Contenido 1ª parte: Introducción. Antecedentes: “trabucaires”, carlistas y “jamancios”. La primera etapa del alzamiento de los matiners. La revolución de 1848 en Francia y la segunda etapa del alzamiento.
ADVERTIMENT. L’autor d’aquest escrit no n’autoritza la reproducció per cap medi, això fos portat a terme amb finalitat o no, de lucre. En la cita de parts de l’escrit esdevé obligat d’indicar el nom de l’autor, el títol i que ha estat editat a la web SEGLEDINOU.CAT, l’any 2016.
Introducción.
1. Antecedentes: “trabucaires”, carlistas y “jamancios”.
2. La primera etapa del alzamiento de los matiners.
3. La revolución de 1848 en Francia y la segunda etapa del alzamiento.
Introducción.
Desde la perspectiva periodística, esta guerra era una porquería, como todas las otras guerras. George Orwell. Homenage a Cataluña.
Desde sus comienzos […] la historia ha tenido siempre una función social- generalmente la legitimar el orden establecido- aunque haya tendido a enmascararla, presentándose con la apariencia de una narración objetiva de acontecimientos concretos. Josep Fontana. Historia. Análisi del pasado y proyecto social.
Asimismo se mandaron pasar dos disposiciones, una de la comisión de libertad de imprenta, del director del periódico La Patria, manifestando la necesidad de que se establezca una legislación fija que sujete la prensa a condiciones determinadas. Acta de la sesión del Congreso, de 30.12.1850
Los catalanes solamente recordamos la guerra de los matiners como “la segunda carlistada” y posiblemente, la visión que tengamos de ella los barceloneses sea aún más pobre. Ciertamente, dejando a un lado los eruditos, el resto de ciudadanos, incluidos aquellos que se interesan por la historia, a menudo reducimos la vertiente política y revolucionaria del siglo XIX al enfrentamiento montañés entre liberales y carlistas, el cual creemos que fue observado por nuestros antepasados, a distancia y con cierto aire bobalicón. Esta opinión queda bien reflejada en la líneas siguientes: “la guerra apodada de los matiners […] no tuvo repercusiones directas en Barcelona, puesto que éstas se localizaron en zonas que facilitaban las acciones guerrilleras- ello aunque a veces alguna partida llegó hasta los pueblos del llano. Pero sus consecuencias directas se notaron a medida que la guerra avanzaba: inseguridad en los caminos, estupefacción por la crueldad extrema de las acciones de uno y otro bando […]”[1].
Claro que la memoria deficiente que hemos heredado, nos traiciona, ya que la sensación de la ciudad ajena a los efectos de la guerra, que destilan muchos escritos contemporáneos, no se corresponde con lo que se deduce de la lectura de la prensa. Al contrario, aunque solo nos limitásemos a leer el Diario de Barcelona, decano de los periódicos españoles, la retahíla de noticias y de artículos de opinión que aparecían en la prensa revelan que todo el país, incluida la ciudad condal, resultó muy afectada por aquella lucha.
La Barcelona que configuran los escritos periodísticos fue una ciudad trastocada por la revuelta interna y de su entorno inmediato, así como por los complots – alguno, muy transcendente- que nacieron dentro del perímetro de sus murallas. Al fin, deberemos reconocer que no es verdad que, “a veces”, alguna partida llegara hasta el llano. En realidad, muchos grupos, de bandera republicana y algún otro de bandera carlista, o emparado en la enseña de los liberales de izquierda, actuaron en Sant Andreu del Palomar, en Sants, Sarrià, Horta o Gràcia- pueblos ocupados, un día tras otro, por Noi Baliarda, por Jaume Montserrat, Molins, Ferreter, o Ton Escoda, hasta el fin de la contienda- así como lo mismo ocurrió en el resto de pueblos del Barcelonés y del Maresme, por los cuales los rebeldes transitaban, moraban o llevaban a cabo acciones con notoria impunidad. En definitiva, hubo muchos matiners barceloneses, o de el área de de influencia de la capital y en cualquier caso, la preocupación de la prensa por las causas y consecuencias de la guerra, llenaba páginas.
La selección, cronológicamente encadenada, de las noticias publicadas por el Diario de Barcelona, por El Postillón de Gerona, por los periódicos madrileños y por otros de la época, que se recogen en las páginas siguientes, ha sido realizada de forma constante pero no total. Los periódicos rezumaban notas enviadas a las redacciones desde diferentes lugares de la geografía catalana, referidas a encuentros y persecuciones, las cuales casi siempre concluían con la dispersión de los rebeldes. Fuera cierto, o no, que constantemente el ejército de la reina lograra la dispersión de los facciosos, el hecho es que la prensa también se refirió, con ironía, a la táctica consistente en “campi qui pugui”[2]. Ciertamente, la censura militar, interesada en fingir que las autoridades se enfrentaban a una epidemia de bandidaje pero que el gobierno iba ganando la partida, impedía que se publicara el relato de las acciones más duras.
Debido a las razones expuestas, en parte, la crónica de esta guerra debe ser modestamente descriptiva. Evidentemente, las noticias que llegaban al lector eran incompletas, inseguras e incluso algunas podían ser falsas o contradictorias. En ocasiones, parece evidente que el redactor de la información solamente conocía el hecho escueto y entonces se las componía para rellenarlo con pinceladas imaginadas, a fin de proporcionarle los colores y la consistencia literaria necesaria para atraer la atención del lector. En este caso, si al escribiente le fallaba la inspiración, se refugiaba en los archivos y copiaba el escenario y las circunstancias del relato de un hecho anterior, protagonizado por los mismos personajes. Así, la descripción periodística de la detención de Antoni Tristany y la liberación del prisionero que custodiaba- el general Manzano- fueron escritas por el periodista copiando la ambientación del informe que presentó el coronel Antoni Baixeras sobre una incursión anterior, llevada a cabo por este oficial liberal en el mismo territorio de los Tristany.
No hay duda que la inseguridad respecto la veracidad de las noticias publicadas- sobre todo, en lo que afecta a las circunstancias que rodeaban los hechos principales- no perjudicaba únicamente las informaciones bélicas. Por ejemplo, no es posible el seguimiento de la trayectoria de los cambios de gobierno, a través de la prensa. Los generales del ejército regular, los ministros de asuntos exteriores inglés y francés, el general Cabrera, o Marçal, coronel de la caballería carlista, aparecían más a menudo en los periódicos catalanes que cualquier ministro del gobierno español. Las autoridades oficiales reconocidas eran las que ejercían en Cataluña; sobre todo, los sucesivos capitanes generales. Los periodistas mostraban un cierto alejamiento respecto la política madrileña y solo se referían a ella cuando consideraban que sus efectos perjudicaban la economía del Principado, o con motivo de las elecciones. Pero, hasta en estos casos excepcionales, el Diario de Barcelona, a fin de no comprometerse, en lugar de redactar la noticia, se limitaba a reproducir literalmente algunos trozos del diario de las Cortes.
En resumen, pues, los artículos de opinión resultan más fiables que no las informaciones concretas. Las opiniones son las que son y no podemos dudar que reflejaban los pensamientos, las sensaciones y el talante populares, así como los posicionamientos de las clases dirigentes y del gobierno. Eso, aunque a veces, el periodista apelase a la inteligencia del lector para darle a entender que la crítica feroz que fundaba su artículo, solamente constituía la manera de sortear la censura, con el objeto de publicar una información determinada. Por ejemplo, éste fue el caso del tratamiento que alguna prensa dio ocasionalmente a la homosexualidad del consorte real, Francisco de Asís, a la cual se refirió de forma indirecta, simulando que la desmentía, mientras se refería al supuesto estado de preñez de la reina y denunciaba las mentiras de la prensa extranjera.
Claro está que la censura existía pero no era tan eficaz ni constante como la que conocimos durante el periodo de dictadura del siglo XX. La ley de imprenta obligaba a los impresores y distribuidores a registrarse y a entregar ejemplares de lo que deseaban imprimir al jefe político, al alcalde o al obispo- si se trataba de materia religiosa- fuesen escritos o estampas, antes de publicarlos. La regulación tipificó tres “delitos de imprenta”, consistentes en publicar escritos subversivos, sediciosos, obcenos o inmorales. El legislador consideraba subversivos los escritos o estampas contrarios a la religión católica, apostólica y romana, así como aquellos que se mofaran de los dogmas, o del culto; también, los escritos y estampas que atacasen las leyes fundamentales del Estado, al rey o a la legitimidad de los cuerpos legislativos. Merecían la consideración de sediciosos los escritos que contuvieran máximas o doctrinas dirigidas a trastornar la tranquilidad pública y los que incitasen a desobedecer las leyes y a las autoridades. La diferencia entre impresos obcenos e inmorales, constituía una fineza conceptual: los primeros contrariaban la decencia pública y los segundos, las buenas costumbres. Está claro que dichos tipos delictivos se basaban en conceptos tan interpretables que casi constituían normas en blanco. En cualquier caso, el legislador reservó al gobierno la potestad de impedir temporalmente la distribución de todo tipo de impresos.
Pero la ley de imprenta desarrollaba el artículo 2 de la Constitución de 1837, la cual nunca fue verdaderamente aplicada, de manera que, en la práctica, la prensa – sea dicho en la acepción más ámplia- estaba sometida a las órdenes militares, las cuales agravaron la situación de arbitrariedad en la qué vivían los periodistas y los editores. El 12 de mayo de 1848, el capitán general llamó a su despacho a todos los directores de la prensa barcelonesa y les recordó el estado de excepción, a la vez que les amenazó que cualquier noticia que contribuyera a la desobediencia de los soldados, o a la insurrección del pueblo, le obligaría a actuar contra ellos y contra los responsables de la información. El Diario de Barcelona trasladó este aviso a los lectores, sin añadirle ningún comentario. La amenaza del capitán general dejaba en manos de los periodistas la interpretación de aquello que pudiera excitar los ánimos de la población y de la tropa. ¿Un incremento de los precios de los artículos de consumo básico, una medida social adoptada por la república francesa o, incluso el paseo de la reina del brazo de su favorito, podían ser la clase de noticias que debieran ser consideradas subversivas?. Por otro lado, también es cierto que la presión de los censores oscilaba, de manera que, según el grado de tensión bélica o política, o según el talante de los sucesivos capitanes generales, los profesionales de la prensa incluso podían reivindicar la plena libertad de expresión. El 24 de julio de 1848, El Barcelonés, envalentonado por las victorias de los matiners – los cuales, después de ocupar Sants y Gràcia, llegaron a las puertas de Barcelona y dispararon a los guardias de la muralla- publicó un artículo de contenido inequívoco: “el escritor público se ve con frecuencia en la necesidad de decir verdades en tono satírico para prevenir ciertos disgustos […] ha de escribir muchas veces de cuestiones insulsas y sin objeto para vivir en paz con las autoridades y es tan poco independiente su posición que siempre se ve censurado y no pocas veces amenazado […]. Sería preciso que el público se hiciera cargo de la posición de un periodista para no culparle jamás, a no ser en el caso de haber prostituido su conciencia, vendiéndose a sugestiones extrañas, á su opinión y a sus principios”. Aunque este mismo artículo contenía elevadas dosis de alago al gobierno militar, hasta el lector poco atento debió comprender que la parte, digámosle, compensadora de la crítica, resultaba obligada a fin de ahorrarse disgustos.
Por tanto, sin menospreciar los efectos de la censura, puede asegurarse que el Brusi[3] y el resto de periódicos informaron de la existencia de los problemas principales que conmocionaban el país y que incluso señalaron la dependencia existente entre la revuelta que vivían y la revolución que incendiaba una parte importante de Europa. Y llevaron a cabo esta información, sobre todo, mediante los artículos de opinión. De hecho, algún periodista aventajado sugirió que el alzamiento de los matiners presentaba las características de un levantamiento nacionalista. “En el actual movimiento europeo no son las reformas políticas ni las cuestiones sociales el único objeto que el observador descubre a través del confuso torbellino de precipitados acontecimientos; se aparece la tendencia a reconstruir las nacionalidades de Europa, destruyendo las convencionales y violentas combinaciones de la antigua diplomacia”[4].
En definitiva, aunque Jaume Vicens i Vives se refiriera a “la prensa domesticada” de Narváez, el ocasiones no está claro hasta qué punto toda aquella prensa era tan sumisa. Debe reconocerse que la prensa, en especial la catalana, no disimuló la situación de guerra- pero sí escondió algunas acciones importantes- y reflejó las reclamaciones sobre la represión del contrabando, el proteccionismo y la crisis económica. Dicha prensa alabó el progreso industrial, se preocupo por el desamparo de los obreros, insistió en la necesidad de derruir las murallas de Barcelona y de edificar el ensanche y no enmascaró en demasía la resistencia popular y municipal al servicio militar obligatorio. De forma más o menos directa, la prensa mostró su preocupación por lo que ahora llamamos “el encaje de Cataluña en España” y algunos periodistas fueron conscientes que vivían un momento de consolidación del estado liberal- hubo quien lo moteó de “Estado incipiente”- al cual, aunque se mostrasen adversarios del centralismo, pedían que fuera intervencionista en los asuntos sociales. Al fin, una parte substancial de la prensa ejercía de defensora de los intereses de Barcelona y de Cataluña, refiriéndose a la lucha de los pueblos oprimidos- en especial, a la revuelta irlandesa- con expresiones inequívocas de apoyo que reflejaban los deseos catalanes.
Por todo ello, no podemos pretender la narración cuidadosa de un periodo tan complejo de nuestra historia contemporánea a partir, solamente, de los datos obtenidos de la prensa pero resulta muy útil que utilicemos las noticias a modo de hilo conductor de la situación estudiada, complementándolas con las informaciones que nos proporcionan otras fuentes- memorias, opúsculos, panfletos, resúmenes históricos y hasta monografías escritas, en ocasiones, por autores desconocidos- que hemos podido hallar. Al fin, deberemos reconocer que la fuente periodística es casi la única crónica directa y global que tenemos de los hechos y quizá por dicha razón, la poca transcendencia bélica que se ha otorgado a la guerra de los matiners también tiene su razón de ser en la sensación de acumulación de correrías, robos, secuestros y escopetazos de feria que, consciente o inconscientemente, nos transmiten las noticias de los periódicos.
1. Antecedentes: “trabucaires”, carlistas y “jamancios”.
A menudo la historia nos habla de muchas revueltas que tienen su origen principal en la insensatez provocadora de los opresores. Ferran Soldevila. Los catalanes y el espíritu belicoso.
Carísimos hermanos mios, la paz del Señor, sana libertad, progreso y crecimiento de nuestras fábricas e industrias, valor y unión para sostener tan estimables dones, sean con nosotros y conmigo. Amen. “Lo pare arcàngel”. 1841.
A la vez, en las otras provincias iba creándose atmósfera contra el “egoísmo” catalán, a través del cual se pretendía sacrificarlas todas a la prosperidad de esta región, “más contrabandista que industrial”. De entonces proviene la enemistad contra Cataluña y que se la tache de rebelde y egoísta. Josep Coroleu. Memorias de un menestral de Barcelona.
Para las clases populares, el carlismo es un “populismo” defensor del antiguo modo de producción y de vida, enemigo de las ciudades, del liberalismo, del individualismo, de la centralización; y a la vez, en Barcelona, fueron las primeras insurrecciones “obreras” las que inventan, durante los años 40, las proclamas de “República catalana” e incluso, “Estado catalán”. Pierre Vilar. Estado y Nación en las conciencias españolas.
El convenio de Vergara (29 de agosto de 1839) puso fin a la primera guerra carlista en el centro de España. Pero los carlistas catalanes no pudieron, o no quisieron, adherirse al mismo. En realidad, las diez cláusulas del convenio firmado en Oñate, promovían el reconocimiento de los fueros vascos y navarros y por lo tanto solamente comprometían de forma explícita a las tropas vascas, navarras y castellanas de Carlos V. Por lo menos, un autor que firmaba Leopoldo Augusto de Centurión[5], certificó que Espartero[6] envió dos emisarios ingleses a Ramón Cabrera para pedirle que se adhiriera al convenio de Vergara. El carlista los expulsó de su dominio y les sugirió que volvieran a Londres y mediante los agentes carlistas exiliados, le enviasen las armas que necesitaba- “éste es mi convenio”, les dijo. El general Kirkpatrick de Closeburn, en sus memorias, explica dichas circunstancias de forma más detallada. Según Kirkpatrick, cuando Maroto, el carlista firmante del convenio, pidió a Cabrera que se adhiriera al mismo, el catalán rasgó el papel del mensaje y amenazó al mensajero con fusilarle de inmediato si no abandonaba el territorio que dominaba. Después, Lord Palmerston primer ministro inglés, pidió a Cabrera que depusiera las armas pero el general le respondió que, siendo consciente del objetivo económico que siempre motivaba los tratos de los ingleses, le proponía que le enviase fusiles y él se los pagaría en efectivo. Luego, Cabrera escribió a un amigo de Londres para decirle que si le podía enviar un cargamento de fusiles, a través delos agentes carlistas, garantizaría a Lord Palmerston que antes de tres meses, le entregaría la cabeza de Maroto. Precisamente, dicha historia corrobora que el acuerdo firmado en Oñate no obligaba a otros carlistas que los que formaban los llamados ejércitos del Norte y del Centro.
Desde que, en julio de 1840, Ramon Cabrera cruzó la frontera hacia el exilio, al frente del ejército carlista catalán, valenciano y aragonés[7], se sucedieron las acciones guerrilleras de numerosos resistentes catalanes, llamados trabucaires. A partir del año 1842, la actividad de los trabucaires se incrementó hasta el punto que escandalizó a los diputados liberales de Girona, los cuales, encabezados por Narcís Ametller[8] formularon una queja en las Cortes, acusando al capitán general de Cataluña, señor Van Halen, de ser poco eficaz. De entrada, las autoridades del gobierno consideraron que Ametller exageraba, aunque Espartero reconoció que solamente quedaban enemigos en Cataluña y su aserto fue publicado en los boletines oficiales de las provincias. El Brusi comentando “la interpelación catalana”, posteriormente apoyada por Joan Prim i Prats, afirmaba que no se podía pretender que el capitán general se paseara por las comarcas gerundenses con doce o quince mil soldados para perseguir ciento cincuenta trabucaires y que, en cambio, era necesario administrar justicia, disminuir las contribuciones, fortalecer el espíritu religioso y aplicar la Constitución de 1837.
Durante los primeros días de mayo de 1842, el republicano Narcís Ametller denunció que se introduciría una partida de cañones, por la frontera francesa, destinados a Ramon Felip[9] y el día 8, el Brusi informaba que una fragata había zarpado del puerto de Barcelona y se dirigía al golfo de Roses para interceptar los barcos que venían de Génova con un cargamento de armas destinado al jefe carlista. El 10 de junio, el periódico La Ley publicó un artículo justificando la represión militar y relacionaba casi sesenta pueblos y lugares del Principado que habían sido ocupados por las tropas regulares. El mismo artículo anunciaba que cerca de mil quinientos hombres, entre destacamentos fijos y móviles, mozos de escuadra y rondas volantes, habían sido destinados contra los trabucaires. Cuando el gobierno se dio cuenta que se enfrentaba a una insurrección, puso manos al asunto con notoria brutalidad. Durante el mes de noviembre, el diputado Joan Prim acusaba al general Martín Zurbano de haber cerrado el libro de la Constitución en las comarcas gerundenses y avisaba que los catalanes no podían ser tratados a bayonetazos, como los bajás tratan sus esclavos, sino que era necesario convencerles con razonamientos y la ley en la mano.
