francia durante los últimos días del mes de mayo de 1849, puesto que la prensa informó de que en el día 7 se habían presentado 21 de sus voluntarios a las autoridades de Vic para deponer las armas y solicitar el indulto. Pero es más probable que, habiéndose disuelto su partida, no llegara a cruzar la frontera y fuera debido a que se presentó al indulto o a qué le detuvieran antes de que pudiera pisar territorio francés, las autoridades se percataran de que tenía pendientes los dos procesos que le habían sido instruidos por la muerte de los milicianos de Santa Coloma de Farners, ocurrido en l’Esparra, el 6 de abril de 1842, así como por el asalto de Ripoll, llevado a cabo en el día 3 de junio del mismo año- de donde los trabucaires se llevaron los hermanos Marià y Joaquim Oriola, al notario y alcalde, Miquel Miralpeix, al farmacéutico Josep Ragué y a Josep Vives, comerciante y mayordomo de la fábrica de Antoni Fons. Al fin, lo cierto es que, al finalizar la guerra, Savalls ingresó en la prisión de Puigcerdà, en la que permaneció poco tiempo porqué consiguió fugarse disfrazado de mujer.
Resumiremos los hechos principales del episodio mencionado de la vida de Savalls a partir de la información biográfica que ofreció la prensa (Diario de Barcelona, El Imparcial…) al finalizar la última guerra carlista. De acuerdo con esta información, Felip, Savalls y otros trabucaires habían sido condenados en rebeldía en un primer proceso incoado por el juzgado de Puigcerdà, el cual tenía por objeto la depuración de responsabilidades en relación al asalto de Ripoll, ocurrido el 3 de junio de 1842. La ejecución de la sentencia quedó en suspenso hasta que los condenados se presentasen al juez, o fueran detenidos y pudieran ser oídos por el tribunal. Seguramente, dicha sentencia fue dictada al poco tiempo de haber sucedido los hechos juzgados porqué también concernía a Felip, el cual murió fusilado en Vic durante el mismo año 1842.
Una vez, durante los últimos días de la guerra de los matiners, Savalls fue detenido y encarcelado en Puigcerdà, la causa judicial por el asalto de Ripoll debió ser reactivada pero- como se ha dicho- el preso se fugó. Ahora bien, en esta ocasión, las autoridades judiciales no interrumpieron el proceso y el 7 de junio de 1850 dictaron sentencia, mediante la cual le condenaron a morir en el garrote. La sentencia exigía la revisión ante la Audiencia de Barcelona y ésta se llevó a cabo, concluyendo con el fallo de fecha 24 de diciembre, que confirmó el de instancia en lo que se refiere al resarcimiento de las víctimas de Ripoll (al estanquero, Pere Angelats, 15 duros y 1424 reales por el valor de 228 paquetes de cigarros, a Miquel Miralpeix, 4000 reales y a Marià Oriola, 925 onzas de oro, por los rescates que pagaron) aunque revocó la pena de muerte a Savalls y la substituyó por la de prisión perpetua. El tribunal de la Audiencia recomendó encarecidamente a las autoridades que no cejaran en la persecución de Savalls y que pidieran la extradición a cualquier país en el que pudiera refugiarse pues le consideraban el cabecilla rebelde más peligroso.
Savalls, después de fugarse de la prisión de Puigcerdà, se refugió en Marsella pero al cabo de poco tiempo se enteró de que la gendarmería le buscaba y dejó el lugar para continuar su camino hasta llegar a Niza (Ducado de Saboya)[26].
Por todo lo dicho, la opinión que expresaron Puget y Pla sobre la causa de la obstinación que tuvo Savalls, durante la última guerra, en conquistar Puigcerdà, no parece del todo inverosímil. Puget creía y Pla escribió, lo siguiente: “Felip junto con Savalls tomaron y saquearon la villa de Ripoll, lo que dio lugar a un célebre proceso […] a consecuencia del cual, Savalls fue condenado a una pena muy grave, después de una justificación infamante. Los papeles que motivaron la sentencia constituían la espina que Savalls tenía clavada en el corazón durante toda su vida. Creyendo que el proceso estaba archivado en Puigcerdà, llevó a cabo, con el fin de apoderarse del mismo, las acciones más audaces de su vida militar pero en este punto estaba equivocado porqué los papeles, desde hacía muchos años, dormían en el juzgado de Santa Coloma de Farners.”
Lo cierto es que Puigcerdà y Santa Coloma de Farners pertenecían al partido judicial de Olot y teniendo en cuenta que Savalls había sido encarcelado en Puigcerdà, resulta lógico que pensara que su expediente penal permanecía en el juzgado de esta capital. Pero, por otro lado, Puigcerdà tenía gran valor estratégico puesto que es una villa fronteriza, la posesión de la cual significaba el control de una puerta de entrada y salida de Francia. Es decir, en realidad, Savalls también tuvo motivos del tipo estrictamente político y militar, para querer apoderarse de Puigcerdà durante la guerra siguiente.
Savalls se afincó en Niza alrededor de los años 1850 y 1851. En Niza se casó con una señora del lugar.
Josep Joaquim d’Alòs cuenta que en Niza, Savalls se enamoró de la hija de un tabernero y como los padres de la chica se oponían a la relación, el ampurdanés la raptó y convivió con ella durante ocho días, lo que forzó el casorio. La ceremonia se celebró durante el año 1854. La fecha del matrimonio puede explicar que no encontremos datos fiables sobre su presencia en Cataluña durante el alzamiento carlista de 1855- que coincidió con las huelgas obreras, llamadas de las “selfactinas”- en el cual sí descubrimos a Marçal, Rafael Tristany y Josep Borges. Precisamente, Savalls coincidirá en Italia con Rafael Tristany y con Borges.
El 23 de mayo de 1849, el capitán general de Cataluña, Fernando Fernández de Córdoba, habiendo cesado en el cargo, embarcó en el puerto de Barcelona al frente de un contingente militar de 5000 soldados y puso rumbo a Gaeta. Iba a Italia para defender el estado pontificio, precisamente en el momento que el Papa Pio IX huía de Roma, expulsado por las fuerzas de la República Romana. El Papa había pedido ayuda a las potencias católicas y más concretamente a Francia, España, Austria, las Dos Sicilias y Baviera. La intervención española a favor del Papa fue debatida en las Cortes antes de que terminara la guerra de los matiners y eso debió influir en la prisa con que el gobierno de Narváez la dio por acabada.
No conocemos las fechas- en cualquier caso, posteriores a 1855- en que algunos carlistas de renombre como Rafael Tristany y Francesc Savalls, también se trasladaron a tierras italianas para luchar contra el ejército italiano de Victor Emmanuelle y Cavour. Por tanto, los carlistas aludidos no coincidieron con los expedicionarios del ejército español. Rafael Tristany, en Italia fue comandante jefe del ejército de los Abruzzi y general del reino de las Dos Sicilias, que tenía la capital en Nápoles. Tristany, al fin, cayó prisionero y fue encarcelado en Roma durante cierto tiempo. Josep Borges también luchó en las filas del ejército de los Abruzzi, al servicio de Francisco II, rey de las Dos Sicilias. Después se trasladó a Calabria para ponerse al frente de los guerrilleros opuestos a la unificación pero cayó prisionero y fue fusilado por el ejército de Saboya, durante el mes de noviembre de 1861.
Por lo que se refiere a la estancia de Savalls en Italia, todos los autores carlistas explican lo mismo. Esta coincidencia sugiere que el autor del relato fue el interesado, es decir, que fue Savalls. La habilidad propagandística que tenía el ampurdanés, sobre todo en lo relativo a la venta de su imagen, fue notoria. La Infanta María de las Nieves de Braganza, en las memorias que escribió[27], incluso le acusaba de inventarse victorias en los campos de batalla y de exagerar la participación que había tenido en determinadas acciones bélicas.
Para empezar reproduciremos tres textos. El primero de estos escritos es de autor anónimo y no parece que fuera redactado por un partidario de Don Carlos, aunque como sucede a menudo cuando se trata de biografiados del tipo de Savalls, el lector descubre que este escritor era víctima de la fascinación que producen los personajes desmesurados, incluso cuando se trata de seres despóticos o sanguinarios. Dicho opúsculo se titula “El terror de la montaña o historia del famoso cabecilla D. Francisco Saballs[28]”. Pensamos que, debido a que el autor redactaba usando el presente, el texto debió publicarse al final de la última guerra (1876) o inmediatamente después. En relación a la estancia de Savalls en Italia, el anónimo nos ofrece algunos datos que debió escuchar aquí y allá porqué se trata de circunstancias que se reflejan en diversas fuentes: “Su juventud [de Savalls] según es fama, fue bastante borrascosa, y andaba hecho un aventurero, por todas las naciones de Europa, militando en algunos ejércitos hasta que […] se alistó como voluntario en el cuerpo de zuavos pontificios […] sabido es que los españoles y franceses que constituían la parte esencial de los zuavos pontificios se batieron desesperadamente en la Puerta de San Maximino y Savalls fue uno de tantos […] hasta que vino la orden del Papa mandando suspender el fuego. Entonces se retiró como otros muchos a Austria y allí estuvo hasta que se inició en España la última guerra civil”.
El autor anónimo afirma que Savalls, habiendo terminado la guerra italiana, se fue a Austria. Quizá sea cierto que, entonces, Savalls se fuera a Austria pues, más tarde, al final de la última guerra, la prensa informó que había visitado Serbia, cuando constituía un Principado autónomo del imperio austriaco, con la intención de alistarse en su ejército. En realidad, el imperio central siempre fue un aliado de los carlistas y del Papa y muchos luchadores carlistas, como los Tristany y Estartús, pertenecían a sagas familiares de partidarios de los Habsburg.
La segunda cita que he anunciado, pertenece a “Souvenirs de la dernière guerre carliste (1872-1876)”, obra escrita por el voluntario carlista Edward Kirkpatrick de Closeburn[29]: “Savalls sirvió como capitán en el ejército del duque de Módena y después, en el ejército del Papa Pio IX. Durante una revista, el nivel marcial y la buena presencia de las tropas que mandaba, llamaron la atención del Santo Padre. En la víspera de la batalla de Castelfidardo, el comandante general Pimodan, previendo el desastre que les esperaba, dijo a Savalls:
– Capitán, vos sabéis lo que es la guerra y no debe ser la primera vez que os encontráis asediado por fuerzas superiores. ¿Creéis posible que podamos abrirnos camino a través del ejército italiano y llegar a Arcona?
-Es posible- le contestó Savalls- si abandonamos la artillería, yo me haré cargo del ejército pontificio con la seguridad de conducirlo a Arcona.
-¿Abandonar la artillería?. Eso, jamás!- exclamó Pimodan-
-En este caso, todo está perdido y mañana moriremos como héroes.
A la mañana siguiente Pimodan murió y Savalls cayó prisionero.
Cuando se hubo consumado la invasión de los Estados de la Iglesia, Savalls se encontraba en Civitavecchia y allá la resistencia devino imposible. Pero, entre los oficiales de la guarnición hubo un par que rechazaron la capitulación; Savalls y un capitán de los zuavos franceses”.
La tercera cita que he propuesto pertenece a la obra titulada “Álbum histórico del carlismo, 1833-1933- 1935”, de Juan María Roma: “Sirvió [Savalls] en el ejército del duque soberano de Módena hasta que tuvo lugar la paz de Villafranca; fue después capitán de Zuavos Pontificios; se distinguió a las órdenes del heroico marqués de Pimodan en la célebre batalla de Castellfidardo, en la cual cayó prisionero y cuando recobró la libertad volvió a servir a Pio IX cuya Santidad le confió el mando de un batallón de cazadores […] siendo uno de los dos únicos jefes que en Civitavecchia se negaron a rendirse, mereciendo […] los más calurosos elogios por parte del General pontificio Kamgler”.
Pongamos atención en el hecho que, tanto el autor anónimo citado en primer lugar, como Juan María Roma, coinciden en afirmar que Savalls había luchado en Italia como zuavo. Eso no es cierto pero podría haber sucedido que Savalls se hubiera colgado esta medalla. Puget y Pla también dan crédito a la leyenda del pasado zuavo del ampurdanés e incluso hay alguna ficha o informe policial de la época que le atribuye dicho antecedente, aunque otros afirman que perteneció al cuerpo de carabineros.
Por lo contrario, Kirkpatrick que era buen conocedor de Savalls- incluso, durante cierto tiempo, le admiró- no se atrevió a afirmar que hubiera pertenecido al cuerpo de zuavos pontificios pero cuando nos cuenta la intervención del catalán en la resistencia de Cvitavecchia, le compara con un capitán de los zuavos franceses ya que ambos fueron los únicos entre los asediados que no admitieron la rendición. Además, Kirkpatrick nos explica otra anécdota: “En el cuartel general de Burdeos, un día de noviembre de 1872, Don Carlos tenía invitados a almorzar, entre los que estaba el barón de Charette, antiguo comandante de los zuavos pontificios. Alguien mencionó a Savalls y Don Carlos dijo: – ¿Quién pudiera haber pensado, hace un año, que Savalls ganaría la reputación que ahora tiene?- Yo, señor- respondió el general Charette- yo, porque le conozco […]”
Por lo tanto, ¿debemos entender que Charette, coronel de los zuavos pontificios, conocía a Savalls debido a que éste estuvo a sus órdenes?. Y si fuera el caso que el catalán hubiese estado a sus órdenes, eso supone que vistió el uniforme de los zuavos?. Kirkpatrick juega con el equívoco y sitúa a Savalls al lado de los zuavos y admirado por el comandante de este cuerpo de manera que casi nos indica que si bien Savalls no fue zuavo, eso se lo merecía.
Kirkpatrick debió escuchar la fábula del pasado como zuavo de Savalls- lo que quizá se lo había susurrado al oído el mismo ampurdanés- pero no creía que eso fuera verdad, entre otras razones porque el Infante Alfonso Carlos, hermano de Don Carlos, sí que había formado parte del cuerpo de élite del Papa y no le confirmó el dato. Tampoco otros luchadores carlistas, como el holandés Wils, que habían pertenecido a dicho cuerpo, debían haber dado pábulo a la pretensión. La esposa de Alfonso Carlos, la Infanta María de las Nieves de Braganza, habló por boca de su marido y escribió lo siguiente: “Este partidario [Savalls] había estado en Roma, con los italianos del ejército pontificio, los cazadores, los cuales no tuvieron ocasión de combatir cuando la toma de esta ciudad por las tropas de Víctor Manuel, ocasión en la que se batió Alfonso con su compañía en la defensa de la Puerta Pía, el 20 de septiembre de 1870”.
Casi todo los que podemos saber del paso de Savalls por Italia es lo que ha sido contado y al fin parece que la fuente de estas escasas noticias fue el mismo protagonista. ¿Quién pudiera haber relatado la conversación privada que mantuvo Savalls con Pimodan si no fuese el catalán?. Es indudable que Savalls luchó en Italia en el ejército del Papa pero las anécdotas heroicas en que se resume su estancia, son florituras intrascendentes.
Ahora bien, Josep Joaquim D’Alòs nos señala un dato intrigante sobre la vida italiana de Savalls, ya que nos explica lo siguiente: “La conducta de Savalls en Roma era la siguiente; se hacía el valiente como jugador pobre cargado de deudas fue pasado una vez por consejo de guerra por haber robado en el rancho de su compañía y fue absuelto y perdonado en vista de estar cargado de muchos hijos, por lo tanto pobre y necesitado […] tomó parte en la batalla de Castelfidardo, en donde recibió la cruz de caballero de Pio IX y por otros hechos de armas contra los ladrones recibió en 1865 la cruz de San Silvestre (los ladrones italianos tenían un buen perseguidor, otro ladrón trabucaire y asesino […] era perfecto para este oficio) después de la toma de Roma por Víctor Emanuel éste le pagó sueldo por espacio de 5 meses, destinándolo como capitán de bersaglieri, que admitió e hizo una declaración en el diario del Observatore Romano […] de que si había admitido entrar en el ejército de Víctor Emanuele era por necesidad para mantener a numerosos familiares.”
Los “bandidos” a los que se enfrentó Savalls como “bersaglieri” eran campesinos partidarios del antiguo régimen. Por eso, la comparación que lleva a cabo D’Alòs es acertada porque se trataba, podemos decir, de trabucaires italianos. Lo que resulta inquietante es que Josep Borges, compañero de armas de Savalls, luchó a la cabeza de estos “bandidos” hasta que cayó en manos del ejército de Victor Emmanuele y éste ordenó su fusilamiento, que se llevó a cabo el 8 de diciembre de 1861. Por lo tanto, podría muy bien haber sucedido que el “bersaglieri” Savalls se enfrentara a su paisano y correligionario, Josep Borges.
Claro que las vivencias de Savalls en Italia fueron más complicadas y menos heroicas de lo que el interesado pretendió que creyeran sus compañeros de armas. La memoria que Puget trasladó a Pla, nos ofrece una prueba de ello: “En la fábrica de mi padre [en Manlleu] trabajaba un obrero al que llamaban Tacho y que pretendía haber tratado con Savalls en Italia. – Ah, cuando le vea- solía decir Tacho- que abrazo nos daremos!. Un día llegó Savalls y Tacho se dispuso a demostrar a la población que los sentimientos de amistad que tenía con Savalls eran antiguos y sinceros. El general fue prevenido pero no pareció que demostrara demasiado interés en recibirlo. Incluso así, Tacho, casi a la fuerza, consiguió entrar en la habitación donde estaba Savalls. Quedaron solos, la puerta cerrada y desde la sala contigua se pudo escuchar un confuso rumor de voces- y hasta parecía como si Savalls gritase pidiendo ayuda. A la mañana siguiente, en la otra orilla del Ter, apareció el cadáver de Tacho cosido a puñaladas […] es posible que Tacho fuera asesinado para evitar indiscreciones que los hombres ambiciosos consideran siempre insoportables.” Puget y Pla afirman que este crimen se incluyó en el acta de acusación que el fiscal militar presentó contra Savalls en el consejo de guerra que se le formó al finalizar la tercera guerra carlista.
Savalls durante el “periodo oscuro” de 1872.
Edward Kirkptarick de Closeburn es el autor de la expresión “el periodo oscuro de 1872”. La etiqueta del norteamericano indica el desorden, los particularismos y las rivalidades internas que significaron la actividad rebelde en el primer año del conflicto.
Durante el verano de 1869 se produjo el llamado “complot de Perpiñán”. Carlos VII se trasladó al Vallespir y con la ayuda de Rafael Tristany, el marqués de Benavent, el coronel Cadórniga y otros carlistas catalanes ensayó el alzamiento en Cataluña. Fue un fracaso.
En los archivos del Estado Mayor del Ejército consta el informe referido a 1870, algunos párrafos del cual se reproducen a continuación: “Dependiendo de la junta central católico- monárquica establecida en la capital [Barcelona] y en puntos determinados por aquélla, se nombró otra en cada una de las cuatro provincias, que, a su vez, designó las correspondientes a los partidos judiciales; estas últimas nombraron las de los pueblos de alguna importancia. Dirigidos y sostenidos por dichas juntas, aparecieron gran número de periódicos, escritos muchos ellos en el dialecto del país, que hicieron gran propaganda […]. El clero de Cataluña contribuyó también mucho por su parte a excitar las pasiones en las poblaciones rurales y sacerdotes fueron en su mayoría los llamados comisarios y subcomisarios regios designados por D.Carlos para ejercer la autoridad en su nombre…”.
El general José de Larramendi recibió el nombramiento de comandante general carlista en la provincia de Barcelona; Andrés Torres ocupó el mismo cargo en la provincia de Lleida; Josep Estartús lo fue en Girona y Rafael Tristany, en Tarragona. Durante el mes de marzo de 1870, Don Carlos cesó a Ramón Cabrera como capitán general de Cataluña y en su lugar nombró a Hermenegildo Ceballos, que había sido el secretario personal de Cabrera durante la guerra de los matiners. En fecha del 4 de septiembre, Ceballos recibió la orden de activar el levantamiento en Cataluña con el fin de dar cobertura al levantamiento que se preparaba en el País Vasco y Navarra. Ceballos convocó a los jefes de las juntas de armamento y defensa en Perpiñán a una reunión que debía celebrarse el día 12 y les encargó que concentraran en la frontera a todos los carlistas exiliados en el departamento francés de los Pirineos Orientales, con el objetivo de armarlos y organizarlos militarmente para que entraran en España. Pero este plan no llegó a realizarse porqué la gendarmería francesa se adelantó y requisó millares de fusiles que los carlistas habían escondido. Además, en la reunión del día 12, la mayoría de los partícipes opinaron que todavía no había llegado el momento oportuno de encender la mecha de la revuelta. Josep Estartús fue el más reticente pero en cualquier caso, el entusiasmo de los dirigentes catalanes- todos ellos, veteranos montemolinistas- no devino notorio. Josep Estartús se encargó de transmitir a Don Carlos el acuerdo de los reunidos desestimando el alzamiento.
Amadeo de Saboya fue coronado rey de España en el mes de noviembre, lo que excitó los ánimos de los carlistas. Expulsada Isabel II, los partidarios de Don Carlos consideraban que el derecho que le asistía a ocupar el trono era superior, ya que pertenecía a la misma dinastía que la depuesta. Pero los liberales habían soslayado la legitimidad del pretendiente para traer a un rey extranjero. Entonces, Ceballos apresuró a los presidentes de las juntas carlistas para que pusieran a punto los preparativos bélicos.
El día 27 de diciembre, Don Carlos se acercó a la frontera, acompañado por los generales del estado mayor pero se percató de que sus correligionarios permanecían inactivos y volvió atrás, a Burdeos. El pretendiente escribió a Elio para decirle que comprendía que todavía no estaban suficientemente preparados para iniciar la guerra pero destituyó a Ceballos y en su lugar puso a Eustaquio Díaz de Rada.
El año 1871 transcurrió entre las dudas de los carlistas.
Al empezar el año 1872, creció la efervescencia de las partidas carlistas en todo el Principado. El día 6 de abril, Manuel de la Serna declaró el estado de guerra en las cuatro provincias catalanas. Joan Castells i Rossell, veterano de las dos guerras anteriores, fue el primer cabecilla importante que a la mañana siguiente de la declaración, saliendo del barrio de Gràcia de Barcelona, se internó en la montaña al frente de una pequeña partida. El grupo de Castells creció rápidamente hasta llegar a los trescientos voluntarios y más adelante, hasta quinientos. Durante el transcurso de la guerra, los efectivos de Castells oscilaron entre los cuatrocientos y seiscientos hombres. La actividad de Castells devino frenética y un día aparecía cerca de Barcelona, a la mañana siguiente en Igualada, al cabo de unos días en Gelida, asaltaba en tren en Rajadell, o recorría el Montseny. Castells siempre actuó de forma independiente, aunque puntualmente apoyara las acciones de más vuelo que emprendían otros jefes importantes.
El gobernador militar de Girona afirmó, mediante comunicación interna, que “El Gobierno sabe por conducto de toda confianza, que los carlistas intentarán dentro de breve plazo un alzamiento general, con propósito de ser secundado por los federales en las poblaciones que no tengan guarnición o queden desguarnecidas por efecto del dicho alzamiento; en su consecuencia, de realizarlo en armas como es de suponer, algunas partidas carlo –federales”.
El mismo gobernador militar enviaba un telegrama urgente al capitán general de Cataluña: “Gerona, 8 de abril.- Provincia insurreccionada según me acaba de participar el gobernador civil.- Desde este momento, que son las 2 de la mañana, pongo en movimiento las escasas fuerzas con las que cuento, con el fin de sofocarla”.
El fiscal militar de la provincia de Girona publicó una requisitoria, con fecha del 22 de abril a fin de que el teniente- o, alférez- Felip Sabater, amigo de Savalls, se reincorporara a su puesto de destino, del cual se había ausentado sin permiso. Al cabo de pocos días, Sabater aparecía al frente de una partida de carlistas formada por doscientos hombres. Felip Sabater era hijo del marqués de Capmany, un rico propietario que tenía cargo en la organización civil del carlismo.
Con fecha del día 26, el gobierno militar daba las órdenes pertinentes para aplicar el estado de guerra, declarado por Manuel de la Serna y se decía que los diputados carlistas en las Cortes de las circunscripciones de Santa Coloma de Farners y de Olot se habían alzado al frente de sendas partidas de rebeldes. Uno de estos diputados era Joan Vidal de la Llobatera, ferviente partidario de Savalls.
El 1 de mayo fueron descubiertas las partidas de Francesc Orri, alias el Xic de Sallent y de Miquel Cambó, alias Barrancot. La fuerza de Orri ascendía a cien hombres y la de Barrancot a cuarenta. La presencia de de otros grupos armados, como el de Frigola, que permanecía en Maià y el de Vila del Prat, que fue vista en Viladrau, evidenciaban que el alzamiento se expandía. Entre estos grupos, el de Joan Solanich, alias Saragatal, veterano de la guerra de los de los matiners, durante la cual fue comandante de brigada de la cuarta división a las órdenes de Marçal, y amigo de Josep Estartús- con el que colaboró en muchas acciones- reunía 20 hombres que vertiginosamente creció hasta 300, o más. La partida de Saragatal fue divisada el primer día de mayo y llegado el día 4, fue vencida en Ridaura. El ataque del ejército gubernamental atrapó a Saragatal en estado de ebriedad, sentado en el suelo y sin fuerzas para organizar la defensa. La columna del ejército descalabró totalmente a los carlistas. En medio del caos, unos pocos voluntarios de Saragatal, encabezados por Francesc Vinyoles, de la Cellera, se enfrentaron al jefe gritando “traición!”. Vinyoles disparó a bocajarro a Saragatal y lo dejó malherido. Unos cuantos partidarios de Saragatal, encabezados por Berga, sobrino de Estartús, persiguieron a Vinyoles pero solo consiguieron herirle levemente y el insubordinado huyó. Muchos voluntarios de Saragatal pudieron escapar de la encerrona y se juntaron a la fuerza de Estartús.
Los hechos narrados fueron recordados por Estartús en el memorándum que envió a Carlos para justificar su retirada de la lucha. En fecha 7 de mayo, Fernando Peñarrubia, comandante del regimiento América, que fue quien derrotó a la partida de Saragatal, informó al capitán general de Cataluña sobre la acción de Ridaura. Peñarrubia le explicó que Saragatal estaba intentando la organización de diferentes grupos de rebeldes en un batallón y que no contó con Vinyoles, ni con otros jefecillos, para formar el cuadro de oficiales. Esa fue, según el autor del informe, la causa del motín que sufrió Saragatal. Al cabo de unos días, se confirmó la muerte del famoso matiner. Es muy probable que las causas -nunca definitivamente aclaradas- de la derrota de la partida de Saragatal incidieran en la voluntad de Estartús que le llevó a abandonar las armas. En realidad, Estartús y Saragatal fueron paradigmas de la especie de carlismo montemolinista y cabrerista que predominaron en Cataluña y que en la guerra anterior, no tuvo ningún inconveniente en aliarse con el republicanismo y el liberalismo radical.
El 4 de mayo, las fuerzas carlistas del norte, que Carlos VII dirigía personalmente, fueron derrotadas de forma contundente en Oroquieta y el pretendiente tuvo que refugiarse en Francia, La única resistencia carlista se redujo a Cataluña y eso provocó que Carlos incrementara la presión sobre sus seguidores catalanes para que se esforzaran en sostener la lucha.
Los carlistas Kirkpatrick y Juan María Roma cuentan que cuando Savalls tuvo conocimiento de que se había iniciado el levantamiento carlista, ofreció sus servicios a Carlos VII y luego abandonó Niza para dirigirse a Roma, con el fin de recibir la bendición del Papa. Su Santidad le concedió la bendición y le dijo: “Id confiado a la guerra y no sufráis ni por vuestro cuerpo, ni por vuestra alma”. Juan María Roma comenta los efectos milagrosos de la bendición papal, ya que, dice, “La verdad es que parece extraño que [Savalls] lograra salir con bien de tantos y tan serios peligros como llegó a arrostrar en campaña”. Ciertamente, estamos en presencia de una información que podría haber salido del mismo Savalls puesto que solamente él debía saber lo que, supuestamente, le había murmurado al oído el Papa. No dudamos que el Papa concediera la bendición a Savalls pero lo que parece que le dijo constituía una verdadera bula, una patente corsaria, que convenía a la voluntad individualista y egocéntrica del receptor del beneficio. Si Savalls no debía temer por su alma, eso significaba que como soldado podía actuar como considerara más útil; es decir, le estaba permitido matar, violar derechos, propiedades y personas, sin ningún freno, ya que el Papa le garantizaba la autorización divina para llevar a cabo cualquier barbaridad. Por lo que se refiere a la inmunidad física, la bendición papal también trae cola porque lo cierto es que Savalls, durante toda su carrera bélica, ni tan solo sufrió una herida en combate.
Durante los primeros días del alzamiento carlista en Cataluña, se produjo una circunstancia- de la cual informó la prensa, al finalizar el conflicto- que demuestra el estado de precariedad económica que sufría la familia Savalls por aquel entonces. La noticia refería que la esposa de Savalls se había presentado al embajador de España en Paris, Salustiano Olozaga Almandoz, a fin de pedirle dinero para trasladarse a la frontera española. El embajador cubrió los gastos del viaje de la señora e informó de ello al capitán general de Cataluña, previendo que algún día ese favor podía servirle para negociar con Savalls. Es decir, ya sabíamos que el ampurdanés, en Italia, se afanaba por recoger cuatro perras en las partidas de cartas de los cuarteles y que incluso cambió su uniforme por el del enemigo a fin de mantener la familia numerosa que tenía- eso decía- pero no podríamos haber imaginado que, además, hubiera tenido la desfachatez de llamar a su mujer e hijos para que se acercaran a la frontera, permitiéndoles, o sugiriéndoles, que cobraran el gasto del gobierno al cual combatía.
La precariedad económica en la cual vivió Savalls en la casa paterna, durante los primeros años de su vida, los hábitos de ladrón que adquirió durante el tiempo en que fue trabucaire, antes y durante la guerra de los matiners, así como la indigencia que, habiendo formado una familia, le atenazó durante sus años de exilio, explican en parte la avidez depredadora que el ampurdanés demostró en la campaña de la última carlistada.
En el día 8 de marzo de 1872, Francesc Savalls cruzó la frontera por el Vallespir y el Alt Empordà, con solo 90 reales en el bolsillo- eso dice el autor anónimo de “El cabecilla Saballs,,,”-. La prensa informó que la entrada de Savalls se había producido por Maçanet de Cabrenys, lo que, en principio, nos lleva a creer que el ampurdanés venía de Sant Llorenç de Cerdans y Costoja- por el lado francés- pero la misma fuente informativa añadía que los recién llegados habían desarmado a los soldados de la guarnición de la Bajol y que, después, también a los de Maçanet. Por lo tanto, debemos creer que Savalls desde Sant Llorenç de Cerdans resiguió la frontera hasta la Manera y la cruzó por la Bajol. En concreto, la información procedente de fuentes militares señalaba que Savalls había llegado a España por el collado de les Illes- localidad que fue la sede de los trabucaires juzgados en Perpiñán, entre 1845-46-. Le acompañaba Francesc Auguet, de Pont Major (Girona), el cual fue descrito por los periodistas con los siguientes adjetivos: alto, delgado, simpático. Savalls también iba acompañado de tres hombres más, a los que simplemente se identificaba por el primer apellido o el sobrenombre. Uno era Sabater (Felip Sabater) y los otros dos, Mallorca y Costa. Pero otra información añadía a los mencionados, los rebeldes Ramon Colomer, Josep Ribalta, alias el Gavatx (el Gabacho), de Vilanant y jefe de caballería, el vizconde francés De Bonald, el médico Narcís Soler y el diputado Joan Vidal de la Llobatera.
La entrada de Savalls a territorio español en el año 1872 parece la copia del paso de frontera que llevó a cabo su antiguo mentor, Ramon Felip, durante el año 1840. Efectivamente, Felip había cruzado la frontera, treinta y dos años antes, por la misma demarcación por la que posteriormente lo hizo Savalls. Durante el año 1840, el cabecilla de trabucaires encabezaba un grupo de treinta o cuarenta hombres y mientras se adentraba en tierras del Alta Empordà y la Garrotxa predicaba la revuelta y reclutaba adeptos. Pues, a la mañana siguiente del día que Savalls pasó la frontera, la partida que encabezaba también sumaba unos cuarenta hombres. Entonces tuvo un choque con la guarnición de Figueres, cerca de Lledó, después desarmó a los voluntarios liberales de Terrades y pernoctó en este pueblo. Con fecha del día 13, Savalls dirigió una proclama a los habitantes del país pidiéndoles que tomaran las armas a su lado y enfatizando su condición de catalán y gerundense.
