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- Los secuestros de Sants.
- La guerra durante la primavera de 1848.
- La cuestión de la entrada del general Cabrera y las diferencias entre los carlistas catalanes y los españoles.
- La guerra durante el verano de 1848.
- El paso del Ebro de Cabrera: la represión gubernamental de la población del Maestrazgo, del Montsià y de la Franja catalana de Aragón.
Desde la perspectiva de la ley, cualquiera que pertenezca a un grupo de hombres que ataque y robe con violencia es un bandido, tanto si arranca de un tirón el sueldo de un obrero en una esquina, como si pertenece a un grupo organizado de insurgentes o de guerrilleros que no han sido oficialmente reconocidos. E.J. Hobsbawm. Bandidos.
El crímen para nosotros es un asunto de familia.
Vosotros teneis el cadalso y nosotros el puñal.
Victor Hugo. Hernani
De entre los sucesos de la guerra de los matiners, ocurridos durante el año 1848, que más cautivaron la atención de los barceloneses, destaca el caso de los secuestros de Sants. Por lo menos, este caso les cautivó tanto como la llegada de los rebeldes hasta las murallas de la ciudad, en el mes de julio, o el complot contra el gobierno, en el otoño del mismo año.
A las ocho menos cuarto del atardecer del día 10 de abril de 1848- es decir, a la hora de la cena- seis o siete hombres armados con escopetas y carabinas de encaro (trabucos) penetraron en el café de Sants, propiedad del señor Baldiri Gené y situado en el número 9 de la carretera de Barcelona. El hombre que los mandaba era alto, musculoso y de piel muy blanca; llevaba capa, anillos y joyas y se cubría con barretina adornada con galones dorados[69]. Los testigos explicaron que el color claro de la piel de los asaltadores, les hizo sospechar que no se trataba de los típicos trabucaires acostumbrados a vivir al aire libre. Pero, hay alguna otra versión de los hechos, debida a recuerdos no documentados, de acuerdo con la cual los secuestradores se habían disfrazado de mozos de escuadra o de manera que, por lo menos, pretendían simular que eran miembros de la policía. Incluso se dijo que mostraron una orden de detención firmada por una alta autoridad. Eso explicaría que las víctimas, de entrada, siguieran las instrucciones de los intrusos, sin oponerles resistencia. Los asaltantes preguntaron por el dueño y le obligaron a que les siguiera hasta una habitación. El señor Gené, asustado, rogó por su vida pero el hombre que actuaba de comandante le tranquilizó y le preguntó si en el salón estaban los señores Francesc Capará, alcalde de Sants, Francesc Solà, Joan Cros[70] y Bernat Capdevila. El dueño le respondió afirmativamente y el capitán- así denominaban a su jefe, los hombres que le seguían- ordenó que los clientes señalados fuesen llamados a su presencia, uno a uno. Cuando los tuvo a todos presentes, pidió unas copas de marrasquí [71] para sus acompañantes e insistió en pagarlas con un napoleón de oro. Gené advirtió al capitán que alguno de los señores que quería llevarse no gozaban de buena salud y obtuvo la respuesta siguiente: “hijo mío, yo solo soy un mandado”.