Desde el mes de enero de 1842 se sucedieron, por toda Cataluña, multitud de golpes atribuidos a los trabucaires y, en la mayoría de los casos, directamente a Ramon Felip o a miembros de su vasto entorno; especialmente, secuestros de hacendados. Entre los grupos de trabucaires primerizos, encontramos unos cuantos soldados de Cabrera que luego, durante la guerra de los matiners, serán
cabecillas famosos – por ejemplo, Planademunt, Mallorca, Martirià Serrat y Francesc Savalls- alguno de los cuales, como fue el caso de Savalls, llegará al generalato durante la última guerra civil del siglo. Precisamente, el 28 de abril de 1842, leemos en El Postillón que Felip fue visto entre Santa Coloma de Farners y Salitja, acompañado de 52 hombres, entre los cuales estaban los hermanos Francesc y Josep Savalls, así como el Mallorca. En esta ocasión, Felip se dirigía a Francia, ya que posteriormente fue visto en La Manera y la misma información aclaraba que el grupo arrastraba un herido. Una vez la partida llegó a territorio francés, siete u ocho de sus hombres viajaron hasta la costa y celebraron un encuentro en Banyuls.
El origen y definición de los guerrilleros llamados trabucaires exige el esfuerzo que pide la distinción de circunstancias y de personajes oscurecidos por la leyenda, situados en el vértice del cambio de época y teñidos por la dificultad añadida que supone la adscripción del fenómeno al bandidaje tradicional, la resistencia campesina contra la opresión de los poderosos y la condición de soldados de un ejército rebelde, aunque, al fin, también “regular”. Los trabucaires, caso por caso, podían pertenecer a una de estas categorías, a dos, o a todas ellas. Considerando que los rebeldes que merecían este nombre, en un sentido estricto, actuaron en el periodo que va entre el fin de la primera guerra civil (1840) a lo largo de la guerra de los matiners y hasta el alzamiento, llamado “la guerra de los Tristany” (1855) y que mayoritariamente se adscribían al carlismo, se puede admitir, basándonos en la memoria del príncipe Félix Lichnowsky[10], que su origen se encuentra en los pelotones de celadores que durante la primera guerra civil se dedicaban a la requisa de víveres y al cobro de exacciones económicas para subvenir la lucha. Lichnowsky nos explica quienes eran y como trabajaban los celadores, a los que llama “carabineros de las aduanas españolas” y que considera sucesores del antiguo cuerpo de Resguardos. Los aduaneros vigilaban las fronteras a fin de impedir el contrabando y de cobrar los impuestos sobre la importación que los arrieros pretendían ahorrarse. El conde de España[11] aprovechó los efectivos catalanes de dicho cuerpo, incrementándolos, y les atribuyó la misión de cobrar todo tipo de impuestos en el territorio dominado por los carlistas. A partir de este momento, los celadores carlistas se extendieron por todo el territorio catalán, desde los Pirineos hasta el Ebro y Aragón, lo cual explica que, después, encontremos trabucaires en todas las comarcas catalanas y que el conocimiento, la relación y la coordinación de los cabecillas rebeldes más famosos, entre la primera y la segunda guerra, devinieran notorios. El compañero y compatriota de Lichnowsky, el también militar, Wilhem Von Rahaden[12], no fue tan lejos en la explicación del fenómeno y parece que da por hecho que, en principio, los catalanes luchaban en un ejército casi regular, ordenado y jerarquizado- dirigido por el conde de España- pero que, a partir de un momento determinado, debido a la poca presión que ejercían los cristinos “se levantaron por toda Cataluña guerrilleros aislados los unos de los otros, como si fueran independientes de su comandante, para continuar la guerra por su cuenta. Entre ellos se repartieron los límites de las montañas y ninguno traspasaba el distrito de su vecino, requisaban y extorsionaban por su cuenta, con el fin de proveer abundantemente las necesidades de la guerrilla y la codicia de su caudillo”.
Ahora bien, más allá de los antecedentes inmediatos que apuntan los militares alemanes citados, no deja de ser menos cierto que, por lo que se refiere a las actuaciones, a la manera de luchar y de vivir, los trabucaires evidencian la tradición de los miqueletes, a los cuales, ahora vale la pena que recordemos. Durante los siglos XVI y XVII, los ejércitos constituían formaciones irregulares, en el sentido de la falta de cualquier tipo homogeneidad que los caracterizase y que se nutrían de hombres reclutados en lugares distintos, los cuales, cuando les convenía, cambiaban de bando. Pero, poco a poco, el rey se dio cuenta que su ejército no podía proteger la vida y las propiedades de todos los súbditos y que, además, en el caso urgente de hacer la guerra, no podía reclutar rápidamente los efectivos humanos que necesitaba. Por dicha causa se crearon los “tercios provinciales” y se promovieron formaciones de defensa local, como los somatenes y las milicias urbanas. Entremedio de este tipo de fuerzas armadas populares, se situaban los miqueletes, los cuales constituían la parte más irregular, auxiliar y autónoma del ejército del reino. Francesc de Castellví, militar de los austriacistas, describió los miqueletes en tiempo de la guerra de sucesión: “Esta clase de milicia no guarda forma militar en los combates y rara vez […] pelean en las llanuras. Ocupan siempre montes, colinas, bosques y desfiladeros. Están en las fronteras y hacen correrías dentro de los países enemigos […] Si son puntualmente pagados se manejan con gran ventaja del monarca […] Aman la libertad de invadir el país enemigo y hacer emboscadas. Si les falta la paga cometen toda suerte de insolencias… [ son la gente] más inquieta y atrevida ; por lo regular nacida y crecida en los pueblos situados entre los montes…” [13]. Podríamos afirmar exactamente lo mismo de los trabucaires.
Una relación cuidadosa de las actuaciones guerrilleras, desde el final de la primera carlistada hasta el inicio del alzamiento de los matiners, en el mes de septiembre de 1846, nos ocuparía mucho espacio. Durante el año 1842, algunas de las actuaciones más conocidas de los trabucaires fueron el ataque a los milicianos de Santa Coloma de Farners, concretamente en L’Esparra, el día 6 de abril, con el resultado de nueve voluntarios liberales muertos- en el cual participó el joven teniente Francesc Savalls- el asalto a la romería de Sant Aniol d’Aguja, el 1 de mayo, llevado a cabo por los hombres de Felip y de Planademunt, así como la sorpresa de la romería del Roser, en Finestres, ocurrida el 23 de mayo y protagonizada por el mismo Planademunt a la cabeza de una partida de 40 hombres. Posiblemente, el asalto a Ripoll, que lideró Felip el día 3 de junio – también con la ayuda de Francesc Savalls y precisamente en la fecha que se cumplía el tercer aniversario de la ocupación del pueblo por los carlistas- fue la actuación más nombrada del cabecilla de Sant Llorenç de la Muga. Pero los grupos de trabucaires se enfrentaron a menudo con el ejército y los mozos de escuadra, entraron en un sinfín de pueblos y aldeas en todo el Principado y secuestraron un montón de hacendados, menestrales e industriales.
El 24 de junio sucedió el ataque a Montagut. Ésta fue la última acción de Felip, antes de ser detenido. En la misma fecha, Planademunt rondaba con cuarenta hombres por las cercanías de Santa Pau, ya que en el mismo comunicado del boletín de la provincia de Gerona, de 28 de junio, que nos informa de dicho asalto, también se afirma que Rafael Sala, alias Planademunt, había forzado el portal de la masía Castelló, de Santa Pau y que, después, perseguido por los milicianos, se había escapado al llegar al bosque de Ventós de Finestres. Un poco más tarde, fue visto de nuevo, cerca de la masía llamada Collelldemunt[14]. La proximidad física de ambos cabecillas, durante aquellos días, constituye un indicio respecto la posible responsabilidad de Planademunt por lo que se refiere a la herida sufrida por Felip, la cual acabó facilitando su detención y fusilamiento. Por lo menos, eso ha afirmado algún historiador y nos recuerda Rafael Puget, a través de las memorias que le escribió Josep Pla- copiadas, punto por punto y por lo que se refiere a los hechos de los trabucaires, de la obra de Antoni Garbell i Garbí, L’Empordà a la guerra carlina [15]. No obstante, también se ha contado que el autor de la herida de Felip fue un espía infiltrado en sus filas, el cual, de esta manera se vengó de la violación de su prometida perpetrada por el cabecilla carlista.
De hecho, los mozos de escuadra perseguían a Felip desde el 25 de abril, como nos lo prueba la noticia del Postillón, según la cual el cabecilla había pasado por el puerto de Bracons en dirección a La Vola, con el comandante de los mozos de escuadra de Santa Coloma de Farners pisándole los talones. El 30 de junio, El Postillón concretaba que Felip había sido herido en la mandíbula y que quedaba fuera de combate. El 4 de julio, el Diario de Barcelona aseguró la captura de Felip y el día 5, el Boletín de la Provincia de Gerona informaba de su fusilamiento, llevado a cabo el día 3. La captura de Felip, protagonizada por el coronel Antoni Baixeras[16], sucedió en el bosque, cerca de La Vola, precisamente en el mismo lugar en el cual, según el periódico, los policías habían iniciado la persecución. Es probable, pues, que Felip dispusiera de un refugio en este paraje y que los mozos mantuvieran la vigilancia del lugar hasta que el cabecilla se vio obligado a utilizarlo durante un periodo de tiempo, con el fin de curarse la herida. Esta circunstancia procuró su detención. Felip fue transportado a Vic, montado en un burro y fusilado. Algunos meses más tarde y por orden del general Martín Zurbano, también fue ajusticiado el médico que le había tratado.
A partir de la muerte de Felip y hasta la guerra de los matiners, los trabucaires no ocuparon pueblos, ni se enfrentaron a los milicianos en combates espectaculares. No obstante, continuaron con sus acciones. En febrero de 1845, una partida numerosa asaltó la diligencia de Perpiñán a Barcelona, cerca de Tordera y secuestró a tres viajeros. Este asalto y la muerte posterior de los rehenes- sobre todo, el asesinato de Joan Masot- originó el proceso de los “trabucaires de las Illes”, celebrado en Perpiñán, el cual finalizó poco antes de que se iniciara el levantamiento de los matiners. Los condenados a muerte fueron guillotinados en Perpiñán y en Ceret, el 27 de junio de 1846.
Pero el relato de los antecedentes inmediatos de la guerra de los “matiners” no puede circunscribirse a los choques de los trabucaires carlistas, como si la refriega del cuarenta y seis al cuarenta y nueve solamente hubiera consistido en el aprovechamiento de la rebelión campesina por parte de los legitimistas. Verá el lector que la guerra de los matiners fue una lucha encarnizada contra el gobierno moderado de Narváez y la monarquía de Isabel II, durante la cual los liberales de izquierda y los republicanos catalanes no tuvieron ningún reparo en aliarse con los carlistas. Hablaremos de ello más adelante pero si ahora lo anunciamos es con el fin de justificar la necesidad de recordar la procedencia y la adscripción de la parte de los matiners que la prensa, las autoridades y la población, llamó “jamancios”.
La “jamancia” es el nombre que los coetáneos dieron a la revuelta, inicialmente barcelonesa, que siguió al pronunciamiento de Joan Prim y Llorenç Milans del Bosch, en Reus, el 30 de mayo de 1843. Este levantamiento popular tuvo un precedente inmediato en la revuelta del año anterior. Comencemos por explicar someramente, la primera gran bullanga barcelonesa.
Las causas principales de la bullanga de 1842 enmarcan perfectamente los agravios que justificaron la desesperación de los catalanes a lo largo, casi, de todo el siglo XIX. La primera razón de este desasosiego, fue el malestar provocado por la política económica librecambista, la cual favorecía la introducción de géneros manufacturados de procedencia inglesa, mediante un convenio acordado por Espartero. La segunda causa fue la oposición a la política centralizadora que se quiso establecer mediante la ley municipal apoyada por María Cristina. Se consideraba que estas medidas implicarían la ruina de la industria catalana y el paro de muchos trabajadores. La tercera causa consistió en la contrariedad general que supuso la imposición del servicio militar obligatorio, a través del sistema de quintas- del cual, por tradición histórica y las constituciones vigentes hasta la derrota de 1714, los catalanes se consideraban exonerados- y la cuarta causa, fue la imposición de contribuciones especiales destinadas a castigar la insumisión de los barceloneses al Estado y los destrozos que ocasionaban en la muralla.
“Cualquier subversión solía manifestarse, basándola inicialmente en motivos o pretextos de índole material y tangible, en el sentido de protesta o reivindicación colectiva que enardeciera las masas y las impulsara a la revuelta. Los programas ideológicos se formulaban cuando la lucha había alcanzado su apogeo y ésta era la oportunidad que aprovechaban los partidos políticos…”, afirma Francesc Curet[17]. Por lo tanto, en primer lugar se producía un altercado por causa de determinadas circunstancias materiales, lo que originaba la represión violenta de la policía y que se extendiera el contagio de la lucha por las calles. Entonces, era inevitable que los primeros garrotazos produjeran víctimas y que esta circunstancia avivase la fogata, hasta que aparecía el ejército y ello conllevase que el tumulto deviniera una revuelta contra las autoridades del gobierno. Debemos tener en cuenta que, por aquel entonces, eran muchos los particulares que poseían armas y fue precisamente, durante este periodo, que los gobernadores destinados en Cataluña se propusieron restringir su tenencia, con lo cual se sumó otro agravio a los precedentes. A partir de la explosión espontánea y general, los partidos políticos- entonces se les llamaba “clubs”- o los miembros de determinados grupos sociales, más o menos organizados, como los gremios, resumían el malestar popular en unas quejas concretas, a las cuales pretendían dar solución proponiendo, o exigiendo, la adopción de medidas políticas determinadas y el cambio de gobierno.
Precisamente, el 13 de noviembre de 1842 se produjo un altercado, del tipo habitual, a partir de la disputa que mantuvieron un grupo de hombres, cargados con pellejos de vino, que venían de una fiesta en el campo, con los guardias del portal del Àngel de la muralla. Los guardias exigieron a los viandantes el pago de la tasa que gravaba el vino. Inicialmente, la disputa parecía una de tantas de las que se producían entre los agentes de consumos y los ciudadanos que entraban a Barcelona llevando consigo productos gravados pero, rápidamente, aparecieron numerosos hombres armados que extendieron la querella por los lugares más céntricos. Las autoridades municipales se inhibieron en el mantenimiento del orden público y el jefe político de la provincia se presentó en la plaza de Sant Jaume con tropas del ejército y ordenó cargar contra la multitud que se manifestaba en el centro de la ciudad. Después, la misma autoridad, dirigió el asalto al local del periódico El Republicano – heredero de Las Hojas Republicanas, de las cuales era autor Abdó Terradas- y detuvo y encarceló a sus redactores, así como a otras personas que se encontraban en el local. Finalmente, también ordenó el encarcelamiento de la comisión de ciudadanos que quiso parlamentar, así como promulgó un bando repleto de frases provocadoras, el cual aumentó la indignación de los barceloneses.
Durante los días 15 y 16, el levantamiento popular apareció como una realidad incuestionable. Por todas partes, se habían cavado trincheras y se edificaron barricadas. El general Martín Zurbano, al frente de un numeroso contingente de soldados, entró en la ciudad y pasando por la calle de Argenteria fue asaltado por los vecinos. La gente le lanzó todo tipo de objetos contundentes desde los balcones, incluso agua hirviente y muebles. Zurbano y la tropa que le seguía escaparon de la trampa como pudieron. Se dijo que esta batalla urbana había ocasionado centenares de muertos pero eso fue una exageración. Ahora bien, en la Rambla una escuadra de caballería fue diezmada por la turba de ciudadanos. Estos soldados tuvieron que huir, abandonando muertos, heridos y armas. El regimiento de Saboya asaltó el cuartel de la milicia popular, la cual se había mantenido acuertelada, en virtud del pacto de no agresión que la oficialidad miliciana había firmado con el general Van- Halen. A partir de aquel momento, el batallón de la blusa- que era el nombre con que los ciudadanos habían bautizado a la milicia nacional- otorgó su apoyo decidido a los revoltosos y sus miembros, expertos en la lucha armada, entrenaron y dirigieron a los civiles. Huestes de ciudadanos de Sants, Gràcia y Sant Andreu, bajaron a Barcelona y se añadieron a la revuelta. Al atardecer del día 16, el cuartel de la Rambla dels Estudis capituló por falta absoluta de víveres. A la mañana siguiente, se rindió el cuartel de las Drassanes (Atarazanas). Fue escogida una comisión de ciudadanos, llamada junta popular directiva, con el objetivo de dirigir políticamente el levantamiento.
El día 17, una multitud asaltó la Ciutadella a pecho descubierto. Los asaltantes sufrieron grandes pérdidas y se retiraron. No obstante, Van Halen consideró que corría peligro y abandonó la fortaleza. Después de cruzar el llano de Barcelona y de pasar por Sarrià, su tropa se instaló en Esplugues de Llobregat. Desde el cuartel general de Esplugues, Van-Halen envió un convoy de artillería y de víveres al castillo de Monjuïc, con el fin de preparar el asedio de la ciudad. Mientras, la junta popular directiva instituyó una fuerza armada de dos mil hombres, a los que se llamó “tiradores de la patria”, procedentes de la capa social baja y que se distinguían por su mentalidad fanática, entre los cuales no faltaban los delincuentes. Un chico que formó parte de esta fuerza armada, Joan Gibert, de la Barceloneta, llamado el Peixeter (el pescadero), se hizo famoso por su valentía extraordinaria. Dicho muchacho se mantuvo alzado contra el gobierno durante la guerra de los matiners, hasta el verano de 1848.
El día 27 de noviembre, en el Salón de Cent del ayuntamiento, la asamblea de ciudadanos discutió apasionadamente el rumbo que debía tomar el levantamiento para salir con bien del asedio. A media reunión, entró la Milicia Nacional y declaró la disolución de la junta popular directiva. Después de algunos intentos fracasados de recuperar la anterior junta consultiva- órgano que se instituyó en los primeros momentos de la revuelta- los asamblearios eligieron una junta de gobierno, formada por veintiún miembros, entre los cuales se encontraba el obispo de Barcelona. Tampoco la nueva junta se pudo constituir, debido a la falta de asistencia de los electos y entonces fue nombrada otra, de diez miembros, presidida por el barón de Maldà.
El día 29, Baldomero Espartero, acompañando al ministro de la guerra, llegó a la vista de Barcelona y se detuvo en Sarrià. La junta de ciudadanos gestionó con las autoridades la solución pactada del conflicto pero fracasó por causa de la intransigencia de Espartero. Muchas familias abandonaron la ciudad, temiendo el bombardeo. La gente que no tenía donde cobijarse, se refugiaba en los templos.
El día 3 de diciembre, a las once y media, se inició el bombardeo de Barcelona, el cual se prolongó doce o trece horas seguidas. Más de mil proyectiles cayeron sobre la ciudad y fueron destruidas quinientas casas, ocasionaron destrozos en el salón de Cent del ayuntamiento y también en el hospital de la Santa Creu. Por la noche, los tenderos y los menestrales barceloneses salieron a la calle para desarmar a los resistentes. A cambio de que los hombres de las patuleas abandonaran las armas, los ciudadanos pacificadores les ofrecieron la oportunidad de huir de la ciudad.
Cumplidas todas las exigencias de Espartero, a las tres de la tarde del día 4, el general, encabezando sus tropas, entró en la ciudad. No había ni un alma en las calles y todas las casas y comercios permanecían cerrados herméticamente.
El castigo que el gobierno impuso a la ciudad por la revuelta, le supuso la pérdida de las fábricas de tabaco y de moneda, la obligación de reponer los fondos despilfarrados por los revolucionarios, así como de sufragar el dispendio de las tropas del ejército, la indemnización de los perjudicados y una multa de 12 millones de reales.