Durante el día 18 se supo que los carlistas a las órdenes de Savalls habían destruido la línea telegráfica entre Girona y Figueres. Seguramente, Barrancot fue el ejecutor de esta acción. La destrucción de líneas telegráficas constituía la especialidad de Miquel Cambó, alias Barrancot. Mientras, Savalls entró en Sant Jordi Desvalls y se llevó 500 duros de la casa del juez y 150 del arca municipal.
En la misma fecha que Savalls cruzó la frontera, Rafael Tristany, comandante general interino del ejército carlista en Cataluña, se ubicaba en Cortsaví (Alt Vallespir) esperando la oportunidad que le permitiera llegar a territorio español. Cruzó la frontera del río de la Muga el día 22 y lo hizo en condiciones precarias. Desde Ribelles, en el Alt Empordà, escribió al Infante Alfonso Carlos pidiendo armas y voluntarios.
El día 27, Savalls y los hombres de su partida se encontraban en la casa Perecaula (Sant Joan de les Fonts) de donde fueron desalojados por una columna de carabineros. Los rebeldes sufrieron algunos muertos y heridos. Al día siguiente, ocho voluntarios de Savalls se presentaron a las autoridades de Figueres pidiendo el indulto.
Savalls, acompañado por Bonet, Costa, Valentí, Vidal de la Llobatera y seguramente, también por Auguet- aunque a éste, el periodista no le mencionara- requisaron 2000 duros en Sarrià de Ter. Después, llegaron a Pont Major (Girona) donde, precisamente, Auguet tenía domicilio y un taller de alpargatas.
A la una del mediodía del 2 de junio, Savalls alcanzó la Bisbal d’Empordà y ocupó el pueblo hasta las cinco de la tarde. Durante este tiempo obtuvo cien pares de alpargatas y 5100 duros del ayuntamiento. Además, recibió en audiencia algunos republicanos, entre los cuales el más conocido era Pelegrí. Posteriormente, Savalls y su partida se dirigieron a Calonge y al fin ocuparon Sant Feliu de Guíxols y requisaron 2500 pesetas del ayuntamiento. Por la tarde del día de su llegada, Savalls y Vidal de la Llobatera asistieron a la función de teatro que se realizaba en dicha población.
Entre los días 4 y 12 de junio, Savalls atacó una columna del ejército en Mallorquines (Sils) en un encuentro que se decidió a bayoneta calada y también se enfrentó a los gubernamentales en Segueró, Llorà, Riudarenes (4 de junio) Horta y la Mota (11 y 12 de junio). Entretanto tuvo tiempo para entrar en Riudellots y Palol de Revardit.
También en el 12 de junio, cien carlistas mandados por un par de extranjeros que se llamaban mutuamente “vizconde”, asaltaron la estación de ferrocarril de Sils, destrozaron las instalaciones, incluido el aparato telegráfico y la línea de transmisión, los vagones aparcados y un kilómetro de vías. A la mañana siguiente, Savalls, Rafael Tristany y Auguet, remataron el derroque de lo que quedaba del centro ferroviario. Con fecha del día 14, la prensa informó que Savalls, Tristany, Costa y otro cabecilla leridano- seguramente, se trataba de Felip Sabater- estaban en Breda. Los hombres de Savalls detuvieron el correo de Girona a la Cellera, al cual requisaron paquetes y el caballo. Después, impusieron al ayuntamiento de Sant Gregori (Girona) una contribución de 90 duros.
Savalls, al frente de 500 hombres, entró en Besalú durante el día 28 y llegó a Cistella a la mañana siguiente. Luego fue a Llers, Darnius y la Jonquera, donde los carlistas desarmaron a los aduaneros y se cobraron entre 500 y 700 duros provenientes del cobro de derechos de paso.
En Darnius, Savalls sostuvo un combate con los milicianos de la población, a resultas del cual detuvo a los hermanos Massot, oficiales de esta milicia. Savalls siempre hizo todo lo posible para desembarazarse de la acusación que lo relacionaba con el secuestro y asesinato de su primo Joan Massot, ocurrido en 1845, y al cual nos hemos referido. Por dicha razón, aunque no tenía por costumbre otorgar el perdón a los milicianos que caían en sus manos, esta vez liberó inmediatamente a los hermanos Massot. De Darnius, se llevó 100 duros y 28 pares de alpargatas.
Durante el primero de julio, las partidas de Savalls, Auguet, Piferrer, Soliva y Vila del Prat se enfrentaron a las fuerzas del brigadier Hidalgo en las puertas de Girona. Al día siguiente, los carlistas sorprendieron a los voluntarios de la libertad de Sant Joan de les Fonts y en el día 6, Hidalgo venció en Osor a la fuerza de Savalls que ascendía a 600 hombres a pie y 20 jinetes. Los carlistas sufrieron seis muertos y catorce heridos, además de cuatro prisioneros. Los gubernamentales lamentaron un muerto y cuatro heridos.
Alrededor del día 13 se supo que una partida, aparentemente a las órdenes de Estartús, había estado en Sant Joan de les Abadesses. Los carlistas se limitaron a pedir una contribución económica al ayuntamiento. El día 22, Tristany y Vila del Prat se apoderaron de Taradell y al cabo de dos días, entraban en la Cellera. En esta correría consiguieron un botín de 100 fusiles.
Gabriel Baldrich, liberal de izquierda y antiguo aliado de los carlistas durante la guerra de los matiners, fue nombrado, en fecha del día 22, capitán general de Cataluña. Inmediatamente inició la campaña contra las fuerzas carlistas que, en primer lugar, le llevó a las comarcas tarraconenses y barcelonesas y que luego continuó en las gerundenses. Cuando Baldrich llegó a Girona llevaba 40 batallones, formados por tres divisiones, contando en ellas carabineros y guardias civiles. Por entonces, se calculaba que los carlistas disponían, en la circunscripción gerundense, de tres batallones, mandados por Savalls, Auguet y Sabater, los cuales actuaban divididos en partidas, además de los grupos de los guías de Tristany y los de Castells y Estartús. Precisamente, Estartús estaba con los suyos cerca de Olot.
Durante los últimos días del mes de julio, la campaña de Baldrich por las comarcas gerundenses, acabó súbitamente. Kirkpatrick opinaba que la retirada de Baldrich fue debida a la falta de suministros que sufrían los gubernamentales pero los carlistas no estaban en mejores condiciones.
Tristany fue vencido en Sanahuja (Segarra) y Estartús, en Sant Pere de Torelló.
Para animar a los carlistas catalanes, Carlos VII ordenó que se publicaran los fueros concedidos al Principado pero para ello tuvo que superar la resistencia que le opusieron los altos cargos del partido y su propio hermano, Alfonso Carlos. Kirkpatrick constata que los grandes propietarios del país consideraban que los fueros debían publicarse para conseguir más adhesiones a la causa tradicionalista.
El infatigable Castells iba a su aire con solo 150 hombres.
Carlos VII había nombrado a Josep Estartús en el cargo de comandante del ejército carlista en Cataluña, a las órdenes de de Rafael Tristany, el cual substituía con carácter interino a Alfonso Carlos, hermano del pretendiente. El Infante Alfonso Carlos ostentaba la titularidad del cargo y, por entonces, todavía permanecía en territorio francés. Francesc Savalls era el “segundo” de Estartús pero el ampurdanés se mostraba mucho más activo que su superior y de hecho, era reconocido como el caudillo natural de los carlistas gerundenses. El conflicto entre ambos surgió en el momento que Savalls cruzó la frontera para incorporarse al alzamiento. Es decir, Savalls entró a territorio español con la intención de convertirse en el jefe superior, el líder indiscutible de los carlistas gerundenses. Para ello, sobre todo, necesitaba controlar la comarca de la Garrotxa- dominio de Estartús- y en concreto, el Collsacabra, donde situó el centro permanente de su estado mayor. El asesinato de Saragatal- amigo inseparable de Estartús- en manos de sus correligionarios, sucedido durante el mes de abril, tiene toda la apariencia de una premonición de lo que sucedería al general de la Garrotxa.
Tristany, pocos días antes de que entrara en el Principado, informó al Infante Alfonso Carlos de la disputa que mantenían Savalls y Estartús: “El comandante militar de la provincia de Gerona [Estartús] en una larga comunicación fecha 18 del actual, me hace una relación de cargos contra su segundo, el coronel D. Francisco Savalls, a quien se le culpa de haber sido causa de haber fracasado el plan de Olot, por no obedecer las órdenes del general Estartús. Yo espero que V.A.R. aprobará mis primeras disposiciones, cuales han sido dirigir a uno y otro jefe un enérgico recuerdo de la disciplina, así como una amistosa carta para reconciliarlos.”
La voluntad conciliadora de Rafael Tristany no fructificó y con fecha del 20 de mayo, escribía de nuevo al Infante para criticar a Estartús: “… la buena amistad que me ha ofrecido el general Estartús en la previsión de enviarle una orden para que sin pérdida de tiempo le sea puesta a su cuartel general a recibir instrucciones. De no recibir inmediato cumplimiento estoy dispuesto por el bien de la causa de N.S. a proponer a V.A.R el reemplazo inmediato del comandante general de esta provincia. Para justificar esta mi resolución, que me alegraría mereciera la aprobación de V.A.R, creo indispensable dar a conocer que el referido Comandante Militar D. José Estartús permanece como siempre escondido y acompañado de dos o tres asistentes, con lo cual nada gana nuestra causa. Por último debo decir a V.A.R que me encuentro con 40 hombres, de los que solamente 19 están armados y que carezco de medios y que mi situación es muy difícil”.
Con fecha del 2 de julio, Estartús escribió al Infante Alfonso Carlos para explicarle que no conseguía que Savalls le obedeciera y que, por esta razón, le presentaba la dimisión. El Infante tardó en decidirse pero al fin admitió la dimisión de Estartús y le nombró su ayudante personal. El hecho es que Estartús no se presentó a tomar posesión del nuevo cargo y se excusó alegando que no podía moverse de su escondrijo porque le querían asesinar. María de las Nieves de Braganza comentó que las justificaciones de Estartús le resultaban creíbles pero que el de la Garrotxa debería haber confiado más en Alfonso, su marido, ya que éste estaba dispuesto a prestarle protección. Está claro que por aquel entonces Estartús permanecía aislado en su pueblo de Sant Privat y el joven Alfonso Carlos todavía residía en Francia. En realidad, nadie prestaba demasiada atención al hermano del rey.
Joan Vidal de la Llobatera, uno de los cabecillas más cercanos a Savalls, envió un informe al general Hermenegildo Ceballos mediante el cual criticaba a Estartús y pedía que fuera destituido. Basándose en el mismo, Ceballos, a su vez y con fecha del 27 de julio, tramitó a Carlos los siguientes comentarios: “El descontento general del país por la inacción del general Estartús que, no solo no da disposición alguna, sino que deja a merced de los contrarios a sus compañeros de armas, no presentándoles ayuda ni apoyo en la dura y pertinaz persecución que sufren, viéndose obligados a resistir frecuentes y peligrosos choques y encuentros y hallándose privados los jefes de las partidas de verificar toda clase de operaciones, aun las más apremiantes y perentorias, como son las que al armamento de los voluntarios se refieren. El general Estartús desde que se levantó, no ha tenido con el enemigo encuentro alguno, excepto en de Ambás [Vall d’en Bas] mientras estaba en compañía del general Tristany y aun en aquel hecho, a pesar de la insistencia del referido Gral. Tristany en querer presentar batalla, que de haberse librado, a juzgar por la ventaja, posición y demás circunstancias del enemigo, hubiera éste sido destrozado y tal vez copada toda la columna, solo se pudo conseguir un ligero tiroteo con valor sostenido por nuestra sola vanguardia. Cuantas veces se ha trabado un fuego o ha habido sospechas de que tendría un encuentro, el general Estartús se ha marchado por el lado opuesto, separándose a considerables distancias de las fuerzas restantes a quienes amagaba el peligro. El general Estartús no ha verificado desarme alguno de los que se llaman voluntarios de la libertad, ni ha entrado en población alguna de importancia en donde pudiera haber sacado algún provecho, a pesar del apoyo la protección que al objeto por el país se le ha brindado y la repetida insistencia con que se le ha pedido. Por repetidas veces se ha presentado al Gral. Estartús personas de las más influyentes y acaudaladas de la provincia para que autorizara un levantamiento general que aquellas hubieran dirigido y han sido siempre aplazados y estériles los desinteresados y patrióticos ofrecimientos.”
Después de la crítica, llegaba la petición: “Por los hechos consignados en este extremo y por otros que sería largo enumerar y que en concepto alguno pueden achacarse al general Estartús por falta de lealtad, sino más bien por sus heridas y edad avanzada, el país en general reclama y espera que guardando a dicho Gral. Estartús todo respeto y consideración, de manera que no se fomenten rencillas y ambiciones más o menos fundadas que entre dichos jefes pudieran existir, atendiendo tan solo al bien de la causa, se pondrá cuanto antes, al frente de la provincia de Gerona a un hombre leal, activo, inteligente y proporcionado al carácter y naturaleza de los fidelísimos gerundenses.”
Por lo tanto, Vidal de la Llobatera, o Ceballos- o, ambos- recomendaban al rey que destituyera Estartús pero que lo hiciera de manera que no promoviera las envidias y odios de otros cabecillas; es decir, que se procediera a su destitución sin escándalo. Teniendo en cuenta que el informe de Ceballos se refería a la situación de la provincia de Girona, los supuestos envidiosos o rencorosos solamente podían ser los jefes carlistas de esta circunscripción y está claro que, entre los candidatos a ocupar plaza de resentidos, uno destacaba sobre los demás: Francesc Savalls. No es necesario que remarquemos que Vidal de la Llobatera y la mayoría de jefes y grandes propietarios gerundenses pensaban que Savalls merecía las cualificaciones de leal, activo- ¡sobre todo, activo!- inteligente y adaptado al carácter de los gerundenses (“proporcionado al carácter y naturaleza de los fidelísimos gerundenses”).
Con el fin de resolver los problemas de falta de coordinación e incluso de enemistad que existían entre los cabecillas catalanes, Tristany los convocó a una asamblea que se llevó a cabo en julio de 1872 en un lugar cercano a Súria. Carlos VII ordenó a Kirkpatrick que asistiera a la misma. Precisamente, Tristany no convocó a esta reunión ni a Savalls, ni a Estartús. El rey se preocupaba por la situación de su ejército, debido a las diferencias que separaban a los jefes, ya que estaba convencido que, en aquel momento, la continuidad de la guerra dependía de los catalanes. Entonces, el levantamiento en el País Vasco y en Navarra no avanzaba.
Kirkpatrick- que es el autor de la información- no nos explica lo que sucedió en el encuentro de Súria, convocado por Rafael Tristany, al cual asistió. Después de celebrada la reunión, Kirkpatrick se fue rápidamente a Francia. El objetivo del viaje consistía, obviamente, en informar a Carlos sobre el debate en el que había participado. Habiendo llegado a Burdeos, donde radicaba la Corte carlista, Kirkpatrick se entrevistó con Carlos y éste, habiéndole oído, le ordenó que regresara inmediatamente a Cataluña. El norteamericano no tan solo se ahorra la explicación de lo que fue tratado en la reunión de Súria, sino que tampoco dice palabra sobre lo que habló con Carlos, ni las instrucciones que éste le dio. Pero enseguida veremos lo que le ocurrió a Estartús, justo después de que Kirkpatrick llegara a Cataluña.
En el primer día de agosto, el coronel Francisco Gómez del Mercado, al frente del regimiento de Savoya se enfrento a la fuerza carlista mandada por Savalls, Auguet, Costa y Piferrer que ocupaba la Cellera de Ter. Los rebeldes contaban con 700 hombres. La prensa otorgaba la victoria a los gubernamentales pero, como sucedía a menudo desde la guerra de los matiners, este encuentro parece otra batalla sin vencedores ni vencidos.
Los alcaldes de diferentes poblaciones gerundenses recibieron la notificación que se reproduce: “Ejército Real de Cataluña.—2° Batallón de Hostalrich.—Debidamente autorizado por la Superioridad, prevengo a V. que dentro del improrrogable termino de cinco días, a contar desde la fecha de este oficio, tenga V. recaudado el cuarto trimestre de contribución del año económico de 1871 a 1872, correspondiente a ese distrito municipal, pasado cuyo término, se pasará a recogerlo, sirviendo de abono la cantidad que dicho distrito tenga pagada en clase de préstamo para socorres; exigiendo a V. y al Ayuntamiento la más estrecha responsabilidad en su cumplimiento; como asimismo el recibo del presente oficio.—Lo que pongo en su conocimiento para su pronto cumplimiento.—Dios guarde a V. muchos años.—Campo del Honor, 25 de julio de 1872. — Por Orden del coronel D. Francisco Auguet.—El comandante, Fernando Piferrer.”
Corrió la noticia de que Estartús se había presentado a las autoridades para pedir el indulto, después que hubo desmovilizado a sus voluntarios y entregado las armas a la junta carlista provincial. Luego, se retiró a Sant Privat d’en Bas con la intención de escribir un memorándum explicando las razones que le habían llevado a la deposición de armas. A partir de este momento, los carlistas, sobre todo los seguidores de Savalls, le consideraron un traidor.
El día 8 de agosto, la partida de Barrancot buscó a Estartús en su casa de Sant Privat, le detuvo y se lo llevó prisionero a Santa Pau. Durante el día 9, un tribunal militar improvisado le condenó a muerte. El tribunal estaba presidido por el teniente coronel Narcís Comadira i Comas y lo formaba, además, el coronel de caballería Edward Kirkpatrick de Closeburn, el capitán Miquel Cambó i Gaiató (Barrancot), el teniente Francesc Caselles i Reig, el subteniente Salvador Serra, así como Antoni Ventosa y Josep Queralt[30].
Nos consta el acta, o informe, del juicio sumarísimo tramitado a Josep Estartús. En uno de los últimos “considerando”, el redactor, que era el mismo Comadira, dice que “en las actuales circunstancias, tristísimas por cierto, no dan lugar a que la autoridad superior de la provincia [Savalls] pueda intervenir en este asunto, en razón de que dicha autoridad se halla tenazmente perseguida por las fuerzas que el gobierno de Madrid tiene en esta provincia…”. Por consiguiente, para empezar, Comadira y el resto de miembros del tribunal pensaban que no había necesidad de que Savalls- autoridad superior de la provincia- diera su consentimiento a la sentencia, ni autorizase la ejecución del condenado y si lo creían era debido a que sabían que el general ampurdanés odiaba a Estartús y repetidamente había expresado públicamente el deseo de fusilarle. Es decir, los miembros del tribunal eran más papistas que el Papa y estaban convencidos de que Savalls les condecoraría por haber matado al adversario que tanto le molestaba, aunque eso lo hubieran llevado a cabo sin su consentimiento. Precisamente, justo antes de las firmas del presidente y de los miembros del tribunal que cierran la sentencia, Comadira dice que “ … no solo puede sino que debe y con toda premura pasar por las armas al expresado ex- comandante general y ex- mariscal de campo Don José Estartús y que esta sentencia debería llevarse a cabo en el día de mañana y en el pueblo de mayor vecindad que pueda hallarse en estas inmediaciones”.
Pero enseguida, después de las firmas, Comadira relaciona, en el mismo escrito, los avisos que había recibido mediante los cuales se le prevenía que Savalls rondaba por las cercanías de Santa Pau. Entonces, el presidente del tribunal se repensó la urgencia de llevar a término la ejecución del condenado: “Habiendo tenido aviso comunicado por Cambó [Barrancot] que el Sr. Francisco Savalls se hallaba en estas inmediaciones, he resuelto suspender la ejecución de la sentencia de muerte que no tengo inconveniente en dar a tenor del anterior dictamen”. Barrancot no fue el único que se dio prisa en avisar a Comadira de la proximidad de Savalls, pues también Orri, el Xic de Sallent- antiguo comandante de los Guías de Estartús-, se apresuró en informarle de la misma circunstancia. El último aviso situaba a Savalls en Sant Feliu de Pallarols y entonces Comadira confiesa que “parece sería conveniente diferir el fusilamiento”. El 12 de agosto, mientras Comadira esperaba que Savalls otorgara el visto bueno a la ejecución, Estartús se fugó de la prisión de Mieres y se fue a Banyoles. Por entonces, uno de los avisos que recibió Comadira situaba a Savalls a tocar de Mieres. Se ha dicho que Estartús, pasando por Girona y con la ayuda de las autoridades gubernamentales, cruzó la frontera con Francia.
A las cuatro y media de la tarde del día 5 de agosto, Barrancot entró en Banyoles y allá detuvo al teniente de alcalde y a un regidor. Los carlistas buscaban a Domènech, jefe de los voluntarios de la libertad pero no lo encontraron. Llegada la noche, los carlistas organizaron una procesión y desfilaron por el pueblo con cirios y candelas en la mano. Este ritual tenía por objetivo arrancar el árbol de la libertad plantado por los liberales. Durante el día 12, Savalls también se presentó en Banyoles.
El 18 de agosto, sucedió la batalla de Vidrà. Savalls, Auguet y Vila de Prat ocupaban Vidrà cuando fueron atacados por el comandante Hidalgo al frente de cuatro columnas. Savalls se mantuvo en el casal conocido como El Cavaller de Vidrà y Auguet se situó en una posición adelantada para obstruir la llegada de Hidalgo. Desde el interior del pueblo, Vila se encargaba de la tropa enemiga que llegaba al núcleo. El combate se extendió por todo el perímetro de la población y los soldados enemigos llegaron hasta los muros del caserío. Se dice que los asediados en El Cavaller se defendieron con todos los medios, incluso lanzando aceite y agua hirviendo desde las ventanas. Al fin, Savalls ordenó que se abriera el portal y ensayó una salida atrevida y frontal que acabó decidiendo el combate a su favor. Los carlistas solamente confesaron haber sufrido 5 muertos y 26 heridos. Hidalgo resultó herido.
Savalls volvió al Alt Empordà y entre los días 22 y 24 ocupó Tortellà, aunque pernoctó en Sant Llorenç de la Muga durante el día 23. En esta población, por la noche, sus correligionarios le ofrecieron una serenata. Luego, Savalls bajó hacia el Montseny y llegó hasta Mataró. Por el camino, de madrugada y por sorpresa, entró en Granollers. Esta incursión fue calcada a la que llevó a cabo Marçal durante 1848. En Barcelona las autoridades se preocuparon porqué Savalls se había acercado mucho a la capital.
Entre los días 5 y 7 de septiembre los carlistas mataron a un par de ciudadanos liberales en Breda y Bescanó.
Entre los días 1 y 10 de septiembre, Barrancot se presentó en Banyoles unas cuantas veces. En la última, dedicó esfuerzos en perseguir al alcalde y a algunos voluntarios de la libertad.
El alcalde de Girona recibió el oficio de Savalls que ahora se reproduce: “Ejército Real de Cataluña.—Comandante General de la provincia de Gerona.—Siéndome indispensable la recaudación de fondos para el sostén y termino de la campaña que tan gloriosamente ha emprendido el siempre nobilísimo pueblo español con el patriótico fin de sacudir la ominosa dominación extranjera, que en estos desgraciados días está deshonrando la Patria de Pelayo; como Comandante General de las fuerzas de esta heroica provincia, nombrado por S. M. el Rey D. Carlos VII (q. D. g.), ordeno y mando a V. E. que dentro del preciso término de cuatro días a contar desde la fecha me tenga depositada en el pueblo de La Sellera, la cantidad de 10.000 duros de los fondos municipales de esa, cuyo repartimiento y recaudación procurará V. E. dado caso que no existan; con el bien entendido, que de no cumplir con la referida prescripción será V. E. responsable de todos y cualesquiera daños y perjuicios que por su omisión resulten.—Dios guarde a V. E. muchos años.—La Sellera, 12 de septiembre de 1872.—El Comandante General de la provincia, Francisco Savalls.- Firma.—Excmo. Sr. Presidente del Municipio de Gerona”.
En esta misma fecha, Savalls entró otra vez en Banyoles al frente de 700 hombres y desde allí empezó un periplo imprevisible durante el cual ocupó momentáneamente diferentes pueblos. El día 19 pernoctaba en Les Preses y a la mañana siguiente, al frente de 500 hombres, se fue a Santa Pau. La fuerza de Savalls se incrementó al juntársele las partidas del Xic de Sallent y de Auguet, cada una de las cuales sumaba 200 y 300 hombres respectivamente.
Gabriel Baldrich volvió a las comarcas gerundenses al frente de una fuerza del ejército muy respetable.
Kirkpatrick tomó nota de la victoria que los carlistas obtuvieron en Anglès durante el día 14 de septiembre. Vale la pena que conozcamos textualmente la anotación del norteamericano porqué demuestra que éste desconfiaba de la hipérbole presuntuosa con la que Savalls disfrazaba sus actuaciones: “Dans l’ordre du jour, Savalls parle de cette bataille comme étant un succés des plus glorieux. Après cet engagement, la junte centrale de Catalogne offrità Savalls une épée sur le fourreau de laquelle étaient les noms des victoires de Torelló, San Qirce de Besora, la Cellera et Vidrà”..
El director del periódico gerundense La Lucha recibió el comunicado amenazador e infatuado de Savalls, el cual se reproduce: “Ejército Real de Cataluña.— Comandancia General de la provincia de Gerona.—El incalificable proceder de VV. desde algunos días a esta parte, me obliga a dirigirme por la primera y última vez a V. mandándole de la manera más terminante, que en lo sucesivo se abstenga de permitir que el periódico que V. dirige se exprese, al hablar de los valientes, honrados y pundonorosos carlistas de esta provincia, como acostumbra. Resuelto a no tolerar de los enemigos de España insulto alguno, ni injuria, ni calumnia, contra los dignos defensores de la legitimidad, ordeno y mando a V. y a todos los redactores de La Lucha que bajo pena de la vida, usen en adelante formas más urbanas, verídicas y comedidas, del contrario sobre las personas de VV. todas caerá la responsabilidad solidaria; con el bien entendido que la enmienda no eximirá a VV. de la responsabilidad que en su día se les hará efectiva obligándoles a responder de las palabras y frases indignas que basta ahora se han injustamente permitido.—Dios guarde a V. muchos años.— Rupit, 19 de septiembre de 1872.—El Comandante General, Savalls. — Sr. Director del periódico La Lucha.”
Savalls, recorriendo el camino impredecible que caracterizaba sus incursiones, llegó a Tortellá al frente de 800 voluntarios. En esta villa asistió a la misa celebrada en la plaza mayor. Después, marchó a Maià y el día 23 se encontraba en Sant Llorenç de la Muga, donde exigió al ayuntamiento que le entregara la contribución pagada por los vecinos durante el último trimestre. Los carlistas desfilaron por las calles del pueblo, bailando la farándula y dando vivas a la religión, a Carlos VII y al general Savalls.
En una fecha que no podemos precisar de este mes de septiembre, Savalls protagonizó el tipo de acción guerrillera que demuestra el conocimiento exacto que tenía de la geografía del país y en concreto, de su orografía. Los hechos que ahora comentaremos han sido relatados por diferentes memorialistas- entre ellos, Kirkpatrick- con diferencias poco substanciales. Se dice que Savalls fue cercado por las tropas de Gabriel Baldrich cerca de Puigcerdà, a tocar de la frontera con Francia, mientras se hallaba al pie de una montaña escarpada. Los liberales pensaron que, con toda seguridad, a la mañana siguiente los carlistas caerían en sus manos. Pero, Savalls reunió a todos sus hombres y les explicó que conocía un camino de tránsito muy difícil durante el día y mucho más peligroso durante la noche, que conducía a la cima del monte y a la frontera francesa. Savalls dejó la decisión de tomar este camino en manos de los voluntarios y trescientas voces entusiasmadas le respondieron al unísono que aceptaban el reto. Por la noche, Savalls guió a sus hombres hasta la cima del monte. Al amanecer los liberales se dieron cuenta de que sus enemigos habían desaparecido pero Savalls les observaba desde arriba de la montaña, esperando que se retiraran. Al fin, cuando los liberales se dispusieron a abandonar el lugar, el ampurdanés condujo a sus hombres siguiendo, por el lado francés, un camino paralelo a la frontera, al sur de la cual marchaba la tropa de Baldrich en la misma dirección. Luego Savalls, habiendo avanzado a los liberales, volvió a territorio español y les cogió desprevenidos, ocasionándoles la derrota.
El Xic de Sallent, Barrancot, el Tremendo- lugarteniente de Barrancot- y Frigola, al mando de 400 hombres, pernoctaron en Castellfollit de la Roca durante el 9 de octubre.
En el día 12 el ayuntamiento de Girona empezó las obras de fortificación de la ciudad. La noticia periodística aclaraba que estas defensas debían servir para detener los ataques de los carlistas y de otros “que quisieran imitar su conducta”. Evidentemente, los imitadores temidos eran los republicanos.
Durante el día 15, Barrancot pasó por Cervià al frente de 60 hombres. En la misma fecha se supo que Savalls y Vidal de la Llobatera habían pasado a Francia para recibir órdenes. Después que Savalls hubo vuelto de Francia y – decía el periodista- también hubo “conferenciado en Barcelona”, apareció nuevamente en l’Empordà al frente de 600 voluntarios.
Una noticia del día 25 descubría que en la plaza de Osor había aparecido un comunicado de Savalls dirigido a diferentes ayuntamientos gerundenses y que decía lo siguiente: “Ejército Real de Cataluña.— Comandancia General de la provincia de Gerona.—Deseando mejorar el servicio del Rey nuestro señor D. Carlos VII (q.D.g.) vengo en disponer lo siguiente: Articulo único. Se impone pena de la vida a toda autoridad o particular que diere noticia o parte al enemigo de la entrada, salida o estancia en los pueblos de las fuerzas legitimas de la provincia.—Lo que se pone en conocimiento del público para los efectos consiguientes. Campo del Honor, 24 de octubre de 1872.—El Mariscal de Campo, Comandante General, Savalls”.
El día 29, Savalls encabezando una fuerza de 400 infantes y 30 jinetes entró en Palafrugell y luego, al mediodía, alcanzó Palamós, de donde requisó 2000 duros. Después fue a Sant Feliu de Guíxols y al llegar la noche se presentó en Lloret de Mar. En este pueblo ocupó el ayuntamiento y exigió que le fueran entregados 3000 duros del arca municipal. El corresponsal del periódico observó que la tropa de Savalls estaba formada mayormente por jóvenes de entre 18 y 20 años. Los vecinos fueron requeridos para que procurasen alojamiento a los carlistas. El farmacéutico Martínez, regidor de hacienda pública, no pudo satisfacer el total de dinero exigido al ayuntamiento ya que en la caja solo había 1000 duros y alegó que no podía vaciarla por causa injustificada. Savalls respondió exigiendo que la cantidad fuera cubierta mediante las aportaciones de los propietarios censados en el pueblo. A las siete de la mañana siguiente, después que los carlistas asistieran a la misa celebrada en el paseo del Mar, Savalls y los suyos salieron de Lloret llevándose consigo al farmacéutico Martínez. De paso, requisaron dos caballos en la estación de diligencias de la empresa “El noi Agustí” que cubría el trayecto a Blanes. A las afueras de la población, Savalls liberó al rehén después que éste le prometiera que, cuando volvieran las huestes de Carlos, les pagaría la contribución correspondiente al municipio que no había podido satisfacer.
El dia 2 de noviembre, en Sant Hilari de Sacalm, Savalls se enfrentó a la columna de Andía. Los carlistas optaron por dispersarse.
La prensa del día 7 informó de que los carlistas divididos en partidas mandadas por Barrancot, Isern y el Tremendo viajaban de un lado a otro y en los pueblos que cruzaban exigían contribuciones. El periodista mencionaba algunas de las poblaciones en las cuales habían extorsionado a los ayuntamientos: Les Escaules, Boadella, Viure, Vilarnadal (Masarac) y Pont de Molins. En las dos últimas mencionadas, los rebeldes secuestraron a los alcaldes y secretarios porqué no habían pagado lo requerido alegando que no disponían del dinero. En el camino, las partidas carlistas destrozaron la línea telegráfica. La prensa también se hacía eco de los 1700 duros que Savalls había obtenido del ayuntamiento de Caldes de Malavella. Alrededor del día 14, se confirmó que las líneas telegráficas y ferroviarias de Gerona a Francia, a Barcelona y a Olot, habían sido destruidas.
Durante la tarde del día 15, Savalls, Auguet y Figueras permanecían en Susqueda. A la mañana siguiente, Barrancot se presentó en L’Escala y secuestró al alcalde y a un propietario. Después, pasó por Gauses, Les Olives, Garrigoles y Verges, cobrando contribuciones en todas partes.