Los rehenes, a la salida del café, observaron que había otros trabucaires vigilando la casa, enfrente y en el patio trasero, además de centinelas a lo largo de la carretera. En principio, los secuestrados pensaron que se dirigían a Barcelona puesto que el capitán les gritaba “¡deprisa, deprisa, caminad, que no podremos entrar en Barcelona!”- las puertas de las murallas quedaban cerradas toda la noche. Eso lo decían los trabucaires, según explicó Cros, para sugerir a los prisioneros que eran empleados de la policía. Pasando ante el estanco, Domènec Rossell, dependiente de la fábrica de Joan Güell, salió de la tienda preguntando en voz alta, “bueno, pero ¿ésto qué es?” e intercediendo por los rehenes. Entonces, los trabucaires lo tomaron prisionero como castigo “por ser tan bocazas”. A continuación, el grupo se cruzó con una tartana y la registraron, antes de permitir que continuara su camino. Al pasar por la casa Mangala, la partida de facciosos se incrementó con una docena de hombres. Después siguieron hasta la fábrica de los hermanos Muntades[72] y luego hasta Sant Gervasi, siguiendo la riera. Rodearon Gràcia, ahorrándose el llano y bajaron hasta Santa Coloma de Gramanet. Allá, en una cuesta empinada y corta, Capdevila no pudo continuar la marcha, desfalleció y se derrumbó. El capitán fue avisado del incidente y preguntó si el hombre fatigado era el francés. Le aclararon que no lo era y el capitán respondió que eso había sido una suerte ya que, si se hubiera tratado del francés lo habría fusilado allá mismo. El resto de rehenes, en aquel momento, no supo nada del destino de Bernat Capdevila. Al cabo de un rato, llegaron a la mina de can Tàpies[73] y los secuestradores obligaron a los rehenes a introducirse en ella, cerrando la puerta con candados. Los cuatro rehenes caminaron por el pasadizo, con agua a la altura de los tobillos, durante quince minutos, hasta que encontraron un lugar más espacioso, en el cual había unas colchonetas de paja. En este lugar los esperaba Capdevila. Los prisioneros se saludaron, emocionados. Joan Cros dijo a Capdevila, “Ya estáis aquí, señor Bernat?” y el interpelado respondió “yo nunca abandono a mis compañeros”. Los rehenes permanecieron en la mina entre 26 y 28 horas. Luego, los secuestradores se los llevaron, con los ojos tapados y descalzos para que iniciaran el trayecto final hasta el lugar definitivo de su cautiverio. A la mitad del camino se detuvieron en una cuadra y les fue servido un puchero con huevos y carne. El capitán les dijo que se acabaran la comida sin miedo puesto que no estaba envenenada. Les dio la prueba de ello, alimentándose del contenido de la misma olla.
Después, los rehenes fueron conducidos hasta un pozo. Cros describió el fondo de este agujero como una especie de horno de masía, de dimensiones muy reducidas. Los secuestrados permanecieron en este nicho durante 10 días, apretujados, evacuando uno al lado del otro. Los trabucaires les daban comida pero no les lavaban los platos. Estando allá bajo, los rehenes fueron obligados por el capitán de los sediciosos a que cada uno de ellos redactara una carta pidiendo el rescate. Los secuestradores exigían 2000 onzas por cabeza para la liberación de Solà, Capdevila y Caparà. La libertad de Cros fue fijada en 1000 onzas. Precisamente fue Cros quien convenció al capitán que los rescates eran demasiado elevados y que nunca podrían pagarlos. Entonces, el capitán les pidió que hicieran sus ofertas. Cros ofreció 100 onzas, Solà, 50, Capdevila, 25 y Caparà, 20. El cabecilla se enfadó y anunció a los rehenes que los abandonaba y que jamás volverían a verle. En su lugar se presentó un trabucaire llamado Gatuelles, el cual se mostró muy duro en el trato y amenazó a los rehenes con infringirles enormes sufrimientos. Cros le respondió que más sufrimiento le infringiría la justicia a cuando le atrapase y aún lo pasaría peor cuando tuviera que presentarse ante Dios. Gatuelles reaccionó amenazando a los rehenes con el fusilamiento inmediato. Después que los rehenes y el trabucaire se intercambiasen otros reproches, las víctimas aceptaron un rescate de 500 onzas por todos ellos[74]. En realidad, los rehenes, descontando a Rossell, eran muy ricos. Cros presumía de que, durante el cautiverio, se había escondido en la boca un reloj de oro y los brillantes que usaba como botones. Al fin, los trabucaires cerraron el trato y el francés escribió a su amigo Joan Anchon75] para que le prestara el dinero del rescate. Pero, al cabo de dos días, Gatuelles se presentó ante los rehenes y les dijo que no le gustaba el escrito de Cros puesto que en él había escrito palabras en francés y abreviaturas. Ésta no era una razón que justificase el rechazo pero los rehenes comprendieron que los trabucaires tenían dificultades para librar la carta al destinatario. Entonces, Cros escribió a su cuñado Jacint Nubiola y le adjuntó la carta para Anchón.