Transcurridos cinco meses del bombardeo ordenado por Espartero, los ánimos de los barceloneses volvieron a exaltarse por culpa de la millonada de reales exigidos por el gobierno a la ciudad a modo de castigo y que nunca fue satisfecha. Los ciudadanos borraron los nombres de las calles y los números de las casas, de manera que la recaudación devino imposible. El enfado de los barceloneses con el gobierno era absoluto y Espartero les correspondía con la misma moneda. Corría el rumor que el jefe del gobierno había anunciado lo siguiente: “reedificaré las murallas destruidas de la Barceloneta con los cuerpos de los barceloneses”.
Pasados siete meses, aproximadamente, los viajeros de la diligencia de Reus llevaron a Barcelona la noticia del pronunciamiento de Joan Prim i Prats y Llorenç Milans del Bosch, ocurrido en la capital del Baix Camp, el día 30 de noviembre de 1843. Esta noticia se añadió a las que llegaban de Andalucía y que contaban los levantamientos de Granada, de Málaga y de otros lugares del sud de la península. El 5 de junio, Zurbano salía de Barcelona con el objetivo de enfrentarse a los sediciosos de Reus y la gente que dio cuenta de ello, lo rodeó para impedirle el viaje. Zurbano se escapó del asedio al galope pero perdió su equipaje, el cual fue lanzaron al mar desde la muralla por los manifestantes.
El día 6 de junio se constituyó en Barcelona la junta de ciudadanos de la capital y de los pueblos del entorno, la cual se denominó junta suprema provisional de gobierno de la provincia de Barcelona. La junta, formada mayoritariamente por menestrales y propietarios, reclamaba la aplicación de la Constitución de 1837, la coronación de Isabel II como reina- eso, con el fin de acabar con la regencia de Espartero y la sombra amenazante de María Cristina- así como el reconocimiento del gobierno de la junta central en España.
El 15 de junio, después que Espartero se viera obligado a exiliarse, Joan Prim entraba triunfalmente en Barcelona, seguido por su estado mayor, dos batallones de milicianos y un regimiento de África, así como por la comitiva de miembros de la junta barcelonesa, autoridades y corporaciones ciudadanas. Prim fue aclamado por la multitud de barceloneses durante el trayecto.
Los ciudadanos españoles de diferentes ciudades, reunidos representativamente en sus respectivas juntas, nombraron a Serrano como jefe del gobierno y éste entró en Madrid, después que Espartero huyese para embarcarse hacia Inglaterra. Pero Serrano no admitió las reclamaciones que, concretamente, le planteaba la junta de Barcelona, las cuales, resumidamente, fueron las siguientes: rendición de cuentas de la regente María Cristina, supresión de jefes políticos, reducción del ejército, libertad religiosa, libertad de producción y de venta de la sal, prohibición de la imposición fiscal sobre artículos de primera necesidad, derrocamiento de las murallas de Barcelona, libertad de imprenta y despolitización en el nombramiento de funcionarios.
Los emisarios catalanes de las juntas volvieron de Madrid con las manos vacías y entonces, los barceloneses escogieron una nueva junta. Entre el 2 y el 3 de septiembre se inició el levantamiento, al cual se añadieron muchos pueblos del entorno de Barcelona, del Maresme y del Baix Penedès. También, lo hicieron Olot, Girona i Figueres. Narcís Ametller vino a Barcelona con 1500 infantes para ayudar a los revolucionarios, antes de retornar a Girona y Figueres. En aquel momento, Ametller era un enemigo feroz de los carlistas, como lo fue durante la primera guerra, en la cual había participado al lado de Joan Prim.
Josep Coroleu describió la situación de sitio de la capital por parte del ejército liberal[18]. El día 4 de septiembre comenzaron las hostilidades por el flanco de la muralla del mar. El día 7 se produjo un intercambio intenso de fuego de artillería por el lado de las Atarazanas. Los proyectiles enemigos explotaban en la Rambla. El día 10, los franceses residentes en la ciudad embarcaron en un barco de su bandera, huyendo del fuego. El día 12, se pronunció la junta central en Sabadell. El día 13, Narcís Ametller llegó a Mataró para defender la capital. Por el camino, consiguió que se alzasen los pueblos de Vilassar de Dalt y de Baix, Canet, Arenys de Mar, Calella y Tordera. En Mataró, los voluntarios de Ametller se reunieron con los efectivos de Francesc Baliarda (Noi Baliarda). Ametller estableció su cuartel general en Badalona y denunció que habían entrado en territorio español los jefes carlistas Patricio Zorrilla y el Mallorca. Dicha denuncia, evidentemente, tenía por objeto que el ejército del gobierno distrajera su atención hacia unos enemigos que, después de la guerra carlista, había de considerar más peligrosos que los “jamancios”.
Joan Prim, superando sus dudas, cambió de bando y se puso a las órdenes del gobierno de Serrano. El reusense salió de Gràcia y se situó en el Clot, preparándose para atacar Sant Andreu del Palomar. Los barceloneses que habían considerado a Prim como un libertador, ahora, claro está, le odiaban. La ciudadanía no entendía que un catalán pudiera haberse convertido en el verdugo de sus compatriotas. El Constitucional, del 10 de septiembre, moteaba a Prim, ennoblecido con el título de conde de Reus, con el epíteto de conde de Res[19]. Ametller construyó un puente de carros por encima de las aguas del Besòs para que lo cruzaran sus voluntarios y se enfrentó al ejército de Prim en Sant Adrià.
Durante los días siguientes, se sucedieron las batallas en las cercanías de Barcelona. Los partidarios de la junta aseguraban que mantenían sus posiciones pero, poco a poco, iban siendo expulsados de casi todos los pueblos del llano barcelonés. El día 28 de septiembre, Mataró cayó en manos de Prim, después de una lucha encarnizada, casa por casa, que se prolongó durante diez horas. El día 29 empezaron los sitios de Girona y del castillo de Hostalric. El día 1 de octubre, desde Montjuïc, la Ciutadella y la fortaleza de Don Carlos, las tropas del gobierno bombardearon Barcelona durante casi toda la jornada. La situación de los partidarios de la junta central se deterioró rápidamente. En la ciudad asediada faltaban los víveres y los minerales necesarios para fabricar pólvora. Coroleu señala que Barcelona debía alimentar, además de a sus residentes, a tres mil personas, entre forasteros, presos, heridos y enfermos. La sopa que repartía la beneficencia municipal alcanzó los diecisiete mil platos. Por si no fuera suficiente, durante aquellos días diluvió con ganas ysin descanso. Las autoridades revolucionarias requisaron dinero y
bienes- entre ellos, los del fabricante Bonaplata- para financiar la resistencia que ya todo el mundo empezaba a considerar inútil. Los cónsules de Francia (Ferdinand Lesseps[20]) y de Grecia, viajaban arriba y abajo, de Barcelona a Gràcia, para interceder en el conflicto. Los barceloneses no se atrevían a salir de sus domicilios y por la calle solo caminaba la gente armada.
El día 5 de octubre, Prim intentó por primera vez la rendición del castillo de Figueres, en poder de los rebeldes, pero fracasó. Columnas móviles de republicanos iban de un lado a otro del Empordà revolucionando los pueblos. El día 7 de octubre, capituló Girona y Ametller salió de la ciudad con los restos de sus voluntarios para encerrarse en el castillo de Figueres, sumándose a los republicanos que allí resistían.
El día 14 de octubre, los cañones que cercaban Barcelona, tronaron de nuevo. El día 19, el general Laureano Sanz, comandante de las tropas de asedio, lanzó un ultimátum a los ciudadanos barceloneses, mediante el cual les comunicaba que si antes de las 12 de la noche no habían firmado el convenio de rendición de la ciudad, la atacaría con todas sus fuerzas y no admitiría ningún acuerdo hasta su destrucción total. A las diez de la noche de aquel mismo día, los representantes de la junta central fueron a la Ciutadella para firmar la capitulación. A la mañana siguiente, cinco mil soldados del ejército del gobierno entraron en Barcelona. Muchos milicianos, en connivencia con las autoridades municipales, huyeron del cerco de las murallas y se escamparon por los pueblos del llano. Estos fugitivos formaron las partidas de rebeldes republicanos, o de liberales de izquierda, que lucharon contra el gobierno durante toda la guerra de los matiners, al lado de sus correligionarios del Maresme, el Vallès, el Anòia i el Penedès.
Como ya se ha dicho, la revuelta de la jamancia no se circunscribió, únicamente, a la ciudad de Barcelona. Numerosos pueblos, castillos y cuarteles, sobre todo en las comarcas barcelonesas y gerundenses, tuvieron que ser sometidos a la fuerza. Entre el 3 i el 8 de noviembre, las capitales del Gironès y del Baix Empordà cayeron en manos de Prim y desapareció la bandera negra de los jamancios de las torres de las principales poblaciones catalanas[21]. El castillo de Figueres, defendido por Narcís Ametller, Joan Martell y Gabriel Baldrich[22], se rindió el 10 de enero de 1844.
2. La primera etapa del alzamiento de los matiners.
Sois insensatos, todos aquellos que buscais
En los combates, con la punta
De la lanza guerrera,
Persuadidos, en vuestra ignorancia,
Que a la miseria de los mortales,
Así poneis remedio.
Eurípides. Helena.
Las noticias avanzaban lentamente. Siguiendo ambas Cataluñas, España y Francia empezaban a exaltarse. Durante los primeros días, la prensa presentó el asunto bajo aspectos variados, algunas veces contradictorios, según se trataba de los periódicos legitimistas o liberales. Ludovic Massé. Los Trabucaires.
La guerra nunca estalla de súbito, ni se propaga en un instante. Karl von Clausewitz. De la guerra.
No se puede fechar con certeza el inicio y el final de la guerra de los matiners. El hecho es que, a partir del verano de 1846, la situación de revuelta del país mudó en enfrentamiento militar y que, a partir del mes de abril de 1849, el conflicto descendió en intensidad hasta el nivel de la situación anterior, de resistencia medio guerrillera, medio bandolera, la cual no concluyó hasta que en el año 1855 fue aplastado el posterior levantamiento carlista, apodado “la guerra de los Tristany”. Ahora bien, la mayoría de los historiadores han convenido que la guerra de los matiners queda circunscrita por la actividad bélica carlista, la cual se prolongó desde el segundo semestre de 1846 hasta la primavera de 1849 y por la razón expuesta, a menudo este conflicto ha sido etiquetado como la “segunda carlistada”.
El 18 de mayo de 1845, Carlos V, hermano de Fernando VII, abdicó del derecho que reclamaba como rey legítimo de España en su hijo Carlos Luís, el cual aceptó la herencia aquel mismo día y adoptó el título de conde de Montemolín. El 23 de mayo, Carlos Luis firmó un manifiesto reconociendo que la organización social y política de España había cambiado, que la mejor manera de ahorrarse nuevas revoluciones consistía en no destruir todo lo que las anteriores habían levantado, ni empeñarse en recuperar todo aquello que habían destruido. El pretendiente que estrenaban los legitimistas garantizaba que no le animaba el deseo de venganza y se mostraba dispuesto a sacrificarse a fin de acabar con la división de la familia real y del país, consiguiendo, así, la paz. Es seguro, pues, que Montemolín consideraba la posibilidad de casarse con su prima Isabel, reina de España. En realidad, si su padre, presionado por las potencias europeas y el Papa, había abdicado, eso fue con el fin de facilitar el matrimonio del hijo con la reina. Pero, la vía del enlace entre los primos borbónicos, con el objetivo de anular la competencia dinástica, se quedó en agua de borrajas debido a la rivalidad que existía entre Francia e Inglaterra para conseguir la influencia política y económica sobre España.
Se acostumbra a considerar que la proclama del pretendiente carlista, conde de Montemolín, de 12 de septiembre de 1846, constituyó el equivalente a una declaración de guerra. Mediante dicho manifiesto, Montemolín se refirió a la frustración de sus esperanzas- quería decir, de la posibilidad de casarse con Isabel- y por lo tanto, aunque se reafirmaba en los principios anunciados el 18 de mayo- “Quiero y os encargo que no miréis al pasado. La era que va a empezar no debe parecerse a la presente…”- proclamaba que había llegado el momento que hubiera querido ahorrarse. De entrada, parece que el manifiesto solo insinúa el levantamiento contra Isabel, de manera que resulta necesario leer el último párrafo del escrito para constatar que Montemolín, efectivamente, convocaba a la guerra: “Admirador de vuestro valor y de vuestras hazañas, sabré recompensaros en el campo de batalla”.
El final de la guerra de los matiners se ha situado en mayo de 1849, una vez el general Ramón Cabrera y Rafael Tristany volvieron al exilio francés y el capitán general de Cataluña, del gobierno de Isabel II, Manuel Gutiérrez de la Concha, proclamó que daba la guerra por acabada. Pero es costumbre dividir este conflicto en dos etapas separadas por la revolución que trajo la república a Francia, en febrero de 1848, por lo cual casi parece que hubo dos guerras correlativas: desde septiembre de 1846, hasta enero de 1848 y desde febrero de aquel año hasta la primavera de 1849. Algún autor generalista tiende a enfatizar el segundo periodo del levantamiento; es decir, a partir de febrero de 1848. Para empezar, es necesario señalar que dicho empeño no es extraño puesto que la transcendencia mutua de las revoluciones que, durante la época, removieron el continente, resulta evidente. En realidad, no faltan los estudiosos franceses que consideran la influencia de la revuelta de los matiners en la revolución de 1848 que destronó a Louis Philippe. En cambio, son muchos los autores españoles que olvidan y hasta niegan que el incendio europeo del 48 repercutiera en la península, como nos lo prueba que Melchor Fernández Almagro (1893-1966) afirmara que, si bien la Constitución de 1845 fue la única en la historia española del XIX que tuvo alguna transcendencia práctica, eso fue debido, en parte, al acierto del gobierno de los liberales moderados y, de forma remarcable de su presidente, el general Narváez, “al evitar que repercutiese en España la Revolución de 1848”[23]. Hay más comentarios de este tipo. Por ejemplo, el que se reproduce a continuación, va en el mismo sentido: “En Europa, el efecto de 1848 fue muy desigual, tanto por el ámbito en que se manifestaba, como por razón de su geografía. Así, la Revolución no tuvo eco prácticamente en España”[24]. Y también conocemos referencias, escritas por plumas catalanas, que caen en el mismo tópico: “[…] aquí las revueltas del 48 fueron de poca intensidad y en cualquier caso, fueron apaciguadas inmediatamente por el general Narváez”[25].
Efectivamente, la guerra de los matiners ha sido un conflicto a veces negado y a veces arrinconado por la historia, llamémosla, oficial. Además, como se ha dicho, entre los que la recuerdan, los hay que la minimizan al segundo periodo, despreciando la primera etapa de la revuelta, cuando se supone que solamente los carlistas se mantenían con las armas en la mano. Si la intención de estos investigadores consistiera en corregir el abuso consistente en etiquetar dicha guerra como la “segunda carlistada”, eso casi deberíamos celebrarlo. El hecho es que, incluso si solo nos limitásemos a considerar la primera etapa del conflicto, resulta incierto que los carlistas fueran los únicos revoltosos. Por lo menos, el capitán general Manuel Pavía sumaba los “jamancios” a las filas de los revolucionarios en armas, antes de enero de 1848 y el Diario de Barcelona publicó una noticia, fechada el 23 de agosto de 1845 en Perpiñán- más de un año antes del inicio de la guerra- mediante la cual y empleando el lenguaje burocrático y servil del funcionario leal, anunciaba que el alzamiento que se preparaba no era únicamente carlista. En este escrito el periodista informaba que el gobierno de España “que tanto celo demuestra en descubrir y frustrar los planes de la revolución y el trastorno” sabía que determinados individuos habían salido de Londres hacia Portugal y Gibraltar, a fin de estar preparados para cuando llegase el momento que, desde Madrid y otros lugares, se diera la señal para el alzamiento. De entrada, uno piensa que los “sujetos” a los que se refiere la noticia eran carlistas pero rápidamente percibimos que se trataba de liberales de izquierda y republicanos, ya que el comunicante nos hace saber que se trataba de refugiados “de resultas de la revolución centralista[26] que tantos males y pérdidas ocasionó al Principado y que tuvo tan miserable fin”.
Por lo tanto, en el año 1845, antes que se iniciara oficialmente la guerra, la coincidencia entre republicanos, liberales de izquierda y monárquicos legitimistas, que posteriormente se evidenciará en los campos de batalla, ya resultaba perceptible. Incluso no sería demasiado atrevido que considerásemos que la guerra de los matiners se forjó en la acumulación de la revuelta carlista a la dispersión de republicanos, liberales de izquierda, o “jamancios”, que habían seguido luchando desde que capituló el último reducto de los partidarios del gobierno de las juntas. Existen noticias que certifican la certitud de algunas negociaciones entre los cabecillas republicanos y progresistas con los cortesanos del conde de Montemolín, durante el primer semestre de 1848. Melchor Ferrer afirma que estas conversaciones concluyeron con un acuerdo que garantizaba la protección y auxilio de las comandancias militares carlistas a las partidas republicanas y progresistas[27] pero sospechamos, con fundamento, que los acercamientos de las cúpulas políticas se produjeron a toro pasado; es decir, que se llevaron a cabo con posterioridad a la alianza estratégica que adoptaron los rebeldes catalanes, bajo diferentes banderas, en los campos de batalla.
En el momento que se representaba la vista oral del proceso de los trabucaires en Perpiñán, durante la primavera de 1846, el pretendiente carlista, conde de Montemolín- Carlos VI, según la genealogía de los legitimistas- permanecía, bajo vigilancia, en la villa de Bourges, en la cual su padre había radicado la corte en el exilio. El 28 de agosto, la reina Isabel escogió oficialmente a Francisco de Asís[28] como esposo y convocó a las Cortes el 14 de septiembre para que certificasen su determinación. Desde el momento que los carlistas se enteraron que Montemolín había sido rechazado como marido de Isabel II- solución del conflicto dinástico propuesta, entre otros, por Jaume Balmes- adivinaron que pronto serían llamados a las armas. El pretendiente no los hizo esperar y se escapó de Bourges con el objetivo de preparar el alzamiento.
La huida del pretendiente carlista, que por aquel entonces era un joven de veintiocho años, fue rocambolesca. Montemolín salió de la finca, en la cual había sido recluido, para pasear en carruaje, acompañado de un sirviente con el cual mantenía cierto parecido. Un grupo de caballería de la gendarmería lo escoltaba pero el conde, sin ser visto por los policías, saltó de la carroza a un caballo que le tenía reservado y se alejó al galope. El sirviente quedó en el carruaje, vestido de la manera que acostumbraba su dueño: pantalones blancos de verano, levita negra y sombrero redondo. Durante el trayecto de vuelta a palacio, el sirviente, bien entrenado para el caso, incluso dejó su mano izquierda, cubierta con guante, colgando fuera de la ventanilla del carruaje, al modo que acostumbraba el pretendiente[29]. Durante las siguientes cuarenta y ocho horas, el prefecto del departamento visitó muchas veces el domicilio de Montemolín, ya que había tenido noticia que se encontraba enfermo pero claro está que el gentilhombre que lo recibía no le permitía que cruzara el portal, mientras le aseguraba que el estado de salud del conde aconsejaba que se mantuviera en reposo absoluto. Habiendo transcurrido el periodo de tiempo previsto, el mismo cortesano carlista comunicó la fuga de su dueño al prefecto. Montemolín aprovechó la ventaja que le proporcionó el engaño para viajar hasta la costa atlántica, acompañado por el marqués de Barbansois. El gobierno movilizó patrullas de soldados y de gendarmes pero, aunque los franceses tenían bien fichadas las características físicas del perseguido[30], el conde consiguió llegar a Inglaterra. Entonces, el gobierno francés, basándose en el pacto de la cuádruple alianza, solicitó al gobierno inglés que detuviese al prófugo. Paris no recibió ninguna respuesta a su requisitoria. Algunos periódicos franceses (por ejemplo, La Presse y L’Esprit Public ) aseguraron que la huida del pretendiente al trono español se había producido con ayuda de los ingleses y hasta afirmaron que el general Ramon Cabrera- refugiado en Londres- acompañó al joven príncipe en su aventura.