Savalls, Barrancot, Auguet, Isern y El Tremendo, al frente de 900 hombres, lucharon contra el regimiento de infantería de Toledo, apoyada por una sección de artillería de montaña y una de caballería, en Beuda. Eso sucedió el día 19 y muy probablemente, el choque fue provocado por el ataque de los gubernamentales al caserío del Noguer de Segueró, el cual constituía una especie de cuartel general para los rebeldes. La prensa informaba que los rebeldes habían sufrido 45 bajas.
Los carlistas se situaron en Pont Major y en El Pedret, a las puertas de Girona. La autoridad militar de la ciudad envió una columna fuera de las murallas para echarlos del entorno pero los carlistas subieron hasta el castillo de la montaña de Monjuïc y se hicieron fuertes en el mismo. Los perseguidores y los perseguidos intercambiaron unos cuantos disparos. Un grupo de señoras y señoritas gerundenses treparon al castillo entremedio del fuego cruzado y entregaron boinas, fajas, banderas y escapularios a los asediados. Eso sucedió el día 30 y la noticia originó una cadena de gacetillas de contenido tímido y enfoques indirectos, de las cuales se deduce, no obstante, que Girona permanecía parcialmente asediada por los carlistas.
El alcalde de Girona fue informado del bando de Savalls que ahora se reproduce:: “Comandancia General de la provincia de Gerona. — Habiendo tornado a las armas el partido republicano federal, con objeto de derribar lo existente, mando a todas las autoridades civiles y militares de la provincia de Gerona, que les den toda la protección posible, mientras no exijan la contribución ni molesten a los particulares.—Si alguna fuerza republicana acude a algún jefe carlista o se reúne con él, éste podrá (exigiendo el correspondiente recibo) socorrerla, y si fuese necesario, ayudarlos con las armas; considerarlos como hermanos, mientras respeten la propiedad.—Lo que comunico a V. S. para que a su vez lo haga al Ayuntamiento de Puente Mayor.—Dios guarde a V. S. muchos años.—Rupit, 2 de diciembre de 1872.—El Comandante General, Savalls.—Sr. Alcalde constitucional de la Ciudad de Gerona”. Durante el día 4 de diciembre, Savalls con 300 hombres, permanecía en Les Preses. Allá recibió la visita de un grupo de señoras que le regalaron unos tejidos bordados. Savalls les agradeció el regalo y prometió a las visitantes que volverían a encontrarse para celebrar la navidad comiendo turrones en Olot.
Una partida de requetés se presentó delante de Olot y disparó contra la torre de Montolivet, defendida por los voluntarios de la libertad. Después, al alba, llegaron las partidas de Savalls, Auguet y Figueres, que se apoderaron de algunas casas a las afueras de la ciudad y de una que estaba situada detrás del cuartel cercano a la iglesia de Sant Esteve. La lucha fue encarnizada pero a las tres de la madrugada del día 6, los carlistas se retiraron.
La columna mandada por José Cabrinetty, al mediodía del mismo día 6, se enfrentó a una fuerza de 600 carlistas en la ermita del Coll y consiguió un botín de dos caballos, veinte fusiles, un trabuco, diez bayonetas, dos machetes, siete pistolas, seis sables y treinta cananas.
Los carlistas mantenían sus posiciones alrededor de Girona, controlaban las entradas y salidas de los ciudadanos, encendían fogatas en la montaña de Montjuïc y en definitiva, ocupaban Pont Major, Sarrià y Santa Eugènia. En estos pueblos, los rebeldes exigían víveres a los vecinos pero pagaban sus dispendios. Los carlistas presos en la cárcel de la ciudad recibían visitas de señoras y jóvenes simpatizantes que les ofrecían dulces y les felicitaban efusivamente.
El día de navidad, Savalls, Auguet y Frigola, al frente de 600 hombres, lucharon contra las columnas de Cabrinetty y Andía en la Cellera de Ter y en Anglès. Luego, los carlistas se fueron en dirección a Sant Hilari de Sacalm.
Rafael Tristany recibió el cargo interino de comandante general de los carlistas catalanes, en el que debía permanecer hasta que el titular, Alfonso Carlos de Borbón, pudiese pasar la frontera hacia el Principado. Desde del mes de abril, los Infantes residían en tierra catalana del norte, pues Carlos VII les había requerido para que Alfonso cogiera las riendas de la guerra en Cataluña. Precisamente, el día 31 de diciembre, los Infantes Alfonso Carlos y María de las Nieves de Braganza cruzaron la frontera por el río de la Muga y entraron en territorio español.
Desde que Alfonso Carlos tomó posesión del cargo por el que le nombró su hermano, insistió que era necesaria la estructuración de las partidas carlistas catalanas en batallones, así como debía construirse un ejército carlista del Principado de carácter jerárquico y piramidal. No obstante, los hermanos reales admitían la lucha guerrillera, aunque solo fuera para mantener vivo el levantamiento en Cataluña, mientras se preparaban para poner en marcha el frente bélico principal que, de acuerdo con sus planes, debía situarse en el País Vasco y Navarra.
Al fin, el “periodo oscuro” al que se refería Kirkpatrick para significar la lucha carlista catalana durante el año 1872, no abraza únicamente este año sino que, por lo que se refiere a los problemas, las rivalidades internas y los particularismos de los cabecillas que conducían esta campaña, la oscuridad se prolongó, con más o menos intensidad, hasta que acabó la guerra. Savalls ha sido considerado uno de los principales- por no decir, el principal- promotor y sostenedor de esta forma de guerrear particularista, insolidaria, descoordinada e indisciplinada, lo que, en parte muy importante, es debido a las memorias que escribió la esposa de Alfonso Carlos, la aristócrata portuguesa María de las Nieves de Braganza.
Savalls y los Infantes Alfonso y María de las Nieves.
Alfonso Carlos y su esposa, desde antes que cruzaran la frontera para entrar en el Principado, ya tenían mala opinión de Savalls. María de las Nieves explica que, aunque Alfonso no apreciaba para nada a Savalls, tuvo que nombrarlo comandante de las fuerzas carlistas de Girona, condicionado por la situación que se creó con la deserción de Estartús. Entonces, Alfonso se esforzó para enaltecer al ampurdanés ante su hermano y “escribía a Carlos todo cuanto le referían en pro de Savalls, comunicándole noticias de combates victoriosos, cuyas relaciones corrían por la frontera, pero de las cuales se supo más tarde, o que no eran tales, o que ni se dieron siquiera”.
Ciertamente, los Infantes no sentían ninguna simpatía por Savalls, ni por la mayoría de cabecillas que le acompañaban, lo que se debía, entre otras razones, a que éstos les ignoraban y actuaban por su cuenta. Cuando, en el verano de 1872, Alfonso emitió una orden que prohibía la guerra sin cuartel que llevaban a cabo Savalls y otros jefes- sobre todo, gerundenses- el pretendiente corrigió a su hermano y con eufemismos, declaró que las represalias, en ocasiones, devenían necesarias. Después que Savalls, en Berga, durante el 27 de marzo de 1873, ordenara el fusilamiento de más de 60 prisioneros, a los cuales Alfonso había prometido que les sería respetada la vida, María de las Nieves confesó que su marido no había podido destituir al general ampurdanés porqué Carlos no lo permitió.
En cambio, la simpatía que sentía Carlos por Savalls se originó en la frustración que atenazó al joven pretendiente- tenía 27 años- desde el momento que se propuso llevar a cabo la guerra para conquistar la corona española. El empuje de Carlos para iniciar la contienda no fue totalmente compartido, en ocasiones, ni tan solo por la gente que le resultaba más próxima. Los golpes fracasados, las dilaciones más o menos fundadas y las dificultades de organización, entorpecían constantemente sus planes. Carlos tenía la sensación que los partidarios que le acompañaban, políticos y cortesanos, le ponían todo tipo de trabas. En estas circunstancias, después de un par de complots fracasados, de las inacabables dificultades para encontrar financiación, de las dudas y deserciones más o menos disimuladas, apareció el coronel Savalls y sin demoras ni reconvenciones, cruzó la frontera y se puso a repartir sablazos, a requisar dinero y a pasear la bandera carlista por todos los rincones de la vieja Cataluña. Carlos que, ni tan solo sentía el afecto sincero de Alfonso, creyó haber encontrado el hombre activo, eficaz y enérgico, que era capaz de concitar el respeto de los grandes propietarios, así como la admiración del pueblo bajo.
María de las Nieves nos cuenta en sus Memorias la cadena de desprecios que recibieron los Infantes, sobre todo, por parte de Savalls. El 30 de diciembre de 1872, Alfonso y Doña Blanca entraron en el Principado por el tramo de frontera del río de la Muga. Entonces, la Infanta dijo lo siguiente: “Había quedado convenido que el día siguiente de nuestra entrada en España deberían venir bien Savalls, bien Auguet u otro jefe de los principales de Gerona a recibirnos”. Pero nadie se presentó en el hostal de la Muga donde recabaron los Infantes.
Habida cuenta del fracaso del levantamiento de los somatenes de las comarcas gerundenses, que había sido previsto para cubrir la entrada de los Infantes en España- de la cual ya habían informado los periódicos franceses- los recién llegados se sentían desamparados y enviaron un mensaje impaciente a Savalls para comunicarle que le esperaban en Sadernes. El primer día de enero de 1873, Alfonso y María de las Nieves abandonaron Sadernes sin que hubieran recibido ninguna noticia de Savalls. La Infanta comento que “Savalls, […] ya debía saber que el no dar importancia a nuestra presencia en Cataluña podía costarnos la vida”. La pareja de aristócratas, después que hubieran pasado por una gran masía- seguramente, el Noguer de Segueró- y luego, por Sallent, subieron al santuario de Sant Aniol de Finestres.
Savalls se presentó a los Infantes el día 8, una vez supo que Alfonso se había librado de la compañía del mariscal Larramendi enviándolo a una misión imaginaria a Barcelona, ya que el hermano del pretendiente sabía que tanto Savalls como Castells estaban indignados porque había nombrado a este oficial- que sirvió en el ejército gubernamental hasta el complot carlista de 1869- como jefe de su estado mayor.
Claro está que Savalls, aun siendo el comandante carlista catalán más adversario de los Infantes, no fue el único. Joan Castells, destituido como jefe superior de la provincia de Barcelona, siempre se mantuvo guerreando por su cuenta, al frente de una partida que nunca superó los 600 hombres. Castells devino otro enemigo de Larramendi. Josep Pla resumió la actitud de los cabecillas catalanes de la época con unas frases lapidarias: “Los generales carlistas catalanes fueron todos particularistas y no se dejaban mandar por forasteros. La lucha entre Savalls y don Alfonso Carlos y Larramendi fue épica. Las Memorias de doña Blanca son, en este punto, irrebatibles”. Roman Oyarzun, en su Historia del carlismo opina en el mismo sentido y de forma tan taxativa o más, que el escritor gerundense: “Si hubiera habido mayor unión […] y mayor disciplina […] las fuerzas catalanas hubieran sido capaces de obtener triunfos gloriosos. Pero los odios que existían entre unos y otros, la enemiga feroz a reconocer como jefe a nadie que no fuera catalán (esto mismo ocurrió en la guerra de los siete años) […] malogró los esfuerzos…”
En cualquier caso, Savalls acompañó a Alfonso y María de las Nieves durante un par de meses, hasta que se hartó y en fecha del 19 de abril de 1873, en Sant Pere de Torelló, les hizo saber que les abandonaba a su suerte y les aconsejó- textualmente- “que se espabilaran”. Los Infantes le pidieron que el batallón de Auguet permaneciera a su lado pero el ampurdanés se excusó de mala manera, diciéndoles que Auguet no quería pertenecer al cuartel general de los Infantes porqué le entorpecía. María de las Nieves afirmó que Savalls atribuía a Auguet la siguiente opinión: que no quería “ni proteger, ni arrastrar tras él todo aquel equipaje”. Al cabo del tiempo, Savalls volvió a la compañía de los Infantes, por espacios de tiempo más o menos intermitentes. Alfonso lo nombró capitán general del Principado y lo hizo, posiblemente, con la esperanza de mantenerle a su lado pero Savalls nunca quiso formar parte de la corte de los Infantes y siempre hizo su voluntad.
Ahora bien, debemos reconocer que si ciertamente los carlistas catalanes nunca facilitaron el cumplimiento de la misión que Carlos confió a su hermano Alfonso, tampoco se prestaban apoyo mutuo. Kirkpatrick sentenció que la rivalidad entre los jefes carlistas y la repugnancia que algunos sentían a la obediencia de las órdenes de Alfonso perjudicaban las operaciones militares que impulsaban pero el norteamericano dudaba entre el respeto admirativo y el rechazo a la lucha de guerrillas, lo que queda demostrado por la atención que dedicó a Savalls, en la actuación del cual personalizó las virtudes y los defectos de los combatientes catalanes.
La opinión que le merecía Savalls a Kirkpatrick evolucionó durante el transcurso de la guerra. Inicialmente, el norteamericano consideró que el ampurdanés era un cabecilla audaz que entendía la naturaleza de la guerra pero, al fin, dijo lo siguiente: “Savalls era ambiciosos, indomable, enérgico y brillante en lo que se refiere a la ejecución de los proyectos y popular entre los soldados. Savalls atraía a los oficiales y soldados de otros grupos […] ya que trabajaba más que nadie para mantener el levantamiento popular”. Pero luego, el autor de estos comentarios, se refería a la otra vertiente del carácter de Savalls: “… era independiente, desobedecía las órdenes superiores y se oponía a la colaboración con otras partidas carlistas en aquellos momentos que su ayuda hubiese sido trascendente”.
La causa de la tirantez existente entre los cabecillas carlistas y los Infantes radicaba- en primer lugar- en la juventud de Alfonso y María de las Nieves, los cuales justo habían cumplido 23 y 20 años, respectivamente, cuando cruzaron la frontera para encabezar el levantamiento en Cataluña. Los viejos cabecillas (Savalls, Estartús, Castells, los Tristany…) era veteranos de la primera guerra y de la de los matiners, y algunos de ellos también habían participado en el alzamiento de 1855. Además, por lo menos duplicaban o triplicaban la edad de los Infantes. María de las Nieves explica que en una de las primeras masías en las cuales ella y su esposo se refugiaron, los habitantes de la misma la llamaban “la noieta” (chiquilla) y a Alfonso, le llamaban “el noi” (el chico).
La segunda razón de la animosidad que Savalls, Castells y otros cabecillas sentían por Alfonso y María de las Nieves tenía raíces en el carácter aristocrático y las ínfulas palaciegas de la pareja, la cual transitó por la guerra con aires diletantes, acompañados de una corte de rancios nobles aventureros y de un batallón de zuavos, a la manera de los pontificios- de los cuales Alfonso fue miembro- y formado, en parte importante por veteranos de aquella unidad romana. Joaquim D’Alos retrató a Alfonso Carlos con rasgos de cierta crueldad y escribió que el Infante “… lleva el estado mayor con unos gentil hombres, todos se titulaban condes y marqueses, todos extranjeros, unos italianos, franceses y alemanes, gente dada al vino, borrachos y francmasones, que eran los que inspiraban y dominaban al Infante, joven tímido y casi puede decirse un estudiante, sin voluntad propia ni carácter”.
Por lo que se refiere a María de las Nieves, el autor citado se muestra más amable pero evidentemente la Infanta solamente era, a los ojos del observador, la esposa de Alfonso Carlos: “[María de las Nieves] iba a caballo en la escolta del Infante. Mujer de carácter vivo, pequeña de estatura, delgada, rubia y guapita de figura fina”.
Hubo muchas personas, sobre todo en el mundo rural, que quedaron encantadas ante la estampa de aquella chica de sangre azul que había escogido las incomodidades de la guerra para permanecer al lado de su marido, en vez de quedarse cómodamente entretenida en palacio. Se dice que durante la estancia de María de las Nieves- llamada doña Blanca- en Cataluña, muchas niñas fueron bautizadas con su nombre. La popularidad de la Infanta entre los payeses y los menestrales conservadores de los pueblos queda demostrada, senso contrario, por el odio que provocó entre los partidarios de las facciones liberales y republicanas, pues de otra manera no se entendería el esfuerzo que invirtieron en denigrarla e incluso, para matarla. María de las Nieves explica que Cabrinetty había proclamado que cuando la atrapase haría longanizas con su carne y también explica los atentados contra su vida que sufrió, los cuales no siempre está claro que fuesen cometidos por agentes infiltrados del enemigo. Ignace Wils, voluntario carlista, amigo y compañero de armas del Infante Alfonso en Roma, así como comandante del batallón de zuavos, salvó a los príncipes, “in extremis”, de un par o tres de atentados. Durante el mes de abril de 1874, habiendo llegado a su nivel máximo el enfrentamiento que mantenían los Infantes y Savalls, los aristócratas se retiraron a Perpiñán, con la esperanza de que Carlos VII hubiera corregido al ampurdanés. Entonces Alfonso llamó a Savalls para que se le presentase en Perpiñán y allá sancionarlo con el destierro y alejarlo temporalmente del Principado. Mientras el general cumplía la pena, Alfonso planeaba volver a territorio español y recuperar las riendas de la guerra en Cataluña. En esta ocasión Savalls cumplió la orden pero antes de iniciar el viaje a Perpiñán reunió a los más fieles de sus hombres y les participó del peligro que le acechaba en Francia. En dicha reunión se decidió que si después de la entrevista con Alfonso, el general no retornaba a casa sano y salvo, los Infantes deberían morir tan pronto como volvieran a pisar suelo español. Mosén Josep Anton Galceran, hermano de Jeroni, se trasladó precipitadamente a Perpiñán para prevenir a Alfonso de la amenaza que se había acordado en el cónclave de los adictos al ampurdanés. La amenaza surtió los efectos deseados por Savalls y los suyos ya que éste volvió tranquilamente del viaje a la capital del Rosellón al cabo de pocos días que hubo parlamentado con Alfonso.
Es decir, la antipatía a los Infantes apuntaba, principalmente a Alfonso pero no perdonaba a doña Blanca porqué era una mujer demasiado lista. Está claro que un liberal como Benito Pérez Galdós no tenía ninguna afecto por la Infanta ya que en el “episodio nacional” titulado “De Cartago a Sagunto”, la trata de marimacho, hembra temeraria que en las actuaciones negaba su sexo e imitadora de Atila. Pero, esta aversión hacia María de las Nieves también encontró un hueco entre muchos viejos luchadores carlistas de la primera generación. Existe una historieta novelada, que fue publicada en fascículos al final del siglo XIX- o, quizá, a principios del siglo XX- y titulada “Memorias de Donña Blanca”[31], el guión fantasioso de la cual evidencia la incomprensión y la maledicencia que hirieron a la Infanta. Un viejo conspirador carlista que aparece en esta historieta, exclama “a mi edad, mandado por un general con faldas, maldita la gracia que me hace”.Precisamente, la trama de la novelita consiste en suponer que la señora llamada María de las Nieves, que se casó con Alfonso Carlos y le acompañó durante la campaña carlista, no era la verdadera princesa portuguesa sino que se trataba de una joven aventurera italiana, asesina y sexualmente promiscua, que respondía al nombre de Angiolina Ferreti. En el transcurso de la narración aparecen algunos de los principales cabecillas carlistas catalanes, como Savalls, Castells, Barrancot y Miret- éste, uno de los jóvenes enamorados de Angiolina-. Savalls, en la ficción, sospecha de la verdadera personalidad de la que dice ser la Infanta pues le recuerda vagamente a una mujer que conoció en Roma y que se le parecía mucho. Al fin, la imaginación del autor de estas “Memorias” ficticias fundaba su argumento en el rechazo que originó entre la gente más conservadora, fueran liberales o carlistas, una mujer de la aristocracia que se atrevía a tomar roles masculinos, en vez de permanecer en su mansión palaciega, preocuparse en tener hijos, recibir visitas, lucir joyas y dedicarse a las obras de caridad. Claro está que el mismo rechazo podría haber afectado a Francesca Guarch, la valenciana que, disfrazada de joven voluntario, luchó en las filas de Savalls hasta que fue descubierta, pero Francesca no era una aristócrata y por lo tanto no debía dar ejemplo a nadie.
Por lo menos, se puede constatar otra causa profunda que motivó la aversión que muchos cabecillas catalanes sentían por Alfonso Carlos, la cual consistía en la obsesión organizativa que tenían el pretendiente y su hermano. Ambos pensaban en la guerra a la manera clásica, donde se enfrentaban ejércitos ordenados en cuerpos y armas, divisiones, batallones y todo lo demás. Para empezar, Carlos y su hermano querían un único ejército carlista, dividido en dos “departamentos”- el del Norte y el de Cataluña y el Centro- ya que lo prioritario para ellos era la consolidación de un Estado alternativo al Estado liberal. La lucha de guerrillas, improvisada e indisciplinada, no daba la imagen de una alternativa de poder seria que facilitara que las potencias europeas- Gran Bretaña, Alemania y Francia- reconociesen a los carlistas como fuerza beligerante legítima. Kirkpatrick definió el problema sin rodeos: “La rivalidad entre los jefes carlistas y la repugnancia que algunos sentían al tener que obedecer las órdenes de don Alfonso, contrarrestaron las operaciones carlistas e impidieron que se obtuvieran ventajas”, y también dijo que “los esfuerzos de don Alfonso a fin de unificar las operaciones en Cataluña no acabaron de triunfar y la situación devino desesperada”.
Por todo lo dicho, lo cierto es que ni Savalls, ni Castells- que durante la guerra había cumplido los 70 años- ni ningún otro cabecilla gerundense, barcelonés o leridano, obedecieron a Alfonso Carlos y en realidad lo trataron como si fuera otro cabecilla, esperando que durante la campaña se espabilara por su cuenta, tal como le había recomendado Savalls y como ellos hacían. Lo cual no significa, claro está, que de vez en cuando Rafael Tristany, el mismo Savalls u otros jefes se encontraran por el camino con los Infantes y entonces juntaran sus fuerzas para llevar a cabo determinadas acciones. Pero, al fin, cuando Alfonso y María de las Nieves abandonaron Cataluña para dirigirse al Maestrazgo y a Castilla y entonces quisieron llevarse consigo a parte de los efectivos catalanes, solamente les siguieron, entre los generales importantes, los tarraconenses Josep Agramunt, alias “el capellà” (el cura) de Flix y Martí Miret.
Durante los primeros momentos de la campaña, María de las Nieves razonaba que en Cataluña, “la provincia más propicia al desarrollo de las pequeñas y nacientes partidas, era la de Gerona, que excedía en mucho a las demás”, puesto que junto con la de Barcelona lo tenían todo a favor, tanto por lo que se refiere a la topografía como a su riqueza.
En enero de 1873, la Junta de Armamento y Defensa de Olot multiplicaba sus esfuerzos para proteger la ciudad ante la amenaza carlista. La Junta manifestó que destinaba 170.000 reales a la fortificación y el reclutamiento de soldados. Durante el día 9 se ensayó un cañón de la casa Barbieri y se inauguró un taller destinado a la reparación de armamento. Mientras, Castells ocupó Santa Pau al frente de 200 hombres y allá esperó que llegara Rafael Tristany.
La razón de la concentración carlista en la comarca de la Garrotxa se atribuía a la entrada de los Infantes Alfonso y María de las Nieves en territorio del Principado. El brigadier Cabrinetty salió de Olot y avanzó por el camino de Santa Pau con el objetivo de encontrar a los concentrados, que estaban en Mieres, a las órdenes de Savalls, Auguet, Frigola, Bosch, Muxí y otros. Los carlistas disponían de 1000 hombres y el choque fue violento. Frigola murió en el encuentro.
Al finalizar el mes de enero, la villa de Ripoll fue asaltada por los carlistas a las órdenes de Jeroni Galceran, Vila de Prat, Climent y otros cabecillas. Al cabo de un cuarto de hora de haberse iniciado el ataque, la población permanecía totalmente cercada por los carlistas pero al fin los asediados consiguieron rechazarlos. Los asaltantes sufrieron muchas bajas, mientras que los asediados- según la prensa- no tuvieron que lamentar ninguna. A las 10 de la noche todavía se escuchaban disparos esporádicos, que se prolongaron hasta las 3 de la madrugada. Entonces los carlistas, al darse cuenta que se les acercaban las columnas del ejército gubernamental, abandonaron las posiciones alrededor de la villa.
Un médico salía cada mañana de Girona para asistir a un cabecilla carlista que había sido gravemente herido. Seguramente esta noticia de la prensa debe relacionarse con la información que nos proporciona Rafael Puget, a través de Josep Pla: “Durante el curso de la guerra [Auguet] cayó enfermo de tifus y fue trasladado sobre una mula a una masía del Collsacabra. En el momento álgido de la enfermedad, apareció la tropa por los alrededores de la casa. Con fiebre de cuarenta grados, fue descolgado por una ventana mediante una escalera de mano, emboscado e instalado en una cueva, sobre un colchón de paja, donde, sumido en condiciones higiénicas inimaginables, superó la enfermedad.”
En el día 1 de febrero se supo que los carlistas habían fusilado al señor Simó Pedrosa en Sant Feliu de Pallarols. El grupo, dirigido por Ferrer, a las órdenes superiores de Savalls, que había ejecutado a este propietario, también mató a dos liberales en Sant Esteve d’en Bas y al estanquero de Lliurona.
Durante el día 7 de febrero, los carlistas se apoderaron de la estación de ferrocarril de Sils y requisaron la correspondencia oficial que transportaban los trenes que iban hacia el norte y hacia el sur.
Con fecha once de febrero, habiendo abdicado el rey Amadeo de Saboya, se proclamó la república española.
Cabrinetty atacó con artillería a los carlistas que, durante el día 18, se habían apoderado de Santa Pau y aunque la batalla fue dura porqué hubo abundantes muertos y heridos en ambos lados contendientes, la prensa no mencionaba que los ocupantes del pueblo hubiesen sido desalojados. En realidad, los carlistas ocuparon la zona del Collsacabra a lo largo de toda la guerra.
Un grupo de jóvenes que pertenecían a las familias gerundenses más consideradas huyeron de sus casas y se alistaron a las filas carlistas con el objetivo de formar una escolta de honor al servicio de los Infantes. Entre dichos jóvenes se encontraban los hermanos Joaquim, Lluís y Marià Vayreda. El escritor Marià Vayreda relató su experiencia cuando clandestinamente tomó el camino de la montaña a la búsqueda de las tropas carlistas: “Por aquellos días se escampó la noticia de que el príncipe don Alfonso, hermano de don Carlos, junto con su esposa María de las Nieves habían entrado por la frontera y por esta causa se reanimó el espíritu guerrero de las masas carlistas. Se trataba de formar un escuadrón de jóvenes distinguidos del país que les sirviese como guardia de honor y mi hermano segundo, que ya había tenido la experiencia de algunas salidas fracasadas, fue invitado a unirse al mismo. Sin que yo hubiera sido convidado, me adherí al proyecto y nadie se opuso […]. Solos y de forma desapercibida, llegamos horas más tarde al Cavaller de Vidrà, que había sido convertido en cuartel general de la carlistada”.
No sabemos si, al fin, los hermanos Vayreda consiguieron formar parte de la comitiva de grandes propietarios gerundenses que acompañaron a Alfonso y María de las Nieves, en su- digámos- presentación oficial en territorio catalán. Marià Vayreda que, por aquel entonces tenía 17 años, fue destinado al estado mayor del general Savalls como alférez ayudante del brigadier Albert Morera- personaje muy sospechoso al cual se atribuyen relaciones de intermediación con los liberales-. Entonces, todas las partidas carlistas, salvo la que dirigía personalmente Savalls, se dirigieron a Santa Pau para recibir y acompañar con gran pompa al capitán general Alfonso Carlos de Borbón, a los diez comandantes de su estado mayor y- añadía el cronista- “a su amazona consorte”. Ésta, María de las Nieves, recordó el recibimiento y lo explicó meticulosamente: “El domingo, 23 de febrero de 1873, fue para nosotros un día muy solemne, pues en él nos reunimos por primera vez, con fuerzas carlistas […] Alfonso vistió su uniforme de campaña y yo una amazona […] un buen número de propietarios había decidido formar una escolta de honor que siempre había de acompañarnos, pues no querían que estuviéramos atados de pies y manos al jefe [Savalls], en el que no tenían sino mediana confianza, al ver cómo nos dejó abandonados cuando entramos en Cataluña […] Nos saludaron entusiasmados los voluntarios y con ellos seguimos hasta el pueblo de las Presas, en el que nos recibió Savalls, con parte de las fuerzas de la provincia de Gerona, el clero, autoridades del pueblo y casi todos sus habitantes. Tuvimos luego una misa militar…”.
Alfonso nombró a Francesc Savalls en los cargos de comandante general del ejército real en el Principado y comandante de las provincias de Girona y Barcelona.
Ciertamente, Alfonso no quería aparecer como una mera figura decorativa sino que necesitaba que los cabecillas de las partidas, los propietarios que daban apoyo a los carlistas y el pueblo llano le reconocieran su primacía por los méritos que obtendría en el campo de batalla. Es decir, Alfonso necesitaba superar, a los ojos de la gente y de los jefes carlistas, la poca consistencia de las razones que sustentaban la alta responsabilidad que le había sido encomendada y que se resumían en el hecho biológico de la sangre azul que corría por sus venas y en la circunstancia de que era hermano del pretendiente a la corona. Alfonso sabía a ciencia cierta que los cabecillas de las partidas catalanas le consideraban un joven inseguro, inexperto, influenciable e imbuido de conceptos palaciegos y románticos, de acuerdo con los cuales, incluso había ido a la guerra acompañado de su esposa, como el que va a una fiesta campestre. Por eso, Alfonso, habiendo nombrado a Savalls comandante general, a sus órdenes, también resolvió que inmediatamente, después de haber celebrado los festejos con los que fue homenajeado en Les Preses, encabezaría una expedición militar que debía llevarle a la conquista de las principales capitales comarcales catalanas. De esta manera- pensaba- también podría poner los cimientos en el objetivo de juntar y estructurar las partidas carlistas, acabando con la guerra de acciones puntuales e improvisadas.
En primer lugar, Alfonso conquistó Ripoll. Lo consiguió el 23 de marzo de 1873. Al respecto, la nota de prensa ofreció una explicación mínima del hecho. El periodista decía que la iglesia de Sant Eduald había sido incendiada y que durante la noche, los últimos defensores, parapetados en el cuartel, fueron cañoneados hasta que se rindieron. Ocho carabineros de la guarnición del cuartel fueron fusilados. Finalmente, el cronista identificaba a las fuerzas atacantes como aquellas que dirigían “S.A.”- es decir, Su Alteza- y Savalls.
María de las Nieves relata la conquista de Ripoll. Según cuenta la Infanta, para llevar a cabo esta acción se juntaron tropas de barceloneses y gerundenses. Alfonso encargó a Jeroni Galceran que se situase en la Gleva para proteger el ataque, a fin de detener las columnas enemigas que viniesen desde Barcelona a socorrer a los asediados. Efectivamente, la previsión de Alfonso se cumplió y los refuerzos gubernamentales a los asediados chocaron con Galceran en la Gleva. Posiblemente, parte de los refuerzos viajaban en ferrocarril porqué otros cronistas han explicado que Jeroni Galceran cayó mortalmente herido cuando asaltaba un tren. Lo cierto es que el prestigioso comandante carlista perdió el pellejo en el intento. Pero, una columna gubernamental dirigida por Martínez Campos- el mismo que puso fin a la guerra en Cataluña, dos años y medio más tarde- consiguió romper la barrera de las fuerzas carlistas y llegar a la vista de Ripoll, donde fue rechazada por éstos, aunque los liberales consiguieron darles un buen susto. María de las Nieves culpaba a Savalls de la llegada de los gubernamentales a las puertas de Ripoll ya que le acusaba de no haber tomado las medidas de protección habituales. La Infanta cuenta que los ocho carabineros que fueron fusilados lo habían sido porque, después que se rindieron, dispararon contra el pelotón de carlistas que iba a detenerlos.
Berga fue asaltada por las fuerzas de Alfonso y Savalls en el día 27 de marzo. La guarnición de la villa sumaba 500 hombres, entre oficiales y soldados. La lucha resultó encarnizada pero al fin, los carlistas entraron en la capital comarcal. Alfonso y María de las Nieves cabalgaron por las calles en medio de ruinas, de hogueras y de los soldados enemigos, muchos de los cuales todavía sostenían sus armas. Nadie atentó contra los Infantes. Alfonso, a través de Martí Miret, prometió que la vida de todos los prisioneros sería respetada pero cuando salía de Berga, acompañado de su esposa, ambos oyeron descargas de fusiles a sus espaldas y luego se enteraron de que Savalls, faltando a la palabra dada por Alfonso, había ordenado el fusilamiento de 67 prisioneros que pertenecían al cuerpo de los voluntarios de la libertad (llamados cipayos). Eso indignó a la pareja de aristócratas y Alfonso comunicó la grave insubordinación de Savalls a Carlos, pero el rey, otra vez, miró hacia otro lado.