El dinero de los rescates llegó a manos de los secuestradores, al cabo de poco tiempo. Caparà, Cros, Solà, Capdevila y Rossell salieron del agujero en el que habían sido confinados, a las once de la noche del día 21. Durante bastante rato fueron conducidos con los ojos vendados, hasta que llegaron a la masía Arquers de Pomar. Allá los guardianes les quitaron las vendas y Cros, posteriormente, describió la sensación agradable que sintió al ver la naturaleza bajo la luz de la luna. Pero, el capitán, en el último momento, retuvo a Solà y a Cros, pidiéndoles que pagaran 400 onzas más cada uno. Parece ser que el primer pago no fue bien repartido entre los secuestradores porqué alguno de ellos se apropió de una parte que no le correspondía[76]. El francés escribió otra misiva pidiendo el nuevo rescate y los dos hombres fueron encerrados en una cueva, vigilada por centinelas muy jóvenes, de menos de 20 años, uno de los cuales confesó a los rehenes que era ateo. Al cabo de un par de días, los secuestradores recibieron el dinero que habían exigido y liberaron a Solà y a Cros. Ambos, anduvieron sin rumbo hasta que fueron a parar al mar. Un pescador les informó que estaban en Badalona. A las tres de la madrugada, Solà y Cros llegaron a Sants.
El escrito pidiendo los rescates de 8000 duros fue hallado en el patio de una casa, propiedad de Jacint Nubiola e incluía la mitad recortada de forma irregular de una carta de juego, el cinco de oros. Es escrito especificaba que el hombre que llevara el dinero del rescate tendría que cabalgar un asno y se cubriría con una barretina morada. El mensajero andaría desde Barcelona a Granollers y por el camino encontraría al apoderado de los trabucaires, al cual reconocería porqué le mostraría la otra mitad de la carta de juego. Josep Casamitjana fue el mensajero y siguió el camino señalado, montando un burro y con la barretina morada en la cabeza, pero sin el dinero del rescate. Entre Sant Andreu de Palomar y Montcada, fue detenido por unos hombres armados, los cuales, dándose cuenta de que el mensajero no llevaba consigo el dinero de los rescates, le amenazaron y le ordenaron que volviera a la mañana siguiente con la cantidad acordada. Casamitjana volvió por el mismo camino y pasando por Sant Andreu percibió que alguien le seguía hasta que al llegar a la riera de Horta, un grupo de trabucaires que se escondían en el bosque, lo detuvieron. Los trabucaires le quitaron el dinero que llevaba en las alforjas. Unos días después, Casamitjana siguió otro camino, por el lado de Sants, para pagar las cuatrocientas onzas de más exigidas por los secuestradores. Esta vez, los trabucaires le detuvieron en la riera de la Bordeta.
A la mañana siguiente del día de los secuestros, el ejército buscó los secuestradores por L’Hospitalet de Llobregat, Sarrià, Sant Gervasi, Vallvidrera y Rubí. Los pueblos lanzaron las campanas a somatén, durante la misma noche del día del suceso y eso originó un gran revuelo en todo el llano de Barcelona y en la misma ciudad. La circunstancia fue recordada por Manuel Pavía, capitán general de Cataluña, en sus memorias. El comentario del general nos proporciona otra prueba de la existencia del estado de revuelta que había en el entorno de Barcelona y no únicamente, como se ha dicho, en las sierras centrales y los Pirineos. Pavía afirma que las algaradas que tenían lugar en las poblaciones del llano tenían mucha trascendencia en el interior de la muralla. También comentó que los secuestradores de Sants eran habitantes del llano barcelonés y que formaban una partida carlista.
Las patrullas de la guardia civil y de los mozos de escuadra se añadieron al somatén para perseguir a los trabucaires. Varios investigadores de la policía pusieron manos a la obra, como los comisarios Josep Nicasi Roca, Josep Alvá, Salvador Cornet y Josep Bronchal. Pero Ramon Serra y Monclús, comisario de protección y seguridad pública, fue el que se ganó la fama ya que encontró las primeras pistas. Las autoridades quedaron sorprendidas por el hecho que tantos hombres armados hubieses podido llegar a Sants sin ser vistos y resolvieron el enigma suponiendo que tenían las armas escondidas en la villa, donde cada miembros de la partida de secuestradores llegó por su cuenta y por caminos diferentes. Los policías registraron muchas casas y masías del llano barcelonés, sobre todo de Sants y de Gràcia, sin que obtuvieran ningún resultado. Todavía no habían averiguado nada cuando, el 21 de abril, el alcalde de Sants, señor Caparà, y los señores Capdevila y Rossell, aparecieron sanos y salvos. El día 23 llegaron a Sants las otras dos víctimas. Los secuestrados confesaron que habían estado recluidos cerca de un pueblo ya que durante su cautividad habían oído los gritos de los niños jugando, las gallinas cloqueando y el repicar de las campanas de una iglesia[77]. La policía localizó el lugar de la reclusión de aquellos rehenes y las cuevas, en Sant Andreu del Palomar, en las cuales los secuestradores habían escondido las armas. Efectivamente, entonces se supo que los hombres retenidos lo fueron en el interior de un pozo, debajo de una casita y en medio de un viñedo, en el término municipal de Badalona.