En aquel momento, la política exterior inglesa estaba en manos de Lord John Temple Palmerston, “whig” preeminente[31], el cual fue conocido por la dureza que empleó ante los gobiernos extranjeros y por su preocupación constante en expandir el poder de la Gran Bretaña. Los comunicados de Lord Palmerston, así como los de Lord John Russell, secretario del ministerio, no constituyeron modelos de fina diplomacia aunque ambos personajes extendieron las libertades políticas en el continente, por medio de la ayuda que prestaron a los movimientos nacionalistas – dejando a un lado, claro está, la revuelta irlandesa. Con este objetivo, la ayuda que Lord Palmerston prestaba a los carlistas y a los republicanos españoles- trastocando la posición mantenida por los británicos durante la primera guerra carlista- se evidenció, por lo menos, desde dos años antes del inicio de la guerra de los matiners. Las requisas llevadas a cabo por los mozos de escuadra y el ejército, cada vez que descubrían depósitos de víveres y armas de los trabucaires, siempre incluían fusiles ingleses, toneles de cartuchos, navajas y hasta algún cinturón de esta procedencia. Bajo la protección de Lord Palmerston, no solamente se refugiaban en Londres los dirigentes políticos y militares carlistas sino que también lo hacían los agentes conspiradores, trabucaires y todo tipo de simpatizantes de los movimientos opositores al gobierno afrancesado de Narváez. En el expediente del proceso de Perpiñán, se encuentran algunas cartas de exiliados en la capital inglesa, mediante las cuales pedían dinero a sus correligionarios que luchaban en el Principado. Pero estos pedigüeños eran exiliados sin cargo en el partido, o en la estructura militar. A través de operaciones financieras e inversiones en bolsa, centralizadas en Londres, los jefes opositores a Isabel II conseguían fuertes sumas de dinero. Debe sospecharse que no todas las sumas invertidas procedían de la misma Inglaterra, sino que algunas procedían de Rusia. La biógrafa del general Ramon Cabrera, señora Conxa Rodríguez Vives, sostiene que el general conoció a la mujer que había de convertirse en su esposa, Miss María Catalina Richards, debido a que esta dama le donó mil libras para la causa carlista[32]. Miss Richards fue admirada, desde su juventud, por la habilidad inversora y financiera que poseía.
Durante aquellos días, no faltan noticias de intentos de desembarco de cargamentos de armas y de grupos de rebeldes en la costa catalana, procedentes de buques ingleses. Lord Palmerston, en la intervención en las cámaras británicas de representantes del 29 de marzo de 1847, criticó las medidas adoptadas por el capitán general de Cataluña, Manuel Bretón y aprovechó la ocasión para pronunciarse a favor de los rebeldes. El ministro británico denunció la barbarie de las autoridades españolas y celebró la humanidad de los luchadores montemolinistas. Entonces, el Morning Post publicó un artículo explicando que Montemolín había ordenado que, fuese la que fuera la conducta de los militares liberales, los carlistas siempre debían oponerle la disciplina, el orden y la moderación, a fin de que el pueblo español y Europa entera se inclinasen a su favor. Ahora bien, aunque constituía un hecho evidente que Inglaterra ejercía de protectora de los carlistas catalanes, en realidad el gobierno británico no se enfrentó claramente con el gobierno de Narváez hasta que Isabel II se casó con Don Francisco de Asís, pretendiente sostenido por Louis Philippe, rey de los franceses. Cuando esto sucedió, Palmerston, enfadado por la noticia, no se mordió la lengua y declaró que la inclinación sexual del duque de Cádiz impediría que fuera capaz de satisfacer a la reina como mujer, lo cual provocaría, también, la infelicidad del pueblo español. Después, el gobierno inglés siguió insistiendo en la necesidad de casar el conde de Montemolín con Isabel, previa declaración de nulidad del matrimonio de la reina con Francisco de Asis, fundada en la no consumación.
Habiendo llegado a Londres, Montemolín fue recibido con los honores festivos que los ingleses reservaban a sus socios y que ya habían practicado anteriormente con Espartero. Karl Marx comentó que “las demostraciones a favor de Espartero tienen el aspecto de demostraciones contra Louis Philippe”[33] y lo mismo hubiera podido afirmar, con más razón, en relación al recibimiento dispensado al pretendiente carlista. Los festejos, representaciones teatrales y recepciones- hasta, en alguna fábrica- se sucedieron.
Durante el otoño de 1846, se levantaron partidas de trabucaires formadas con hombres que se habían escapado de los campos de retención franceses. Uno de los primeros cabecillas carlistas en cruzar la frontera fue el brigadier Joan Cavallería, acompañado de su lugarteniente Boquica y también lo hizo el capitán Jeroni Galcerán i Tarrés, al frente de un contingente de voluntarios del Lluçanès[34]. Al cabo de poco tiempo, Cavallería cayó muerto en una emboscada en el Empordà. Marcel·lí Gonfaus, alias Marçal[35], confesó que había entrado a territorio español para iniciar sus actividades guerrilleras, durante los últimos días de 1846 pero los periódicos no lo mencionan hasta la primavera de 1847. Jaume Montserrat empezó a actuar antes del otoño de 1847 ya que nos consta el perdón concedido a un grupo de vecinos de Sant Boi de Llobregat que le habían acompañado durante el mes de septiembre de aquel año, aunque los periódicos no lo mencionaron hasta el año 1848[36]. Josep Borges se incorporó a la lucha en el año 1847[37].
Las primeras acciones rebeldes de envergadura bélica, después de la muerte de Felip, que pueden ser atribuidas a los carlistas, como la entrada en Manlleu y el fusilamiento del alcalde liberal, se produjeron enseguida que se conoció la proclama de Montemolín, de septiembre de 1846. El 16 de octubre, Isabel II se casó con Francisco de Asís, lo cual excitó aún más los ánimos de los carlistas. Entre el 16 y el 19 de diciembre, los mozos de escuadra de Santa Coloma de Farners seguían los pasos de sesenta carlistas por las Guilleries pero, justo en el momento que los alcanzaban, los rebeldes desaparecieron cerca de Susqueda. El capitán general pronosticó que el estado de guerra en todo el territorio catalán era inminente y se desplazó a Girona. El día 28, el máximo responsable perseguía a cincuenta trabucaires, mandados por Narcís Gargot, los cuales entraron en Sant Martí Vell, dando vivas a la Constitución de 1812 y proclamando a Carlos VI. Después se dispersaron pero el ejército identificó a cuatro de ellos y dos fueron fusilados. Gargot fue aprendido aunque se benefició del perdón[38]. Los rebeldes mezclaban los vítores mencionados con peticiones de tipo conciliador- “¡Olvido del pasado!”- y el exabrupto de “¡Fuera los franceses!”. Los hacendados, al darse cuenta del carácter social del levantamiento, se asustaron puesto que algunos trabucaires quemaban las escrituras de propiedad, a la vez que prometían el repartimiento de tierra en nombre del rey. Durante el mes de septiembre, las autoridades municipales de Begues retiraron los archivos del ayuntamiento y los escondieron para salvarlos de la hoguera. El juzgado de primera instancia de Sant Feliu de Llobregat fue trasladado a Molins de Rei, puesto que este pueblo se consideraba más seguro.
En enero de 1847, aparecieron en Solsona unos pasquines pegados en los muros y las columnas de la plaza mayor, que decían lo siguiente: “Viva Carlos V. Ja us fotarem!”[39].
Entre el 15 y el 16 de febrero de 1847, Benet Tristany, Porredón, alias el Ros d’Eroles, Borges, Griset de la Cabra- coronel, Joan Fornet- y Vilella se apoderaron de Cervera al frente de 200 hombres y se llevaron 90.000 reales de la Administración de Rendas[40]. Solo resultó muerto un guardia civil. Después, los Tristany ocuparon Guissona. Durante este mes de febrero los rebeldes consiguieron una gran cantidad de armamento procedente de Bélgica, el cual fue desembarcado en el puerto de Badalona. El día 21, el boletín oficial de la provincia de Barcelona publicaba un bando del capitán general avisando a los responsables municipales respecto los ataques de que podían ser objeto por parte de la partida de los Tristany: “Habiendo aparecido en la vecina província de Lérida una partida de rebeldes capitaneada según parece por el feroz Mosen Benet, juzgo conveniente prevenir con tiempo a los pueblos de la de mi mando, a fin que con su leal conducta se eviten graves daños y los terribles males que otros ya tal vez principian a sufrir [… ]“.
El príncipe Félix Lichnowsky conoció personalmente a mosén Benet Tristany y a su lugarteniente, el Ros d’Eroles[41]. La primera vez que el alemán divisó la partida de Bartolomé Porredón, en Barbastro, quedó desagradablemente sorprendido. Una docena de jinetes, vestidos de forma extraña, algunos montando caballos de buena raza y otros subidos en rocines descoyuntados, seguidos por treinta o cuarenta infantes, envueltos en grandes mantas, como si fueran togas romanas, cubiertos con barretinas caídas hacia atrás y armados de buenos fusiles, aparecieron a la vista del aristócrata a modo de síntesis de lo que no podía ser un ejército respetable. Porredón, hombre pelirrojo y de aspecto bonachón, aparentaba cerca de cincuenta años- en realidad, en aquel momento, no tenía más de cuarenta y dos. El príncipe le atribuyó el aspecto de un cervecero bávaro. Vestía abrigo marrón, guarnecido con pieles y las mangas bordadas con galones. Cubría la silla del caballo con la piel de un oso. El Ros d’Eroles mandaba cinco batallones, formados por quinientos voluntarios. En el año 1847, el aspecto de esta tropa no podía haber cambiado demasiado. Por lo que se refiere a mosén Benet Tristany, la impresión de Lichnowsky tampoco resulta demasiado halagüeña. Nos dice que se consideraba a mosén Benet como el guerrillero más duro y expeditivo de España. Cuando el canónigo tenía necesidad de dinero, procuraba el secuestro de propietarios ricos y si no conseguía que confesaran el escondite en el que reservaban sus caudales, los colgaba por los pies encima de la boca de un pozo, mientras cortaba la cuerda poco a poco y les requería la información. A veces, la cuerda se rompía y el propietario se estrellaba en el fondo del agujero. Mediante estos robos y extorsiones, Tristany acumuló cuatrocientas mil onzas de oro, las cuales escondía en una cueva. Pero el príncipe también nos explica que la actitud franca y abierta que caracterizaba el trato personal con mosén Tristany, parecía que desmentía la veracidad de las atrocidades que se le atribuían. Vestía chaquetón rojo, pantalones anchos y un abrigo marrón encima. Cargaba dos pistolas, clavadas en la faja y un sable enorme. Las espuelas que sobresalían de sus botas, también resultaban de dimensiones notables. El disfraz descrito por el príncipe era el habitual de Benet, durante la campaña bélica, pero éste mudaba de aspecto y se vestía de humilde sacerdote con sotana, cuando le convenía. Lichnowsky no mostraba simpatía por los guerrilleros catalanes y los acusaba de ser indisciplinados y salvajes, diferenciándolos de los soldados del ejército carlista vasco y navarro, constituido y ordenado a la manera clásica. No obstante, el príncipe se mostró muy contradictorio en la crítica a los catalanes puesto que él sirvió a las órdenes del conde de España, el cual ha sido unánimemente considerado el comandante carlista más cruel y despiadado que transitó por Cataluña. El conde de España murió asesinado por sus propios correligionarios- entre los cuales, destacaron el Ros d’Eroles y Pep de l’Oli. Pues, el hecho es que Lichnowsky defendía la actuación del conde y nos lo retrata a la manera de un abuelo amante de la disciplina, aunque casi afable e incluso sentimental. Más o menos, su compatriota y correligionario, Wilhem von Rahden[42], compartía la opinión benévola de Lichnowsky en relación al conde. Ninguno de los dos oficiales alemanes mencionados comentó las salvajadas que practicaba el capitán general de los carlistas catalanes, incluso con los soldados que servían a sus órdenes. A la vez, el príncipe nos confiesa que Benet Tristany se había enemistado con el conde de España e incluso dice que, en una ocasión, le recomendó a Benet que no permaneciese en Cataluña mientras en ella estuviera el viejo, puesto que si éste lo encontraba, lo fusilaría. Von Rahaden también se refiere a la enemistad de Tristany con en conde y atribuye al Ros d’Eroles – al cual, D’Espagnac acabó destituyendo- la siguiente afirmación: “Prefiero diez regañinas y reprensiones del rey que una sola mala palabra del conde”. En definitiva, Lichnowsky no se está de opinar que Benet Tristany, el cual durante el año 1841 recorría las comarcas de Tarragona con dos mil “bandidos”, deshonraba la causa carlista. La opinión del príncipe, interpretada literalmente, significa que Benet no abandonó las armas en el año 1840 y que, de forma más o menos esporádica, continuó la guerra hasta que enlazó su lucha con el alzamiento promovido por Montemolín.
La capitanía general estableció una “línea militar” de Molins de Rei hasta La Panadella para vigilar la carretera de Barcelona a Lleida. El control de esta línea de vigilantes fue situado en Igualada y en Esparraguera. También se establecieron “casas- cuartel” en muchas poblaciones y se fortificó Cervera.
Durante el mes de marzo, el general Manuel Bretón fue destituido como capitán general de Cataluña y el gobierno nombró en su lugar a Manuel Pavía Lacy, marqués de Novaliches. El nuevo capitán general diseñó un sistema estratégico para enfrentarse a la rebelión: “[…] repartí las provincias invadidas por la facción en varios distritos, y los distritos en círculos militares. Dentro de cada círculo había una columna de infantería y caballería […] la dirección y combinación de estas columnas de los círculos, a fin de que unas se auxiliasen a las otras y pudieran contribuir al logro de unos mismos intentos, se encomendaron a jefes superiores colocados en cada distrito; mas para tal cual operación en grande o simultánea que fuera necesario ejecutar, tomaban los comandantes generales el mando superior de los distritos”[43]. Pavía pretendía que las columnas del ejército se transformaran en verdaderas guerrillas, acostumbradas al terreno y a la gente que lo habitaba, de manera que pudieran combatir de forma eficaz a los trabucaires locales.
El 5 de marzo, Benet Tristany entró en Terrassa al frente de 200 ó 250 hombres. Un grupo se dirigió a la casa del comandante militar. Éste recibió a los visitantes en el balcón y al darse cuenta que aquellos tipos cargaban mantas enrolladas en los hombros e iban armados de trabucos, les dijo “esperad un momento, por favor”, y les garantizó que bajaba a abrirles el portal. Naturalmente, se trató de una excusa y el comandante huyó saltando la tapia del patio trasero. Los carlistas entraron en la casa y rapiñaron todos los objetos de valor que allá encontraron. Mientras, los cabecillas de la partida ocuparon el ayuntamiento y ordenaron que se presentara el alcalde, con el fin de que elaborara una lista de los habitantes que poseyeran bienes suficientes para cubrir los gastos de aquel pequeño ejército. En este momento, los vigías avisaron de la llegada de una columna de soldados liberales y Benet Tristany decidió poner los pies en polvorosa. Ahora bien, hay otra versión de la entrada de Benet Tristany en Terrassa, según la cual los carlistas vencieron, dentro del pueblo, a la columna de liberales, formada por unos trescientos hombres y les ocasionaron media docena de muertos.
Durante aquellos días, corrían rumores de todo tipo. Se dijo que Vilella falleció durante la ocupación de Terrassa y que Josep Borges también corrió la misma suerte al explotarle el trabuco. Otros aseguraban que Benet Tristany iba por todas partes fusilando montones de alcaldes.
En la misma fecha de la entrada de Benet Tristany en Terrassa, Brujó y Climent Sobrevías, alias el Muchacho[44] permanecían en Niza y según la prensa, proyectaban trasladarse a Génova. Seguramente, se proponían llegar a Cataluña por mar. El día 18, los mozos de escuadra tomaban varios prisioneros a Jaume Montserrat, al cual, en esta ocasión, la prensa calificaba de carlista. Cinco de estos prisioneros fueron condenados a muerte e indultados inmediatamente. La pena capital les fue substituida por diez años de prisión y el destierro. Los cinco condenados eran Sebastià Martí, Josep Carbonell, Josep Martí, Rafael Valls y Pau Pi. Todos ellos fueron embarcados en la nave Blasco de Garay para ser enviados a Cádiz[45]. El día 21, topamos con la primera noticia, desde que se inició la guerra, sobre Francesc Savalls i Massot. El ampurdanés fue detenido en Ceret junto con otros oficiales carlistas y los franceses le requisaron documentación de Ramon Cabrera, fechada el día 4 de aquel mismo mes, en Londres. El día 22, mosén Benet, el Ros d’Eroles y Borges, entraron en Organyà con 150 hombres. La columna de la Seu d’Urgell los perseguía y los carlistas decidieron tomar la dirección de Coll de Nargó. En esta collada pensaron que sus perseguidores no los alcanzarían y se entretuvieron bailando. Pero la tozudez de la columna de La Seu les estropeó la fiesta. Benet, el Ros d’Eroles y Borges tuvieron que escapar del aprieto a toda prisa.
Por todas partes surgían partidas de trabucaires que no actuaban de forma coordinada con los grupos de Tristany, Vilella, Griset de la Cabra, Borges, el Ros d’Eroles, Caletrús, Boquica, el Guerxo de la Ratera o Pitxot[46]. En ocasiones, algunas de las partidas se juntaban y tendían trampas a una fuerza enemiga que consideraban especialmente peligrosa. El 24 de abril, los Tristany, acompañados por el Ros d’Eroles y Vilella, se enfrentaron a la columna del coronel Antoni Baixeras, en Bassella, entre Ponts y Oliana. Los carlistas ocasionaron 2 muertos y 14 heridos a los liberales. Pero, en este choque, o en otro, Baixeras consiguió unos cuantos prisioneros y el día 26 de abril, a las once de la mañana, los fusiló en Solsona. El diario destacaba que entre los fusilados había algunos desertores valencianos y castellanos del ejército liberal, que se habían pasado a las filas carlistas. Eran los siguientes hombres: Vicent Carbonell y Pasqual Martínez, naturales de Valencia; Manuel Jiménez, de Utiel y el cabo primero Eustaquio Delgado, del regimiento Princesa, destacado en Cervera, el cual había seguido a Benet Tristany cuando éste ocupó la villa.
El 1 de mayo, en Montsolís, cerca de Artesa de Segre, grupos de carlistas infringieron otra derrota a Baixeras. En la misma fecha, Benet Tristany, el Ros d’Eroles, Vilella, Borges, Griset de la Cabra, el Guerxo de la Ratera y Coscó, con una fuerza de 200 hombres, ocuparon Cardona. Llevaban consigo siete u ocho prisioneros que le habían tomado al coronel José María Morcillo, del regimiento de La Unión, en la emboscada a que le tendieron cuando el liberal viajaba de Pinós a Calaf.