El general Juan Contreras, después de la derrota que sufrieron los suyos en Berga, arengó a las tropas en los términos siguientes: “Soldados; vuestros compañeros de armas, los voluntarios de la República, han sido villanamente fusilados por el cabecilla Savalls y no ha cometido el mismo crimen con los soldados, en la esperanza que de esta manera seríais más débiles en el combate y dejaríais cobardemente abandonados a aquellos valientes defensores de la libertad. Rechazad con indignación las condescendencias que parece concederos ese asesino […]”.
El Infante, acompañado de Savalls, asaltó Puigcerdà en el día 10 de abril. La lucha aquí también fue encarnizada, debido a la situación de la villa a media alzada de la montaña y de las formidables fortificaciones que la defendían, lo que facilitó que los defensores rechazaran los sucesivos ataques de las tropas carlistas. Cabrinetty socorrió con eficacia a los asediados, presentándose al pie de las defensas y barriendo a los asaltantes, a las órdenes de Sabater, que todavía no se habían retirado del lugar. Savalls abandonó el sitio cuando supo que Vila de Prat no había podido detener a Cabrinetty antes de que éste llegara a Puigcerdà. El comandante de armas de la plaza escribió un informe detallado de la batalla que fue incluido por Arsenio Martínez Campos en otro, fechado el mismo día 10 de abril y que tramitó al estado mayor del ejército en Madrid. El comandante de armas de Puigcerdà se mostraba sorprendido por el ataque de los carlistas: “La osadía de atacar Puigcerdà por un punto naturalmente defendido, es solo concebible en aquellos que no conocen su topografía”[32].
También en el caso de la derrota sufrida por los carlistas en Puigcerdà, María de las Nieves cargó las culpas en Savalls y dijo que éste forzó el abandono del sitio sin tener cuidado de los correligionarios que dejaba atrás (los hombres a las órdenes de Sabater) y en un momento en el cual todavía la victoria carlista era posible. Lo cierto es que Savalls seguía a Alfonso de mala gana y en diversas ocasiones le había avisado que le abandonaría. María de las Nieves tomó nota de la forma presuntuosa e insubordinada con la que Savalls comunicó a Alfonso la intención que tenía: “Cuando llegamos, al día siguiente de la retirada de Puigcerdà al pueblo de Gombreny, Savalls, dándose aire de mando, dijo a Alfonso que le dejaría por allá […] que él iba a dar una vuelta por la provincia de Gerona, en la que tal vez se combinaría con Auguet para batir una columna; que de todos modos iba a conducir a sus soldados a su tierra; que con Alfonso nada podía hacer”.
Pero de momento, Savalls se contuvo y no cumplió su amenaza. Entonces, Alfonso propuso el asalto y ocupación de Girona, la cual estaba defendida por una fuerza de 1000 hombres. El proyecto de Alfonso no tenía por objetivo la permanencia en la ciudad, con el fin de convertirla en la capital catalana del carlismo, sino que el Infante planeaba la entrada en ella para cobrar las contribuciones y una vez terminada la recaudación, abandonarla rápidamente. Además, está claro que con la conquista de Girona, aunque fuera momentáneamente, Alfonso hubiera conseguido ponerse una medalla de gran mérito. Savalls, al respecto, remoloneaba y pidió una reunión de jefes para consultarles el proyecto. El encuentro de Alfonso y Savalls con Auguet, Vila de Viladrau y el coronel Cortazar- cuñado de Savalls y jefe de su estado mayor- se llevó a cabo en la Cellera. De entrada, ni Auguet, ni Vila, ni Cortazar tomaron partido en uno u otro sentido. Savalls se mostró reticente y opuso al proyecto de Alfonso el numeroso contingente que formaba la guarnición de la capital y las nuevas fortificaciones que la defendían. Entonces, el resto de jefes se decantaron por la inacción. María de las Nieves, en sus Memorias, señaló el parentesco de Cortazar con Savalls y la amistad que le profesaba Auguet- al cual, no obstante, califica de “bizarrísimo militar”- como sugiriendo que estos cabecillas no opinaron de forma objetiva.
La obsesión de Savalls contra el periódico liberal “La Lucha” se mantenía intacta y la Administración de Correos de Girona comunicó al director del diario que no era necesario que le enviase los paquetes de sus publicaciones porque Savalls había ordenado que fueran fusilados los carteros a los que se les encontrara encima un solo ejemplar del periódico.
Al fin, en fecha del día 19 de abril, Savalls cumplió la amenaza que había formulado a los Infantes en Gombreny y estando en Sant Pere de Torelló, les abandonó. Alfonso le pidió que, por lo menos, permitiera que el batallón de Auguet permaneciera con él pero Savalls le respondió que su amigo no quería cargar con el peso muerto que suponía el estado mayor del Infante y todo el equipo que transportaba. Al fin, Savalls recomendó a los Infantes- textualmente- que se “espabilaran”. Luego, el ampurdanés abandonó a la pareja de aristócratas y tomó el camino del Gironès y l’Empordà. Por entonces, Girona permanecía, todavía, sometida al asedio total. Los carlistas ocupaban los alrededores de la capital y la prensa significaba las partidas de carlistas que se habían instalado en Palau Sacosta, Fornells de la Selva, Bescanó- donde Auguet mantenía a 200 infantes y 20 jinetes- así como Sant Gregori.
Mil hombres a las órdenes directas de Savalls, vestidos con grandes capas, permanecían en la Cellera. Los soldados de caballería que llevaba fueron armados con trabucos.
Barrancot cobró 4200 duros de contribución entre Maçanet de Cabrenys y Darnius.
El general Martínez Campos llegó a Girona para procurar su mejor defensa.
Con fecha del primero de mayo, Savalls hizo público el bando que se reproduce:: “Bando.—Ejército Real de Cataluña.—A los habitantes de las provincias de Gerona y Barcelona.—Hoy, el mentido gobierno de la República quiere destruir vuestras riquezas, prohibiéndoos que viváis en los campos al lado de vuestras fortunas, que con vuestro sudor habéis conseguido. Yo, que estoy dispuesto a no permitir tales desmanes porque sois hijos del país donde nací, y por consiguiente hermanos míos, pelearé hasta perder mi vida para que en vez de enpobreceros, veáis aumentarse vuestros capitales y destruir lo que un mal Gobierno pretende. Así, pues, los que como buenos catalanes no quieran que sus hijos y familias perezcan ante la afrentosa orden de cerrar vuestras casas de campo, donde tenéis fija vuestra vista para el porvenir, uníos todos y levantad somatenes contra esta horda de bandidos que roban y maltratan a los que honradamente viven del fruto de su trabajo, o pedidme auxilio cuando lo necesitéis, que a todas horas me encontraréis dispuesto. Si hubiese algunos, que no lo creo, que desatendiesen cuanto por vuestro bien os comunico, para aquellos he ordenado lo siguiente: 1.° No se obedecerán las ordenes de ninguna autoridad, sea cual fuese su clase, que tienda a la reconcentración de los vecinos que viven en los campos, ni mucho menos que sus casas sean tapiadas, así como el pago adelantado de ninguna contribución, cualquiera que sea su carácter. 2° Si algún vecino se viere obligado por la fuerza a cumplir lo que se prohíbe en el articulo anterior, la obedecerá por el momento, volviendo nuevamente a ocuparía, dándome conocimiento de la autoridad que se lo hubiese ordenado. 3.° Las casas de campo que se encontrasen tapiadas en cualquiera de los puntos donde transita nuestro real ejército, serán desde luego quemadas, imponiendo de 10 a 100 duros de multa a sus dueños, según los bienes de fortuna que posean. Recomiendo a todos los señores comandantes militares, jefes de rondas, batallones y facciones, y en general a todos los dependientes de mi autoridad que se hallen en las dos compañías de mi mando, hagan que se cumpla en todas partes cuanto ordeno y ellos asimismo en la parte que les toca.—Campo del Honor, 1.° de mayo de 1873.—Francisco Savalls.”
Con fecha del día 7, desde el cuartel de Sant Quirze de Besora, Savalls emitió otro bando para prohibir la impresión y reparto de periódicos de cualquier tendencia liberal, amenazando a los infractores con multas y en el caso de que reincidieran, con la quema de sus imprentas y el fusilamiento. Esta era la respuesta que daba a la obstinación del gobierno republicano en impedir la impresión y reparto de la prensa carlista.
Alrededor del día 20 se recuperó la circulación por ferrocarril entre Barcelona y Girona pero los trenes quedaron reducidos a dos convoyes diarios. Hasta el momento, a la huelga de maquinistas, que estaban asustados por los asaltos carlistas, se sumaron los destrozos que éstos ocasionaban a las vías y estaciones por lo que se había tenido que interrumpir la circulación entre las capitales. Se decía que pelotones de carlistas aparecían en medio de las vías en recodos que exigían que el convoy avanzara lentamente y le obligaban a detenerse. Si no lo conseguían, disparaban contra el maquinista, o se subían a los vagones sin que les fuera necesario esforzarse demasiado. Los asaltantes registraban los compartimentos a la busca de soldados gubernamentales, armas y la correspondencia oficial. En ocasiones, descubrían a personas conocidas por su ideología liberal o republicana, o a militares enemigos y los secuestraban.
Savalls ocupó Sant Hilari de Sacalm al frente de 400 infantes y 12 jinetes. A las dos de la tarde se acercó al pueblo una columna del ejército gubernamental para desalojar a los carlistas. Barrancot y Vila de Prat se juntaron a las fuerzas de Savalls. A resultas del choque los gubernamentales lamentaron unos cuantos muertos y heridos pero no sabemos las pérdidas de los carlistas.
El general Arsenio Martínez Campos fue ascendido a mariscal de campo.
Habiendo tomado el gobierno los republicanos unitarios, los partidarios de la república federal se manifestaban por todas partes. Los republicanos catalanes se adscribían, casi de forma exclusiva, al federalismo. Menudeaban las noticias referidas a insubordinaciones masivas de las tropas gubernamentales, protagonizadas por los soldados que se proclamaban federalistas. En Berga, Vic, Manresa y en otros lugares del Principado los soldados allá destinados se negaban a cumplir las órdenes de sus superiores. Durante el día 6 de julio, en el centro de la ciudad de Girona, la totalidad de la tropa de un regimiento se negó a continuar la marcha porque llovía. Intervino personalmente Martínez Campos con el objetivo de restablecer la disciplina pero no lo consiguió. Entonces, el mariscal, admitiendo su fracaso, dimitió y volvió a Madrid. Kirkpatrick recordó estas circunstancias y afirmó que los carlistas no supieron sacar provecho del desorden que sufría al ejército gubernamental.
Mientras Savalls recorría las comarcas gerundenses, Alfonso, acompañado de María de las Nieves, continuaba la incursión que le llevó a las comarcas centrales del Principado, donde se juntó con Rafael Tristany. La Infanta explicó que Alfonso escribía frecuentemente a Carlos para quejarse de la falta de recursos y de la indisciplina de los cabecillas catalanes. Carlos le respondía lamentando, a la vez, que su hermano propagara a los cuatro vientos aquel tipo de opiniones negativas. Carlos aconsejaba a Alfonso que “Es necesario que metas a todo el mundo en cintura, y si es necesario algún escarmiento, hacerlo”. María de las Nieves comentaba “Pero Alfonso sabía perfectamente que si castigaba a Savalls, Carlos acabaría por dar la razón a éste y el perjuicio para la causa sería entonces mayor que antes”.
El 27 de mayo, los Infantes se dirigieron a Gironella para encontrarse con Savalls. Por el camino toparon con Joan Castells, al cual Alfonso había nombrado su ayudante, después de haberlo destituido de jefe de la comandancia de Barcelona, aunque el viejo seguía haciendo su voluntad, cobrando imposiciones allá por donde pasaba. Alfonso le recriminó por insubordinado y Castells, al cabo de unos días, se separó de nuevo de la compañía del Infante para continuar la guerra particular que llevaba a cabo.
Desde Gironella, los Infantes se dirigieron a Borredà donde definitivamente debían reunirse con Savalls. Cuando se acercaban al lugar oyeron el estrépito de una batalla y fueron informados de que Savalls se enfrentaba a una columna del ejército gubernamental. María de las Nieves aprovechó la ocasión para anotar en sus Memorias que, en la opinión de su marido, Savalls se metía en acciones de poca ambición bélica que no suponían ningún beneficio para la causa y añadía que, “Lo que criticaba mucho [Alfonso] en Savalls era la facilidad con que mandaba alguna parte de su fuerza a emprender, a la ligera, una cosa, sin tomar las medidas necesarias para su buen resultado, y que cuando la situación de aquella tropa se volvía crítica y comprometida, la dejaba, generalmente, que se despabilara como pudiera”.
En la jornada del 12 de junio, Alfonso, acompañado por Martí Miret, venció al ejército gubernamental en Oristà.
Durante el 25 de junio ocurrió la batalla que enfrentó a las tropas guiadas por Alfonso de Borbón a un contingente importante del ejército de la República a las òrdenes del brigadier Cabrinetty en Prtas de Lluçanès. La fuerza del Infante estaba formada por los voluntarios de Martí Miret y de Cucala, así como por parte de los efectivos carlistas de Lleida, Tarragona y Barcelona, hasta un total de mil ochocientos hombres. Cabrinetty contaba con tres batallones de reclutas castellanos que sumaban mil quinientos hombres. Marià Vayreda nos cuenta que la caballería carlista, de la cual formaba parte, fue cercada en la cumbre de la pequeña meseta que se llamaba La Cadira de Galceran. Los jinetes del Infante se vieron obligados a escapar de la trampa tomando el camino de bajada entre los enemigos que desde los márgenes los fusilaron sin compasión. El espectáculo que nos describe Vayreda es dantesco. Finalmente, los carlistas se retiraron de Prats de Lluçanès pero nadie ha sabido garantizar, con certeza, quien ganó aquella batalla.
Vayreda opinó que la batalla de Prats de Lluçanès constituyó el punto de inflexión a partir del cual los carlistas derivaron hacia la derrota. Pero, durante el mes de junio, los carlistas de Savalls todavía dominaron los campos y montañas de las comarcas gerundenses, así como mantuvieron cercados los pueblos más importantes de esta circunscripción. Esta situación se prolongó durante los primeros días de julio. Girona y los pueblos de Cassà de la Selva, Olot y Banyoles permanecieron asediadas por los carlistas y en la última citada ni tan solo llegaba el correo. Diferentes partidas corrían por las comarcas gerundenses, entrando en las poblaciones y exigiendo contribuciones en todas partes.
Entre los días 9 y 10 de julio las fuerzas de Cabrinetty y las de los carlistas, dirigidos por Alfonso, Savalls, Auguet, Camps y Vila de Prat se enfrentaron en Alpens. El mérito de la victoria que obtuvieron los carlistas fue atribuida a Savalls, aunque María de las Nieves- como siempre- intentó oscurecer el protagonismo que tuvo el ampurdanés en la batalla. Durante los días anteriores a la lucha, Savalls y Cabrinetty jugaron al escondite hasta que el carlista escogió el lugar que le convenía para montar la trampa al liberal. Se dice que Alfono y María de las Nieves sirvieron de anzuelo puesto que los carlistas hicieron correr el rumor de que los Infantes permanecían en una casa de Alpens, a fin de llamar la atención de Cabrinetty.
Las fuerzas carlistas se situaron alrededor del pueblo. Auguet cerró el camino del norte, Camps el del sur y Vila de Prat el que llevaba a Prats de Lluçanès. Los zuavos de Alfonso fueron reservados, previendo que Auguet podría necesitarlos. La necesidad surgió y el batallón de zuavos participó activamente en la lucha. Cabrinetty desplegó sus efectivos en abanico pero, según explican los informes militares del gobierno, los soldados se desperdigaron demasiado y el cerco carlista se cerró sobre Cabrinetty cuando éste, junto con un puñado de sus oficiales hubo penetrado en la población. Cabrinetty resultó muerto por una bala que le penetró en la nuca y sus oficiales también cayeron muertos o heridos. La muerte de Cabrinetty originó la rendición de las tropas del gobierno.
Se han escrito unas cuantas versiones sobre el desarrollo de la batalla. “La Ilustración Española y Americana”, en la edición del día 24 de julio, se hizo eco de la narración de la misma que realizó un testigo presencial y que se había publicado en un periódico barcelonés que el periodista de “La Ilustración” no citaba. Según el testigo, Cabrinetty, viniendo de Balsareny, llegó a Alpens alrededor de las seis de la tarde del día 9. Antes, a les cuatro de la tarde, los Infantes, acompañados de 1200 hombres, habían abandonado el pueblo pero, una vez estuvieron en las afueras, quizá debido a que se dieron cuenta de que Cabrinetty se acercaba por el camino de Santa Eulàlia de Puigoriol, retrocedieron hacia Alpens. El alcalde, justo cuando hubo visto que los carlistas, a las cuatro de la tarde, se largaban del pueblo, había enviado un mensaje a Cabrinetty para advertirle del abandono. Pero la información no resultaba exacta pues un grupo de voluntarios carlistas habían permanecido escondidos en las casas de la plaza de la iglesia.. Cabrinetty se percató de que las tropas de Alfonso y de Savalls volvían a Alpens y quiso llegar antes que ellos a la población. Por esta razón, acompañado solamente de un pelotón, corrió rápidamente hasta el pueblo y se plantó en la plaza de la iglesia, donde cayó fusilado en manos de los carlistas que allá se escondían. La lucha continuó y a las nueve de la noche los carlistas se dispusieron a abandonar Alpens pero entonces les llegaron los refuerzos de la partida de Camps, compuesta por 300 voluntarios, lo que decantó definitivamente la victoria a su favor. El testigo garantizaba que ni Alfonso, ni Savalls habían intervenido directamente en la batalla puesto que habían permanecido en el camino de Sant Quirze, por lo que, según su parecer, todo el mérito de la victoria debía otorgarse a Auguet.
Los carlistas obtuvieron 825 prisioneros, 50 caballos, 42 mulas y 5 cañones. Carlos VII concedió a Savalls el título de marqués de Alpens. El ampurdanés ordenó que se rindieran honores militares al cadáver de Cabrinetty.
Igualada fue conquistada por las fuerzas que dirigían Alfonso y Savalls en el día 17 de julio. Los carlistas encontraron en la ciudad una resistencia feroz por lo que tuvieron que ganarla asaltando las fortificaciones exteriores y luego las barricadas que los gubernamentales y los voluntarios de la libertad habían levantado en las calles. Cada calle y cada casa devino un fortín. Ambos bandos sufrieron numerosas pérdidas, entre las cuales recordaremos las muertes del comandante de los zuavos, el holandés Ignacio Wils y- también se dice- del cabecilla Vila de Prat[33]. Los carlistas obtuvieron en Igualada un gran botín en armas y municiones, así como muchos prisioneros. María de las Nieves criticó nuevamente a Savalls porqué éste quiso atribuirse el mérito de la victoria. La Infanta aseguraba que las fuerzas del ampurdanés permanecieron a la reserva durante las treinta y seis horas que se prolongó la lucha. Hay muchas anécdotas sobre el carácter pretencioso de Savalls y por lo que se refiere a la toma de Igualada, el autor anónimo de “El cabecilla Saballs…” nos ofrece la siguiente estampa: “… y después sostuvo el sangriento combate de Igualada, apoderándose de esta población. Mientras los suyos prendían fuego a la torre de la iglesia y á los puntos donde la tropa se había fortificado, Saballs se paseaba tranquilamente por la Rambla fumándose un cigarro…”.
Es extraordinario que Savalls llegara hasta Igualada. Su campo de acción abarcaba las comarcas gerundenses y bajando hacia el sur, no pasaba de Granollers. Recordemos que después de la acción de Puigcerdà, el ampurdanés avisó a los Infantes que los abandonaría para ir al Gironès ya que así los voluntarios que le acompañaban podrían volver a su país. Es decir, la Cerdanya constituía para los voluntarios ampurdaneses y de la Garrotxa, un lugar lejano y forastero. María de las Nieves, en las primeras páginas de sus memorias, constató que los voluntarios catalanes luchaban cerca de sus hogares y que, de vez en cuando, abandonaban las armas para volver al lado de los suyos y “cambiarse la camisa”. En realidad, el objetivo de la conquista de Igualada fue impuesto a Savalls por Alfonso ya que el ampurdanés prefería asaltar Vic. María de las Nieves explicó que Savalls dijo a Alfonso que los voluntarios que le seguían no querían alejarse de las comarcas gerundenses. La Infanta consideraba que los voluntarios carlistas eran muy adictos a la causa y que la razón esgrimida por Savalls no se ajustaba a la verdad. Pero, precisamente, doña Blanca se engañaba pues uno de los fueros concedidos por Carlos VII y que tenía precedentes en las antiguas constituciones, garantizaba que los catalanes solamente tomaban las armas en su país y para defender sus derechos, aunque los voluntarios gerundenses interpretaban este fuero de forma literal y restringida a la provincia.
A finales del mes de julio, Alfonso preparó un nuevo asalto para apoderarse de Berga. Según dice María de las Nieves, el plan de Alfonso no pudo llevarse a la práctica porque Savalls- como veremos- nuevamente les abandonó y contradiciendo las órdenes del Infante, volvió a la Garrotxa por el camino de Borredà y Ripoll.
Alrededor del 30 de julio, se supo que Savalls había llegado a Lloret de Mar. Arrastraba dos cañones de los que había tomado a Cabrinetty en Alpens. Savalls se alojó en la casa del notario Josep Antoni Rodés y situó los cañones en la puerta. En Lloret, Savalls recibió a dos señoras que le pidieron clemencia por sus respectivos maridos, a los cuales los carlistas habían condenado a muerte. Savalls concedió el perdón a los condenados y decretó que fueran liberados. El periodista que daba la información comentaba que, tratándose de Savalls, esta medida constituía una rareza.
En el primer día de agosto, Alfonso asaltó Caldes de Monbui y se preparó para volver a Berga. Precisamente, en esta fecha el Infante recibió una comunicación de Savalls en la que le informaba que se había recuperado de la enfermedad que tenía y que había recibido la visita de una comisión de ampurdaneses los cuales le reclamaban que se pusiera al frente del levantamiento general que se preparaba en aquella comarca. Savalls pedía autorización para dirigirse a l’Empordà pero Alfonso consideró que la nueva conquista de Berga era prioritaria.
El asedio de Berga empezó el día 3 de agosto. Nuevamente, la lucha que se desarrolló no fue favorable a los carlistas. María de las Nieves cargó en Savalls las culpas del fracaso ya que- según dijo- no mantuvo la posición que le asignaron y abandonó al resto de fuerzas atacantes. En realidad, Savalls, después de la experiencia anterior, venía avisando que no le agradaba la idea de volver a Berga.
El incendio de Tortellà durante los días 21 y 22 de agosto de 1873, constituye uno de los hechos más recordados de la tercera guerra carlista en Cataluña y que ha dejado huella incluso, en la memoria de los catalanes del norte y en concreto, en los habitantes del Vallespir. La crónica que escribieron los coetáneos sobre el martirio de Tortellà señala que la causa del ataque carlista a este pueblo fue la voluntad que tenían los tradicionalistas de proteger el lugar cercano a la frontera por el que entraban y salían muchos de sus correligionarios y recibían suministros. Los voluntarios republicanos de Tortellà obstruían el paso fronterizo y mataban a los carlistas que allá encontraban. Alfonso, conociendo el problema, ordenó la ocupación del pueblo. Las tropas carlistas, provenientes de Ripoll, se presentaron en el lugar durante el atardecer del día 21. Los milicianos que defendían el pueblo se encerraron en la iglesia y rechazaron la rendición. Los atacantes y defensores intercambiaron disparos. Luego, los atacantes reunieron a las mujeres y niños que encontraron y los llevaron ante la iglesia como rehenes para conminar la rendición de los milicianos. Incluso dispararon contra estos inocentes, originando algunas víctimas. Los carlistas volvieron a exigir la capitulación de los asediados, advirtiéndoles que pegarían fuego a las casas del pueblo donde vivían los defensores. Los milicianos no admitieron el trato y los carlistas cumplieron su amenaza. El viento soplaba con intensidad y el incendio se propagó a otras casas de Tortellà.
La noticia del incendio de Toretellà llegó a Olot y Ripoll. El alcalde y jefe de las milicias de Olot, el señor Joan Deu, salió inmediatamente hacia el pueblo de la Alta Garrotxa al frente de 300 voluntarios de la libertad. Durante el día 22, una columna del ejército gubernamental llegó a Tortellà y se enfrentó a los carlistas, consiguiendo que éstos huyeran. Los republicanos creyeron que las pocas casas de Tortellà que todavía se mantenían en pie debían pertenecer a familias carlistas por lo que las incendiaron. Las columnas de voluntarios republicanos de muchos pueblos y ciudades gerundenses (Girona, Figueres- batallón Abdó Terradas- la Jonquera, Vilabertran, Roses, Vilajuïga, Avinyonet…) se juntaron a las fuerzas provenientes de Banyoles y Olot para atacar a los carlistas que todavía corrían cerca de Tortellà. Los partidarios de Carlos contaban con 2300 hombres a pie, 150 jinetes y tres cañones. Los republicanos, al fin, expulsaron a los carlistas de la zona de Tortellà, los cuales bajaron hasta Mieres.
En fecha del 26 de agosto, el alcalde de Olot, Joan Deu, recibió el oficio de Savalls que reproducimos a continuación: “Ejército Real de Cataluña.—Estado Mayor General.— Excmo. Sr.: AI objeto de evitar los grandes perjuicios que se irrogan al país con el cerco de Olot, cerco forzado por la actitud en que se han colocado algunos habitantes de esa villa, he resuelto emprender contra ella un ataque serio, formal tan luego como tenga reunidos los recursos que voy aprontando todos los días, si como no espero dejan de abrir las puertas a las tropas leales del ejército de Cataluña y prestan sumisión al Rey. Por este motivo y deseando evitar la efusión de sangre, me dirijo a esa Excma. Corporación rogándola pese las consecuencias que puedan redundar de la inobediencia a las ordenes del legitimo monarca de España no dejando de examinar que el gobierno usurpador está imposibilitado por muchos días de ofrecer auxilio alguno por cuanto la única columna que se había formado para proteger las plazas fortificadas de este territorio acaba de ser batida por las tropas del Rey. Al mismo tiempo tendrá en cuenta ese municipio el castigo impuesto a la revoltosa población de Tortellà y no olvidará las palabras de nuestro legítimo monarca al decir que quiere ser Rey de todos los españoles. Después de esto, no me resta otra cosa que aconsejar a esa Corporación Excma. que acate las resoluciones del Rey en la seguridad que obrando así serán recibidos y tratados como hermanos por los valientes soldados del ejército real, olvidados sus anteriores extravíos y considerados como súbditos leales y sumisos a las ordenes del Sr. D. Carlos VII que Dios guarde. Esto es cuanto debo comunicar a esa corporación sobre la cual declino toda la responsabilidad de cuanto suceda en el caso de rehusar la obediencia al legitimo monarca de las Españas.—Cuartel General, agosto de 1873.—El General Comandante general de la provincia de Gerona y Barcelona, Savalls.—Excmo. Ayuntamiento de Olot”
Empezó el mes de septiembre con la buena noticia del restablecimiento de las líneas ferroviaria y telegráfica que unían Barcelona y Girona. Pero la empresa ferroviaria todavía se mostraba reticente respecto el grado de seguridad existente por lo que no puso en servicio todos los convoyes que exigía el servicio. El gobernador militar recomendó que se llevara a cabo el blindaje de todas las máquinas y de algunos vagones, lo que fue aceptado por la empresa y empezaron los trabajos, en Barcelona, para proteger el material ferroviario.
Con fecha del día 28 de septiembre, Alfonso escribió a Carlos para decirle lo siguiente: «Lo de Savalls era mucho más grave de lo que parece, y lo que deseo es que si se te presenta le recibas como se recibe a un desertor, que le guardarás preso y que le juzgarás según se debe en justicia, y que de ningún modo le dejarás volver aquí… Savalls fue causa de no haber podido nosotros tomar Berga, y ha revolucionado de tal modo sus tropas en Gerona, que no sé si acabaremos a tiros entre nosotros, pues no quiere obedecerme, ni seguirme a ninguna parte».
Alfonso, al frente de 2550 hombres, instó la rendición de los voluntarios que defendían Besalú.
A las nueve y media del día 7 de octubre, Savalls, Barrancot, el Xic de Sallent y el teniente coronel Cortazar- cuñado de Savalls- se presentaron en La Jonquera. Savalls concedió quince minutos a la guarnición del lugar para que se rindiera. El cabo de los carabineros habló con el alcalde y respondió a Savalls que “quemaría los últimos cartuchos”. Entablada la lucha, murieron dos carabineros, una mujer que socorría a los heridos, dos tiradores de la Diputación y dos “nacionales” de La Jonquera. Además, resultaron tres heridos graves, siete de leves y contusionados. Los carlistas sufrieron cuatro muertos, entre los cuales el teniente coronel Cortazar y su corneta, además de muchos heridos. Savalls entró en La Jonquera y se llevó presos a algunos hacendados, entre los cuales se encontraba Carles Bosch de la Trinxeria [34]– miembro de la famosa familia liberal de Olot- por el que pidió 30.000 pesetas. Esta cantidad sirvió para indemnizar a la viuda de Cortazar y hermana de Savalls.
Durante el día 22 de octubre los carlistas sitiaron Santa Coloma de Farners. En esta fecha leyeron pregones en Sant Hilari de Sacalm, Osor y Anglès amenazando con pena de muerte a los habitantes que llevaran víveres a la villa sitiada.
Savalls estableció su cuartel general en el sitio de Olot y amenazó a los jefes carlistas de los entornos que no le apoyaran en su empeño por tomar la ciudad.
En el día 13 de noviembre Savalls asaltó y se apoderó de Banyoles. El ataque fue anunciado con la música de la marcha real orquestada por la banda del general. Los asaltantes pertenecían a los cuatro batallones mandados directamente por Savalls, al segundo de Barcelona y al que mandaba Vila de Prat- eso decía la prensa, aunque también había informado de la muerte de Vila en Igualada-. Los asediadores colgaron escaleras en las fortificaciones y treparon por ellas pero los defensores respondieron con un nutrido fuego de fusilería y lanzando granadas de mano. La lucha se prolongó durante la noche y el día siguiente pero al llegar el día 15, los carlistas se retiraron a Santa Coloma de Farners, dejando pequeñas partidas en el sitio de Olot. Savalls hizo fusilar a seis prisioneros.
Debido a una información que procedía de fuentes particulares, se rumoreó que Miquel Cambó, alias Barrancot, havia fallecido en Campdevànol por causa de una enfermedad.
Olot, en contra de lo que se cree, era una ciudad eminentemente liberal y contaba con unas cuantas fabricas textiles y de adobo de pieles. Savalls conminó nuevamente al alcalde de Olot, Joan Deu, a la rendición: “Tres horas de tiempo doy a V. con toda la fuerza a su mando para depositar las armas; del contrario hago a V. responsable de todos los daños y perjuicios causados por la resistencia de Vdes. a mi entrada en esa villa de Olot. Enemigo siempre de derramar sangre y sobre todo española, pondré en libertad a toda la fuerza aun la de esa villa, si se rinde, de no, caerá sobre todos el rigor de la ley, y seré inexorable. Quiero Olot y es inútil toda resistencia.— Dios guarde a V. muchos años.—Las Presas, 10 de diciembre de 1873.—Savalls. —A D. Juan Deu, Alcalde y Jefe.de las Fuerzas Republicanas de Olot.”
Joan Deu, republicano hasta los tuétanos, no respondió al requerimiento de Savalls. Entonces, el ampurdanés ordenó el bombardeo de la ciudad y junto con Auguet, avanzó sus posiciones ocupando las masías cercanas al río Fluvià. Por la noche los cañones de los defensores continuaron relampagueando contra las posiciones carlistas. De madrugada, éstos atacaron con todas sus fuerzas pero fueron rechazados.
Durante todo el año 1873 los carlistas se movieron libremente de punta a punta de Cataluña aunque no controlaron de forma permanente los pueblos importantes. Además, se agravaron las disidencias entre los cabecillas rebeldes. Kirkpatrick, después que nos cuenta la batalla de Igualada, señala que la enemistad entre Savalls y Rafael Tristany no iba camino de resolverse. No conocemos las causas de esta enemistad pero adivinamos que Savalls tampoco debió obedecer las órdenes del comandante jefe de las tropas reales en Cataluña. Precisamente, Alfonso salió del Principado en el mes de octubre para entrevistarse con su hermano Carlos en Estella y entonces Savalls fue llamado al cuartel general carlista. Kirkpatrick nos lo explica: “Don Alfonso fue a Estella para dar explicaciones a Carlos sobre la situación en Cataluña; Savalls fue llamado al cuartel general, puesto bajo arresto y amonestado por Don Carlos. Savalls prometió que en lo sucesivo obedecería fielmente las órdenes de don Alfonso y entonces fue reintegrado en el cargo. Castells se había retirado a Francia pero el entendimiento entre Tristany y Savalls no se consiguió”.