El día 15 de mayo, Benet Tristany y el Ros d’Eroles permanecían en Llanera, cerca de Ardèvol. El coronel Antoni Baixeras lo supo y los asedió. El día 16, los mozos de escuadra a las órdenes del coronel asaltaron las masías Pilars y Puigarnau, en las cuales se escondían los cabecillas carlistas, tomaron preso a Benet Tristany, así como a un par de suboficiales y mataron a bayonetazos al Ros d’Eroles, el cual permanecía encamado por causa de unas fiebres altas. Benet saltó a su caballo e intentó la huida cabalgando pero se cayó de la silla y fue detenido personalmente por Baixeras. En la misma acción, los mozos de escuadra ocasionaron 22 muertos a los carlistas[47].
Benet Tristany, canónigo de la Seo de Girona, fue fusilado en la plaza Mayor de Solsona, el día 17, con sus oficiales y al lado del cadáver del Ros d’Eroles. Lo transportaron herido hasta el catafalco. La tradición oral explica que, cuando lo empujaban hacia el lugar del sacrificio, volvió la mirada en la dirección de su mansión en Ardèvol y dijo, al oficial que mandaba el pelotón de fusilamiento, lo siguiente: “No vais a ganar nada, fusilándome […] allá está el caserio de los Tristany, allá hay seis sobrinos, seis generales […]”[48]. De hecho, la prensa de la época solo se refirió a los cinco sobrinos de Benet:
- Rafael Ramon Antoni Tristany i Parera (1814-1899). Denominado Rafael Tristany por la prensa. Participó en la primera guerra, a las órdenes de su tío, Benet, a la vez que se cuidaba de la fundición de artillería y de la imprenta que poseía la familia en territorio del Solsonès. Como veremos, también participó activamente en la guerra de los matiners. Inició esta guerra como coronel y la terminó de brigadier. Fue comandante
general de las provincias de Barcelona y de Lleida. En el posterior levantamiento carlista de 1855, fue comandante general de la provincia de Barcelona. A partir de 1861, luchó en Italia contra Garibaldi, en el ejército de Francisco II, rey de Nápoles, pero cayó prisionero y lo deportaron a Francia. Después, el pretendiente lo nombró comandante supremo de las tropas carlistas catalanas durante parte de la tercera guerra (1872-1876). El día 1 de octubre de 1874, Rafael proclamó con solemnidad los fueros de Cataluña, por orden de Carlos VII, desde el balcón de la casa de los Solà Morales, en el paseo del Firal, de Olot. Los batallones carlistas ocupaban en formación el paseo. Conocemos algunas fotografías de Rafael, realizadas durante la última carlistada. En una de ellas acompaña a Carlos VII, ante una pequeña casa de campo, que parece una residencia de recreo. Esta fotografía y otra, realizada en un decorado de estudio, al lado del rey y de otros altos oficiales de la Corte, fueron hechas en Navarra, o en el País Vasco, seguramente en el año 1875. Es curioso que constatemos la proximidad física de Rafael Tristany con Carlos VII, la cual no parece que hubiera existido con el padre de éste, el conde de Montemolín. Precisamente, alrededor del año 1870, Carlos VII cesó al general Ramon Cabrera de todos los cargos que ostentaba en el partido y el ejército carlista. Durante el conflicto de los matiners, Cabrera y Tristany no se mostraron ningún tipo de simpatía y competían por razones ideológicas y prácticas que intentaremos explicar. Rafael Tristany, murió exiliado en Lourdes y su cadáver fue trasladado para ser enterrado en Ardèvol, el año 1913.
- Ramon Francesc Anton Tristany i Parera (1815-1880) consiguió el grado de coronel, durante la tercera guerra. Llamado Ramon Tristany por los periódicos.
- Anton Francesc Joan Tristany i Parera (1818- 1855), llamado Antonio por la prensa. Como todos los hermanos, citados hasta este momento, había luchado en la primera guerra y también en la guerra de los matiners, así como en el alzamiento de 1855. Murió a resultas de las heridas que recibió batallando contra las tropas liberales, durante esta última contienda. Entonces, ostentaba el grado de comandante de infantería. Las circunstancias que se relataran en relación a la detención de Antoni, después de la batalla de Avinyó y cerca de su casa, así como las referidas a su muerte, como resultado de un encuentro armado en Clariana de Cardener, nos recuerda lo que Rafael Puget contó a Josep Pla – y que el escritor recogió en su obra “Un señor de Barcelona”- respecto la norma antigua adoptada por los Tristany, con el objetivo de compaginar su dedicación bélica y el mantenimiento del patrimonio familiar: “En la familia de los Tristany existía una costumbre muy antigua: entendían que todo Tristany que marchaba a la guerra, aunque fuera el heredero, quedaba automáticamente desheredado a favor del Tristany de aspecto pacífico e inofensivo que se quedaba en la casa familiar. De esta manera, los Tristany pudieron conservar el patrimonio familiar a través de las innombrables peripecias de las guerras…”. Pero, en realidad, Rafael Tristany, el heredero, no quedó desheredado a favor de Ramon, ni de Antoni, aunque el último, ciertamente, se encargó de proteger la mansión y cuartel general de la familia en tiempos de guerra. En cualquier caso, todos los hermanos Tristany tomaron las armas en la guerra de los matiners y seguramente, fue por romper la tradición familiar, que acabaron perdiendo la hacienda.
- Joan Francesc Josep Tristany i Parera (1820- 1882). Llegó a general, aunque no consiguió la fama popular de Rafael. Durante la guerra de los matiners ostentaba el grado de coronel. La prensa lo denominaba Francisco Tristany. Tenemos razones para creer que la postergación de Francesc, en beneficio de la fama de Rafael, tiene su origen en la preeminencia de este último como heredero pero también, en las relaciones oscuras que mantuvieron los Tristany con la capitanía general del ejército liberal, las cuales se llevaron a cabo para negociar la deposición de armas y la subordinación de los señores de Ardèvol a Isabel II. Dichos tratos fueron conducidos, principalmente, por Francesc. En realidad, Rafael y Francesc se pelearon durante su último exilio francés y el último murió sin que se hubieran reconciliado. Se dice que las causas del enfrentamiento fueron económicas y quizá deberíamos buscar su raíz en las negociaciones mencionadas.
- Miquel Joan Josep Tristany i Parera (1826- 1848). El más joven de los hermanos y el primero en morir. Cayó en la batalla de Avinyó, cuando ostentaba el grado de capitán[49].
Casi inmediatamente después de la muerte de mosén Benet, su sobrino Rafael entró en Montblanc. Otros montemolinistas se apoderaron de Igualada, de Vilanova y de Artés. Josep Borges, con 300 hombres, atacaba Fraga, durante el mes de agosto y después, La Bisbal del Penedès. La prensa no dijo que Borges se apoderó de Fraga y que permaneció en la población durante todo el día 8, aprovechando la oportunidad para abastecerse. El 21 de junio de 1847 se produjo un combate importante en Montagut del Camp contra la columna liberal del comandante Schmidt. Calatrús, acompañado de Pau Manyé y de Cendrós[50] ocasionó 7 muertos y 17 heridos a los liberales pero los carlistas dejaron 21 muertos en el campo de batalla. El 27 de agosto, Cendrós, Pere Sorribes, àlias el Guerxo de la Ratera, Griset de la Cabra, Caletrús y Vilella, se enfrentaron a la tropa del coronel Quesada.
Durante el mes de septiembre, Josep Estartús, que era un veterano de la primera guerra, en la que luchó a las órdenes de Benet Tristany y de Ramon Cabrera, fue reconocido como cabecilla carlista de rango[51]. Se atribuyó a Estartús el ataque que sufrió una patrulla de artilleros destinados en Olot cuando viajaban a Vic para comprar mulas. El asalto fue llevado a cabo en Grau d’Olot, a fines del mes de abril o durante los primeros días de mayo. El comandante de la patrulla murió como resultado de las heridas que sufrió en este choque. Hay quien dice que en la última acción militar de Benet Tristany- la cual tuvo por escenario Calaf- antes que fuera detenido y fusilado, le acompañaba Estartús. Eso también debió haber sucedido entre los meses de abril y de mayo pero parece posible que hasta septiembre, Estartús no pudiera significarse como un cabecilla autónomo y líder de una partida importante.
El día 1 de septiembre, el gobierno destituyó a Manuel Pavía Lacy como capitán general de Cataluña y en su lugar nombró al general Manuel Gutiérrez de la Concha e Yrigoyen[52]. El gobierno ayudó al nuevo capitán general añadiendo once batallones- aproximadamente, 17000 soldados- al ejército destinado en Cataluña. Por el mes de octubre, Marçal y otros jefes guerrilleros derrotaban al general Manuel Gutiérrez de la Concha y casi dos meses después de su nombramiento, el 3 de noviembre, el gobierno le cesaba y retornaba el cargo a Manuel Pavía. Éste tuvo mucha prisa en ocupar el puesto y por esta razón aceleró el viaje desde Madrid a Barcelona. Pasando por Zaragoza, cometió la imprudencia de enviar un correo a Barcelona para avisar de su llegada. Posteriormente, confesó que fue una suerte que el mensajero no hubiera sido interceptado por los matiners en el paso del Bruc. Al llegar a la ciudad condal, Pavía disponía de 39.000 soldados.
Al finalizar el año 1847 y principio de 1848, el gobierno de Madrid daba la revuelta por acabada. Efectivamente, la prensa de los primeros días del nuevo año pronosticaba que Narváez se disponía a declarar la completa pacificación del Principado. El Fomento del día 5 de noviembre aseguraba que los rebeldes de la provincia de Girona, “tocan a su fin” y que los hombres de los grupos de Berga, Balaguer y Gandesa, huían. Durante estos días se movilizó el somatén en todos los pueblos de importancia, repartiendo los efectivos- compuestos por los hombres de 16 hasta los 50 años de edad- en lugares determinados, desde los cuales las autoridades esperaban poder cazar a los restos de las partidas que aún corrían por el país. Además, se obligó a los municipios a mantener vigías permanentes en los campanarios y las torres.
El día 30 de diciembre, la prensa informaba que el comandante Hore[53] había derrotado la partida de Gibert, el cual se alojaba en la masía Mariets, de Orriols[54]. Los periódicos explicaban que el cabecilla había podido escapar, aunque fue herido de un sablazo por Hore pero parece que las autoridades liberales se inventaron esta excusa para que no se supiera que Gibert se acogió al indulto. De esta manera, no tuvieron que explicar por qué razón no lo habían fusilado. Quizá pensaron que lo podían utilizar como informador. Los periódicos publicaron la lista entera de prisioneros- cuarenta y siete hombres- los cuales, sumados a los cuatro muertos que hubo en el combate, formaban el total de efectivos de la partida. Llama la atención el hecho de que, en esta ocasión, no se trataba de un grupo de trabucaires, del tipo al cual la prensa atribuía el sostenimiento de la guerra, sino de una sección militar bien organizada, con dos capitanes, cuatro tenientes, dos subtenientes, tres sargentos, cabos y soldados. Entre los soldados de dicha partida, encontramos unos cuantos de quince, dieciséis y diecisiete años pero también había otros de treinta años, de cuarenta y de cincuenta, los cuales formaban la oficialidad. Todos los hombres del grupo provenían de diferentes comarcas gerundenses. Uno de ellos era natural de Canillo, Andorra. Las autoridades militares de la reina fusilaron buena parte de los prisioneros.
El día 4 de enero, Marçal y Estartús se llevaron presos a dos regidores de Taradell y amenazaron que actuarían contra ellos con el mismo rigor que las autoridades aplicasen a un par de habitantes de esta villa que habían sido detenidos por no seguir la llamada del somaten. El día 5, el ejército puso en fuga a los correligionarios de Bou[55] y entre dieciocho y veinte de sus hombres y de Marçal, se presentaron a las autoridades. El periodista de El Fomento añadía a esta noticia el recordatorio de que Marçal, en el encuentro de Castellfollit de la Roca, había sufrido la pérdida de dieciocho partidarios, entre heridos y prisioneros, por lo cual era previsible que tanto Marcel·lí, como Bou, se acogieran a la amnistía. Pero, dichas informaciones se acompañaban de otras que denunciaban las apariciones de comandantes carlistas, como Borges y Rafael Tristany, en diferentes lugares. Estas apariciones fueron despreciadas y el 6 de enero, el capitán general, Manuel Pavía proclamó, en Llagostera, que la facción en Cataluña había sido exterminada. Luego, la misma comunicación fue leída por el presidente del gobierno en las Cortes[56]. El general calculaba que el número máximo de los rebeldes vencidos llegaba a dos mil hombres pero, trece meses más tarde, en las Cortes españolas, incrementó el total hasta dos mil cuatrocientos. Pavía los sumaba todos, fuesen carlistas, liberales de izquierda, o “jamancios”. Claro está que mientras el capitán general presumía de la victoria, el día 14 de enero, un grupo de rebeldes llegaba hasta la costa marítima y ocupaban Canet. Por esta razón, el correo no llegó a Barcelona.
La Revista Militar de 12 de enero de 1848, publicó un artículo, los argumentos del cual fueron contradichos por El Fomento y El Barcelonés – periódicos de tendencias opuestas- que acusaba a los catalanes de mantenerse siempre en una posición hostil al gobierno del Estado, con el fin de “monopolizar la industria […] aplazar el cobro de contribuciones y eludir las cargas generales”, a la vez que utilizando la revuelta como sistema egoísta y “costumbre inveterada”[57]. Añadía el periodista militar que las facciones catalanas solo fueron oprimidas por el general Bretón y que luego habían “tomado cuerpo” bajo el mandato del capitán general Manuel Pavía, ya que los rebeldes conseguían apoyos, hasta en los pueblos industriales de la costa. Para no molestar a los catalanes, el gobierno no arrancaba del Principado “ni un solo bagaje, al paso que se aprovechan sus habitantes del cuantioso presupuesto del ejército, convirtiendo la guerra en objeto de especulación”. Por todo ello, el comentarista de la gaceta militar recomendaba al gobierno que se esforzara en destruir los intereses particulares de los catalanes, si ello lo consideraba útil para el imperio español. La polémica se prolongó durante muchos días, a medida que se iban descubriendo nuevos párrafos del artículo de la Revista Militar. Hasta se publicó una respuesta argumentada en términos económicos, muy rigurosa, titulada “Contestación a un artículo inserto en la Revista Militar bajo el título Sobre la guerra civil en Cataluña”[58] que incluía el siguiente reproche: “Se ha hecho objeto de moda y con en especialidad en importantes ciudades de España, quejarse de la protección que a la industria nacional conceden las leyes y como si no fuera Cataluña parte integrante de la Monarquía española, se la trata a guisa de país enemigo”.
En definitiva, los periódicos barceloneses no optaron por responder el ataque de la Revista Militar con protestas de fidelidad y halagos al gobierno de la reina, sino que incidieron en aquello que consideraban que constituía el fondo del problema, sugiriendo que las autoridades de Madrid intentaban renovar el odio entre provincias para establecer el librecambismo y perjudicar los intereses industriales de Cataluña. Dicha sospecha se veía reforzada por el retorno desde el exilio del general Espartero, el cual- debemos recordarlo- provocó la ira de los catalanes por causa del tratado librecambista que promovió con Inglaterra. Espartero aparecía esporádicamente en locales públicos de Madrid y sus partidarios le preparaban recibimientos ostentosos. En ocasiones, la reina tenía anunciada su presencia en el circo, o en un baile y sabiendo que allá encontraría a Espartero, renunciaba al festejo. En el momento del levantamiento de los matiners, los industriales catalanes no se inclinaban por Narváez- cuyo gobierno había entrado en crisis- pero aún temían más el posible retorno al poder de Espartero. A éste no le perdonaban ni la ideología que profesaba de economicismo ultra liberal, ni el bombardeo de Barcelona.
Mientras la autoridad aseguraba la pacificación del Principado, continuaban las acciones de los rebeldes: por ejemplo, el día 15, tres carabineros de La Jonquera fueron muertos por un grupo de matiners. Tanto da, pues, Pavía, obligado por el gobierno, había declarado el fin de la guerra y no quería admitir que los hechos le contrariasen el diagnóstico. El mismo día 15 de enero, en Hostalric, el capitán general discurseó a los soldados de la guarnición del castillo, agradeciéndoles el esfuerzo y aseguró que “la bandera de la rebelión alzada en este país por algunos malos españoles ha desaparecido y el dilatado territorio de Cataluña queda ya pacificado; la ley impera en todas partes y las autoridades son obedecidas”.
En realidad, tanto el gobierno como Pavía tenían interés en dar por finalizada la revuelta ya que el invierno se había presentado muy duro y preveían que, o se exterminaban todas las guerrillas inmediatamente, o las que sobrevivieran podrían encontrar refugio en las masías de la montaña y rebrotarían con más fuerza y efectivos, al llegar el verano. Este pronóstico, en las previsiones más sombrías para el gobierno, se cumplió. Después de su declaración, Pavía inició el camino de vuelta a Barcelona y entró en la ciudad con toda la pompa de general victorioso. Pero mientras el capitán general escenificaba la supuesta derrota de los matiners, Estartús y Marçal ocupaban Torelló y el día 27, unos cuantos jefes rebeldes se encontraban en Rupit para coordinar sus fuerzas y aunque nadie sabía qué podían haber acordado, las autoridades se pusieron nerviosas por la impunidad que amparó dicha asamblea.
El día 31, fue vista una partida de cien rebeldes en Alfarràs, mandada por Castells[59], Borges, Griset de la Cabra, los hermanos Tristany, Poses, Guitart, Altimires, Caletrus, el Guerxo de la Ratera, el Cura y Pere Grau. La prensa informaba que estos matiners habían recorrido las riberas del Noguera y del Segre, exigiendo contribuciones a los propietarios de las masías e insistía que la revuelta tenía los días contados puesto que un número tan grande de jefes solamente había podido reclutar una tropa tan poco numerosa. Era evidente que los quince jefes mencionados viajaban juntos para darse a conocer, ganar reputación y apoyar personalmente la recaudación de contribuciones, de manera que, para eso, únicamente tenían necesidad de algunas patrullas de protección.
Durante el mes de febrero, se rumoreaba que Marçal había desaparecido y que ello se debía a que seguramente se había visto obligado a refugiarse en Francia pero algunas notas de prensa seguían anunciando la presencia de grupos y cabecillas rebeldes, más o menos famosos, mezcladas con detenciones y fusilamientos. El día 3, salía una expedición desde Vic, con el capitán Villacampa al frente, para perseguir a Bou por Collsacabra. El día 5, la tropa de Villacampa volvió a Vic sin haber cazado ningún faccioso pero avisando que en Capsacosta, por encima de Tortellà, había divisado las partidas de Estartús y de Mallorca[60]. El día 10, las autoridades anunciaban que Mallorca había sido detenido en la masía de Miquel Pons, alias Mascles, cerca de Hostalric, donde, poco antes, Pavía había declarado el fin del levantamiento. A la mañana siguiente, Mallorca fue fusilado. El día 14, durante el ataque al Vendrell, Griset de la Cabra cayó muerto.
La confusión entre trabucaire y revolucionario carlista, o republicano constituyó motivo de debate desde el mismo momento en que esta gente llevaba a cabo sus acciones. La mala fama inherente a la cualificación de trabucaire se fundaba principalmente en el discurso del proceso penal de Perpiñán, en el cual se intentó atribuir a dichos personajes- supuestamente organizados en una formidable y omnipresente estructura guerrillera- todo tipo de asesinatos, robos, violaciones, incendios, secuestros y asaltos que hubieran sucedido en Cataluña, tanto en el lado francés como español, durante los años posteriores a la primera guerra carlista. En realidad, la declaración precipitada de Pavía, el 15 de enero de 1848, mediante la cual daba por acabada la guerra, se basaba en algunas apreciaciones razonables. Al finalizar el año 1847, el capitán general de Cataluña se trasladó a Girona y desde esta ciudad, el 23 de diciembre de 1847, condujo una batida contra las partidas de Marçal y de Estartus. Después, creyó que había vencido a los montemolinistas y promovió la declaración de indulto para los rebeldes que se rindieran, aunque avisando que el perdón solo se concedería a los verdaderos carlistas y no a los trabucaires, a los cuales acusaba de verter sangre inútilmente. El Fomento decía que si bien era cierto que la facción se componía, casi en su totalidad, de criminales, es decir, de gente indigna de cualquier consideración, también había de tenerse en cuenta que algunos individuos- pero, muy pocos- podían salvarse, ya que habían seguido el llamamiento de Carlos VI por fanatismo y obcecación: “El general Pavía ha querido hacer, dice, el último esfuerzo para separar elementos heterogéneos. Se quiere saber quiénes son los trabucaires y criminales y quiénes son simplemente carlistas. Los que dentro del plazo del nuevo indulto permanezcan todavía en las bandas rebeldes, esos serán trabucaires, dice, no meramente carlistas, que no es posible que ninguna persona decente por acérrimamente adicto que sea a la causa de D. Carlos, pueda continuar en compañía de hombres tan depravados como los asesinos de sacerdotes y labradores honrados para defender por medio de espantosos crímenes una causa completamente desahuciada”[61]. Pavía estableció esta distinción a la vez que pronosticaba que, una vez pacificada Cataluña, aún sería menester de soportar grupos de facciosos, los cuales “vendrían a ser el azote del país, ejerciendo sus antiguos hábitos de ladrones– trabucaires, como lo practicaban en los años 1841, 42 y 43”. Como consecuencia de ello, aunque los rebeldes hubiesen sido vencidos, Pavía sostenía que era necesario que el ejército siguiese ocupando el país. En realidad, el capitán general, con esta excusa, también quería satisfacer la opinión mayoritaria de los militares, que responsabilizaba a todos los catalanes de la revuelta. Los trabucaires serían, según el general, la expresión del alzamiento popular. Es como si el general nos quisiera aclarar que él había cumplido con el deber de vencer a sus iguales- los militares carlistas- pero que no podía responsabilizarse del disturbio permanente que protagonizaban los bandidos y la chusma. El bandolerismo constituía un mal endémico de Cataluña, que se debería soportar. En otra ocasión, Pavía también afirmo que “las facciones serán exterminadas cuando el país lo quiera”.
A mediados del mes de febrero, cuando todavía coleaban los efectos de la polémica por el artículo de la Revista Militar, en Barcelona, El Fomento se mostraba indignado porque un diputado catalán que, en sesión parlamentaria, se había referido a sus representados, llamándoles “población pacífica, laboriosa y leal”, fue interrumpido con risas, gritos y burlas por los legisladores del resto del Estado.
3. La revolución de 1848 en Francia y la segunda etapa del alzamiento.
Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo. Karl Marx, 1848.
La burguesía y el proletariado pueden y deben, en un momento dado, por una cuestión concreta nacional, luchar juntos contra un enemigo provisionalmente común. Joan Comorera. Informe a los militantes del PSUC. 1940.
Pero, transcurrido el corto paréntesis de victoria aparente del gobierno, estalló la revolución en Francia, lo que avivó el fuego de la revuelta catalana. Casi coincidiendo con las primeras manifestaciones parisinas de los opositores a la monarquía de Louis Philippe, los montemolinistas ocuparon Igualada. A las seis y media del 21 de febrero, una partida numerosa de rebeldes guiada por Borges, Caletrús y Castells[62], entró en la ciudad y se dividió en los tres grupos que la formaban. El grupo más grueso se dirigió a la prisión para liberar a los presos. Otro fue hasta la botica para secuestrar al apotecario. El dueño de la farmacia estaba de tertulia con otros vecinos y todos juntos resistieron el ataque. El heredero Rovira fue muerto y resultó herido el hermano del farmacéutico. El tercer grupo de rebeldes asaltó el ayuntamiento y se llevó once mil reales del arca municipal. Los matiners salieron de Igualada con cinco o seis rehenes, entre los cuales se encontraba el capitán del ejército de la reina, Raimundo Pastor y el secretario del gobierno civil. A partir de este momento fue evidente que las proclamas del capitán general certificando el exterminio de la facción y la pacificación del Principado, habían sido precipitadas. El 23 de febrero, Manuel Pavía recuperaba el estado de alerta de las fuerzas del orden y el ejército. El gobierno de Madrid ordenó a Pavía que liberase los hombres secuestrados en Igualada, mediante un intercambio de prisioneros. El capitán general se resistió ya que no consideraba conveniente que el gobierno legal reconociera a los rebeldes, tratando con ellos “de poder a poder”. Pero, el intercambio se produjo. Los cabecillas de los matiners escogieron para la liberación un par de sus correligionarios. Uno de ellos había sido enviado a las colonias americanas y fue preciso retornarlo.
Hacia finales de febrero, los viajeros del barco de Marsella y otros que llegaban en la diligencia de Perpiñán, traían a Barcelona las primeras noticias de las graves manifestaciones ocurridas en Paris contra Louis Philippe. Decían que el rey permanecía escondido, con toda su familia, en el fuerte de Vincennes y hasta había quien afirmaba que un soldado lo había matado. También se decía que las tropas ocupaban las calles de Paris. Con posterioridad al 24 de febrero, fecha en la cual se proclamó la II república en Francia, el Diario de Barcelona se hacía eco de noticias confusas, referidas a una especie de revuelta popular. Después, nos enteramos que el rey francés huía de la capital y el 1 de marzo llegó la noticia de que, en Perpiñán, se había formado la comisión departamental de los Pirineos Orientales, órgano mediante el cual se substituía el gobierno “provincial”. La comisión dictó la siguiente proclama: “El Prefecto ha huido. Mientras esperamos las órdenes del gobierno con el que Francia se ha dotado, se ha constituido una comisión departamental. Hemos aceptado esta pesada carga porqué, animados por los sentimientos, por las ideas que mueven nuestros corazones, así como nuestras inteligencias, hermanados con todos los ciudadanos de bien, queremos que nuestra victoria sea hermosa y grande y por la misma razón, que también sea fecunda y eterna. Creemos en vuestro patriotismo, en vuestro respeto al orden y a las personas. No os podemos engañar y por ello os suplicamos que os mantengáis unidos de corazón con vuestro gobierno provisional. De esta manera quedaremos siempre unidos y actuaremos juntos. Nadie ha de olvidar que en estos días que hemos tenido la fortuna de ver nacer, cualquier ciudadano es un magistrado. Por lo tanto, teniendo en cuenta que todos conocemos la importancia de las funciones de la paz y de la justicia, cada uno debe cumplir con su deber. Perpiñán, 26 de febrero de 1848. Los miembros de la comisión departamental: F. Artus, G. Guillé, J. Fabré, E. Guiter, Lefranc, A. Lose, P. Massot, F. Meric, I. Quer.”[63]
Inmediatamente, el periódico daba cuenta del gobierno republicano formado en Paris, presidido por Dupont de l’Eure y en el cual, el catalán Francesc (o, François) Aragó ocupaba el ministerio de marina. En Perpiñán también se proclamó la república con solemnidad y la guardia nacional se puso a las órdenes del ayuntamiento. Hasta este momento, la prensa barcelonesa no explicó con detalle los hechos de Paris, ocurridos el día 24 de febrero. El día 4 de marzo, el Diario de Barcelona publicaba una crónica de la revuelta parisina y también la proclama de la nueva república, la cual empezaba garantizando “la existencia del obrero” y el derecho de asociación de los trabajadores, a fin de que gozasen de los beneficios de la producción. Pocos días después, el mismo periódico informaba que la revuelta de Paris había concluido con 336 heridos- ingresados en los hospitales de la capital- y 99 muertos. Sin comentarios, fríamente, también llegó a Barcelona la noticia del reconocimiento de la república francesa por parte de Inglaterra, después de una conversación mantenida por el embajador inglés, con el nuevo ministro de asuntos extranjeros francés, su homólogo británico, Lord Palmerston y el secretario del mismo, Lord Russell. El Fomento publicaba un artículo pronosticando que los efectos de la revolución en Francia contaminarían, en primer lugar, Italia, España, Portugal y Bélgica. El día 8 de marzo, los lectores del Brusi supieron que el día 3, el rey y la reina franceses habían desembarcado del vapor Express en el puerto inglés de Newhaven. Ambos vestían ropa prestada por el capitán de la nave y se habían alojado en el hotel Bridge. De pronto, la prensa barcelonesa trataba a Louis Philippe como un simple sujeto, una persona sin rango, a la cual retiraba los halagos habituales. Es evidente la delectación del redactor del periódico cuando explica que el rey destronado no disponía de servicio doméstico y debía servirse la comida sin la ayuda de cámara.
A medida que avanzaba el mes de marzo, los artículos de la prensa barcelonesa, recogidos por el Brusi, reflejaban la preocupación del gobierno español por las consecuencias de la revolución francesa. El día 3 se discutía en las Cortes españolas un proyecto de ley para suspender las garantías constitucionales en todo el territorio del Estado. El debate se centró, durante mucho rato, en analizar las consecuencias de esta revolución, incluso desde la perspectiva interna de la nueva república. Mientras, el gobierno español iba repartiendo piezas de artillería por los pueblos más importantes del Principado y destinaba tropas para proteger la frontera con Francia.
El 19 de marzo, las Cortes aprobaron el código penal español. Si nos situamos en la época, habremos de reconocer que no era una mala ley, aunque solo fuera porque reconocía explícitamente el principio de tipicidad de los delitos, las faltas y las sanciones y establecía una graduación de la edad penal, a los efectos de la responsabilidad. Eso, en un país en el cual se fusilaba a diestro y a siniestro, bajo leyes militares y sin juicio contradictorio, devenía un exotismo pero demuestra el divorcio existente entre la teoría política del estado de derecho que deseaban implantar los liberales y la realidad represiva que les imponían las circunstancias provocadas por su incapacidad política, la crisis económica, la revuelta popular, la corrupción de los estamentos financiero y administrativo, así como la falta de cohesión territorial y social.
Un artículo del Fomento, del día 21 de marzo, insistía en el temor que Francia se convirtiera en una potencia invasora. Por estas mismas fechas, el Diario de Barcelona informaba de la declaración del estado de sitio en Madrid, debido a las algaradas que allá se producían. Durante la tarde del día 26 de marzo, hubo un levantamiento progresista en Madrid, el cual se prolongó hasta la mañana siguiente y que fue rápidamente reprimido. Las armas se habían repartido en algunos cafés y tabernas.
En Barcelona, descontando una manifestación de estudiantes, no hubo ningún levantamiento republicano pero la opinión favorable a esta opción, propagada, principalmente, gracias al esfuerzo y a la ascendencia de Abdó Terradas, se extendió y se impuso la moda de pasear por la calle cubierto con el sombrero frigio. Todas las tiendas de Barcelona vendían las gorras republicanas. El general Pavía no quiso imitar al general Zurbano que, en una ocasión, había prohibido las boinas en el País Vasco porqué constituían el símbolo más evidente de los carlistas. Pavía, simplemente, ordenó que los presos de la Ciutadella y de Monjuïc, encargados de la limpieza de las calles, se cubrieran con el gorro frigio. Esta medida- según explicó el general en sus memorias- produjo el efecto deseado puesto que los barceloneses la entendieron, lógicamente, como una amenaza de prisión dirigida a aquellos que lucieran el símbolo revolucionario.
Acabada la revolución en Francia, el 23 de marzo, el general Ramon Cabrera se situó en la frontera catalana, entre Francia y España, para encabezar el alzamiento del Principado y el 1 de julio, el líder republicano Abdó Terradas[64], desde Paris, llamaba a todos los republicanos españoles a la insurrección. Eso, no obstante, fue callado por la prensa. Lo que sí tuvieron interés en publicitar, los periódicos, es que Tarradas quería mantener la independencia de los republicanos en relación con otras fuerzas opositoras al gobierno. A fin de evidenciar estas diferencias, la prensa publicó la segunda circular de Terradas, del 15 de julio. Es escrito tiene mucho interés puesto que, aún siendo cierto que el político figuerense predicaba la insurrección, también recomendaba a sus adeptos que no se mezclaran con los liberales de izquierda, por lo que no hace falta demostrar qué debería pensar de la alianza con los carlistas. Esa fue la razón de que se permitiera la publicación del manifiesto.
“Ciudadanos: Algunos de los compañeros me han dirigido la siguiente pregunta: Qué contestamos á las proposiciones de unión que nos hacen los que pertenecen à otra facción política y que se dicen demócratas, pero que por ahora no conviene llamarse tales ostensiblemente?. He aquí lo que les he contestado que deseo aproveche a todos los republicanos: Hombres que cual nosotros profesan como una religión el dogma de la soberanía del pueblo, fundada en la igualdad de derechos, no deben, no pueden, sin ser traidores, hacer concesión alguna a los partidos. ¿Que nos piden los partidos?. Que dejemos por algún tiempo la institución del trono. Conociendo los republicanos que este es el origen de todos los males ¿podemos hacer semejante concesión?. Es un crimen por parte de los que conocen que una institución es mala, concertarse con los ambiciosos para explotarla. Esto sería contribuir á prolongar la esclavitud, la ignorancia y la degradación del pueblo, á quien queremos emancipar y restablecer en el goce de su soberanía, inajenable é imprescriptible. Que no invoquemos por ahora el sufragio universal. ¡ Pues qué¡ ¿quieren que engañemos a los ciudadanos que poseen una modesta fortuna, y á los jornaleros, llamándolos a las armas en nombre de la libertad, para dejarlos después sin derechos y esclavos como antes?. Hartas veces se han burlado del pueblo las facciones, para que también nosotros los ayudemos en obra tan villana. Y, quienes son ellos, qué somos nosotros para regatear y escatimar derechos a un número mayor o menor de ciudadanos?. ¿Se resume en nosotros la soberanía para que así podamos cercenarla?. La soberanía es de todos. Solo mientras dura el estado revolucionario se puede privar de ella á los que han abdicado oponiéndose a su establecimiento. Que nos unamos a ellos al tiempo de la insurrección y ocultemos nuestra bandera, dejando que ondee la suya primero, pues obtenido el triunfo por todos, entonces se proclamará la república. Lo mismo nos han dicho cada vez que han estado caídos, y nunca lo han cumplido. ¿No confiesan que en el fondo piensan como nosotros y que quieren más tarde la república?. Pues ¿á qué disimularlo, á qué disfrazar sus sentimientos?. El deber de un buen republicano es la franqueza y el valor para sostener su opinión aun á la faz de los tiranos, para infundir á los demás la dignidad propia del hombre. Dicen que callan su opinión republicana porqué el pueblo está imbuido de preocupaciones monárquicas. Pues entonces, ¿qué esperanza nos dejan de ver triunfar nuestra bandera si la esconden en vez de tremolarla y prestarle culto para hacerla adorar al pueblo con su ejemplo?. Vengan á nosotros y gritemos juntos desde ahora: ¡viva la república!. Todos caben en ella, si abjurando sus errores pasados, sueltan prendas dignas de republicanos. Sigan el ejemplo del ciudadano ex príncipe Enrique[65], empiecen por despojarse de todos sus vanos oropeles de origen monárquico, y en vez de querer dominar, redúzcanse á la condición de simples ciudadanos, para conquistar con nosotros el régimen de la igualdad. Así es posible la unión. De otro modo, levanten ellos su estandarte, nosotros levantaremos el nuestro y allá veremos. Amigos míos, firmeza y constancia; ellos vendrán si vosotros no sois débiles para servirles de instrumento pues, sin vosotros, nada pueden. Triunfará la república neta y pura si somos rígidos é inflexibles republicanos.- Salud y fraternidad.- Vuestro fiel amigo, Abdón Terradas.= Paris, 15 de julio.= Número 2.= P.D. Reimprimid esta carta y propagarla.”
Abdó Terradas acabó mudando su criterio, tan reticente, y al fin toleró la alianza estratégica de sus correligionarios con los liberales de izquierda e incluso, con los carlistas.
A partir que fueron llegando las noticias de la revolución en Francia, se empezó a notar un cierto nerviosismo respecto la consideración que merecían los rebeldes internos de adscripción demócrata, republicana o liberal de izquierda y la alianza que mantenían con los carlistas. Aparecían, en el Diario de Barcelona, artículos recogidos de otra prensa, incluso extranjera, que criticaban por igual el carlismo- sobre el cual se ponía en duda que sostuviera algún principio- y al comunismo- ideología que los críticos atribuían a los liberales más radicales. La circular de Terradas fue publicada el 1 de agosto, cuando la prensa admitía que entre los llamados trabucaires, los había de carlistas y de republicanos. Pero, desde marzo hasta junio, eso no se proclamaba abiertamente. Durante dicho periodo, los periódicos solamente mencionaban las acciones de grupos de rebeldes, a los cuales se identificaba tácitamente como carlistas. En cualquier caso, fuesen de una tendencia o de otra, las autoridades hacían lo posible para promover una visión denigrante de los rebeldes. El capitán general, Manuel Pavía, insistió para que los periodistas siempre calificasen a los rebeldes con el epíteto denigrante de trabucaires. Por esta razón, hasta que llegó el verano, la mayoría de las noticias de la prensa se referían a grupos dirigidos por cabecillas locales, desconocidos, o casi desconocidos, con el fin de reforzar la idea de la plaga de bandolerismo. Ciertamente, los periodistas reconocían que el estado de revuelta persistía y que el centro de reclutamiento y de organización de las partidas rebeldes se situaba en la comarca del Vallespir (Cataluña francesa), concretamente en Sant Llorenç de Cerdans, donde se encontraban “emigrados de todo género”- referencia, ésta, que indirectamente señalaba que los carlistas no eran los únicos en sostener la guerra. No obstante, los estamentos oficiales enfocaban la guerra como si hubiese sido promovida por delincuentes, gandules y todo tipo de individuos no demasiado proclives al trabajo honrado, los cuales se empecinaban en llevar una vida nómada y aventurera. Cuando se daba algún tipo de colaboración popular a favor de los rebeldes- circunstancia que no resultaba extraña- el periodista siempre matizaba que los ciudadanos implicados lo habían hecho en contra de su voluntad, obligados por los sediciosos. Por ejemplo, el Diario de Barcelona explicaba que en la madrugada del día 21 de marzo de 1848, un grupo de trabucaires había asaltado el fortín de Monistrol de Montserrat y que los rebeldes habían obligado a todos los hombres del pueblo a amontonar leña en los muros de defensa para incendiarlo. De esta lucha, provocada por Borges y que constituyó una verdadera batalla, el periódico afirmaba que se saldó con tres soldados heridos y cinco trabucaires y un payés muertos. Además, los facciosos tuvieron tiempo de saquear las casas de un par de ricos.
La amistad entre rebeldes de ideologías contrarias escandalizaba al gobierno. Fernando Fernández de Córdova- substituto de Manuel Pavía en la capitanía general de Cataluña- recordando esta guerra, afirmó en sus memorias que ““La opinión liberal del país nos era, además, contraria en todas sus provincias, y aunque enemiga jurada del carlismo, su odio hacia los moderados era tal que, no sólo dejaba que los sucesos se desarrollasen y que las dificultades crecieran, sino que demócratas y liberales conspiraban en todas sus ciudades activamente y levantaban también partidas, auxiliando a los carlistas en su obra. Más de una vez se batieron juntos ambos bandos contra las tropas de la Reina, fraternizando y alojándose después en los pueblos […]”[66].