Savalls debió permanecer bajo arresto en Estella a finales de 1873 porque Kirkpatrick nos dice que Alfonso abandonó el cuartel general carlista el día 7 de noviembre y señala la reaparición de Savalls en Cataluña un poco antes de la batalla por la toma de Vic (8 de enero de 1874). Además, como se ha visto, durante el mes de noviembre y los primeros días de diciembre de 1873 existen pruebas de la presencia de Savalls en Cataluña. Respecto los motivos del conflicto que separaba a Tristany y Savalls- como ya se ha apuntado- debieron los mismos que enfrentaron al ampurdanés con Alfonso; es decir la insubordinación constante del ampurdanés. Por lo tanto, de la poca información que nos da Kirkpatrick, debemos deducir que la amonestación de Carlos dio fruto en lo referente a la subordinación de Savalls al Infante pero no consiguió que el ampurdanés se sometiera a Tristany. Josep Maria D’Alòs afirma de forma categórica que Tristany sufrió unos cuantos atentados contra su vida, los cuales siempre fueron consecuencia de conjuras forjadas en el cuartel general de Savalls.
Precisamente, el autor anónimo de “El cabecilla Saballs…” nos ofrece una versión sobre el encuentro entre el ampurdanés y don Carlos en Estella, que difiere de la información facilitada por Kirkpatrick. Aun admitiendo que el libreto mencionado está repleto de falsedades y errores, la opinión que allá se expresa resulta interesante ya que el autor no menciona que Savalls en Estella fuera arrestado sino que nos lo presenta como vencedor del debate que protagonizó e incluso se atreve a afirmar que durante el mismo consiguió que Carlos alejara a su hermano Alfonso de Cataluña. El anónimo dice lo siguiente: “ Basté decir, que [Savalls] fue llamado por el Pretendiente; no sabiéndose aún cuáles fueron las explicaciones que mediaron entre el rey y el vasallo pero Io que sí sé puede afirmar es que Saballs regresó á Cataluña más animado que antes y más dispuesto a seguir sus peligrosas empresas, habiendo logrado de su soberano que D. Alfonso pasase á Valencia, puesto que los disgustos entre el ex príncipe y el cabecilla eran cada vez mayores».
Los carlistas toman Olot y La Seu d’Urgell.
A principio del año 1874, Rafael Tristany ocupaba el cargo de comandante general del ejército carlista en Cataluña. En Martí Miret recayó el nombramiento de general jefe de la provincia de Barcelona y en Francesc Auguet, de la de Girona, a la vez que Josep B.Moore lo era de la de Tarragona y Francesc Tristany (hermano de Rafael) de la de Lleida.
Kirkpatrick, recordando las circunstancias bélicas sucedidas durante el mes de enero, se refiere a Savalls y dice lo siguiente: “El general Savalls, que había sido llamado por el Rey, quedó bajo las órdenes del comandante general (Rafael Tristany) por si fuera el caso que recuperara el favor real”. Por lo tanto, durante el mes de enero, Savalls había vuelto de Estella, donde estuvo arrestado y fue amonestado por Carlos y ahora permanecía en Cataluña, sufriendo la penitencia por sus pecados de insubordinación y bajo el control de Rafael Tristany.
En el día 29 de diciembre, Arsenio Martínez Campos se pronunció al frente de sus tropas poniendo punto final a la República y restaurando la monarquía en la figura de Alfonso XII, hijo de Isabel II. Rafael Tristany quiso sacar provecho del desorden político que inicialmente originó el cambio de régimen, por lo que juntó las fuerzas de Auguet, Miret y Galceran y atacó Vic. Después que hubo sometido la ciudad a un largo asedio, la conquistó el día 8 de enero. La parte más importante de la guarnición que la defendía se rindió pero 300 voluntarios de la libertad consiguieron escapar y se dirigieron al Montseny. Una partida carlista del batallón de Auguet les persiguió y aprendió a un centenar de fugitivos, los cuales, junto con algunos renteros que les habían dado alojamiento, cayeron fusilados en Collformic durante los días 10 y 11.
En el día 17 de enero, Rafael Tristany, al frente de una fuerza formada por los numerosos efectivos de los batallones de Barcelona, Girona y Tarragona, entre los cuales los capitaneados por Auguet, Muxí, Miret y- posiblemente- Savalls, quiso apoderarse de Granollers. En realidad, superando la firme resistencia de los asediados, los carlistas consiguieron entrar en la ciudad pero llegaron tropas gubernamentales de socorro provenientes de Barcelona y tuvieron que abandonarla.
Manresa fue asaltada durante el día 4 de febrero por Rafael Tristany, Miret, Auguet, Josep Galceran y Camps, las fuerzas de los cuales se habían juntado previamente en Sallent. Los voluntarios de Galceran escalaron las defensas y entraron en la ciudad, mientras el batallón de zuavos dirigido por Miret se enfrentó a los defensores. La lucha fue caótica, calle por calle y casa por casa. Las cargas a bayoneta se sucedieron y las barricadas mudaron sus ocupantes unas cuantas veces. A la mañana siguiente, día 5, los carlistas tomaron definitivamente Manresa y se comprobó que la pérdida de vidas en ambos bandos había sido importante.
Savalls encargó el sitio de Olot a Sabater y, habiendo engrosado su tropa con el cuarto batallón de Girona, se dirigió a Besalú. Luego, ocupó Banyoles. Mientras, Auguet (segundo batallón) se situó en Mieres. Finalmente, durante el día 5, los alfonsinos, mandados por Cirlot, y los carlistas chocaron en el pueblo del lago. Los carlistas vencieron a los liberales.
El general Ramon Nouvilas, al frente de una gran columna del ejército liberal, salió de Girona para dirigirse a Olot con el objetivo de socorrer a los sitiados. En el día 14 de marzo llegó a Castellfollit de la Roca pero Savalls, al frente de uno de los batallones de Girona, un escuadrón de caballería y dos cañones, se le había avanzado. Auguet, al mando de tres batallones, ocupaba las montañas alrededor de la población y el collado de Santa Pau. Savalls se dirigió a Oix y Auguet cerró el paso a Nouvilas en el Serrat de l’Oliva, donde los liberales le cañonearon. Los carlistas se retiraron. Nouvilas cayó en la trampa y creyendo que tenía el camino despejado, avanzó hacia Olot pero sus enemigos habían ocupado las cumbres de la sierra de Toix y rodearon a las tropas liberales. Cuando Nouvilas cayó en la cuenta, optó por la resistencia porque ya no tenía otra posibilidad. Los liberales lucharon hasta que agotaron las municiones y entonces se rindieron.
Los carlistas tomaron presos a Nouvilas y 2300 soldados liberales. Además, obtuvieron 4 cañones, 2500 fusiles, 150 caballos, el dinero de las cajas de los regimientos y mucho material militar. Se dijo que Savalls requisó 80.000 duros de las cajas de los liberales en su beneficio. Sobre la relación personal entre Savalls y Nouvilas, los cuales no tan solo eran ampurdaneses sino que estaban lejanamente emparentados, también han surgido algunas leyendas que nos los presentan, después de la batalla, cenando juntos y jugando largas partidas de cartas.
Con fecha del día 16 de marzo, Savalls, desde de su cuartel general en Les Preses, exigió la rendición de Olot. Esta vez, los defensores de la ciudad, sabiendo que no podían llegarles los refuerzos de Nouvilas, admitieron la capitulación y los carlistas, a las órdenes de Savalls, ocuparon la población. El botín en armas de los ocupantes se incrementó en 500 fusiles y 6 cañones. Kirkpatrick asegura que los prisioneros fueron bien tratados y conducidos, bajo escolta, hasta Barcelona pero eso no es del todo cierto. Montones de prisioneros liberales quedaron en manos de los carlistas y muchos de ellos fueron fusilados en Llers, Banyoles y en otros sitios.
Alfonso y María de las Nieves volvieron a Cataluña a finales del mes de abril de 1874. Su estancia fue corta y aun teniendo en cuenta los esfuerzos del Infante para organizar definitivamente las fuerzas carlistas, el resultado devino decepcionante. El general Tristany ejercía de comandante general, Savalls mandaba la primera división que comprendía las provincias de Barcelona y Girona, a las órdenes del cual Miret dirigía la primera brigada de Barcelona y Auguet, la segunda de Girona. Las divisiones de Lleida y Tarragona fueron encomendadas a Ramon Tristany, hermano de Rafael. La dirección de la tercera brigada de Lleida recayó en Francesc Tristany (otro hermano de Rafael) y la cuarta de Tarragona, en Josep B. Moore. Cada brigada disponía de un escuadrón de caballería. Segarra mandaba la artillería, formada por dos baterías completas de cañones de montaña. En total, contando los Guías a las órdenes directas de Rafael Tristany, los carlistas disponían de 21 batallones.
Alfonso también se preocupó en diseñar a grandes trazos la administración carlista en Cataluña y antes de retornar al centro de España, estableció los criterios que habían de regir la actuación militar bajo la dirección de Rafael Tristany. Éstos eran el buen entendimiento, la concentración jerárquica de la dirección, un proyecto fijo de operaciones, la unidad de acción y la rapidez de movimiento. La administración civil y administrativa, que comprendía las quintas de soldados, la recaudación fiscal y los servicios de correos y hospitales, debía funcionar sin interferencias del estamento militar.
Dadas las instrucciones pertinentes, Alfonso y María de las Nieves cruzaron el río Ebro por el vado de Flix camino de Gandesa y entraron en tierra del Maeztrazgo. Los Infantes habían llegado a Flix con su batallón de zuavos y la corte de aventureros que les acompañaban. Además, llevaban una columna de artillería para reforzar el ejército del Centro. Kirkpatrick concede todo el mérito de esta operación al cabecilla carlista Josep Agramunt, alias el Capellà (el cura) de Flix. El hermano del pretendiente y su esposa estuvieron cinco días en Flix, donde fueron muy agasajados. Luego, marcharon a Gandesa donde llegaron el día 31 de mayo. Josep Agramunt y Martí Miret acompañaron a Alfonso en su campaña por tierras aragonesa y castellana (batallas de Teruel y Cuenca).
Pero después que los Infantes hubieran dejado atrás el Principado- cuenta Kirkpatrick- empeoró la situación de los carlistas catalanes. Las medidas ordenadas por Alfonso no dieron los resultados esperados y el desorden de las fuerzas llegó a ser muy grave, lo que forzó a Carlos a enviar al general Lizárraga a Cataluña para que informara de las carencias que sufrían sus correligionarios y propusiera los medios que debían adoptarse para mejorar la situación. Lizárraga y Savalls tampoco mantenían buena relación puesto que el ampurdanés simplemente rechazaba cualquier autoridad que interfiriera en la competencia omnipotente que se había otorgado a si mismo. Entonces Carlos, mediante decreto, instituyó la Diputación general de Cataluña, de la cual Rafael Tristany fue presidente y la administración general del Principado que ya había sido prevista por su hermano Alfonso. Pero estas medidas tampoco mejoraron el estado de las cosas, puesto que simplemente solo se pusieron en práctica nominalmente.
Aprovechando que las celebraciones de la festividad de la Virgen de Agosto tenían a la gente distraída, los carlistas se infiltraron en la fortaleza de La Seu d’Urgell y tomaron la ciudad. A la mañana siguiente, el gobernador militar huyó. Gran cantidad de armas y municiones, entre las que se encontraban 50 cañones, cayeron en manos carlistas. Las autoridades alfonsinas dieron otra versión de la toma de La Seu por los carlistas ya que dijeron que la guarnición que la debía defender había sido sobornada.
En el día 1 de octubre de 1874, Rafael Tristany, acompañado por Savalls, proclamó solemnemente los fueros de Cataluña y el establecimiento de la Diputación general de Principado, desde el balcón de la casa Solà Morales, en Olot. Delante, en el paseo del Firal, formaban los batallones carlistas.
El encuentro en el hostal de la Corda y el fin de la guerra.
Rafael Tristany dirigía el ejército carlista de Cataluña y ordenó que se reforzaran las defensas de La Seu d’Urgell.
Durante el 17 de enero de 1875, mientras Arsenio Martínez Campos atacaba Olot, defendido por Savalls, el capitán general de los carlistas salía de Centelles y junto con Martí Miret, asaltaba Granollers. Tristany consiguió la ocupación de la ciudad y esta victoria fue, seguramente, el canto de cisne del carlismo catalán. Las circunstancias no ayudaban a los tradicionalistas ni en Aragón, ni en Valencia. Columnas de soldados carlistas de dichos territorios, habiendo sido expulsados de los mismos, se juntaban a las fuerzas catalanas y se multiplicaron las carencias de material militar y de medios de subsistencia que éstos ya sufrían.
Entre los días 13 y el 18 de febrero de 1875, Rafael Tristany y Arsenio Martínez Campos firmaron dos convenios que establecían las normas para el intercambio de prisioneros así como el reparto de hospitales y fuentes de agua. El primer intercambio de prisioneros favoreció a 707 liberales y 726 carlistas.
Durante los días 17 y 18 de marzo, Arsenio Martínez Campos, al frente de un ejército con numerosos efectivos y medios materiales, se apoderó de Olot. Una vez ocupada la ciudad, el general liberal se alojó en can Trinxeria[35], casa de la familia liberal conservadora más importante de la ciudad, radicada ante la iglesia de Sant Esteve y a no demasiada distancia del la casa de los Solà Morales, situada en el paseo del Firal y perteneciente a la familia carlista más significada, en la cual se había alojado Savalls.
Carlos supo que, como ya había sucedido con su hermano, también Rafael Tristany era menospreciado por los cabecillas carlistas- sobre todo, por Savalls-. Incluso es muy probable que Tristany pidiera a Carlos que le relevara del cargo puesto que Savalls le hubiera amenazado de muerte. Hemos dicho que Josep Joaquim D’Alòs acusaba al ampurdanés de ser, por lo menos, el inspirador de algunos atentados que sufrió el capitán general y la prensa de la época, garantizó la instigación de un par de ellos por parte del que, ya por entonces, era el más famoso general carlista. Por dicha razón, es decir para proteger a Rafael, Carlos le llamó a Estella y le nombró jefe de la “casa real”. En realidad, Carlos intercambió los cargos entre Tristany y Lizárraga[36]. Por lo tanto, Tristany ocupó el cargo que hasta el momento ejercía Lizárraga y éste ocupó el cargo de capitán general de los carlistas catalanes que dejaba Tristany. El general catalán se fue al País Vasco con un grupo de voluntarios. Coincidiendo con la marcha de Tristany, las comandancias de las provincias de Lleida y Tarragona fueron encomendadas a Castells.
Arsenio Martínez Campos, asistido por Cesar de Villar- jefe de su estado mayor- y el teniente coronel Narciso Fuentes, se reunieron, durante el 26 de marzo de 1875 en el hostal de la Corda, con Savalls, Lizárraga y Morera. Este encuentro, según dicen Pla y Puget, no fue el primero que celebraron Savalls y Martínez Campos.
La noticia de la reunión de los jefes enemigos corrió de punta a punta del país y la gente especulaba qué podrían haber tratado los generales de ambos bandos en el hostal. Al respecto, Josep Pla nos cuenta una anécdota y nos ofrece una explicación. El autor citado incluyó esta anécdota en el “Quadern gris” cuando todavía no habían transcurrido cuarenta y cinco años del fin de la guerra. La anécdota le fue contada por el carnicero del pueblo natal de Savalls, llamado Pagans, el cual la supo de labios de un vecino del mismo pueblo que en una ocasión, después del encuentro del hostal, había topado con Savalls.
El diálogo entre Savalls y su paisano, según Pagans y Pla, fue el siguiente:
“ – Pues bien, Xicu, ¿qué ha sido todo eso del hostal? ¿Qué noticias tienes?
– Tengo buenas noticias. La guerra ha terminado. Ya puedes contarlo por todas partes.
– Pero, ¿qué quieres decir con lo de que la guerra ha terminado? ¿Estamos dormidos?
– ¡Te digo que la guerra ha terminado!. Fíjate: Martínez Campos ha dado su palabra de que los curas volverán a cobrar. En este punto no hay discusión.
– Ya lo veo, pero …
– ¿Pero qué? ¿Quién va a seguir con la guerra después de lo que te he dicho, animal de cuatro patas? ¿Quién quieres que haga la guerra?. Ya puedes contar por todas partes que eso se ha acabado.”[37]
La explicación que nos ofrecen Puget y Pla sobre la reunión en el hostal se fundamenta en el relato que el alcalde Deu oyó de labios de Martínez Campos. Según el general liberal, el encuentro de los jefes enemigos en el hostal de la Corda fue provocada por el mismo Martínez Campos, aprovechando que los carlistas le habían pedido autorización para que su tropa se pudiera avituallar en Olot e indicándole que enviara su respuesta a dicho hostal durante el día 26 de marzo. Entonces, Martínez Campos decidió darles personalmente la respuesta y en la fecha y hora indicada se presentó en el lugar de la cita. Claro que esta explicación no resulta demasiado creíble ya que es extraño que los generales Lizárraga y Savalls tuvieran la necesidad de presentarse juntos en el hostal para ser notificados de la respuesta a la autorización que le habían pedido y tampoco resulta verosímil que el general liberal supiera que los máximos jefes carlistas irían al lugar para conocer personalmente el mensaje de su enemigo.
La conversación entre los generales en el hostal que nos cuentan Puget y Pla, según el relato atribuido a Martínez Campos por el alcalde de Olot, es el siguiente: “Los carlistas nos pidieron que sus soldados- dice textualmente [Martínez Campos]- pudiesen entrar en Olot y avituallarse de tabaco y alpargatas porque parece que van escasos de estos objetos. Les concedí el permiso en el acto. Se lo di porque mis soldados, que tienen de los carlistas una idea fabulosa y desproporcionada, verán cuando vengan a comprar que son hombres como todos los demás. Una vez hubimos resuelto esta pequeña cuestión, Lizárraga que es un hombre muy íntegro, incorruptible y de pocas palabras, dejó caer el siguiente comentario: nos estamos matando, aun siendo hermanos […] La única manera de acabar con todo eso sería que usted se pusiera esta boina- y mientras hizo el gesto de acercarme su boina sobre mi cabeza-. En mi quepis- le respondí- se incluyen tres cuartas partes de su boina. La cuarta parte que falta, pero, nunca la podría aceptar […].- ¿Y Savalls?- preguntó Deu-. Savalls no dijo ni media palabra. Durante todo el tiempo que estuvimos en el hostal mantuvo un mutismo total.”
La versión “oficial” que los carlistas han dado sobre lo hablado en el hostal de la Corda en la reunión mencionada, exagera las palabras conciliadoras atribuidas a Lizárraga aunque mantiene que fue Martínez Campos quien tuvo la iniciativa del encuentro y añade que Savalls escogió el lugar donde debía celebrarse. De acuerdo con esta versión, el liberal solo quería saber si el convenio que habían firmado con Tristany para el intercambio de prisioneros todavía seguía en vigor. Fuera lo que fuera lo sucedido, la conversación entre Martínez Campos y Lizárraga sugiere sutilmente que los carlistas buscaban un acuerdo que les permitiera acabar la guerra de la forma más digna y menos onerosa. En realidad, a partir de este encuentro, Savalls fue retirándose poco a poco de la lucha. Incluso hubo quien afirmó que en el hostal de la Corda los beligerantes pactaron directamente el fin de la guerra. Esta opinión no resulta tan increíble debido a la participación que tuvo en la reunión el brigadier Albert Morera, miembro destacado del estado mayor de Savalls y personaje que tenía fama de jugar con todas las cartas de la baraja, en el sentido que mantuvo relaciones provechosas con los liberales. Al referirnos a Francesc Auguet veremos que Joaquim D’Alòs se refirió a Morera con los siguientes términos: “Savalls no se cuidó jamás de batirse ni de hacer otra cosa que robar y entrar en tratos con el gobierno liberal con quien tenía el pastel arreglado por conducto de Morera”. La gente acusaba a este oficial, de origen mallorquín, de haber negociado con las autoridades locales y del gobierno- sobre todo, en tiempos de la República- la ocupación por parte de los carlistas de determinadas poblaciones.”
Roman Oyarzun, en su Historia del Carlismo nos ofrece una explicación del encuentro de los generales liberales y carlistas en Ridaura que da credibilidad a la versión que Martínez Campos facilitó al alcalde Deu – recogida por Pla/Puget- sobre todo por lo que se refiere a la no intervención de Savalls en el debate que se produjo y también en lo referente a que la iniciativa de la reunión fue gestionada por Morera. Oyarzun, sin tapujos, confirma que Savalls salió del encuentro con el propósito de abandonar la lucha. El autor navarro no confirma la anécdota del ofrecimiento de la boina carlista por parte de Lizarraga a Martínez Campos, pero este fragmento del debate bien podría haberse producido en el contexto de la conversación ya que liga a la perfección con el objetivo de la misma, el cual, según confiesa Oyarzun, consistía en conseguir el fin de la guerra.
El autor citado nos cuenta que el encuentro en el hostal de la Corda surgió en la visita que realizaron unos oficiales liberales a Morera a fin de recuperar el cadáver de un capitán muerto en combate. Pero los oficiales traían además el encargo de Martínez Campos proponiendo un encuentro a los carlistas. Savalls, después de consultar a Lizarraga, admitió el trato y la fecha, hora y lugar de la reunión fueron fijadas. Martínez Campos quería aprovechar que Ramon Cabrera se había sometido a Alfonso XII para que Lizarraga y Savalls siguieran el ejemplo del que fue su general en jefe. Lizarraga fue quien durante toda la reunión habló con el general liberal ya que Savalls le había autorizado para que lo hiciera en su nombre. Claro está que Lizarraga respondió a Martínez Campos que ellos jamás traicionarían a su rey pero Oyarzun comenta que “algún éxito debieron tener aquellas negociaciones, cuando a partir de entonces Savalls apenas dio señales de vida y esquivó todas las ocasiones que se le presentaron de batirse con el enemigo”. Efectivamente, continua explicándonos el autor de estas líneas, inmediatamente Savalls abandonó a Lizarraga, que por entonces intentaba reconquistar Olot, y se fue a Sant Joan de les Abadesses- posiblemente para asistir a la reunión de grandes propietarios, a la cual nos referimos enseguida- y después a la Seu d’Urgell, al fin y al cabo, para no hacer nada.
Después del encuentro de los máximos comandantes de los ejércitos del gobierno y de los carlistas en el hostal de la Corda, los grandes propietarios de las comarcas gerundenses, que siempre habían sostenido a Savalls, incluso en detrimento de otros cabecillas carlistas, empezaron a pensar que ya habían tenido demasiada guerra y solicitaron al ampurdanés una reunión que se llevó a cabo en un lugar cercano a Sant Joan de les Abadesses. Los propietarios comunicaron a Savalls que consideraban que la guerra estaba perdida y que, de todas maneras, ya no disponían de medios para continuarla. Por lo tanto, le pidieron que se esforzara para finalizar el conflicto pues ellos no podían hacer más y le retirarían el soporte económico, el alojamiento y la prestación de víveres. En realidad, los argumentos de estos propietarios gerundenses no diferían de los que, veinticinco años antes, durante el mes de enero de 1849, habían escrito sus padres a fin de poner término a la guerra de los matiners (“manifest de la Garriga”, o “manifest dels muntanyencs”). En ambos casos, por causa del cambio que se produjo en la situación bélica, o política, los grandes propietarios rurales concluyeron que a partir de entonces la resistencia perjudicaba sus intereses.
El asedio del ejército alfonsino a la Seu d’Urgell empezó el 10 de julio y el 27 de agosto, los asediados se rindieron a Martínez Campos.
Martínez Campos llegó a la Seu d’Urgell, al fente de 10.000 soldados de infantería, 300 de caballería y 10 cañones, el día 22 de julio. Al cabo de 9 días iniciaron el bomberdeo de la ciudad. En el día 7 de agosto los asediadores recibieron el refuerzo de las tropas mandadas por Jovellar. El obispo Queixal (Josep Queixal i Estradé, 1803- 1879) personaje de ideología carlista y religiosidad extremada, ostentaba la mitra en la Seu y se esforzó activamente en la defensa de la ciudad.
La victoria de los alfonsinos fue debida a la extraordinaria concentración de tropas y artillería que éstos reunieron en el asedio pero también a la división interna que sufrían los carlistas. Lizarraga, defensor de la Seu, afirmó que la situación de los asediados, debida a la falta de víveres y de municiones, era tan desesperada que «los soldados desertaban a docenas, y por su cuenta trataban con el enemigo.»
Savalls, durante el asedio de la Seu, permanecía cerca de la ciudad pues estaba intentando la ocupación de Puigcerdà. Carlos escribió a Savalls ordenándole que pusiera todo el empeño en ayudar a los sitiados en la Seu d’Urgell, sin tener en cuenta los costes que eso le ocasionara. Kirkpatrick explica que Savalls desoyó las órdenes de Carlos y se mantuvo inmóvil, a la vez que le enviaba cartas que el pretendiente consideraba “incomprensibles”, ya que solamente consistían en excusas para no intervenir en la batalla.
El testimonio de Marià Vayreda refuerza indirectamente la opinión de Kirkpatrick, por lo que se refiere a la inactividad de Savalls, en un momento tan difícil para los defensores de la Seu. Vayreda era oficial del estado mayor de Savalls y secretario de Morera. Después que hubo pasado la convalecencia de una herida en Camprodon, se reincorporó al servicio activo presentándose en el cuartel general carlista que radicaba en Alp. En aquel momento, Savalls supo que Martínez Campos se acercaba a Puigcerdà por la carretera de la collada de Tosses.
Vayreda explica el episodio que vivió con las siguientes palabras:
“- Pues llega a buena hora!- me dijo a modo de saludo el asistente de confianza […] Si busca a don Francisco lo encontrará allá arriba, que me parece que está amoroso como una cuerda de esparto.
Animado por esta antífona, subí por la escalera. El general no estaba allí y alguien me dijo que había salido por la puerta que daba al huerto que se extendía detrás de la casa.
El huerto solo estaba cercado por un seto, detrás del cual se extendía la soberbia llanura de la Cerdanya […]
Recorrí toda la extensión de la huerta y ya pensaba en volver atrás cuando vi acachados en un margen a dos puntos rojos, a los que enseguida identifiqué como el general y su secretario. La visión de los mismos, en tal situación y postura, me sorprendieron mucho. Además, la posición de ambos no me pareció descuidada ni indiferente sino que, por lo contrario, estaban con el cuello estirado y la mirada fija, de manera que me pareció que examinaban con extraordinaria atención un objetivo determinado. ¿Qué diablos habrá por allá?- me pregunté, admirado-. ¿Quizá están observando el avance del enemigo?. ¿Quizá le tienen preparada una emboscada?. Después de un buen rato de espera, mientras trataba de descifrar la incógnita, me decidí […].
Caminaba poco a poco, cuando de pronto el general se dio cuenta de mi presencia, lo que denotó enviándome un gesto de impaciencia, levantando el brazo y amenazándome con el puño cerrado. Seguidamente hizo un movimiento enérgico para indicarme que me acachara, lo que cumplí cayendo de rodillas en el suelo […] Hasta mis oídos llegó claramente el cric-cric de un reclamo de codornices. Esta operación se repitió unas cuantas veces hasta que el general se alzó con un gesto de contrariedad. El secretario también se puso en pie y alargando el brazo empezó a tirar, doblándola en grandes rulos, una red que estaba desplegada sobre las espigas doradas. Yo también me puse en pie […] Estando al alcance del oído, Savalls me dijo con su voz gutural:
– Ya podía haberse quedado a gandulear por Camprodon en vez de venir en semejante oportunidad. Quien no sirve para nada, siempre es útil para asustar a las codornices.
No sabiendo como interpretar tan original saludo, creí que más valía tomármelo en broma […]
– Sí, ya sé que usted es un gran hombre.
Y con un tono indescriptible de burla, de amargura y de no me importa nada, continuó:
– Por lo demás, usted ha acertado al aprovecharse porque ya se ha acabado la buena vida. Esta misma noche desembocará en la Cerdanya una columna que, en este momento ya habrá tomado la artillería del lugar que devolvíamos a la Seu. Por añadidura, acabo de saber que han cruzado el río Ebro todas las fuerzas empujadas por Jovellar. Ahora sí que vamos a bailar a lo grande[38]. Veremos de donde sacan recursos por aquí todo este montón de infelices ya que los que estábamos no nos podíamos mantener. ¡Volveremos otra vez a matar piojos por las masías!.”
A continuación retomó su forma de hablar característica, con ironías burlescas contra los jefes del Bajo Aragón y de Valencia que vergonzosamente habían permitido que les expulsaran de sus comarcas naturales.
– Por lo que a mi se refiere- añadió- si no me sacan de aquí los míos, no será el enemigo quien me expulse … por lo menos a tiros”.
Por lo tanto, Savalls, atendiendo a la situación que consideraba insuperable, decidió que él y sus voluntarios no iban a sacrificarse inútilmente. Por contra, Castells se presentó al frente de cinco batallones ante la ciudad asediada- nos cuenta Kirkpatrick- para ayudar a sus correligionarios y entonces Carlos le nombró comandante supremo de los carlistas catalanes.
Durante el 11 de agosto, las fuerzas liberales realizaron dos asaltos a las fortificaciones de la Seu y fueron rechazadas. Entonces, Martínez Campos ordenó que se repitieran los bombardeos y finalmente, Lizárraga capituló. La pérdida de la Seu d’Urgell supuso la destitución de Savalls- aunque algún memorialista en vez de referirse a su destitución, habla de deserción- y Carlos le ordenó que se presentase en Estella para ser juzgado por un tribunal militar.
El consejo de guerra formado a Savalls.
Todos aquellos que se han acercado, aunque sea indirectamente, a la figura de Savalls recuerdan que fue sometido a un consejo de guerra pero, en ocasiones, ni tan solo tienen claro cuando se llevó a cabo. La confusión se origina en qué, como ya se ha explicado, al terminar el año 1873, Carlos llamó a Savalls para que fuera a Estella, lo amonestó y lo puso bajo arresto. Pero luego Carlos culpó a Savalls de la caída de La Seu d’Urgell en manos de los liberales y de que coronara su historial de insubordinaciones negándose a trasladarse, junto con sus voluntarios, al frente vasco. Por todo ello, creemos que el consejo de guerra contra Savalls se llevó a cabo- como señalan la mayoría de autores que lo refieren- después que terminase la guerra en Cataluña y poco antes de que también terminara en el País Vasco y Navarra.
Hay autores que se refieren a la deserción de Savalls, sin que nos cuenten sus razones y otros que se refieren, en lugar de ello, a la destitución del ampurdanés. En cualquier caso, pudiera haber sucedido que Savalls desertara y luego fuera destituido o, incluso, al revés; que se le destituyera y entonces desertara. Lo cierto es que Carlos le llamó para que se presentara en Estella y el general se fue a Camprodon y pasó a Francia por el Coll d’Ares. Después, durante los últimos días de octubre de 1875 se supo que había sido reconocido en Bayona cuando caminaba acompañado por su hijo Joanet (Juanito). Durante los primeros días de noviembre Savalls entró en Navarra y la prensa informó que las autoridades carlistas en Estella le habían tomado preso y más en concreto, algunos periódicos señalaron que había sido encarcelado en Iturmendi, en la carretera de Alsasua a Estella. La Correspondencia de España del 5 de diciembre, decía lo siguiente: “Savalls continua preso y ha sido incomunicado”. Pero hay noticias absolutamente fantasiosas sobre la detención de Savalls, entre las cuales se lleva la palma la que publicó La Iberia del 25 de noviembre de 1875. Según el periodista del medio citado, Savalls en Francia fue sometido al asedio policial que lo forzó a visitar a doña Margarita (esposa de Carlos VII) en su domicilio de Pau a fin de pedirle ayuda. La mujer del rey le recibió y le engañó, ordenando que se substituyera el carruaje que había traído al general hasta su presencia por otro guiado por un cochero y protegido por una escolta de su confianza. Savalls, saliendo de la entrevista, subió al transporte que le había sido destinado y aunque se dio cuenta del engaño, fue reducido por los miembros de la escolta y llevado directamente a Navarra.
El autor anónimo de “El cabecilla Saballs…” afirma que el general José Pérula y de la Parra, comandante general de Navarra, así como el conde de Caserta, formaron parte del tribunal que juzgó a Savalls. Juan María Roma identifica al fiscal, señalando que el brigadier de infantería Enrique Chacón ocupó este cargo. Pero, en realidad, ni tan solo sabemos que llegara a constituirse el órgano instructor. Se ha dicho que se armó la acusación a partir de la acumulación de las diferentes barbaridades que había cometido el acusado- fusilamientos de prisioneros, robo de las cajas de efectivos de los regimientos enemigos…- pero lo cierto es que, debido a la falta de documentación histórica, tampoco podemos asegurar cuales fueron exactamente los cargos.
Ciertamente, la causa de fondo contra Savalls debió centrarse en su insubordinación constante, de lo cual hay pruebas desde que, durante el mes de abril de 1872, se incorporó a la lucha. Es decir, las insubordinaciones de Savalls formaban parte de la naturaleza y de la manera de actuar del personaje. En realidad todo el mundo era consciente de esta característica esencial de la personalidad del ampurdanés y del hecho que Carlos siempre la había tolerado. Precisamente, la actitud tolerante de Carlos respecto la indisciplina de Savalls constituyó el motivo principal del distanciamiento afectivo que separó los hermanos reales- Carlos y Alfonso- y que parece que perduró hasta el final de sus vidas. No obstante y en definitiva, nos damos cuenta que, de entre todas las insubordinaciones que protagonizó Savalls, la que más dolió a Carlos y que desencadenó el consejo de guerra al que se le sometió, fue la negativa del ampurdanés a prestar ayuda a los asediados en La Seu d’Urgell.
Según cuentan algunas crónicas periodísticas, se dijo que Savalls, ante la acusación que se le formuló, renunció a la defensa puesto que consideró que aceptarla implicaba el reconocimiento de un cierto grado de culpabilidad. Quizá, si dicha renuncia se produjo, lo que significaba es que el acusado no reconocía la legitimidad del tribunal. Pero, si éste hubiera sido el caso ¿porque Savalls viajó hasta Estella?; ¿no le hubiera resultado más fácil, habiendo salido de Camprodon, dirigirse directamente a Niza?.
Siguiendo el hilo de esta crónica errática, debemos creer que finalmente el tribunal que debía juzgar a Savalls se constituyó. Juan María Roma forma parte de los autores que creen que el juicio se llevó a cabo y sugieren que Savalls resultó absuelto de los cargos que se le imputaban. Roma admite que Savalls tenía grandes enemigos pero también muchos amigos. Incluso Lizárraga, defensor de La Seu d’Urgell, que fue uno de los principales testigos de cargo y que jamás pudo entenderse con el ampurdanés, explicó a Carlos que, durante el asedio de la Seu, ni que se hubieran juntado las fuerzas de Dorregaray, Castells y Savalls, todas al unísono no hubieran podido romper las lineas enemigas y socorrer a los asediados. En cualquier caso, parece que la cuestión de la caída de La Seu d’Urgell en manos de los alfonsinos también provocó que Dorregaray y Morera- que, como hemos dicho, durante la guerra mantuvo relaciones provechosas con los liberales y que seguramente fue el enlace que facilitó el encuentro del hostal de la Corda- acompañasen a Savalls en el banquillo de los acusados.
Pero hay autores que creen que, no solamente se llevó a cabo este juicio sino que a resultas Savalls fue condenado a muerte y que luego, quizá antes- mientras el tribunal deliberaba- o después de que se proclamara la sentencia, se produjo el hundimiento del frente carlista provocado por el enérgico ataque de los ejércitos del gobierno, dirigidos por los generales Arsenio Martínez Campos y Quesada, con el que acabó la guerra. Entonces, debido al caos que originó la retirada carlista, Savalls se encontró la puerta del calabozo abierta de par en par y se añadió a la multitud de fugitivos que pasaron la frontera hacia el exilio. Incluso existe alguna noticia periodística que certificó la muerte del ampurdanés. El diario El Solfeo, de 24 de febrero de 1876, contaba lo siguiente: “Dícese que los cabecillas Savalls y Dorregaray han sido asesinados por los suyos.No sé si será cierto; pero lo juzgo verosímil”. No obstante, la versión más repetida de este suceso certificaba la existencia de la sentencia absolutoria que benefició a Savalls, merced al apoyo que recibió de la parte más radical del carlismo- los apostólicos-.
Savalls se largó a Niza. Se dice que ofreció sus servicios a diferentes ejércitos pero no tenemos constancia de que consiguiera alistarse en alguno. En concreto, parece cosa bastante segura que viajó a Trieste para enrolarse en el ejército serbio (guerra entre Serbia y Turquía, 1876-1878). Al fin volvió a Niza, donde trabajó el el comercio de vinos de la familia de su esposa y donde- se rumorea- con el dinero que había conseguido durante la campaña carlista, se construyó una torre que llamó “Villa Alpens”- el Diario Oficial de Avisos de Madrid, con fecha 25 de julio de 1876, publicó lo siguiente: “Savalls en Niza, donde ha comprado una soberbia propiedad”-. Murió en Niza en el año 1886.
Algunos personajes del entorno de Savalls.
Resulta interesante que nos detengamos en recordar a determinados personajes que acompañaron a Savalls durante la última guerra. Dejando a un lado a Vidal de la Llobatera, Auguet, Sabater y Miret, el resto de individuos que a continuación relacionaremos no constituyeron pilares fundamentales en el desarrollo de la lucha carlista, aunque alguno- como es el caso de Barrancot- sea representativo del tipo de guerrillero local, individualista y montaraz que abundó durante aquel periodo.
Joan Vidal de la Llobatera.
Joan Vidal de la Llobatera (1840- 1909), natural de La Llagosta, estudió Derecho y Administración y ejerció de abogado en Barcelona y en Girona. Vidal era profundamente católico y monárquico. Se distinguió gracias a la gran capacidad dialéctica que poseía. En el año 1871 fue elegido diputado por el partido carlista y dirigió un par de periódicos gerundenses de esta tendencia. Durante el mes de abril de 1872, la prensa informó que se había alzado en armas contra el gobierno.
Al cabo de pocos días, apareció acompañando a Savalls cuando éste entró en territorio del Principado. Vidal de la Llobatera fue un fiel partidario de Savalls y se manifestó, a través de Ceballos para que Carlos cesara a Estartús y nombrara en su lugar al ampurdanés en el cargo de capitán general de los carlistas gerundenses. Después, ejerció de secretario de Savalls y de auditor del ejército carlista catalán.
Probablemente, Vidal de la Llobatera fue el carlista catalán alzado en armas más culto y político.
Joan Savalls, alias Joanet y Juanito.
Joan Savalls, también llamado Joanet y Juanito, era hijo de Francesc Savalls. Durante la guerra debería tener entre 16 y 18 años. Francesc cargaba con muchos hijos e hijas. Se dice que, acabado el conflicto, iban apareciendo hijos de Savalls que se presentaban a Carlos VII para conseguir un empleo militar mientras esperaban el próximo alzamiento, o que ofrecían sus servicios a diferentes ejércitos de países europeos.
Joanet acompañó a su padre durante la tercera guerra carlista y formaba parte de su estado mayor con el grado de comandante del ala de caballería. Josep Joaquim D’Alòs retrata a Joanet con colores oscuros y lo moteja de joven asesino y sádico. Dice este autor que incitaba a su padre para que ordenara el fusilamiento de prisioneros y que gozaba dirigiendo los pelotones de ejecución.
Josep Savalls.
Josep Savalls precedía a su hermano Francesc en edad. Les separaban un año y nueve meses. Ambos fueron trabucaires y es muy probable que Josep també hubiera acompañado a Francesc durante la guerra de los matiners.
Josep Joaquim D’Alòs retrata a Josep de forma cruel: “José Savalls era un hombre gordo y sordo muy orgulloso, burro, pues era un ignorante mas él no se lo figuraba porque se creía saber mucho y ser muy docto; como hombre de mal corazón- cobarde trataba a los heridos e inválidos bárbaramente sin compasión ni caridad…”. Curiosamente, la opinión que refirió el general Estartús a Carlos VII sobre Francesc, coincide, por lo que se refiere al carácter altivo y ambicioso de éste, que D’Alòs también atribuía a Josep. El general Estartús decía : “Le conozco desde hace 40 años [a Francesc Savalls] y le he visto siempre repleto de ambición y orgullo cualidades de los ignorantes que se reputan sabios. Si el Sr. Savalls tuviera juicio se percataría de que las manchas que lleva han de ensuciar, si antes no las lava, la faja que pretende”.[39]
Francesc Orri, àlies el Xic de Sallent.
Orri nació en Sallent, como indica el apodo que llevaba. Durante la guerra tendría alrededor de 38 años. Era alto de estatura y de buena presencia física, aunque cojeaba debido a una herida que sufrió en un enfrentamiento en Sant Hilari de Sacalm. Su padre regía una taberna en Sallent que fue incendiada por Cabrinetty durante los primeros momentos de la guerra. Orri fue guarda forestal y capitán de los Guías de Estartús. Cuando éste depuso las armas, Orri reunió a su partida y se adhirió a Savalls. El Xic no formó parte del tribunal que condenó a muerte a Josep Estartús pero Narcís Comadira, presidente del mismo, le menciona como uno de los jefes que le avisó de que Savalls rondaba cerca de Mieres, donde estaba preso Estartús. Por esta causa, la ejecución se demoró, lo que aprovechó el condenado para fugarse.
Josep Joaquim D’Alòs opina que Orris era un protegido de Savalls y que por eso le ascendió a coronel comandante general de los tercios de Cataluña. El de Sallent no tenía dotes militares y era experto en el arte de esquivar las órdenes superiores. D’Alòs afirma que incluso sabía como ingeniárselas para que las órdenes nunca le fueran notificadas. No obstante, Orri era muy bueno en la recluta de voluntarios y procuraba que éstos gozaran de buena vida.
Felip de Sabater.
Aristócrata, hijo o nieto de Marià de Sabater (1757-1837) marqués de Capmany y catedrático de la Universidad de Cervera. La casa familiar de los Sabater, edificada durante el siglo XVII, radica en Cervera. Felip no amagaba su condición aristocrática porque era conocida por todos y la prensa, cuando le dedicaba alguna mención, a menudo añadía a su nombre el título de marqués, o su condición de clase alta.
Hubo opiniones radicalmente opuestas en lo que se refiere al talento militar de Sabater. Kirkpatrick le dedica elogios y cuando el marqués desertó de las filas del ejército gubernamental, donde tenía reconocido el grado de alférez y se juntó con Savalls en Francia, para volver a su lado a tierras gerundenses- 8 de mayo de 1872- los carlistas celebraron el reclutamiento de un militar experto. Durante el primer año de la guerra, Savalls, Auguet y Sabater se repartieron 1500 voluntarios entre los tres batallones que cada uno de ellos mandaba. Por aquel entonces, Sabater, con el grado de coronel, se equiparaba a Savalls y Auguet pero rápidamente Savalls adquirió preeminencia y Auguet le siguió en importancia, mientras que Sabater no consiguió superar en grado a los jefes como Xic de Sallent, Josep Savalls o Josep Ferrer.
Josep Joaquim D’Alòs asegura que Sabater era un inútil pero que dedicaba esfuerzos en elogiar servilmente a Savalls, debido a lo cual, durante cierto tiempo, fue su secretario. D’Alòs también recuerda que el leridano era cobarde y mujeriego. Al fin, Savalls le destituyó y Sabater se fue a Navarra donde dirigió una brigada.
Francesc Auguet.
No tenemos noticias de la vida de Auguet con anterioridad a la tercera guerra carlista, salvo por lo que se refiere a que nació en Pont Major (Girona) y a que regentaba una alpargatería. Se dice que fue trabucaire y que durante la guerra de los matiners hizo amistad profunda con Francesc Savalls.
Todos los que trataron a Auguet coinciden en que fue un tipo misterioso, que prefería aparecer como oscuro y humilde. Es decir, el carácter de Auguet se oponía radicalmente al de Savalls. También hay coincidencia en calificarle de militar valiente, trabajador y poseedor de una gran capacidad estratégica y táctica. Sus voluntarios- agrupados en el segundo batallón de Girona- le querían ya que fue la clase de oficial que se mezcla con la tropa, que comparte la comida y las incomodidades con los soldados y que en el combate, no se esconde. En muchas acciones victoriosas cuyo mérito se atribuye a Savalls, la participación de Auguet devino determinante; por ejemplo, en la batalla de Alpens. María de las Nieves de Braganza calificaba al de Pont Major como un “bizarrísimo militar”, y añadía: “En cuanto a Auguet, tampoco era ambiciosos, ni quería hacer un papel principal; no quería aplausos para su personal. Savalls tomaba para si la gloria de los hechos de armas de Auguet y éste se la dejaba […]. Sin la influencia perniciosa de Savalls, Auguet ni hubiera pensado, probablemente, en ser insubordinado”.
El periodista que informo sobré la entrada de Savalls a territorio español, describió a Auguet como un hombre “alto, delgado y simpático”. Puget, a través de la pluma de Pla, le concedió el aspecto de un soñador romántico y añadió que transmitía una mezcla de dulzura y de extraña energía. Unas líneas después, Puget y Pla señalan que “Auguet siempre mantuvo un aspecto melancólico, taciturno, de misántropo y obsesionado. Llevaba bigote y mosca, como un poeta romántico”. Además, destacan su pose impávida. Cuentan Puget y Pla que en la lucha de Castellfollit de la Roca, una bomba explotó cerca de Vila de Viladrau y el alud de tierra que provocó le sepultó. Auguet creyó que Vila había muerto y sin mover un músculo facial que no fuera los labios, dijo: “Adios, Vila”.
D’Alòs dedicó a Auguet las notas siguientes: “ Francisco Auguet, natural de Pont Major, Gerona, de unos 50 años, sirvió en la guerra de los matiners en 1848, figuró casi todo el tiempo de la guerra como Brigadier y a los últimos meses fue nombrado General. Hombre valiente y de grandes dotes militares tenía lo que llaman en el arte de la guerra ojo militar, ese don inapreciable que pocos militares poseen y que solo la providencia concede raras veces. Auguet con una sola mirada en el campo de batalla ya comprendía cual era su situación y que plan había de seguir; sus mismos contrarios le admiraban, así me lo han dicho varios oficiales del ejército liberal. Savalls, ese cobarde asesino, siempre le tuvo a su lado, era su hombre que le sacaba de los apuros, así es que muchos de sus hechos y victorias no le pertenecen a Savalls, sino a Auguet, en una palabra era el sustento y apoyo de Savalls. Robo, se calcula en 20 o 30.000 duros pero pudo hacer más; no ha sido sanguinario, enemigo acérrimo de atacar poblaciones, como decía él “no m’agrada afusellar muralles”, obligado por su jefe Savalls, en cuando atacaba algún pueblo fortificado. No ha sido sanguinario, Auguet como carlista y amante del Rey era fiel pero como católico no tenía creencias algunas; Auguet dominó a Savalls hasta muy a las últimas, tocante a la dirección de la guerra, mas no a cometer Savalls sus antojos y excesos, así es que Auguet era el todo en la gloria de las acciones pues Savalls no se cuidó jamás de batirse ni de hacer otra cosa que robar y entrar en tratos con el gobierno liberal con quien tenía el pastel arreglado por conducto de Morera y hasta que a lo último Savalls convenció a Auguet que debía retirarse y dimitir de sus empresas. Varias veces Auguet para dominar a Savalls le decía que si no hacia tal o cual cosa iría a Navarra y le diría al Rey quien era, con lo cual Savalls se veía obligado a hacer lo que Auguet quería y Auguet era persona de mala lengua, renegaba mucho.”
Como se ha visto, D’Alòs sugiere que Auguet abandonó las armas porque Savalls le convenció para que lo hiciera. No sabemos en qué momento Auguet decidió retirarse de la lucha pero en cualquier caso, eso debió suceder al final de la contienda. Luego, Auguet volvió a su alpargatería de Pont Major. El gobierno de Alfonso XII le propuso que se integrara en el ejército gubernamental pero Auguet declinó la oferta. Se rumorea que, durante años, los paseantes le vieron en la puerta de su taller, cosiendo alpargatas.
Francesca Guarch Folch (1857-1903)
En las filas de Savalls luchó una mujer que procuró esconder su condición disfrazándose de chico. Marià Vayreda la conoció y le dedicó un capítulo en “Records de la darrera carlinada”, titulado “Lo valencianet”. Lo que nos cuenta Vayreda coincide con la información que nos proporciona el certificado de la autoridad carlista que se reproduce a continuación: “Real Intendència de Cataluña. – Provincià de Gerona. — D. Juan Puigbert Cufí, Subdelegado General de Hacienda de la provincià de Gerona. — Certifico: Que D.” Francisca Guarch, vecina de Castelltort, provincia de Castellón de la Plana, ingresó en el mes de marzo del presente año, bajo el nombre de Francisco Guarch, en las filas del Ejército Real, donde ha permanecido hasta fines del corriente, habiéndose encontrado en varias acciones, entre ellas, en la tan gloriosa de Alpens, habiéndose siempre conducido perfectamente, según relación de sus jefes y compañeros de armas, y que a causa del brillante triunfo de Alpens, no pudo menos, embargada de satisfacción y gozo, de escribirlo a su familia, motivo por el cual pasó su padre a esta provincia para recogerla, cosa que ella ha sentido mucho, según han sido las pruebas de sentimiento que por doquiera ha dado. Y como tanta heroicidad y la virtud que ha probado con no ser siquiera sospechada de mujer, exigen la admiración, respeto y protección de toda alma noble y verdaderamente carlista, no he vacilado en extenderle la presente certificación, que no pedía, para que se la proteja. — En esta Real Intendència, a 13 de octubre de 1873. — El Subdelegado General de Hacienda, Juan Puigbert y Cufí”.
Vayreda recordó que esta soldado siempre rehuía a los compañeros y que, en una ocasión le había invitado a subirse a la grupa de su caballo, pero rehusó el ofrecimiento con un gesto amable y mudo. Francesca cambió de regimiento a menudo, ya que temía que sus compañeros descubrieran que era mujer. Una vez solicitó el cambio solamente porque percibió que el oficial que le libraba la paga le miraba con curiosidad las manos. Como veremos, esta circunstancia parece refrendada por la noticia que Francesca expuso a sus padres en la carta que les envió, según la cual solamente había permanecido en el batallón de Savalls durante ocho días.
En Girona se rumoreó que Francesca era monja, que había residido como interna en el convento de las siervas de Sant Josep y que antes de salir de su pueblo para alistarse a las filas carlistas, se cortó las trenzas y las depositó a los pies de la imagen de la Virgen. Ésta era una costumbre de las chicas que ingresaban en el convento por lo que – si el rumor correspondía a la realidad- no parece probable que Francesca abandonara Castelltort para alistarse sino que, antes, debió pasar por el convento gerundense.
La carta que Francesca envió a sus padres y que provocó que éstos se decidieran a viajar a Cataluña para encontrarla, fue descubierta por Salvador Reixach Planella en el archivo municipal de Santa Pau (“Cartes d’un republicà federal i d’un carlí”, PATRONAT D’ESTUDIS HISTÒRICS D’OLOT I COMARCA -Annals 1996·1998- p. 195-206). En dicho escrito Francesca explica a sus padres las duras circunstancias del viaje que había realizado hasta que, al llegar a Sant Esteve de Llèmana, topó con las primeras tropas carlistas, que eran las de Savalls. Pero, solamente permaneció en ellas durante ocho días, ya que en un ataque fueron dispersadas. Entonces Francesca se juntó al Segundo batallón de Girona, a las órdenes de Auguet. En la carta dice lo siguiente: “Llegada y después de pasado por Tortosa, Tarragona y Barcelona, llegué por último a Gerona y saliendo de allí en dirección a la parte la montaña llegué a un pueblo llamado San Esteban de Llimana en donde encontré la primera partida Carlista en la cual me encorporé. Seguí 8 días en el Batallón de Saballs; pero tubimos una dispercion y después me encorporé con otro Batallón que ahora se llama el 2° Batallón de Gerona. No podréis figurar lo que padecí en tanta travesura como hay desde mi casa basta el estremo de Cataluña, sin llevar ningún dinero, no teniendo media para vivir, que implorar la caridad pública pidiendo limosna.” En todo el escrito, la carlista no se refiere a su estancia en el convento pero está claro que se ahorró cualquier dato que, para un lector extraño, pudiera indicar su sexo. No hace falta decir que, por razones evidentes , la correspondencia privada de los soldados nunca ha sido secreta y menos todavía en tiempos de guerra. Por otro lado, tampoco sabemos con certeza si la chica realmente estuvo en un convento. Este avatar, incluida la ofrenda de las trenzas a la Virgen, tiene toda la apariencia de una fábula hagiográfica, El descubrimiento de la carta de Francesca en el archivo municipal de Santa Pau también constituye un hecho intrigante ya que se supone que el escrito llegó a su destino. ¿Quizá los padres de Francesca entregaron la carta a la administración carlista, a fin de que encontraran a su hija y luego no les fue devuelta?. Pero también pudiéramos pensar que la carta fue requisada por los censores carlistas y existiendo la sospecha que el soldado Francesc Guarch era en realidad una mujer, avisaron a sus padres con el fin de ahorrarse la expulsión.
Francesca fue condecorada por María de las Nieves de Braganza y de Borbón y nunca dejó de ser carlista. Participó en la conspiración de Badalona, en el año 1900.
Josep Ferrer.
Savalls quiso organizar a su entorno una especie de estructura paralela a la estructura de las autoridades locales oficiales o quizá deberíamos decir que quiso disponer de una organización propia que se espejara en la legal. Había alcaldes y recaudadores carlistas pero a Savalls le faltaban mozos de escuadra, aduaneros y policías forestales. Los trabucaires Audalet y Sant Feliu ejercieron como “rurales” y Joan Inglés, de aduanero.Todos ellos fueron tipos desorganizados, arbitrarios y depredadores. Josep Ferrer instauró el cuerpo carlista de mozos de escuadra.
Josep Joaquim D’Alòs retrató a Ferrer con estas palabras: “ Don Ferrer hijo de… provincia de Tarragona, de edad 35 años, alto y gordo y tenía de instrucción ninguna, sabe escribir con buena letra pero mala redacción; fue moso de las escuadras de Cataluña con destinación en Santa Maria Sacalm, entró a servir con Savalls los primeros días de la guerra, después fue capitán de guías de Savalls, muy estimado de Savalls, creó las escuadras de mosos al estilo de cómo estaban con sus uniformes y demás exactamente haciéndole a éste el jefe de ellas, por creerse Savalls bien guardado porqué Ferrer era la persona de más intimidad del general, no separándole un momento de su lado, podemos decir, era el home de la por [40] que guardaba el jefe, en una palabra sea dicho todo, era un buen y fiel soldado de quien lo pagaba; no ha representado ningún papel que merezca citar, ni para el Rey, ni para la Religión. A la deserción de Savalls se fue con Castells con quien fue otro fiel criado de éste y por último se adhirió al gobierno liberal para formar las escuadras con Martínez Campos y Arrando cobrando paga del gobierno de Alfonso 12.”
En ocasiones, los mozos de escuadra de Ferrer fueron mencionados por la prensa puesto que, además de formar la escolta de Savalls, también participaron en algunos ataques, como fue el caso del asalto a la Jonquera (7 de octubre de 1873).
Miquel Cambó i Gaiató, àlies Barrancot.
Barrancot fue uno de los primeros cabecillas que la prensa mencionó a partir del mes de abril de 1872. Barrancot había ejercido como mozo de diligencias y contrabandista, de manera que conocía palmo a palmo el país fronterizo. Durante la guerra, en ocasiones, emprendía acciones por su cuenta- por lo general, la ocupación de algún pueblo- pero a menudo se dedicaba a cubrir actuaciones auxiliares, como la destrucción de líneas telegráficas y vías ferroviarias, o acompañaba a Savalls en las luchas que éste dirigía. No tenemos información alguna que nos permita asegurar que Barrancot hubiese intervenido en acciones más allá de las comarcas gerundenses. Parece que el territorio de su guerra se circunscribía a l’Empordà y la Garrotxa.
Cuando finalizaba el año 1873, informaciones procedentes de particulares no identificados originaron el rumor que Miquel Cambó, alias Barrancot había fallecido en Campdevànol debido a una enfermedad pero al terminar la guerra, durante el mes de febrero de 1876, también se dijo que Barrancot se había presentado en Besalú para pedir el indulto.
Marià Vayreda recordó a Barrancot y lo hizo mediante los términos irónicos que se reproducen a continuación: “Solíamos acoplarnos con la partida de Barrancot, tipo sumamente habilidoso y conocedor del país, que era capaz de burlar la persecución de diez columnas enemigas, entre las cuales se colaba como hacen los conejos entre los zarzales. Toda la táctica de Barrancot consistía en saber huir y en eso era un maestro ya que llevaba a cabo verdaderos primores. Se contaba que había llevado a cabo la muy difícil operación de desfilar, con toda su partida, entre una columna y sus guerrillas de flanqueo. Verdaderamente en aquella guerra, casi eran tan molestos los fusiles para los infantes como la caballería lo era para nosotros. Es por eso que el jefe Barrancot siempre andaba desarmado. El revólver y un gran sable que parecía de feria, los entregaba a su asistente.Vestía un chaleco de astracán, pantalones de terciopelo azul con una franja de franela roja, cosida a lo largo de los muslos y boina del mismo color. Era bajo, velludo y usaba bigote blanco.
Normalmente iba a pie, con la particularidad de que, a menudo, el asistente montaba su caballo y ceñía sus armas, aunque no sé si eso se debía al deseo de ser menos visible o porque creía que gozaría de más posibilidades de salvación en el caso de caer en una emboscada o en cualquier otro mal encuentro […] Se comprende, pues, que no era un hombre que reverdeciera los laureles de Napoleón, ni siquiera de los Marçals y de los Borges pero, aun así, prestó servicios importantes a la causa…”
Martí Miret i Caraltó.
Martí Miret (La Granada, 1846-1896) abandonó los estudios del seminario en el mismo año que empezó la tercera guerra (1872) y consiguió que se le reconociera en las filas carlistas con un grado de oficial mediante el método usual de lanzarse al monte con un puñado de adictos.
El joven del Penedès no quiso ser un guerrillero comarcal y enseguida lo encontramos luchando en territorios barceloneses y gerundenses, al lado de Galceran, de Savalls, de alguno de los Tristany, o de Auguet. El encumbramiento meteórico de Miret, constituye un hecho sorprendente. Al poco tiempo ganó los galones de coronel y de brigadier. Posiblemente, la carrera veloz de Miret se explica porque fue uno de los pocos cabecillas catalanes que mantuvo muy buena relación con los Infantes Alfonso y María de las Nieves. La Infanta, en sus memorias, le menciona a menudo como ejemplo de oficial que obedecía las órdenes de Alfonso y que remediaba los errores y carencias de Savalls. Posiblemente la juventud de Miret facilitó la buena relación que mantenía con Alfonso ya que ambos, por aquel entonces, no superaban los 30 años. María de las Nieves explica que Alfonso y Miret pasaban largos ratos juntos, dedicados a combinar proyectos bélicos sobre los mapas. El comentario de la Infanta parece surgido de la boca de una madre que describe embobada los juegos de sus críos. Cuando los Infantes decidieron abandonar Cataluña para dirigirse al Maestrazgo y Castilla, Martí Miret y el Capellà (Cura) de Flix fueron de los pocos jefes catalanes que les siguieron.
Ciertamente, Miret era valiente, ambicioso y emprendedor. Otra cosa es que fuera un militar de nivel, digamos, profesional. Puget y Pla nos cuentan una anécdota que pone en duda sus capacidades militares: “ – Martí- dijo de pronto Galceran a Miret, en voz baja y en pleno combate.- ¿Qué pasa?- contestó Miret, en el mismo tono.- Eso va mal.- No te preocupes. Por la tarde no tendré tanta gente y la situación mejorará. Como sucede con muchos generales, el número de soldados que podía contener el cerebro de Martí Miret quedaba limitado por las posibilidades de su propio cerebro.”
Miret, habiendo terminado la guerra, se integró en el ejército español y sirvió en Cuba con el grado de coronel. Después volvió a Cataluña y fue empresario en el sector de la minería.
Josep Vila de Prat.
Recordaremos a Vila del Prat porque constituye un ejemplo típico de un miembro de la clase social que llamamos “la aristocracia de la alpargata”, formada por propietarios rurales ricos, que resultaba equiparable a la burguesía en el ámbito comercial e industrial. Estos propietarios, pertenecientes a estirpes payesas antiguas y enraizadas en el país, sostuvieron la causa del carlismo como anteriormente habían prestado su apoyo a los alzamientos realistas (el llamado “de los agraviados”) porque temían, sobre todo, la inseguridad especulativa del sistema capitalista, conjurado con el centralismo político.
Josep Vila de Prat era un propietario payés de importancia, el caserío del cual radicaba- y aún se mantiene en pie- en Sant Sadurní d’Osomort (Guilleries). Vila luchó en la primera guerra carlista y en la de los matiners. Durante la última contienda debía contar alrededor de 60 años. Josep Joaquim D’Alòs le describe como un hombre moreno, delgado, de altura mediana y feo, que no tenía instrucción ni conocimientos que no fueran los agrícolas. Tampoco le concede competencia en lo militar, aunque sabemos de su participación meritoria en unos cuantos combates.
D’Alòs asegura que Vila de Prat no parecía un tipo valiente ya que a menudo esquivaba al enemigo. Por lo dicho se le conocía con el apodo de “Vila-fuig” (literalmente, Vila-huye). Quizá adquirió el apodo en la batalla de Puigcerdà, en la qual se ha contado que tenía la misión de impedir el paso a la columna de socorro de Cabrinetty y no se esmeró en llevarla a cabo. Pero, si tenemos en cuenta la cantidad de acciones en las cuales tomó parte Vila de Prat, lo de “Vila-fuig” parece injusto. Políticamente, Vila fue considerado un “hombre del rey” y no tanto un partidario de la religión. En los primeros momentos ostentó el cargo de jefe de la brigada de Barcelona y luego pasó a jefe de la primera división, a las órdenes de Savalls.
En las crónicas de las luchas carlistas, Vila de Prat aparece aquí y allá, casi siempre a la sombra de Savalls y en lugares de la Cataluña Vieja. Acompañó a Savalls y a los Infantes en la toma de Igualada (17 de julio de 1873) donde se dice que cayó muerto en combate.
Rafael Puget y Josep Pla nos informan de que en el Registro de Rebeldes de la Diputación de Girona se guardaba la ficha siguiente: “Savalls, Francisco. Oficio: estudiante. Desapareció de la Pera en 1835”. Al finalizar la guerra de los matiners, el juzgado de instrucción de Santa Coloma de Farners, describía a Savalls en los términos siguientes: “Soltero, edad 30 años, estatura alta, ojos pardos, nariz regular, barba poblada, pelo castaño, color sano”.
Josep Joaquim D’Alòs, retrata al Savalls de la última guerra sin concesiones: “Francisco Savalls, natural de La Pera, Província de Gerona, de edad 56 años, de aspecto del calavera, flaco, bigotes tiesos, boina echada al cogote, aire vanidoso, fanfarrón e hipócrita y de poquísima instrucción que prueba quien es, pues a la menor contrariedad reniega como un federal y blasfema como un carretero”.
El autor anónimo de “El terror de la montaña, o Historia del famoso cabecilla carlista D. Francisco Saballs”, nos ofrece el siguiente retrato: “Saballs es alto y delgado; todo él es una organización de nervios y de huesos que revela su resistencia y su actividad. Su semblante es largo, la mirada es profunda y tiene los ojos encendidos por los bordes. La nariz es aguileña y su barba larga y aguda. Un largo bigote entrecano da a todo su rostro mayor dureza. Las cejas están contraídas por lo regular y dos profundas arrugas parten perpendicularmente desde la frente a la nariz. No hay en todo aquel semblante ni un rasgo de bondad; su voz es brava, imperiosa y sonora”.
Marià Vayresa no se preocupó en dejarnos una descripción física completa de Savalls. En una ocasión dice que portaba la boina al estilo de los zuavos y en otra se refiere, de forma indirecta al mal carácter, la socarronería que usaba y la voz ronca que tenía.
Existe el recuerdo de la forma felina como se movía Savalls. Esta característica se ha reconocido a numerosos trabucaires. Por ejemplo, Víctor Aragón[41], juez suplente en el proceso de los trabucaires (Perpiñán, 1845- 46) describió al acusado Isidre Forgues, alias Menut – que se alzaba 1,79 metros de altura y que había huido de los aduaneros franceses saltando, con las esposas prietas y desde arriba de un acantilado- como un tipo delgado y alto que se movía lentamente, con gestos felinos. Hay parecido físico entre Savalls y Menut pero sabemos de otros trabucaires insignes con los que el de La Pera compartía el aspecto de estos animales depredadores, como es el caso de Felip. En realidad, a menudo Savalls fue apodado “el tigre” e incluso los caricaturistas le habían representado con la apariencia de este animal.