La polémica entre la prensa de Madrid y la de Barcelona por lo que se refiere a las causas de la guerra, se prolongó durante meses: el 13 de junio, el Diario de Barcelona publicaba un resumen de un artículo del Fomento, mediante el cual se intentaba defender la idea que el conflicto había sido impuesto por circunstancias ajenas al país, iniciando así la tesis de la “isla de paz catalana”, trastocada por las luchas de la política española y aún internacional, tan repetida durante los años de la segunda república española y que ha llegado hasta nuestros días: “ Hablando sobre la existencia de la facción en la montaña de Cataluña y causas á que deba atribuirse, dice que al celebrarse la doble boda de las princesas españolas, un gobierno aliado que vio frustrados sus intentos, azuzó al partido carlista mas frenético y obstinado para que hiciese una demostración contra aquel acontecimiento que mataba sus esperanzas, fundadas en un matrimonio bajo mil conceptos irrealizable; y que este fue [… ] el origen primero de estas gavillas de trastornadores que bajo el nombre de matinés dirigieron el furibundo y sanguinario Tristany y el famoso Ros de Eroles. [… ] efecto inmediato de la dominación puritana[67] fue el descrédito del gobierno y la alarma general en el país y mayor en Cataluña donde eran más considerables y transcendentes los intereses que se creyeron amenazados por el desborde del puritanismo, y esto entretuvo por algún tiempo el total exterminio de los matinés después de los fusilamientos de los Tristanys y Ros de Eroles; exterminio que no se hizo esperar mucho a la caída de los puritanos; y que el general Pavía pudo decir y dijo muy bien que la pacificación estaba terminada. Y que al asomar la presente primavera, ora el estado de las relaciones del gobierno inglés con el español, ora la revolución que inesperadamente se verificó en Paris, ofreció a los carlistas, nueva y favorable coyuntura para renovar su empeño de promover la guerra civil; y sin tener la reproducida intentona, solo es su intento demostrar que en los acontecimientos de que Cataluña es teatro, ninguna culpa tienen las autoridades ni el país”.
El 15 de junio, el mismo periódico insistía en la inocencia de los catalanes, ahora desde la perspectiva cabalística de los escasos efectivos humanos que los rebeldes habían conseguido en el Principado, a partir de la revolución que destronó a Louis Phillipe. Según el autor del artículo, los facciosos contaban entre 1200 y 1400 hombres, de los cuales 900 eran antiguos soldados que habían vuelto del exilio en proclamarse la república francesa. El resto de rebeldes, entre 200 y 300 hombres, sobrevivían del exterminio que había llevado a cabo el general Pavía. Por tanto, a partir del reinicio del alzamiento montemolinista, los rebeldes solamente habían conseguido la adhesión de un máximo de 200 catalanes.
A partir del mes de marzo de 1848, la prensa admitía que Ramon Cabrera permanecía escondido al norte de la frontera, en Oceja, o aún en territorio español, en La Vajol, mientras se preparaba para encabezar el alzamiento. Eso no gustaba a las autoridades porqué, además del esfuerzo estratégico que les supondría la entrada en combate de un general tan prestigioso, este hecho dignificaría la rebelión, la cual, hasta el momento, se atribuía a las actuaciones de simples trabucaires, acompañados de un montón de ilusos. Hasta el momento, Marçal era el comandante rebelde siempre presente en las informaciones, aunque solo fuera para anunciar sus derrotas, sus supuestas huídas y su inminente rendición. El carlista merecía otra consideración por parte de las autoridades, como si el gobierno mantuviera la esperanza de que, en cualquier momento, pasaría al bando de la reina[68]. A veces, leyendo la prensa barcelonesa, uno tiene la impresión que la guerra, aunque abastaba todo el territorio de Cataluña, era, principalmente, un asunto circunscrito a dos focos de acción carlista: el de las comarcas gerundenses, sostenido por Marçal y el de las comarcas centrales, mantenido por los Tristany.
No obstante, de forma ininterrumpida, los periodistas seguían anotando las apariciones de grupos de trabucaires, sin disimular el enfrentamiento civil, aunque depurando los hechos de manera que diese la impresión que las autoridades controlaban la situación. Podemos suponer que detrás de las noticias provenientes de observadores desconocidos que escribían “cartas” explicando que habían visto cualquier cabecilla guerrillero o los restos de una columna del ejército derrotada, se escondían choques sangrientos que no han pasado a la historia. En un caso, el periodista nos hace saber que había llegado a Berga una triste comitiva formada por 23 soldados y 10 heridos de gravedad, transportados en literas, entre los que se incluía el comandante, pertenecientes a las columnas de Prats de Lluçanès y de Alpens. Incluso, en alguna ocasión, el periódico contaba que en cierto lugar habían aparecido soldados caminando sin rumbo, los cuales constituían los restos de una columna. Pero, sobre todo, la prensa enfatizaba las víctimas civiles, los robos llevados a cabo en caseríos importantes, las discrepancias entre cabecillas rebeldes, los fusilamientos de facciosos, las derrotas de los montemolinistas y el acogimiento al indulto de trabucaires desconocidos.
Durante el mes de abril, se manifestó el escándalo de la intromisión de Inglaterra en los asuntos internos españoles, debido a la nota que el embajador, señor Henry Lytton Bulwer tramitó al gobierno de Madrid y que se originaba en una orden de Lord Palmerston, ministro de asuntos exteriores. Básicamente, la nota británica aconsejaba a la reina española el cambio de gobierno, con el fin de que incorporara al mismo los liberales de izquierda. El escrito del ministro británico amenazaba la monarquía española con el mismo final que había sorprendido a Louis Philippe. De entrada, esta nota no fue publicada y los periódicos la mencionaban sin que los lectores conocieran su redacción pero luego, la censura consideró que era menester que se le diera publicidad. Desde entonces y durante meses, la prensa se refirió al alzamiento de los matiners como la conjura “bulweriana- carlista- comunista” y con otras lindezas que incluían el apellido del embajador inglés. Finalmente, Bulwer fue expulsado de España.
La traducción al castellano de la nota británica, presentada por Bulwer y a la cual se adjuntaba la nota de Palmerston, decía lo siguiente: “ Legación británica en España.= Madrid, 7 de abril de 1848.= Remito adjunta á V.E. copia de algunas observaciones que lord Palmerston me ha dirigido últimamente; y al mismo tiempo no puedo menos de expresar mi ardiente deseo de que el gobierno de S.M.C. juzgue conveniente volver a las formas ordinarias de gobierno establecidas en España sin pérdida de tiempo, convocando las Cortes y dando las explicaciones que sean necesarias para desvanecer la impresión que tanto dentro como fuera del reino ha causado la prisión y aparente designio de desterrar a varios ciudadanos, entre los cuales se hallan algunos de los miembros más distinguidos del Congreso, los que hasta ahora no han sido procesados ni acusados de delito alguno.- Estoy seguro que V.E. me permitirá que le recuerde que lo que más especialmente distinguió la causa de Isabel II de la de su contendiente real fue la promesa de libertad constitucional inscritas en las banderas de S.M.C.- De todos modos, esta fue la circunstancia que principalmente valió a S.M.C. la simpatía y apoyo de Gran Bretaña y por tanto V.E. no puede extrañar los sentimientos que expreso aquí, aun cuando el estado general de la Europa y la tendencia universal de la opinión pública no hiciesen patente que las mejores garantías para el trono de un soberano en estos tiempos se encuentra en el apoyo de la libertad racional y en la justicia ilustrada que se dispensan bajo su autoridad.- Aprovecho, etc.- Firmado H.L. Bulwer.- Excmo. Sr. Duque de Sotomayor.”
La nota adjunta, de Palmerston a Bulwer, aún era más explícita: “Ministerio de negocios extranjeros.- Marzo 16 de 1848.- Muy Señor Mío: Tengo que mandar a V. recomiende muy particularmente al gobierno español adopte una conducta de gobierno legal y constitucional en España. La reciente caída del rey de los franceses y de toda su familia y la expulsión de sus ministros deben enseñar a la Corte y al gobierno español cuan peligroso es intentar gobernar un país de una manera que esté en contradicción con los sentimientos y opiniones de la nación. Y la catástrofe que ha tenido lugar en Francia demuestra necesariamente que aun un ejército bien disciplinado es una defensa ineficaz de la corona cuando la conducta observada por ésta está en contradicción con los sentimientos generales de la nación.- Seria prudente que la Reina, en el actual estado crítico de los negocios, fortaleciese el gobierno dando ensanche a las bases sobre que está fundada la administración, y llamando a sus consejeros a algunos de aquellos hombres que poseen la confianza del partido liberal.- Firmado Palmerston. Al muy honorable Henry Lytton Bulwer.”
La respuesta del ministro Sotomayor denunciaba la intromisión de la Gran Bretaña en los asuntos internos españoles. Los periódicos conservadores protestaron y reprodujeron la alegación del gobierno, adornándola con apelaciones al honor de España, el carácter meramente mercantilista de la política inglesa y los resultados desestabilizadores de las relaciones internacionales que originaba la actitud despótica de la potencia británica.
Enlace 2ª parte ” Bajo dos o tres banderas…”
[1] “Història de Barcelona”. Ayuntamiento de Barcelona/ Enciclopèdia Catalana. 1995. Diversos autores. Volumen VI. Página 279.
[2] Expresión catalana que equivale, en castellano, a “sálvese quien pueda”.
[3] Así, con el apellido de su dueño, era llamado popularmente el Diario de Barcelona.
[4] Artículo del Fomento, del 31 de mayo de 1848, resumido por el Diario de Barcelona.
[5] “El Conde de Montemolín. Historia de la vida pública y probada de D. Carlos Luís de Borbón y de Braganza, primogénito de D. Carlos María Isidro”. Imprenta de D. Manuel Álvarez. Calle de Almudena, 119. Madrid. Publicado a comienzos del s.XX. Las mismas circunstancias también fueron contadas por Edward Kirkpatrick de Closeburn, en la introducción de su obra “Souvenirs de la dernière guerre carliste (1872-1876)”. Libreraire Alphonse Picard et fils, Paris, 1909; a la cual nos referiremos de inmediato.
[6] Baldomero Espartero, Conde de Luchana, Duque de la Victoria y Príncipe de Vergara. Se distinguió como militar y político progresista. Luchó en la guerra de independencia y se le consideró el artífice de la victoria liberal en la primera guerra carlista. Después que hubo firmado el convenio de Vergara, marchó contra Ramón Cabrera y le obligó a abandonar el Maestrazgo hacia Cataluña, hasta que finalmente consiguió expulsarlo a Francia (verano de 1840). Espartero fue regente con María Cristina, durante la minoría de edad de Isabel II. Después que María Cristina se exiliara, ocupó la regencia en solitario. En el año 1843, los alzamientos de algunas ciudades importantes- sobre todo, de Barcelona- así como el pronunciamiento de Narváez y de Serrano, provocaron que Espartero abandonase el poder y se exiliara a la Gran Bretaña. Volvió a España y gobernó entre 1854 y 1856.
[7] El autor antes citado, D. Leopoldo Augusto de Centurión, afirma que pasaron la frontera a Francia, por Puigcerdà, exactamente 74 jefes, 1980 oficiales y 16678 soldados.
[8] Narcís Ametller i Cabrera. Militar, músico y escritor republicano. Nació en Banyoles en 1810 y murió en 1877.
[9] Ramon Vicens i Prada, nacido en Sant Llorenç de la Muga (Alto Ampurdán) el 22 de noviembre de 1807. Fue el cabecilla de trabucaires más famoso y el que consiguió que se aglutinaran más hombres armados a su alrededor, antes de la guerra de los matiners. Tuvo una actividad corta e intensa hasta que fue detenido y fusilado en julio de 1842. Durante la guerra había ascendido a capitán, graduado de teniente coronel, por la toma de Verges.
[10] “Recuerdos de la guerra carlista”. Espasa-Calpe, 1942.
[11] Charles d’Espagnac de Couseranes de Cominges, conocido como conde de España y Carlos de España (Foix, 1775- Organyà, 2 de noviembre de 1839). Aristócrata francés, la familia del cual huyó durante la época del terror revolucionario y se instaló en Mallorca. Luchó en la guerra con Francia (1793-1795) y en la guerra de independencia, a favor de la monarquía española. Fue capitán general de Cataluña (1827-1832). Durante su mandato instauró un régimen arbitrario y cometió múltiples salvajadas contra la población, propias de un sádico, llegando al extremo de participar personalmente en las ejecuciones que ordenaba. Habiendo sido cesado del cargo, ingresó en las filas carlistas y luchó en la primera contienda civil, al mando de las fuerzas rebeldes en Cataluña. Como capitán general carlista de Cataluña siguió cometiendo atrocidades, incluso contra sus correligionarios y en el territorio que controlaba. Finalmente, la junta carlista de Berga lo destituyó y ordenó que fuera conducido hasta Andorra pero, durante el camino, la escolta lo estranguló y lo lanzó a las aguas del Segre, desde el puente del Espía, cerca de Organyà, con una roca atada al cuello.
[12] “Cabrera: Records de la guerra civil espanyola (1833-1840) del general de brigada del Cos d’enginyers reialista”. Wilhelm von Rahaden. Traducción al catalán de Ricard Martí. Barcelona; Salvatella, 2013
[13] Francesc de Castellví: Narraciones históricas. Fundación Francisco Elías de Tejada y Erasmo Pércopo. Madrid, 1997.
[14] El 29 de diciembre de 1847, los soldados del gobierno asaltaron esta masía, donde encontraron a Cel·lestí Collelldemunt, de 21 años, Pere Ferrer, alias L’Ànima, de Torregrossa (Alt Penedés) y unos cuantos facciosos más. El ejército incautó 17 armas, una corneta y documentación. A la mañana siguiente, las autoridades ordenaron el fusilamiento de los detenidos. Pero, un comandante carlista llamado Colleldemunt actuó durante toda la guerra.
[15] El libro de Josep Pla es “Un senyor de Barcelona”. Ed. Destino. Barcelona, 1981. El libro de Antoni Papell, fue publicado por Tip. Ideal; Figueres, 1931.
[16] Antoni Baixeras, coronel del ejército, obtuvo la fama debido a la captura de Felip y, como veremos, también de Benet Tristany, precisamente en la misma acción en la cual mató al Ros d’Eroles. Baixeras se había especializado en descubrir trabucaires y matarlos. A menudo, reclutaba parte de sus efectivos sobre el terreno, reuniendo el somaten, los mozos de escuadra, los milicianos o los soldados de leva. Aplicaba la misma rigurosidad con los trabucaires que con los propietarios, los renteros, médicos o cualquier persona que los ayudara. En una ocasión hizo fusilar a los dos hijos de un payés llamado Sants porqué consideró que habían dado refugio a dos rebeldes. El señor Joan Camps, de Seva, en el dietario que escribió (manuscrito A-171, Arxiu Històric de la Ciutat de Barcelona) nos dice que la navidad de 1842, Baixeras subió hasta la masía de la Mora, en el Montseny, con el fin de sorprender a los trabucaires de Josep de l’Esquís, de Taradell, los cuales se habían refugiado en el lugar para celebrar la festividad. El coronel creyó que el propietario, Jaume Cortada. había colaborado con los rebeldes y lo fusiló, después de permitir que el condenado dictara testamento al rector de Sant Ciprià de la Mora y que un sargento y un soldado del pelotón, firmasen el documento como testigos. No debemos confundir al coronel con uno de los secuestradores de Sants, con el cual coincide en nombre y apellido.
[17] “La jamàcia, 1842-1843”. Rafael Dalmau, editor. Barcelona, 1961.
[18] Memorias de un menestral de Barcelona (1792-1864). Josep Coroleu i Inglada. Publicado por primera vez el año 1888. Escrito por el autor a partir de recuerdos familiares.
[19] Literalmente, “conde de nada”.
[20] Fue cónsul en Barcelona, donde se ganó el aprecio de los barceloneses y todavía es recordado con una plaza que lleva su nombre. Posteriormente, el gobierno de la república lo nombró embajador en Egipto y negoció con el virrey la obra del canal de Suez, la cual llevó a cabo con una empresa que el dirigió.
[21] El uso de la bandera negra por parte de los catalanes levantados en armas se retrotrae, por lo menos, a la guerra de los segadores. Prestemos atención a los siguientes versos de los Segadors, himno de Cataluña (traducidos literalmente al castellano): “El obispo los bendijo/ con la mano derecha y la izquierda:/ donde está vuestro capitán?/ donde está vuestra bandera?/ sacaron al buen Jesús/ todo cubierto con un velo negro/ aquí está nuestro capitán/ aquí está nuestra bandera/ a las armas catalanes que os han declarado la guerra”. Durante la guerra de sucesión también fue izada por los partidarios catalanes de la monarquía de los Austria. Quizá el significado de esta enseña es la que nos explica Wilhem von Rahaden, quien observó que Ramon Cabrera, durante la resistencia que mantuvo en Morella, la izó en el asta más alta para significar, a los ojos de todos, el propósito de luchar hasta la victoria o la muerte. Durante la guerra de los matiners, también los republicanos, a menudo, se cobijaban bajo la bandera negra.
[22] Gabriel Baldrich i Palau (1814- 1885). Nacido en Pla de la Cabra. Luchó contra los carlistas en la primera guerra. Fue un político y militar de la tendencia liberal de izquierda. Aunque se enfrentó a Prim durante la jamancia e hizo la guerra de los matiners en connivencia con los carlistas, después fue un hombre de confianza del reusense. Representó a Tarragona como diputado y en 1867 se pronunció contra Isabel II, al mando de una partida de dos mil hombres. En el año siguiente, al lado de Prim, participó en el movimiento para destronar a la reina. Fue capitán general de Puerto Rico y durante seis meses del año 1872, capitán general de Cataluña. Murió en Madrid.
[23] Historia política de la España contemporánea (1868/1885). Alianza Editorial. 1968. Madrid.
[24] 1848 en Europa. Estudio preliminar de Ramón García Cotarelo a la traducción castellana de los escritos de Karl Marx, “Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850- El dieciocho brumario de Luis Bonaparte”. Colección Austral. Espasa- Calpe. Madrid, 1985.
[25] “ La historiografia romántico liberal espanyola i el Risorgimiento: la figura de Garibaldi”. Teresa Abelló Güell. Afers, nº 50. Año 2005.
[26] El epíteto “centralista” se refería a los partidarios de la Junta Central que culminaba las juntas provinciales, los cuales llevaron a cabo la revuelta de la “jamancia”.
[27] Historia del Tradicionalismo español. Edit. Fe. Sevilla, 1942- 1980.
[28] Todas las grandes potencias europeas intervinieron en el asunto del matrimonio de la reina española, proponiendo consortes, o apoyando a algunos que surgían de la iniciativa de los partidos políticos españoles pero Francia fue la que ganó la partida. El rey francés, finalmente, apoyó el matrimonio de Isabel II con Francisco de Asís, a cambio del matrimonio de María Fernanda, hermana de ésta, con su hijo, el duque de Montpensier. Se ha opinado que el gobierno francés, conociendo la incapacidad reproductora de Francisco de Asís, pretendía, a la larga, apoderarse de la corona española. Pero Louis Philippe, antes de dar su apoyo al matrimonio de Isabel con Francisco de Asís, había negociado con Montemolín el mismo trato. El monarca se mostró dispuesto al matrimonio del pretendiente carlista con Isabel II, a condición que la hermana de la reina se casara con el duque de Montpensier.