La personalidad de Savalls ya era considerada por sus coetáneos como especialmente compleja. Ciertamente fue un tipo cruel, fanfarrón y arbitrario. Sabemos que experimentaba ataques de ira durante los cuales a menudo acababa en el suelo echando escupitajos. En pleno estado de excitación podía tomar decisiones de las que luego se arrepentía.
El reproche referido al carácter fanfarrón de nuestro personaje se debió principalmente a su forma exagerada y sarcástica de expresarse, así como despectiva, pero también al ingenio que tenía para atribuirse méritos que no le correspondían. María de las Nieves explica que cuando Alfonso propuso a Savalls para que fuera nombrado comandante de las fuerzas carlistas de Girona y con el fin de enaltecerlo, “escribía a Carlos todo cuanto le referían en pro de Savalls, comunicándole noticias de combates victoriosos, cuyas relaciones corrían por la frontera, pero de las cuales se supo más tarde, o que no eran tales, o que ni se dieron siquiera”. Kirkpatrick describió la victoria que los carlistas obtuvieron en Anglès con palabras que nos trasladan su duda sobre que hubiese sido tan importante como Savalls había dado a entender. “En el informe del día, Savalls se refiere a esta batalla como si hubiera sido el hecho más glorioso”. El ampurdanés- eso también lo dijo María de las Nieves- no intervino directamente en la toma de Igualada pero luego reclamó para si el mérito de la victoria y cuando todavía no se había terminado el combate, se exhibió por la rambla con un cigarro en la boca,dándose aires de ser el dueño de la ciudad.
Savalls robaba, mataba, dirigía briosamente un ataque, o, por el contrario, se escondía durante la lucha. María de las Nieves y D’Alòs aseguraban que era un cobarde y que siempre se mantenía lejos del combate pero muchos altos oficiales, como por ejemplo Estartús o Vila de Prat, han cargado con esta acusación porque se situaban en un lugar elevado desde el cual podían contemplar el desarrollo de la batalla. Otra cosa diferente sucedía cuando Savalls dirigía incursiones guerrilleras, rompía un sitio o atacaba por sorpresa las columnas enemigas. Por contra, es cierto que no tenemos noticias de que en alguna ocasión, Savalls hubiera sido herido. Y eso que participó en centenares de enfrentamientos. Si hubiera sufrido una sola lastimadura en acción de guerra, lo sabríamos ya que el mismo se hubiera encargado de magnificar el suceso al nivel de heroicidad. Quizá Savalls no fuese un cobarde pero tenía instinto y habilidad de conservación.
Ahora bien, también es cierto que en ocasiones Savalls se comportaba de forma casi afable y magnánima. La voz popular explicaba, por ejemplo, que una vez encontró a un capitán de la guardia civil que estaba encargado del pago del sueldo a los hombres de las guarniciones. Savalls se percató de que el capitán caminaba desorientado en dirección equivocada y no solamente le informó de la ruta correcta sino que le facilitó una escolta para que pudiera llegar a su destino sin problemas. El ampurdanés, en ocasiones, otorgaba el perdón a unos cuantos prisioneros que él mismo había condenado a muerte y lo hacía de pronto, por iniciativa propia o porque se lo solicitaban las mujeres o los hijos de los sentenciados. En Tordera, cuatro compañías del ejército se le rindieron después de haber luchado con determinación. Savalls desarmó a los prisioneros, les dio de comer y les otorgó la libertad.
También se ha dicho que esta actitud de Savalls, que en ocasiones hasta parecía benéfica y caballeresca, se limitó a la época republicana, cuando fue especialmente bienvenido en las tierras gerundenses debido al desorden social que allá había. Durante este periodo algunos grandes señores barceloneses invitaron a Savalls para que ocupara la capital del Principado y le atribuyeron el mérito de haber cooperado con las autoridades judiciales fusilando a un famoso bandido perseguido por la justicia.
El asunto del consejo de guerra al que los amigos de Savalls sometieron a Estartús, durante el mes de agosto de 1872, constituye un buen ejemplo de los cambios de humor que experimentaba el ampurdanés. Está claro que el secuestro y el juicio sumarísimo del cabecilla de La Garrotxa, por lo menos, fue incentivado por Savalls. El teniente coronel Narcís Comadira, Kirkpatrick de Closeburn, Barrancot y el resto de miembros de este tribunal improvisado debieron haber escuchado muchas veces los improperios y los deseos de muerte que Savalls dirigía a su superior: “¡ libradme de este traidor!”- les debió haber dicho en más de dos ocasiones. Al fin, Comadira y sus cómplices secuestraron a Estartús y lo juzgaron pero cuando se disponían a formar el pelotón de fusilamiento, Barrancot y Orri avisaron al presidente del tribunal que Savalls se encontraba muy cerca, por los alrededores de Mieres, donde debía llevarse a cabo el sacrificio. Entonces, Comadira recapacitó porque sospechó que Savalls pudiera haber cambiado de criterio. Efectivamente, las notas de Barrancot y de Orri avisando a Comadira sobre la cercanía de Savalls constituían señales mediante las cuales los autores pedían prudencia al teniente coronel para que retardara el fusilamiento hasta que el capitán general de Girona, Francesc Savalls, hubiera tenido a bien firmar el enterado de la condena. En realidad, Savalls no firmó el visto bueno de la sentencia y no podemos dudar que tenía conocimiento de la misma. En este corto espacio de tiempo- quizá durante un par de días- Estartús se fugó de la prisión tranquilamente, por la puerta y acompañado de su asistente. En definitiva, parece cosa cierta que la fuga fue tolerada por los carceleros porqué a Savalls, después que hubiera conseguido el nombramiento de capitán general de los carlistas gerundenses, que antes ostentaba Estartús, se le enfrió el enojo.
Rafael Puget recordaba que en ocasión de la entrada de Savalls en Manlleu, el ampurdanés supo que Lleó Fontova Mareca (1838- 1890) famoso actor y director teatral, representaría en este pueblo “Les joies de la Roser”, de Pitarra. El guión de la obra no resultaba nada favorable a los carlistas por lo que Fontova decidió suspender la función con el fin de ahorrarse problemas. Savalls, cuando se enteró de la suspensión, llamó a Fontova. El actor se presentó tembloroso ante Savalls y salió de la entrevista todavía más asustado, si cabe, ya que don Franciscu le ordenó que llevara a cabo la función. El general y un montón de carlistas asistieron a la representación de “Les joies de la Roser”, la cual siguieron con gran atención. Después, Savalls pagó a Fontova una onza de oro y le propuso que le acompañara para dar a conocer la obra teatral en los pueblos que conquistara. Fontova huyó rápidamente de Manlleu.
Debe insistirse en que las rarezas de Savalls no contradicen la característica principal de su carácter. Savalls era un tipo de impulsos sanguíneos, que no soportaba el sentimiento de frustración y que dividía las personas en dos clases: los que estaban incondicionalmente a su favor y aquellos que se oponían a sus deseos o que simplemente, le incomodaban. Como militar no perdonaba a los que tomaban voluntariamente las armas en las filas enemigas. De joven no tuvo piedad de los milicianos de Santa Coloma de Farners que encontró en L’Esparra, durante el 6 de abril de 1842. Desde entonces, la porción más grande de las víctimas de sus fusilamientos fueron los miembros de “los voluntarios de la libertad”, o milicianos, llamados “cipayos”, todos los cuales eran catalanes, casi en su totalidad. Pero el ampurdanés también ordenó el sacrificio de los prisioneros que se le rindieron en la batalla de la Sierra de Toix. Kirkpatrick explica que estos prisioneros fueron bien tratados y devueltos a Barcelona y quizá sea cierto que unos cuantos gozaron de la magnanimidad de los vencedores pero, por lo menos, trescientos de ellos cayeron fusilados en Llers, Sant Joan de les Abadesses y en las cercanías de Banyoles. En Collformic, también fueron fusilados más de cien fugitivos de la batalla por la conquista de Vic, aunque este sacrificio no puede ser atribuido directamente a las órdenes de Savalls, sino que fue llevado a cabo por el batallón que dirigía Auguet. En cualquier caso, el guerrillero Savalls, que no podía, ni quería soportar la carga pesada de la comitiva de cortesanos que acompañaba a los Infantes, todavía tenía menos disposición para tener cuidado de centenares de prisioneros, a los cuales debía custodiar y alimentar. Si revisamos los listados de soldados y oficiales del ejército español y de los carabineros que fueron pasados por las armas en Llers, encontraremos pocos apellidos catalanes entre ellos y se puede comprobar que los regimientos de los cuales provenían estos desgraciados tenían su sede en el centro de la península. Es decir, Savalls sabía que la soldadesca forastera que dejara en libertad forzosamente volvería a sus cuarteles situados en el Principado ya que aquellos soldados no tenían otra salida. Por lo tanto, si estos prisioneros no podían ser intercambiados por los que estaban en manos de los liberales, los mataba.
Pero, en tanto que líder popular, Savalls tampoco perdonaba a los correligionarios que le entorpecían en su ascenso al cesarismo absoluto. El asedio al que sometió a Estartús, mediante la parodia de juicio que le montaron los jefes de su Estado Mayor durante el verano de 1872 para fusilarle, así como los atentados contra la vida de Rafael Tristany que se atribuyen al ampurdanés, prueban su carácter intolerante. María de las Nieves de Braganza cuenta que sufrió unos cuantos atentados perpetrados por miembros del ejército que le acompañaba, o por infiltrados- la diferencia no resulta clara- aunque en ningún momento los atribuye a Savalls. Ahora bien, teniendo en cuenta la animosidad que enfrentaba a los Infantes y Savalls y recordando que los oficiales del Estado Mayor del ampurdanés llegaron al punto de amenazar de muerte al hermano del pretendiente y a su esposa, debe sospecharse que quizá nuestro biografiado tuvo alguna participación como incitador en alguna de dichas agresiones. Al fin, sabemos que durante el mes de septiembre de 1873, Alfonso Carlos escribió a su hermano para contarle que la situación de enfrentamiento con Savalls era tan grave que temía que, en cualquier momento, los partidarios de unos y otros acabasen a tiros.
Savalls no tenía profundidad ideológica, sino que al contrario, todo indica que no era demasiado piadoso, ni clerical, y aunque predicaba el sometimiento sin reticencias al rey absoluto, lo cierto es que él no obedecía a nadie. En cambio mantenía relaciones provechosas con algunos republicanos. Eso queda probado por el manifiesto que firmó en fecha del 2 de diciembre de 1872, mediante el cual ordenaba a sus seguidores que prestaran apoyo a las partidas republicanas.
No obstante, las proclamas de Savalls rezumaban frases de contenido reaccionario y de fanatismo religioso que nunca superaban el nivel de tópicos. Es evidente que los enemigos que tenía lo eran a carácter personal, no por divergencias de catecismo. Se le atribuía poca formación y hay que tener en cuenta que las proclamas que firmaba- que pueden leerse sin contratiempos- fueron escritas por sus secretarios- durante cierto tiempo lo fue Vidal de la Llobatera-. Los que conocieron las cartas que redactaba Savalls, son testigos de que con la pluma en la mano el ampurdanés no iba demasiado lejos.
Savalls, com es el caso de muchos otros cabecillas, era un egocéntrico. Por lo que se refiere a esta característica de su personalidad su caso no es excepcional pues la compartía, por ejemplo, con el reusense Joan Prim. En los últimos momentos del alzamiento de la “Jamancia” (noviembre de 1843) cuando Prim consiguió que se le rindieran los defensores del castillo de Figueres, quiso fusilar a un montón de prisioneros, voluntarios de Joan Martell, no por causa de su republicanismo, sino debido a que, siendo paisanos suyos, no podía entender que se le hubieran enfrentado. Prim y Savalls compartían otras semblanzas de carácter, las cuales resultan habituales y comunes a los líderes militares de origen popular.
Una característica común de los egocéntricos es el nepotismo, ya que el líder cree firmemente que sus familiares son, por el hecho de serlo, los depositarios naturales de los privilegios que ha atesorado. El poder y el botín que el caudillo ha conseguido constituye su patrimonio personal, el cual, por lo tanto, está sujeto a la herencia o la donación en vida a favor de los parientes más próximos. Al fin, la patria verdadera del líder, del “macho-alfa”, está constituida por la familia, por el rebaño de parientes que él se ha comprometido a conducir hasta los prados más suculentos. Savalls se casó cuando tenía poco más de treinta años y se cargó de hijos legítimos y de los otros. D’Alòs nos presenta a Savalls en Italia como un jugador de cartas profesional, habitual en las partidas de cuartel, en las cuales apostaba cantidades importantes y hacía trampas temerarias. Fue juzgado por estas prácticas poco honorables y se justificó alegando que debía alimentar demasiados estómagos. Con la misma excusa quiso que los papistas le perdonasen que hubiera vendido sus servicios de mercenario al ejército de los Saboya.
Por lo tanto, en beneficio de sus familiares, el cabecilla se esfuerza todo lo que sea necesario. Los Massot de Darnius, parientes de Savalls, eran propietarios liberales sin fisuras y no obstante, siempre fueron objeto de protección por parte del ampurdanés. Es cierto que el respeto de Savalls por los Massot traía causa en el asesinato de su primo hermano, Joan Massot, cometido por un grupo de trabucaires en el año 1845- lo que originó el juicio que se llevó a cabo en Perpiñán al año siguiente- y en en el cual la maledicencia popular le implicaba, basándose en su pasado como trabucaire. En plena guerra de los matiners, en el día 29 de septiembre de 1848, Estartús y Savalls, al frente de 200 hombres, entraron en Darnius, arrastrando al brigadier Martirià Serrat atado como un prisionero, encima de su caballo. Serrat, en su momento, fue considerado por las autoridades españolas el jefe de los asaltadores de la diligencia que recorría el trayecto de Perpiñán a Barcelona y por lo tanto, el jefe de los secuestradores y asesinos de Joan Massot. Resulta significativo que Savalls, en 1848, entrase en Darnius llevando como prisionero al correligionario que la justicia española, tres o cuatro años antes, había señalado como el comandante de los presuntos asesinos de su primo. Habiendo transcurrido un cuarto de siglo más, al finalizar el mes de junio de 1872, Savalls llegó a Llers y marchando hacia La Jonquera, topó con los milicianos de Darnius, a las órdenes de los hermanos Massot, que eran los oficiales principales de la formación. Savalls venció a los Massot, que cayeron prisioneros pero, casi inmediatamente, les concedió la libertad.
La deferencia que Francesc Savalls reservaba a los Massot resulta pues explicable, ya que el ampurdanés necesitaba librarse de la acusación relativa al asesinato de su primo. Pero otra cosa es la preeminencia militar que concedió a su hermano Josep y a su hijo Joanet, los cuales nunca demostraron que poseyeran ningún tipo de cualificación para los menesteres de la milicia sino que, todo lo contrario y si damos crédito a Josep Joaquim D’Alòs, eran un par de seres crueles e imbéciles.
La anécdota que hemos conocido, explicada por Josep Pla, que nos presenta al matiner Savalls visitando a su madre para echarle en la falda un puñado de onzas de oro robadas, resulta muy significativa de la mentalidad del ampurdanés. Cuando los carlistas ocupaban Olot, Savalls reclamó a su mujer e hijas para que entrasen en España y le acompañaran. Durante las primeras décadas del siglo XX todavía había gentes de la Garrotxa que recordaba que las habían visto bailar en un prado al son de la música de la charanga del cabeza de familia. La mujer de Savalls vestía bien y lucía joyas, aunque para viajar a Cataluña desde Niza tuvo que pedir un préstamo al cónsul español en Paris. Las esposas, amantes e hijas de los trabucaires se distinguían por los vestidos y las alhajas caras- collares, anillos, agujas, diademas- que llevaban. En la toma de La Jonquera (7 de octubre de 1873) murió el coronel Cortazar, cuñado de Savalls. El ampurdanés se sacó de la manga una indemnización de 30.000 pesetas destinadas a su hermana viuda, mediante el método trabucaire de secuestrar al hacendado Carles Bosch de la Trinxeria- de la familia de liberales de Olot que ya hemos mencionado- y exigir esta cantidad por su rescate.
Fue, principalmente, durante el año 1872 cuando apareció el verdadero Savalls, el guerrillero trabucaire, activo, imprevisible y salvaje aunque también festivo y amigo de la juerga. Es decir, el Savalls que entraba y salía de los pueblos de L’Empordà y de Les Guilleries sin que encontrara demasiados obstáculos y que, mientras permanecía en ellos recibía en audiencia a autoridades, políticos locales y comisiones de señoras que le regalaban banderas, abrigos, telas bordadas con motivos religiosos y tartas caseras. En el día 4 de diciembre de 1872, en el pueblo de Les Preses, un grupo de señoras y señoritas visitó a Savalls para ofrecerle este tipo de regalos, a las cuales Savalls prometió que volverían a encontrarse y que comerían los turrones de Navidad en Olot.
A menudo, después que Savalls había entrado en un pueblo, organizaba bailes de sardanas y asistía a la función programada en el teatro. Se dice que quedaba embobado escuchando la música de la copla. Sus voluntarios se presentaban allá donde se celebraba una feria, una romería o una fiesta mayor, y eso aunque el lugar del festejo fuera cercano a ciudades como Girona- por ejemplo, Sant Gregori o Pont Major-. Los jóvenes voluntarios se mezclaban con los feriantes, compraban tabaco, se introducían en los círculos de bailarines y levantaban faldas y porrones de vino. Es decir, se comportaban como siempre se habían comportado los trabucaires. En los informes de los mozos de escuadra y del ejército que relatan las acciones de grupos de trabucaires durante la década de los cuarenta, se puede comprobar que las partidas formadas por una docena de rebeldes entraban a menudo en los pueblos para organizar una comilona en el centro de la plaza mayor y bailar con las payesas a la vista de los soldados de la guarnición que permanecían encerrados a cal y canto en las casas- cuartel, sin que ni tan solo se atrevieran a asomar la nariz por las aspilleras. Los trabucaires eran populares y más allá de la ideología que profesase cada uno, las gentes les consideraban de los suyos, es decir paisanos.
Mientras Olot permaneció en manos carlistas, lo que se prolongó aproximadamente durante un año, Savalls se exhibía por el paseo del Firal, acompañado por su charanga de músicos que le regalaba los oídos con valses, marchas y canciones. Se dice que el ataque definitivo de los carlistas en la batalla de Alpens fue amenizado por la orquestina de Savalls que así motivó a los combatientes interpretando la Marcha Real y algunos valses. Puget y Pla concluyen lo siguiente: “Pero, [Savalls] mezclaba la violencia y la astucia con un gusto por lo pintoresco y una fascinación por la realidad que impresionaban. Cuando quería lanzar su caballo al galope tendido, gritaba con los ojos fuera de las órbitas:¡ carne, carne!. Y luego, en el Firal de Olot, bailaba sardanas con la orla de boina dando saltitos y se adormecía escuchando melodías rústicas, como si soñara”.
Ciertamente la descripción vengativa de Savalls que se debe a María de las Nieves de Braganza también trae causa de la incomprensión insuperable de las formas de guerra de montaña que sufrían los Infantes. Todas las desgracias, menosprecios, amenazas e insubordinaciones que la Infanta atribuye a Savalls son datos creíbles pero está claro que Alfonso de Borbón concebía la estrategia militar a partir de la cultura aristocrática, disciplinada y caballeresca de los ejércitos jerarquizados. Francesc Auguet, brazo derecho de Savalls, proclamaba que no le apetecía “fusilar murallas”. Es decir, no le apetecían los ataques a los pueblos fortificados, ni los choques a campo abierto, entre filas de soldados que se intercambiaban tiros de fusil y cañonazos alternativamente. El príncepe Fèlix de Lichnowsky explica en sus memorias que los catalanes no sabían combatir en campo abierto y que, en una ocasión, Ros d’Eroles no quiso obedecer cuando le ordenó que asaltara una fortificación defendida desde arriba por un contingente enemigo. ¿Quien está tan loco que se deja matar de esta manera?. El autor anónimo de “El terror de la montaña, o Historia del famoso cabecilla carlista D. Francisco Saballs” compara al ampurdanés con Ramón Cabrera y concluye que “Saballs como militar, no ha sabido presentar jamás una batalla; como guerrillero, ha dispuesto admirablemente una sorpresa, y un ataque de emboscada. Al revés de Cabrera, en tanto que éste subía de guerrillero á general, Saballs nunca pudo ser general, sino que descendió á guerrillero”.
Por supuesto que Savalls gozó de la fama que le proporcionó haber dirigido algunas batallas importantes: Alpens (9, 10 de julio de 1873) Igualada (17 de juliol de 1873) y por encima de éstas, el combate de la Serra de Toix (14, 15 de marzo de 1874). Dejando a un lado la toma de Igualada- sobre la cual María de las Nieves de Braganza asegura que el ampurdanés no tuvo una intervención directa- tanto por lo que se refiere a las batallas de Alpens como a la de la Serra de Toix, lo cierto es que Savalls contó con la ayuda inestimable de Auguet y de otros cabecillas y que los carlistas vencieron a los liberales amparándose en estrategias guerrilleras. En Alpens, los carlistas prepararon una trampa, en el centro de la cual se situaba el pueblo y cuando consiguieron que Cabrinetty entrara en ella, cerraron el sitio. En la Serra de Toix, los carlistas ocuparon las crestas de las montañas conduciendo a las fuerzas de Nouvilas por el fondo del valle hasta que las pudieron cercar y entonces, bajando de las cimas, las obligaron a rendirse.
El recuerdo que permanece sobre Savalls le hace objeto de otra acusación. Se dice que el ampurdanés se apropiaba en beneficio propio de las cajas de caudales de los regimientos liberales que vencía en combate. En la batalla de la Serra de Toix se quedó- según rumores- ochenta mil duros. En la batalla de Alpens consiguió varios miles. Incluso se ha dicha que estas apropiaciones indebidas motivaron una de las acusaciones que se le formularon en el juicio que se le incoó al finalizar la guerra. De estos casos y de otros, aunque se trate de sucesos creíbles, no hay ninguna prueba concluyente. Está claro que Savalls, como buen trabucaire que era y con la excusa de que recaudaba dinero para la causa, se cobraba sustanciosas comisiones de las “recaudaciones” que llevaba a cabo pero también debemos tener en cuenta que los guerrilleros viven sobre el terreno y cubren los gastos de su empresa. Savalls no confiaba para nada en la organización administrativa y económica de las juntas provinciales y de la junta central catalana. Savalls pagaba los sueldos, procuraba la adquisición de armamento, de uniformes, de víveres, de caballerias y de material militar. Por lo tanto, resulta lógico que, después de la batalla de Alpens, no se presentara a Alfonso para librarle la caja del regimiento de Cabrinetty, aunque el Infante creyera que debía hacerlo.
No hay duda de que María de las Nieves no mentía cuando explicaba, por ejemplo, que Savalls citaba a Alfonso a las seis de la mañana para iniciar la batalla y luego, después que los Infantes permanecieran esperándole, montados en sus caballos durante un montón de horas, se presentaba tan tranquilo para comunicarles que había cambiado el plan; o, en otras ocasiones, les anunciaba unas maniobras para apoderarse de un pueblo y cuando llegaba el día indicado, decidía tomar otro camino. María de las Nieves consideraba que este tipo de actuaciones, así como las siestas extemporáneas que Savalls practicaba, incluso en plena batalla, no tenían causa lógica.
En fecha 19 de abril de 1873, encontrándose los Infantes y Savalls en Sant Pere de Torelló, el ampurdanés les comunicó que les abandonaba y les recomendó que, a partir de aquel momento, “se espabilaran”. Luego quiso calmar la ansiedad de los jóvenes aristócratas diciéndoles, con tono fanfarrón, que no se preocupasen ya que las columnas enemigas se empeñarían en perseguirle, mientras los Infantes podrían seguir su camino sin verse acosados. Es evidente que Savalls, con este comentario, confesó la verdadera intención que motivaba su decisión de abandonar a los Infantes, la cual consistía en desviar la atención del ejército gubernamental hacia ellos- precisamente, a la inversa de lo que afirmaba- puesto que la captura de Alfonso y María de las Nieves constituía, por razón de la importancia política que tenían, el objetivo preferente del ejército de la República.
El desprecio que sentía Savalls por los Infantes y la grosería que empleaba en el trato con ellos constituyen hechos incuestionables. Pero, como ya se ha dicho, lo que estaba más allá de la capacidad de comprensión de Alfonso y María de las Nieves era que Savalls- y muchos otros cabecillas catalanes- no procedían de la carrera militar académica sino que eran guerrilleros y que precisamente el tipo de lucha que llevaban a cabo se fundaba en la agilidad de movimientos y en el carácter imprevisible de las acciones que emprendían.
Savalls rechazaba las trabas que le suponía el cargar con equipajes abultados y demasiados efectivos humanos. En la batalla de Castelfidardo propuso a Pimodan, comandante general de las tropas romanas, que abandonase la artillería y que si así lo decidía, podrían escapar del asedio y llegar a Arcona. La anécdota, aunque hubiera sido inventada por Savalls, demuestra la mentalidad guerrillera que tenía.
Savalls no hacía públicos sus proyectos y cuando, verbalmente, exponía alguno lo contaba para engañar. En realidad, sus colaboradores íntimos nunca sabían donde estaba, ni hacia donde se dirigía. Es muy probable que Savalls se sirviera de los Infantes para que se expandieran rumores falsos y así despistar a las columnas enemigas. Lo que sabían los Infantes, lo sabían también los gentilhombres que les acompañaban. El ampurdanés debía tener conciencia de que aquella corte de aventureros y oficiales forasteros, aristócratas rancios y jóvenes palaciegos, constituía un altavoz propagador de “secretos”. Los oficiales pretenciosos hablaban de más en las tabernas, en las ferias campestres y se confesaban en los corrillos formados después de las misas y en las camas de los prostíbulos. En definitiva, Savalls había aprendido de muy joven el arte del buen guerrillero consistente en ser invisible e imprevisible, debido a lo cual escampaba noticias falsas, nunca se presentaba puntualmente a una cita, ni emprendía la dirección que había anunciado.
Precisamente, cuando más expuesta está una persona es mientras duerme. Savalls dormía en los momentos más intempestivos, incluso en medio de una batalla, después que había comprobado que el desarrollo de la lucha le favorecía. María de las Nieves le criticaba esta costumbre. Por lo menos, Auguet y Vidal de la Llobatera también descansaban en momentos que la mayoría de la gente considera extemporáneos. Pero en estos momentos, Savalls sabía que nadie le molestaría porqué todos, amigos y enemigos, estaban enfrascados en otros menesteres urgentes. Estartús, en el memorandum que escribió a Carlos le explicó que durante el mes de julio de 1872 se encontró en Torelló con Savalls. Estartús entró en el pueblo sin que topara con ningún centinela y llegó a la casa donde estaban Savalls y Vidal de la Llobatera que tampoco permanecía guarecida. Los cabecillas dormían, sin ningún temor. Estartús solamente constató que por Torelló rondaba un pelotón de veinte voluntarios, en actitud indiferente, como si aquellos hombres no temieran la incursión del enemigo y que parecía que no habían notado la presencia de los visitantes. A la mañana siguiente, Savalls ordenó que se celebrara una misa por las almas de los correligionarios muertos en combate y después comunicó a Estartús que había reunido a los músicos para llevar a cabo un baile. Estartús no podía dar crédito a tanta dejadez y negligencia pero, al fin, debemos reconocer que nadie atrapó a Savalls ni despierto ni dormido y en las pocas ocasiones que el ampurdanés se vio en un aprieto al ser cercado por las tropas gubernamentales, siempre encontró la vía de escape, a menudo amparándose en la táctica que la prensa, en la época de la guerra de los matiners, tituló con la expesión popular de “campi qui pugui” (sálvese quien pueda) y que consistía en la dispersión de los asediados por los cuatro puntos cardinales y su posterior reencuentro en un lugar previamente señalado. Exactamente ésta fue la táctica preferida de los trabucaires: asaltaban un pueblo, secuestraban a un gran propietario, o barrían una columna de soldados y luego, se esfumaban.
El autor anónimo de “El cabecilla Savalls…” reproduce las declaraciones de un oficial de Cabrinetty que describen la especie de guerra que Savalls llevaba a término y que encontró en el brigadier liberal un digno adversario: “Verdad es que Saballs es otro maestro en el arte de operar. Habrá otros cabecillas que le sean superiores en presentar un fuego, y de seguro que Auguet es uno de ellos, pero ninguno le iguala en lo que constituye el juego principal dé ésta guerra: la marcha, ¡cuantas veces he visto con admiración á Cabrinetty y Saballs en una de estas persecuciones a muerte que tanta nombradía ha dado a mi jefe; hubiera dicho que el uno adivinaba el pensamiento del otro!. Aquella serie de movimientos daban vértigo por la rapidez y la duración, pero maravillan por el ingenio y la travesura inagotables. Dias y semanas enteras los he vistò luchar de este modo. Saballs huia a escape; Cabrinetty adivinaba a dónde iba a parar y le tomaba las vueltas. Saballs se lo temía y tomaba precauciones para deslizarse. Llegábamos al objetivo: nos hallábamos de manos a boca con los carlistas, y cuando creíamos cogerlos, de repente desaparecían. Imaginaba Cabrinetty la dirección que tomaban; pero temeroso de que Saballs lo preveyera y se le marchara a retaguardia, tomaba disposiciones para impedirlo. Saballs, por su parte, adivinaba la idea de Cabrinetty, y no se dormía. Echábase, en efecto, hacia su retaguardia; pero tomando precauciones para no verse engañado, y este modo, tan difícil era que el carlista se escapara de Cabrinetty como que Cabrinetty pudiera coger al carlista”. Fernando Fernández de Córdoba, capitán general de Cataluña, durante el verano de 1848, afirmó en sus Memorias que la victoria sobre los rebeldes solamente hubiera sido posible con la ocupación militar de todo el territorio catalán y que eso, en la pràctica, resultaba imposible. La experiencia de Fernández de Córdoba demostraba que cuando el ejército llegaba a un lugar donde se había producido alguna acción de los trabucaires, éstos habían desaparecido y los gubernamentales únicamente encontraban campesinos trabajando la tierra. A menudo, ocurrió lo mismo durante la tercera guerra ya que, en realidad, Savalls, Auguet, Castells y muchos otros cabecillas catalanes era veteranos matiners.
Savalls practicaba la especie de guerra que había aprendido como trabucaire, basada en la movilidad incesante, los cambios de itinerario, los enfrentamientos localizados y de corta duración, las marchas y contramarchas, el conocimiento exacto del terreno y el aprovechamiento del favor de los paisanos que siempre le tenían informado de los movimientos del enemigo. En las ocasiones que no había enemigos a la vista, Savalls no tenía ninguna razón para extremar la vigilancia ya que contaba con la ayuda de las gentes del país. Su confianza en el soporte que le daban los habitantes naturales de las comarcas por las que transitaba- cazadores, payeses, arrieros- todos los cuales formaban una inmensa y profunda red de confidentes a su servicio, queda justificada por los hechos.
Incluso en las ocasiones que Savalls actuaba de forma que uno podía calificar de imprudente y suicida, debemos sospechar que empleó la táctica de la sorpresa, combinada con la provocación. Por ejemplo, en la batalla para apoderarse de Castelló d’Empuries, villa defendida con firmeza por el brigadier Moya (3 de noviembre de 1874), Savalls, habiendo mantenido el ataque durante horas, al fin simuló que se retiraba y permitió que Moya le persiguiera un rato hasta que, de pronto, reculó y embistió por sorpresa a las tropas liberales, destruyéndolas y tomando prisionero a Moya.
Puget y Pla, así como María de las Nieves, nos explican sendos episodios en los cuales Savalls se comportó de forma aparentemente incomprensible e imprudente.
En el primer caso, Savalls y Auguet permanecían en El Cavaller de Vidrà durante la noche lluviosa del día de San Joaquín de 1874- es decir, del día 26 de julio, si no ha cambiado el santoral-. Los cabecillas habían sido invitados por el dueño, Joaquim Vayreda, a la celebración del día de su santo. Llegada la noche, fueron informados de que las tropas gubernamentales se acercaban al caserío. Auguet quiso huir inmediatamente pero Savalls se opuso a su compañero alegando que llovía a cántaros y que él no quería mojarse. Cuando las columnas liberales llegaron a tocar del caserío, Savalls ordenó que se reuniera a todos los animales y caballerías en el patio. Luego, él y Auguet se subieron a sus monturas y se situaron detrás del rebaño. Los trabucaires de la escolta dispararon sus armas al aire, a la vez que abrían los portalones del patio. Savalls y Auguet salieron al exterior mezclados entremedio del jaleo de cuernos, pezuñas y bramidos. A la mañana siguiente, los animales volvieron mansamente a sus corrales.
El segundo episodio nos ha sido contado por María de las Nieves de Braganza. La Infanta explica que a finales del mes de mayo de 1873, mientras permanecían en Santa Maria d’Oló, un día estaban almorzando con Savalls y se les acercó un confidente para informarles de que una fuerza importante del enemigo se acercaba al lugar. El Infante consideró que las características topográficas del entorno no permitían que se opusiera una defensa eficaz y propuso la retirada inmediata. María de las Nieves narra el suceso en los términos siguientes: “A todas estas observaciones de Alfonso, que quería marcharse en el acto […] contestaba Savalls que no había razón para apresurarse, que sabía positivamente que el enemigo no podía llegar tan a prisa y que hasta media hora de tiempo […]. Mientras continuábamos la comida, vino un segundo confidente anunciando que se acercaba el enemigo, Alfonso dijo a esto:- Es tiempo de marcharse. Pero Savalls contestó que no podía estar aún tan cerca y siguió comiendo. Poco después llegó un tercero, quien abrumadísimo, anunció que la columna enemiga se hallaba a una cortísima distancia. Savalls había ya comido el postre apetecido y se levantó para tocar llamada”.
En ambos casos- de Vidrà y de Santa María d’Oló- Savalls debió pensar que no le convenía abandonar el terreno que ocupaba para salir al encuentro del enemigo a campo abierto, ni cederle la iniciativa, permitiendo que le asediara. Tampoco quiso precipitar la huida, de manera que los liberales pudieran perseguirle sin que hubiera podido ganar una ventaja suficiente. Por lo tanto, contando con la lenta movilidad de las columnas del ejército, debida a su organización jerárquica y el cansancio que forzosamente atenazaba a los perseguidores, permitió que se acercasen confiadamente a la posición que mantenía para luego burlarlos en una escapada rápida, o un ataque sorpresa al centro de la formación enemiga, antes que los contrarios tuvieran tiempo de organizarse para el asedio. Así les dejaba estupefactos y sin capacidad de reacción.
Pero, en este tipo de maniobras, Savalls no tenía reparo en servirse, cuando le convenía, de sus correligionarios a los cuales comprometía en beneficio propio. En el caso de Santa María d’Oló, el ampurdanés utilizó a los Infantes de anzuelo para escapar del asedio. María de las Nieves explica claramente lo que ocurrió. Normalmente, cuando los Infantes marchaban, acompañados por el batallón de zuavos, avanzaban al frente de la columna y Savalls la cerraba por la cola, ya que los enemigos acostumbraban a alcanzarles por la retaguardia y por lo tanto, esta posición resultaba la más expuesta. En Santa María d’Oló los carlistas se vieron obligados a desfilar por el fondo de un barranco, dominado en la parte alta de uno de los flancos por el ejército liberal. Savalls, en dicha ocasión, se lo montó para situarse al frente de la comitiva y dejó a los Infantes y los zuavos en la retaguardia, de manera que el ampurdanés culminó la cima del otro flanco del barranco antes de que los enemigos llegaran a la cresta opuesta. Los Infantes, atrasados en el camino, tuvieron que subir por el lecho del barranco bajo el fuego nutrido del enemigo, mientras que Savalls, en vez de protegerlos desde el emplazamiento privilegiado que ocupaba, aprovechó la ocasión para largarse del lugar dejando a las tropas gubernamentales bien entretenidas con la apetitosa carnaza real. La Infanta concluyó su narración afirmando que Savalls era un cobarde.
Posiblemente, Kirkpatrick sea el autor que haya transmitido las impresiones más exactas que se han escrito sobre Savalls, al cual- vamos a recordarlo- conoció personalmente ya que fue su compañero de armas y por lo menos, durante un tiempo, también fue su amigo. Pues Kirkpatrick definió con precisión al ampurdanés con las siguientes palabras: “Savalls era ambicioso e indomable, enérgico y brillante, por lo que se refiere a la ejecución de los proyectos y célebre entre los soldados. Él atraía a los soldados y oficiales de otros grupos […] ya que trabajaba más que nadie para mantener el alzamiento popular”. En resumen, el norteamericano señalaba dos elementos importantes que a su parecer conformaban la valía de Savalls. Por una parte reconocía que el aprecio que sentían los soldados y oficiales carlistas por Savalls, a muchos de los cuales éste atrajo a sus filas y en segundo lugar, indicaba que nadie le superaba en alimentar el levantamiento popular.
La última afirmación de Kirkpatrick debe relacionarse con la petición de fecha del día 27 de julio de 1872 que Joan Vidal de la Llobatera formuló a Carlos, a través de Ceballos, con el fin de que destituyera a Estartús y en su lugar nombrara a Savalls. Vidal de la Llobatera pedía a su rey que “atendiendo tan solo al bien de la causa, se pondrá cuanto antes, al frente de la provincia de Gerona a un hombre leal, activo, inteligente y proporcionado al carácter y naturaleza de los fidelísimos gerundenses.” Por lo tanto, sea dicho sin recovecos, Vidal demandaba que el nombramiento como general en jefe recayera en un gerundense, en el sentido estricto: es decir, en un gerundense de la comarca de la capital, o del Ampurdán. Josep Estartús era hijo de la Garrotxa. Recordemos que el trabucaire Savalls se manifestó al lado del ampurdanés Felip, y por contra no sabemos que lo hiciera acompañando a Planademunt, el más famoso trabucaire nacido en la Garrotxa. Durante la guerra de los matiners, en ocasiones, Savalls apareció al lado de Estartús, o combinaba alguna acción con Saragatal pero normalmente seguía a Pere Gibert y a Marçal. Es decir, que Savalls fuera considerado como un cabecilla “proporcionado al caracter y naturaleza de los fidelísimos gerundenses” constituye una definición referida únicamente a las gentes de los territorios de las comarcas del Gironès, el Ampurdán, las Guillerías y la Selva.
Por lo tanto, Savalls fue un guerrillero local por vocación que, si bien podía llevar a cabo incursiones hasta las comarcas de la Cerdanya, Anòia y Maresme, solo se sentía responsable de controlar los territorios de Gironès, Guilleries y Ampurdán, a los cuales- después de expulsar a Estartús, incorporó la comarca de la Garrotxa.
El concepto tradicional de la dirección de la guerra que tuvieron los rebeldes catalanes resultaba convencional y no jerárquico. Desde los tiempos de los miqueletes- y seguramente, desde mucho antes- los cabecillas populares se repartían el territorio entre ellos y se suponía que cada uno dominaba la porción que le correspondía. El militar Wilhem von Rahaden, voluntario carlista durante la primera guerra, daba como hecho probado que, a los inicios del conflicto, los catalanes luchaban en un ejército casi regular, ordenado y jerarquizado- que capitaneaba el Conde de España- pero que a partir de un momento dado, debido a la poca presión que sufrían por parte de los cristinos “se levantaron por todos los rincones de Cataluña guerrilleros aislados los unos de los otros, como si fueran independientes de su jefe superior, para continuar la guerra por su cuenta. Entonces se repartieron entre ellos los límites de las montañas y ninguno traspasaba el distrito de su vecino, requisaban y robaban por su cuenta para proveer abundantemente las necesidades de la guerrilla y la codicia de su jefe[42]. La suposición histórica de Von Rahaden, referida a los antecedentes unitarios de la lucha guerrillera de los catalanes, no tiene fundamento pero el autor sí que acierta por lo que se refiere a la realidad que vivió. En definiitva, si cada cabecilla dominaba la baldosa que se había asignado dentro del mosaico territorial, el control de país quedaba garantizado. Vayreda, cuando numerosas tropas liberales asediaban La Seu d’Urgell, escuchó la queja de Savalls: “Y enseguida [Savalls] se subió a la parra con su verbosidad característica, con ironía burlesca, contra los jefes del Bajo Aragón y de Valencia porque vergonzosamente habían permitido que se les expulsase de sus comarcas naturales”. Es decir, Savalls estaba indignado porque le caía encima la mitad de los efectivos del ejército liberal debido a la incompetencia de los cabecillas locales de Aragón y Valencia que no habían sabido conservar los territorios que les correspondían. El ampurdanés concluyó que: “por lo que a mi se refiere- dijo- si no me expulsan los míos, no será el enemigo quien lo consiga… por lo menos, a tiros”. Este pensamiento también explica que Savalls nunca se esforzara lo más mínimo por coordinarse con el resto de partidas carlistas ya que consideraba que cada jefe debía espabilarse en la defensa de la parcela de territorio que ocupaba.
La seducción que ejercía Savalls sobre los soldados y oficiales de otros grupos carlistas, según afirmaba Kirkpatrick y dicho sea obviando los motivos evidentes de las ventajas personales que ofrece la lucha guerrillera – como son trabajar cerca de casa, la disminución de la exposición a situaciones peligrosas, las ganancias que traen las actividades depredadoras…- también se fundaba en otras razones. Savalls sabía perfectamente la manera que debían ser tratados los voluntarios. Savalls vestía el uniforme sin extravagancias excesivas y substituía las botas por los mismas cómodas alpargatas que calzaban sus voluntarios. En realidad, caminaba tanto como lo hacía la tropa y solo cabalgaba esporádicamente. La disciplina consistente en marchar en formación, marcando el paso, así como de presentar batalla juntando hileras de fusileros, etc, casi no existían en su organización. Kirkpatrick, recién llegado a Cataluña, se dio cuenta de que los voluntarios de los cabecillas carlistas que conoció en La Garrotxa eran enemigos de la instrucción militar. El norteamericano se refería al tipo de instrucción clásica de cuartel que intenta la conversión de cada soldado en la pieza sin iniciativa de un engranaje. Es cosa segura que los voluntarios de las partidas carlistas catalanas practicaban otro tipo de instrucción, más adecuada a la lucha de montaña, pero alejada de la preparación para el enfrentamiento clásico que instruyen los ejércitos regulares. No parece que María de las Nieves acertara el diagnóstico cuando afirmó que Savalls exponía a sus voluntarios en enfrentamientos inútiles ya que todo indica que el ampurdanés cuidaba a los hombres que tenía a su cargo y casi diríamos que los halagaba. Lo que verdaderamente molestaba a los Infantes es que Savalls llevara a cabo acciones al margen de la estrategia que ellos querían imponer.
Savalls se procuraba armas por su cuenta y riesgo y en un momento dado de 1873, la prensa informó de que sus hombres habían sido proveídos de buenas capas con capucha para protegerse del frío y de las intemperancias metereológicas pero el periodista no explicaba que el resto de los soldados carlistas también se hubieran beneficiado de estos abrigos, por lo menos, a la vez que los voluntarios del ampurdanés. Cuando Ramón Nouvilas se rindió a Savalls en la batalla de la sierra de Toix, le trató de “Don Francisco” y el carlista se molestó: “¿Qué es eso de Don Francisco? Yo soy el general Savalls; y podéis dar por seguro que si no me debiera a los míos, os devolvería la espada para así volver a tomarla tantas veces como me viniera en gana”. La anécdota, contada por Puget y Pla, parece verídica. Dejando de lado la fanfarronería que encierra la perorata de Savalls, lo cierto es que no bromeaba cuando afirmaba que se debía a sus voluntarios.
Otra cosa diferente es que en la partida de Savalls reinara el desorden. Uno se da cuenta que allá se había instalado una manera de actuar más llana, más informal pero, al fin, disciplinada. Savalls, al estilo de otros cabecillas, de vez en cuando mandaba fusilar a alguno de sus voluntarios, acusándolo de faltas, más o menos graves. En La Garriga ordenó que un chico de dieciséis años fuera pasado por las armas porque se había dormido durante la guardia. El pleno de la corporación municipal del pueblo se presentó al general solicitando el perdón para el muchacho pero no tuvieron éxito. Este tipo de sacrificios servían para escarmentar a la tropa y Savalls no era el único jefe que, de vez en cuando, se servía de dichos métodos. Pero, al mismo tiempo, Savalls organizaba bailes y comilonas, así como concedía permisos para que sus voluntarios visitaran a sus familiares y pudieran participar en los trabajos agrícolas en sus casas familiares. Puget y Pla nos explican que, cuando el ampuradanés entraba en un pueblo, ordenaba a su estado mayor que organizara bailes de sardanas, funciones teatrales y festejos de todo tipo. Incluso, como explican los citados cronistas, en ocasiones incitaba a sus voluntarios a pasarlo bien acosando a la parte femenina de la población. En la Cellera, Savalls “pasó revista a la tropa y luego, sin quitarse el caliqueño de la boca, exclamó: ¡Rompan filas… y a engendrar carlistas!”.
Debemos interpretar la incorrección salvaje del envite consistente en “engendrar carlistas” en base a la escala de valores vigente en aquella época, a la vez que nos damos cuenta de que, con este comentario descubrimos otra característica de la personalidad de Savalls que ha sido apuntada por algunos de sus coetáneos y que consistía en su carencia de sentimiento religioso, o por lo menos, de clericalismo, aunque de manera hipócrita simulara ser un ferviente católico. Josep Joaquim D’Alòs dice lo siguiente: “Para granjearse el aprecio del país Savalls, en cuanto llegaba a una población iba a ver a las monjas […] el cura y hacía decir oficios para los difuntos, al cura del regimiento que sermoneara a los voluntarios para que fueran buenos católicos y buenos carlistas, con toda esta pamplina Savalls fue mirado por el país como el mesías, así se lo miraban los curas y las monjas y propietarios […] más no tardó en descubrirse su hipocresía […] Savalls como católico no tenía creencia alguna, no hay más que ver como asistía a misa sin reverencia alguna, como blasfemaba…”. La prensa complementó esta visión explicando que el ampurdanés asistía a misa con la boina encasquetada, fumando en pipa y piropeando con impertinencias a las mujeres de alrededor.
Lo que constituye una certeza es que Savalls era plenamente consciente del poder de la religión como herramienta para la dominación del personal. Él se sentía investido del don de la invulnerabilidad que le había concedido el Papa- según contaba- cuando en recepción privada le dijo “Id confiado [a la guerra] y no sufráis por nada, ni por el cuerpo ni por el alma”. De esta manera, Savalls pudo convertirse en una especie de ángel exterminador, enviado por Dios y podía transmitir la invulnerabilidad con que el altar le había bendecido, a la tropa que le seguía. Si él tenía bula papal para hacer lo que considerara conveniente- matar, robar, violar…- sin que tuviera que rendir cuentas a nadie, el personal a sus órdenes, también debería gozar de los mismos beneficios. Ciertamente, la creencia en la invulnerabilidad fundada en el hecho de que uno luchaba en el ejército de la Fe, por la causa de Dios, era una creencia generalizada y no del todo desmentida por los efetcos mortales indiscriminados inherentes a la guerra- recordemos los famosos escapularios llamados “detente bala”- pero los voluntarios de Savalls debían poseer dicha creencia en grado sumo. En cualquier caso, Savalls procuraba aleccionar a sus hombres a través de los curas, alimentando el principio de la guerra santa, el miedo al infierno y la conveniencia de la obediencia ciega al elegido- es decir, él mismo-.
A la vez, con esta actitud aparentemente piadosa, Savalls contentaba a los clérigos, lo cual le convenía ya que, sobre todo en el ámbito rural, los curas ejercían la jerarquía social, además de la espiritual. Pero, como se ha dicho, todo indica que el ampurdanés ni era un buen practicante católico ni un servidor de los clérigos, En eso se parecía a Ramón Cabrera, Planademunt y a otros cabecillas carlistas de la guerra de los matiners. Recordemos la anécdota que el carnicero Pagans contó a Josep Pla y de acuerdo con la cual Savalls, después del encuentro del hostal de La Corda, explicó a un paisano que la guerra ya podía darse por terminada. Según cuenta Pla, lo que Savalls dijo a su paisano fue lo siguiente: “Te digo que la guerra ha terminado. Mira: Martínez Campos se ha comprometido a que los curas volverán a recibir su paga. Esta cuestión ha quedado perfectamente clara”. Por lo tanto, Savalls pensaba que el descontento de los clérigos mantenía vivo el alzamiento.
Puget y Pla todavía nos cuentan otra anécdota que demuestra el poco respeto por los símbolos religiosos que tenía Savalls, a la vez que también nos enseña que no se mostraba nada servicial con los curas, cuando por ello no podía sacar provecho. El hacendado Puget recordaba que en una ocasión mosén Cinto Verdaguer y Jaume Collell i Bancells ( 1846-1932)- clérigo que ascendió a canónigo de la catedral de Girona y que fue un notable intelectual conservador y catalanista- visitaron a Savalls con el fin de interceder por un artillero del ejército liberal que, en una retirada precipitada, había perdido una pintura de la Virgen firmada por Murillo. Los intermediarios pensaron que la tropa de Savalls podía haber encontrado la obra pictórica. Savalls les preguntó qué era “un Murillo” y cuando Verdaguer y su acompañante se lo aclararon, con malos modos, les indicó la salida: “¡ya pueden largarse!”. Los jóvenes Verdaguer y Collell no eran unos curitas de parroquia cualquiera, sinó personas de valia reconocida en los círculos conservadores y religiosos de Vic. Pero Savalls no tuvo ningún reparo en expulsarlos de su presencia, sin mostrarles respeto ni reverencia a la imagen sagrada por la que los clérigos intercedían.
Todos los que conocieron a Francesc Savalls y los que se han interesado por descubrir su personalidad, sean amigos o enemigos, coinciden en señalar que fue un guerrillero individualista, muy integrado en la cultura, la escala de valores y la mentalidad de las gentes del país. Éste fue el mérito más notable de Savalls. En realidad, su forma de ser, los valores que le motivaban, eran los generalmente usuales en la sociedad rural catalana. Si no nos obcecamos en juzgar a nuestros antepasados a partir de la mentalidad del presente, podemos entenderlos mejor. No nos podemos imaginar a Savalls como parte del paisaje urbano. Su actitud siempre interesada, su expresión seca y sarcástica, su adscripción en defensa de la tradición, de la economía productiva- no especulativa- y de la religión, considerada como fuente del derecho y de la ordenación social y política- y en consecuencia, como garantía de la libertad personal- constituían los principios, el pensamiento normal y prioritario entre los payeses. La sociedad rural es tradicionalista, cooperativa en lo que interesa a la comunidad pero, a la vez, individualista. El campesino trabaja desde la madrugada hasta la noche y no pierde el tiempo en tonterías. Es necesario que cada uno se espabile y este era precisamente el consejo que Savalls daba a los aristócratas Alfonso y María de las Nieves. La masía- la tierra- lo es todo. Kirkpatrick observó que las mujeres catalanas no podían esperar de sus compañeros las delicadezas en el trato que recibían las castellanas pero, en realidad, entre hombres tampoco se daban demasiadas cortesías. En definitiva, los campesinos no eran románticos y Savalls- no hace falta que lo señalemos- tampoco lo era. Claro que hay días festivos durante los cuales la gente cumplía con los rituales religiosos, comía mejor, bailaba y comerciaba. Los hombres de Savalls guerreaban en sus comarcas natales y se comportaban como payeses que substituían temporalmente el arado por el trabuco. Vayreda fue testigo de que los carlista eran bienvenidos en los pueblos puesto que se les consideraba paisanos, gente conocida o sobre la cual fácilmente se podría saber su origen. Los pueblerinos, por lo contrario, llamaban “castellufus” a los soldados del ejército del gobierno.
Por todo lo dicho, habiendo transcurrido muchos años desde que terminó la última guerra carlista, todavía colgaban retratos de Savalls en las paredes de las salas de las masías ya que el general más famoso de los carlistas catalanes, incluso admitiendo los múltiples vicios que cargaba, fue un producto genuino de la tierra y de la escala de valores sociales y económicos de la colectividad rural, los cuales aún permanecían- pero en clara decadencia- sobre todo en las comarcas gerundenses. De alguna manera, mucha gente reconocía en Savalls esta esencia colectiva, así como el sentir de la gente del país.
Apéndice.
Una vez publicado este artículo, el señor Rodrigo Bueno tuvo la gentileza de escribirme para informarme de datos importantes referidos a Josep Vila de Prat y Francesc Savalls. El señor Bueno es autor del escrito original de la biografía de Josep Vila de Prat publicada en Wikipedia:
https://es.wikipedia.org/wiki/Jos%C3%A9_Vila_de_Prat
En primer lugar debo mencionar el hecho probado por dicho autor en relación a la fecha del fallecimiento de Vila de Prat. Al referirme a Vila he considerado dudoso que, tal como afirmó la prensa en su momento, muriera en el ataque de los carlistas a Igualada, durante el día 17 de juliol de 1873. Precisamente, Bueno ha constatado que Vila de Prat murió en el año 1891, en su masía Crivillers d’Osomort, Después de la guerra, Vila de Prat se afilió a la escisión “integrista” del carlismo, capitaneada por Ramón Nocedal, hecho que contradice el recuerdo de Josep Joaquim D’Alòs- al que me he referido- según el cual Vila era más partidario del rey- “hombre del rey”- que no de la “facción de la Religión”. Precisament, el autor de la biografía publicada en Wikipedia, menciona un comentario atribuido a Vila, y pronunciado al final de su existencia, con el que desmerecía al pretendiente carlista.
Por lo que se refiere a Francesc Savalls, el señor Bueno ha probado que murió en Niza, en el día 20 de noviembre de 1885 y que está enterrado en el cementerio Caucade de esta ciudad, en la parcela (carré) nº. 1, sepulcro 362.
Josep Vilar i Vergés, gran conocedor de los territorios de la Garrotxa y l’Alt Empordà, así como autor “Els Trabucaires” e “Històries de l’Alta Garrotxa” me informa de que el estanquero o ventero de Lliurona que durante los primeros días de febrero de 1873 fue víctima de la agresión perpretada por un soldado carlista, no murió a resultas de las heridas que entonces recibió, tal como informó determinada prensa y yo he afirmado en el apartado “Savalls durante el año 1873″. Precisamente, el señor Josep Vilar está redactando la narración de la historia del hostal de Lliurona y durante la investigación averiguó que aquel ventero resultó herido de consideración en el cuello y en el rostro pero que superó el trance. Conoceremos la historia de estas circunstancias y de otras muy interesantes cuando Josep Vilar publique su nuevo trabajo,
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[1] En recuerdo del nefasto- para Cataluña- Felipe V.
[2] Un senyor de Barcelona. Josep Pla. Edit. Destino. Barcelona. 1951-1981. Cada vez que se haga referencia a expresiones o informaciones de Rafael Puget y Josep Pla, las citas pertenecen a la obra mencionada.
[3] Records de la darrera carlinada. Marià Vayreda. Editorial Selecta, Barcelona 1982. Primera edición, 1898. Segunda edición, 1950. Cada vez que en el presente escrito se haga referencia a expresiones o informaciones de Marià Vayreda, las citas pertenecen a la obra mencionada.
[4] En esta misma web: “El procés dels trabucaires, (1845-46)” y también, en versión castellana, “El proceso de los trabucaires (1845-46)”
[5] “Les cases pairals catalanes”. Texto de Joaquim de Camps i Arboix. Fotografías de Francesc Català Roca. Ediciones Destino. Barcelona, 1965- 1977.
[6] Podría pensar que, oblicuamente, Viader quiso presumir de su participación en la trama civil del golpe de estado de 1981 pero no me dio esta impresión ya que si bien es cierto que se esforzaba en criticar con acritud la monarquía reinante y el régimen constitucional que la ampara, tampoco demostró ninguna simpatía por el régimen franquista. Su opción todavía tenía por objetivo la entronización del pretendiente carlista y el retorno al antiguo régimen. Me pareció que con la exageración excéntrica que imprimía a la expresión de sus opiniones políticas, las teñía de escepticismo.
[7] Publicado en fascículos. No consta editor, ni fecha de publicación.
[8] Cici parece un apodo. Atendiendo a la pronunciación catalana, este apodo prodría delatar un tartamudo, o tartamuda: “Sí-sí”.
[9] Manuscritos reunidos bajo el título “Carlistas : papeles curiosos de la guerra civil de 1872-1875 en que terminó en Cataluña y Centro, o sea Maestrazgo, Aragón y Valencia”. Biblioteca Nacional de Catalunya. Ms.1558. I i II. Cada vez que en el presente escrito se haga referencia a determinadas afirmaciones de Josep Joaquim D’Alòs, las citas pertenecen a la recopilación mencionada.
[10] En el original,“Ja la pujarem dreta la paret”.
[11] Berçaeugues es un término intraducible cuyo uso ha desaparecido y que no consta en el diccionario de la lengua catalana. Lo más probable es que significara “mujeriego”. Podría constituir una deformación de “bressa” (mece) y “eugues” (yeguas); es decir,”mece-yeguas”. O, quizá, “versaeugues”, o sea “trata-yeguas”, o aun “abraçaeugues”, que significa “abraza-yeguas”.
[12] “El quadern gris. Un dietari”: 18 de julio de 1917. Obra completa de Josep Pla. Volúmen 1. Ediciones Destino. Barcelona, 1966.
[13] Rafael Sala i Domènech, coronel (Santa Pau, 1811, Girona, 1849).
[14] En esta misma web, “El procés dels trabucaires. Perpinyà, 1845-46” y en versión en castellano, “El proceso de los trabucaires, Perpiñán 1845-46”.
[15] R. Grabolosa: “Carlins i liberals, la darrera guerra carlina a Catalunya”. Aedos, Barcelona, 1972.
[16] Joan Garrabou: “Francesc Savalls”. Gent Nostra. Diputación de Girona, Girona 1994.
[17] Josep Estartús i Aiguavella (Sant Privat d’en Bas, 1811 -o, 1808- 1887).
[18] “Memorial de greuges”, Biblioteca Nacional de Catalunya. Topográfico, Ms.3374.
[19] Podeis acceder a la crónica detallada de la guerra de los matiners, en esta misma web: “A l’empara de dues o tres banderes. Crònica periodística de la guerra dels matiners (1846-1849)”. Apartado “Lluites del segle XIX”. En castellano, “Bajo dos o tres banderas. Crónica periodística de la guerra de los matiners (1846- 1849); apartado, Versiones en castellano”.
[20] Marcel·lí Gonfaus i Casadesús, coronel de caballería y, al fin, brigadier (Prats de Lluçanès, o Banyoles, 1814, Alt Empordà 1855). Marçal luchó en la primera guerra carlista en infantería. Fue herido y quedó cojo, por lo que se pasó a la caballería y acabó la guerra con el grado de teniente coronel. Fue uno de los matiners más estimados por los gerundenses. Murió fusilado por el ejército gubernamental durante el alzamiento de 1855.
[21] Josep Borges, natural de Vernet, en la ribera del Segre, era hijo del coronel Antoni Borges, fusilado en Cervera el 3 de junio de 1836, del cual heredó la jefatura de la partida. Josep se distinguió durante la primera guerra y también participó activamente en la guerra de los matiners y en alzamiento de 1855. Después se puso a las órdenes de Francisco II de Borbón, rey de las Dos Sicílias y desembarcó en Calabria, donde fue vencido por el ejército de Saboia y fusilado.
[22] Àlbum Histórico del Carlismo (1833-1933- 1935). Juan María Roma. Barcelona, 1935. Siempre que en el presente escrito se haga referencia a determinadas consideraciones de J.M.Roma, éstas pertenecen a la obra ahora citada.
[23] Seguramente fue durante estos días que el capitán Savalls, a las órdenes de Marçal, visitó a su madre para lanzar en su falda el puñado de monedas, de acuerdo con la anécdota contada por Josep Pla que hemos reproducido anteriormente.
[24] En este lugar fue asaltada por los trabucaires juzgados en Perpiñán entre los años 1845 y 46, la diligencia que hacía el trayecto de la capital del Rosellón a Barcelona. En esta acción fue secuestrado Joan Massot, primo hermano de Savalls.
[25] Inmediatamente, el recuerdo de Puget continua: “Pasó [Savalls] a la segunda brigada que mandaba Gonfaus, coronel de caballería, en la qual Savalls mandó los voluntarios de Hostalric”. Es decir, Puget/iPla, suponen que Savalls, que hasta el momento dependía de Cabrera, después de la batalla del Pasteral, se puso a las órdenes de de Marçal.
[26] Como resultado de la guerra de unificación italiana, en el año 1860, Niza pasó a formar parte de Francia.
[27] “Mis memorias sobre nuestra campaña en Cataluña en 1872 y 1873 y en el Centro en 1874.” María de las Nieves de Braganza y de Borbón. Espasa- Calpe. Madrid, 1934. Cada vez que en el presente escrito se haga referencia a afirmaciones de esta autora, las citas pertenecen a la obra mencionada.
[28] No consta el autor, ni la fecha de publicación. Fue editado en Madrid, Despacho de la calle Juanelo, nº 18. Siempre que en este artículo se haga referencia a determinadas afirmaciones del autor anónimo, pertenecen a dicha obra.
[29] “Souvenirs de la dernière guerre carliste (1872-1876)”. General Edward Kirkpatrick de Closeburn. Librairie Alphonse Picard et fils. 82, rue Bonaparte (6è) Paris. Podéis acceder al resumen y crítica de esta obra en el escrito titulado, “Edward Kirkpatrick de Closeburn i la darrera carlinada a Catalunya”, en esta misma web, en el apartado “Assaig”. Siempre que en el presente escrito se haga referencia a determinadas afirmaciones de Kirkpatrick, las citas pertenecen al libro señalado.
[30] Josep Queralt (o, Querol), alias Doña Pepa, era sobrino de Rafael Tristany. Cuando Tristany entró en territorio español reclamó a Alfonso que Queralt fuera adscrito a su servicio. Entonces, Queralt permanecía en Els Banys (Amélie les Bains) y ostentaba el grado de coronel y el de jefe de la Junta de Armamento. Tristany, falto de armas, quería que Queralt le librase un cargamento de fusiles.
[31] “Memorias de Donña Blanca”. J.T.R. Barcelona, sin fecha. La obra completa puede encontrarse en línea.
[32] “Narración militar de la guerra carlista, de 1869 a 1876. Periodo segundo.” El Cuerpo Mayor del Ejército. 1889.
[33] La muerte de Vila de Prat en la batalla de Igualada no es un hecho seguro. Hay informaciones posteriores de la prensa que lo reconocen como participante en posteriores acciones bélicas.
[34] Carles Bosch de la Trinxeria (Prats de Molló, 1831, la Jonquera 1897).Fue escritor de ideología catalanista y un reconocido jugador de ajedrez. Entre otras obras, escribió “Records d’un excursionista” (publicada en Barcelona, en el año 1897) donde cuenta las circunstancias que vivió mientras estuvo secuestrado por la gente de Savalls.
[35] El linaje de los Trinxeria provenía de Prats de Molló (Vallespir) y sus miembros masculinos siempre profesaron la carrera militar al amparo de los reyes españoles. Josep de la Trinxeria fue el primero que se alzó contra la monarquía francesa después del Tratado de los Prineos que supuso la absorción de las comarcas catalanas de los antiguos condados del Rosselló y de la Cerdanya por Francia (alzamientos “dels Angelets”, entre 1667 y 1675). Can Trincheria, se ha convertido en casa-museo. La habitación donde se alojó Martínez Campos se llama la alcoba del general.
[36]Antonio Lizarraga Esquiroz (Pamplona 1817 – Roma 1877), alias El Santón. Durante el año 1874 fue nombrado comandante general de Aragón y luego, jefe del Estado Mayor de Carlos VII y finalmente, capitán general de Cataluña. Cayó prisionero cuando rindió La Seu d’Urgell y una vez liberado, acompañó a Carlos en el exilio y murió en Roma.
[37] Op.Cit. Anotación del 30 de septiembre de 1918.
[38] En el original: “Ara pla que la ballarem grassa”
[39] Las frases entrecomilladas pertenecen al memorial de agravios que Estartús envió a Carlos VII y de la documentación que le acompaña, reproducidas a máquina por su sobrino en 1934. Biblioteca Nacional de Catalunya, topográfico Ms.3374.
[40] El subrayado consta en el manuscrito original. Literalmente, “el hombre del miedo”. Es decir, el hombre encargado de dar miedo.
[41] Isidro de la Vallobera (pseudónimo de Victor Aragon): Le mas de l’Alleu ou les trabucayres en Roussillon, Charles Latrobe, Perpiñán: 1884.
[42] “Cabrera: Records de la guerra civil espanyola (1833-1840) del general de brigada del Cos d’enginyers reialilista Wilhelm von Rahden”.Barcelona: Salvatella, 2013.