[29] Biografía del señor don Carlos Luís María de Borbón y de Braganza, Conde de Montemolín: abraza la historia de la guerra civil en los años 1847, 1848 y 1849”. Ramon Vinader. Ed. Manuel Morales y Rodríguez. Madrid, 1855. Otro autor, D. Leopoldo Augusto de Centurión, explica que el rey carlista había pedido pasaportes a las autoridades francesas, con la excusa que el clima de Bourges perjudicaba la salud de su esposa y quería trasladarla a un lugar más salubre. Aunque los pasaportes le fueron concedidos, no sabemos por qué razón el rey no quiso utilizarlos. Entonces, Montemolín mudó su estrategia, con el fin de ganarse la confianza de las clases altas y de las autoridades del Estado, dedicando esfuerzos en cultivar las relaciones sociales y se convirtió en un invitado ineludible de los bailes, conciertos y representaciones teatrales. Además, presumía públicamente, paseándose ostentosamente en carroza. El día que decidió llevar a cabo la huida, no se escondió de la escolta de gendarmes. Montó a caballo y se dirigió a la mansión de Barbansois en una galopada que ya había practicado otras veces, a la vista de la policía. Después, los miembros de la escolta vieron que retornaba su carruaje, dentro del cual se encontraba un viajero, al cual confundieron con el aristócrata español.
[30] Montemolín sufría ceguera y falta de movilidad en un ojo. El rey francés le envió un oculista que le operó y aunque el pretendiente recuperó, parcialmente, la visión del ojo enfermo, su mirada extraviada le convirtió en una persona fácilmente identificable. Además, en posición erecta, Montemolín flexionaba las rodillas hacia atrás, de manera que las piernas le quedaban ligeramente enarcadas, en sentido contrario al juego de las rodillas.
[31] John Temple Palmerston (1784- 1865) fue ministro de asuntos extranjeros desde 1830 a 1834, de 1835 a 1841 y de 1846 a 1851, antes de convertirse en primer ministro de la Gran Bretaña, durante un par de periodos, a partir de 1855.
[32] “Ramon Cabrera a l’exili”. Biblioteca Serrador. Publicaciones de la Abadía de Montserrat, 1989.
[33] New York Daily Tribune, de 19 de agosto de 1854. Escritos sobre España. Ed. Trotta. 1998.
[34] Joan Cavallería, nacido en Ripoll, luchó en la campaña realista de 1821-23 y en la primera guerra carlista, durante la cual obtuvo el grado de coronel y se cuenta que llegó a guiar hasta mil jinetes. Después del exilio en Lyon, entró en territorio español durante el año 1846, con el grado de brigadier. Josep Puig, álias Boquica, de oficio vendedor textil, nació en 1797, en Castella de N’Hug. También participó en el levantamiento realista y en la primera guerra carlista, a les órdenes de Joan Cavallería y de Joan Castells. Fue un guerrillero de gran competencia estratégica y organizativa. Durante la guerra de los matiners, Cabrera lo nombró coronel. Jeroni Galcerán i Tarrés, llamado “el león catalán” (Prats de Lluçanès, 1820-1873) luchó en la primera guerra carlista y consiguió la graduación de capitán. Durante la guerra de los matiners, Cabrera lo nombró comandante. Murió al comenzar la última guerra carlista, en la acción de La Gleva. Carlos VII le otorgó el grado póstumo de brigadier.
[35] Marcel·lí Gonfaus i Casadesús, coronel de caballería y al fin, brigadier (Prats de Lluçanès, o Banyoles, 1814, Alt Empordà, 1855). Marçal luchó en la primera guerra en infantería. Fue herido y quedó cojo. Entonces, pasó a la arma de caballería y acabó la guerra con el grado de teniente coronel. Fue uno de los matiners más querido por los gerundenses.
[36] “Guerrilles al Baix Llobregat: els ”carrasquets” del segle XVIII i els carlins i republicans del segle XIX”. P.Balanza, E.Bergadà y otros autores. Centre d’Estudis Comarcals del Baix Llobregat. Publicaciones de la Abadía de Montserrat. 1986.
[37] Josep Borges, nacido en Vernet, en la ribera del Segre, era hijo del coronel Antoni Borges, fusilado en Cervera el 3 de junio de 1836, del cual heredó el liderazgo de la partida. Josep se distinguió durante la primera guerra (acciones de Prats de Lluçanès, en el año 1837 i de Casserres, en el año siguiente). También participó en el levantamiento carlista de 1855. Después, se puso a las órdenes de Francisco II de Borbón, rey de Nápoles y al frente de sus voluntarios carlistas, desembarcó en Calabria, donde fue vencido y fusilado. Carlistas de Antaño. B. de Artagán. Biblioteca La Bandera Regional. Barcelona, 1910.
[38] Narcís Gargot era miembro de una familia acomodada de Figueres. Había sido trabucaire de Felip. No fue fusilado merced a las influencias de su familia. Pasó toda la guerra de los matiners en prisión.
[39] Literalmente, “¡ya os joderemos!”, aunque puede traducirse por “¡que os den!”.
[40] Se han hecho diversas conjeturas respecto el origen del nombre de matiners (madrugadores). Los contemporáneos no dudaban sobre la causa de este apodo. La verdad es que proviene del calificativo que Benet Tristany se atribuyó en el momento de entrar en Cervera, al proclamarse el primero en seguir el llamamiento de Montemolín; es decir, un madrugador. Los seguidores de Tristany fueron llamados matiners y el apodo pasó a todos los revolucionarios catalanes, fuesen carlistas, liberales de izquierda o republicanos, que lucharon contra el Estado de Isabel II, entre 1846 y 1849. La prensa, incluso la madrileña, utilizó a menudo dicha expresión catalana, sin buscarle substitutivos en la lengua oficial. Esto reforzaba el carácter popular y estrictamente autóctono del alzamiento.
[41] Recuerdos de la guerra carlista. Espasa- Calpe, S.A. Madrid, 1942. Bartolomé Porredón, alias el Ros d’Eroles, era campesino y arriero. Participó en los levantamientos de los realistas y de los agraviados (malcontents) obteniendo el grado de capitán. Luchó en la primera guerra carlista y ascendió a brigadier.
[42] Cabrera: records de la guerra civil espanyola, 1833-1840. Ed. Salvatella. Barcelona, 2013.
[43] “Memorias sobre la guerra de Cataluña desde marzo 1847 hasta septiembre del mismo año y desde noviembre de 1848.” Madrid, 1851.
[44] Ignasi Brujó (o, Burjó, o Burjot) ingressó en el ejército español en el año 1822 pero al cabo de dos años, ostentando el grado de teniente coronel, se alzó contra el gobierno y fue nombrado comandante general interino de los carlistas catalanes. Iniciada la guerra de los matiners y a partir de la muerte de Benet Tristany, Montemolín le nombró comandante general del Principado de Cataluña en el exilio, mientras esperaba que Cabrera cruzara la frontera. Brujó permanecía en Perpiñan y delegó el cargo, primero en Joan Castells y después en Josep Borges. Finalmente, entró en territorio español y consiguió ocupar La Seu d’Urgell. Por los que se refiere a Climent Sobrevías, alias el Muchacho- la razón de este apodo podría encontrarse en el apelativo afectuoso que Cabrera empleaba para dirigirse a sus voluntarios- se decía que era primo de los Tristany. En cualquier caso, fue coronel, a las órdenes de Benet Tristany, durante la primera guerra, encabezando mil trescientos hombres. El Muchacho fue otro caso típico de carlista catalán, poco amigo de la disciplina, más guerrillero que militar, a menudo enfrentado a los oficiales navarros, vascos y castellanos. Durante la primera guerra, apoyado por Joan Cavalleria, se peleó con el general Antonio de Urbizondo. El general navarro instó a Carlos V para que incoase una causa militar a los catalanes, acusándolos de la mala utilización de las tropas, lo que ocasionó el sacrificio de un batallón entero. En realidad, parece que el Muchacho y Joan Cavallería se apropiaron de víveres que no les correspondían y después de encabezaron un motín contra Urbizondo. El 5 de julio de 1837, ante la Junta Suprema Militar del Principado y en presencia de los Tristany, el general Urbizondo acusó al Muchacho de conspirador. El general no salió victorioso de esta causa y acabó pasándose al ejército liberal. Durante la guerra, el Muchacho fue nombrado capitán general de Cataluña por Carlos V. Al cabo de pocos días, los cortesanos informaron a Carlos que había nombrado como comandante supremo de la provincia a un caudillo insubordinado y ladrón, de manera que Climent fue rápidamente destituido. Wilhem von Radhen lo definió como el “más duro de los jefes bandoleros de Cataluña”.
[45] “La guerra de los Matiners (1846-1849). Aspectos sociales y militares”. Josep Carles Clemente. Servicio de Publicaciones del EME. Madrid, 1987. Muchos matiners, capturados por el gobierno, fueron condenados a servir en el ejército de ultramar. El 12 de septiembre de 1848, siendo capitán general de Cataluña, Manuel Pavía, la capitanía comunicaba al gobierno que había embarcado en el vapor de guerra Blasco de Garay, el día 4 de julio, a 31 hombres y en el vapor de guerra Lepanto, el día 17, a 37; así como a 37, en el mercante Piedad. La misma fuente comunicaba que, desde el 13 de marzo de 1847 hasta el 12 de septiembre y desde el 11 de noviembre, hasta el 12 de septiembre de 1848, había destinado a Cuba 712 individuos. El total de condenados a la incorporación forzosa en el ejército de ultramar, en esta fecha, ascendía a 920.
[46] Ramon Vilella consiguió la graduación de comandante y después, por la ocupación de Manlleu, en el año 1939, el grado de teniente coronel. Acabada la primera guerra, se escondió y apareció de nuevo en el año 1847, guiando una partida de 150 infantes y 12 jinetes. Joan Fornet, alias Griset de la Cabra, nació en La Cabra. Luchó con el grado de coronel y como jefe supremo de los carlistas de Tarragona. Cayó en el ataque al Vendrell, en febrero de 1848. Le substituyó Josep Borges. Miquel Vila, alias Caletrús, participó en la primera guerra y la terminó con el grado de comandante. Durante la guerra de los matiners, guiaba una partida de 200 hombres, hasta que se pasó a las filas gubernamentales.
[47] Algunos investigadores han señalado que Benet Tristany cayó prisionero en Sant Just d’Ardèvol y que el Ros d’Eroles fue muerto en Clariana de Cardener. De hecho, estos pueblos están muy próximos pero nuestros datos son los que constan en la prensa de aquellos días (El Postillón, de 19 de mayo de 1847).
[48] Els Tristany d’Ardèvol, carlins irreductibles. Genealogia. Cesar López Hurtado. Edit. Columna. Barcelona, 1993.
[49] Datos cronológicos de la obra citada en el pie de página anterior.
[50] El tarraconense Pau Manyé participó en la primera guerra carlista y luego se hizo trabucaire. Durante la guerra de los matiners se mostró muy activo, al frente de una partida que a menudo se juntaba con la de Griset de la Cabra y con la del Guerxo de la Ratera. Agustí Cendrós fue uno de los pocos carlistas catalanes que aceptó el convenio de Vergara y se integró en el ejército liberal. Cuando se inició la guerra de los matiners estaba destinado en la guarnición de Tarragona, puesto que era natural de Reus. Entonces, se levantó contra el gobierno poniéndose a las órdenes de Rafael Tristany. Fue uno de los jefes carlistas que pasó el Ebro para luchar en Valencia. Volvió a Cataluña, donde cayó prisionero de los liberales. En la primera sesión del proceso de los trabucaires llevado a cabo en Perpiñán la primavera de 1846, se juzgó a un trabucaire llamado Pere Cendrós, el cual declaró que había nacido en Reus. Pere Cendrós fue condenado a muerte pero no nos consta que se le ejecutase, ya que los trabucaires juzgados en la segunda sesión, se lo encontraron en la cárcel del Castellet y luego que éstos pasaron por la guillotina, Cendrós seguía con vida.
[51] Josep Estartús i Aiguabella. Sant Privat d’en Bas, 1811, o 1808.
[52] Manuel Gutiérrez de la Concha e Yrigoyen (1808- 1874), denominado por la prensa “el general de la Concha”. Nació en Córdova (Argentina) y con doce años ingresó en la Guardia Real. Ascendió muy rápido, debido a su participación en la primera guerra carlista. En el año 1840 era mariscal. Se juntó con Narváez y Serrano para derrocar a Espartero y dirigió una expedición a Portugal. Los periodistas remarcaban su juventud y porte galante. La leyenda que le acompañaba creció cuando perdonó la vida a Marçal- según se dijo- para devolverle el favor que le hizo el carlista al retornarle la esposa, la cual había caído en manos de éste por circunstancias de la guerra. Gutiérrez de la Concha murió en Navarra luchando contra el ejército de Carlos VII.
[53] El mismo oficial que en mayo de 1849 capturará a Marçal. Murió en 1854, llevando los galones de brigadier, en una sublevación progresista en Zaragoza. Marcel·lí Gonfaus le sobrevivió unos meses.
[54] Pere Gibert. Participó en la primera guerra, como comandante de los voluntarios carlistas del Empordà. Inició el levantamiento montemolinista con el grado de coronel. Al cabo de un año que Hore lo venciera, volvió a las filas carlistas. Entonces, Gibert fue nombrado comandante de la primera brigada de la cuarta división, por el general Cabrera. Hacia el final de la guerra, el Brusi informaba que había sido substituido por Francesc Savalls.
[55] Bou, también llamado Malivern (mal invierno), natural de Sant Julià de Vilatorta. Por entonces, lugarteniente de Marçal, con el cual mantuvo discrepancias muy serias. Era uno de los cabecillas de trabucaires más unanimamente señalado como bandolero, incluso por sus correligionarios carlistas. Tampoco Estartus le tuvo simpatía y, como Marçal, intentó fusilarlo. El segundo de Bou fue Rano, el cual también sirvió a las órdenes de Marçal, con el grado de capitán. Bou y Rano continuaron su lucha particular una vez se dio por terminada la guerra y cayeron muertos por los mozos de escuadra, el primero en 1850 y el segundo, en 1852.
[56] Pavía confesó que el gobierno le había presionado mucho para que anunciase el fin de la guerra, insinuando que con esta declaración se perseguía un objetivo propagandístico.
[57] Las citas textuales corresponden a los comentarios de los artículos que publicaron los periódicos mencionados, resumidos por el Diario de Barcelona. En realidad, lo que afirmó literalmente la Revista Militar, fue lo siguiente: “En lugar de decir que la rebelión en Cataluña es una costumbre, podría muy bien decirse que es un sistema”. Los franceses pensaban lo mismo del carácter violento y revolucionario de sus catalanes. En las vísperas de la revolución de 1848, “Le Roussillonnais” afirmaba que las algaradas constantes de los habitantes de Perpiñán y de otras villas de la Cataluña francesa, se originaban en “la fureur catalane, l’esprit de vengeance, la manie frénétique de desvastation, la soif ardente du pillage”. Párrafo citado por Peter MacPhee, en su obra “Les semailles de la Republique dans les Pyrénées Orientales (1846- 1852).” Página 253. Perpiñán, 1995.
[58] Imprenta Hispana, calle de Perecamps, nº 1, Barcelona, 1848. Uno de los argumentos utilizados por el autor de este opúsculo, consistía en alegar las cuantiosas importaciones de productos agrícolas del resto de España que llevaba a cabo Cataluña, ya que la producción propia solo cubría las necesidades alimentarias de los catalanes durante un tercio del año. En definitiva, que los catalanes no eran únicamente productores y vendedores, sino que también eran consumidores de productos españoles.
[59] Joan Castells i Rossell, conocido con el sobrenombre de Gravat d’Àger. Nació en la casa Mossenya, de Àger, el año 1802. Durante su adolescencia fue contrabandista de tabaco. Participó en la primera guerra al frente de una partida y fue condecorado tres veces por su valentía y por las victorias que consiguió. Acabó la guerra como brigadier. Después del exilio que pasó en Francia e Inglaterra, en el año 1847 volvió a Cataluña y se puso al frente de 200 voluntarios. Entonces dirigió muchos combates (Igualada, Monistrol de Montserrat, Berga y Vallhonesta, entre los principales). Se exilió en el año 1849 y volvió a Cataluña el año 1853. Residió en Barcelona. Destronada Isabel II, fue condenado a prisión y encerrado en Montjuïc. Consiguió la libertad y el 6 de abril de 1872, se levanto de nuevo al frente de 500 voluntarios. Carlos VII le otorgó cargos importantes, como el de comandante de las fuerzas carlistas de la provincia de Barcelona. Murió en el exilio, en Niza, el año 1891.
[60] Pudiera ser que Mallorca se llamara Miquel, o Domènec Pujol. Durante la primera guerra formó parte del batallón de Zorrilla y estando en esta formación incendió la iglesia de Tordera, en la cual resistían un grupo de milicianos. Después de la guerra actuó por la zona del Montseny, acompañado de los cabecillas, apodados El Ros d’Argentona y El Calderer de Cardadeu. Su lugarteniente fue Josep Camps, alias Sapé, juzgado en Perpiñán en el año 1846 y condenado a veinte años de trabajos forzados. Mallorca poseía el grado de brigadier y se autodenominaba comandante general de las fuerzas carlistas en la provincia de Girona.
[61] Diario de Barcelona, del 9 de enero de 1848.
[62] La prensa no especificó los nombres de los cabecillas que entraron en Igualada. Solamente se refirió, genéricamente, a los trabucaires.
[63] Isidre Forgues, alias Menut, nacido en Puigcerdà, individuo felino que se había escapado de los aduaneros franceses, estando esposado, por el sistema de saltar al vacío desde la cima de un peñasco, fue uno de los acusados en el proceso de los “trabucaires de les Illes” (Perpiñán, 1845-46). Precisamente, Menut trabajaba como empleado de Isidre Qués, uno de los miembros de la comisión departamental republicana de los Pirineos Orientales. A menudo encontramos lazos entre personas de adscripción legitimista y burgueses progresistas que ilustran, a nivel personal, la alianza “carlo- progresista” que se produjo durante aquel periodo histórico, tanto en la Cataluña española, como en la francesa. Algún abogado de los trabucaires juzgados en Perpiñán pertenecía al partido de F. Aragó.
[64] Abdó Terradas i Polí (1812-1856) natural de Figueres, ciudad para la cual fue elegido alcalde cuatro veces, siendo destituido cada vez que tomaba posesión del cargo, ya que rechazaba el juramento de fidelidad al monarca. Fue procesado y condenado a dos años de exilio. En el año 1842 pasó la frontera con un grupo armado para apoyar el levantamiento republicano de Barcelona. Fundó el periódico El Republicano. Participó en múltiples conspiraciones y murió estando deportado en Medina Sidonia (Andalucía). Fue un escritor de renombre, tanto en lengua catalana, como castellana. Su obra teatral “Lo rei Micominó”, sàtira de la monarquía, así como la letra del himno republicano “La campana”, son sus escritos más famosos.
[65] Don Enrique, Duque de Sevilla y primo de Isabel II. Fue rechazado como consorte de la reina por los conservadores, debido a que se había inclinado claramente por el republicanismo. Hasta se dijo que ofreció un barco de su propiedad para ayudar en un levantamiento republicano.
[66] Memorias Íntimas.Volumen III.
[67] Referencia al partido que surgió de la escisión del partido moderado, dirigida por Joaquín Francisco Pacheco, y que tenía como miembro al financiero y político José Salamanca. Gobernó durante el período de alejamiento de Narváez del poder, hasta octubre de 1847.
[68] Durante el mes de mayo de 1848, Marçal fue visto atado encima de su montura y prisionero de sus correligionarios. El cabecilla denominado l’Estudiant (y también, l’Estudiant d’en Poses) lo liberó.