Los detalles de la investigación que la policía explicó al Brusi son oscuros. Parece ser que, a partir de un primer descubrimiento, los policías desmadejaron parcialmente el ovillo; una cosa les trajo otra. Los clientes que estaban en el café de Sants, en el momento del secuestro, declararon haber reconocido a algunos asaltadores. Concretamente, un testigo explicó a la policía que en la misma noche de los secuestros había visto a uno de los implicados entrando en casa de la planchadora. Este sospechoso fue identificado y detenido. En dicha casa, situada en la carretera de Barcelona, número 65, el comisario Serra encontró indicios interesantes: papel para cartuchos, una corneta y pistones de munición. La casa pertenecía a Benet Roure, sastre de la travesera de Guardia y a su mujer, la planchadora. La policía vio que el campo trasero de la casa estaba muy pisoteado y por ello dedujo que allá se había llevado a cabo una reunión de numerosos hombres. Los dueños y los inquilinos de la casa no permanecían en ella cuando llegó la policía. No obstante, la autoridad pudo detener a la señora Surroca y a su hijo de siete años. La mujer fue interrogada pero no proporcionó ningún dato relevante. El niño se identificó de la manera siguiente: “Me llamo Pere, Perico y Peret”. Los policías quisieron saber por qué el niño había respondido de esta manera y el chico explicó que en su casa todos tenían diferentes nombres. Por ejemplo, su padre, mientras vivían en Vilanova se llamaba Jaume Batlle y desde que residían en Sants se llamaba Esteve Surroca[78]. También explicó que había visto como se transportaba un cofre muy pesado- supuestamente, con armas- hasta la casa del señor Benet (Benet Roura) de Barcelona.
Al fin, pues, Jaume Batlle fue identificado como el hombre alto y musculoso que había dirigido el secuestro. Los periodistas no se cansaban de mencionar su buena presencia y coraje, con descripciones como la que sigue: “… bella y arrogante figura, corazón de tigre que abriga dentro de aquel cuerpo de hermosas y hercúleas formas” En definitiva, Jaume Batlle era el hombre que los trabucaires apodaban el capitán y también se supo que se relacionaba con unos personajes llamados Antonet y Solsona, con los cuales comentaba un gran negocio. Batlle y Benet portaban barba hasta el día después del secuestro. El día 22, el comisario Serra, acompañado del subcabo de los mozos de escuadra, Jaume Vilanova y de treinta mozos, salió en dirección a Badalona. El día 23, Serra registró algunas casas de esta población, sin ningún resultado y luego continuó su viaje hasta Mataró. El día 24, fue detenido Antoni Gatuelles, alias “el Llarg” (el Largo) el cual confesó que había formado parte de la partida de trabucaires que habían llevado a cabo el asalto en el café de Sants. En la casa de la calle Montserrat, número 7, de Mataró, Serra detuvo a Teresa, la mujer de Batlle y también a Rosalía Mas, amante de Baixeras. Las mujeres fueron registradas y en el interior de sus corsés y de sus medias, los policías encontraron onzas de oro, pasaportes en blanco y contraseñas.
Después, el comisario Serra siguió su periplo hasta Arenys de Mar, esta vez con el refuerzo de 40 soldados. En dicha población, a las tres y media de la madrugada, asedió la casa de los Solsona, situada en la riera[79]. Durante cuarenta y cinco minutos intentó que le abriesen la puerta, sin conseguirlo. Finalmente, cuando el comisario se disponía a forzarla, le fue permitida la entrada. Mientras, pero, los policías observaron que un hombre había trepado al tejado y le dispararon con las armas de fuego. En este mismo momento, el vecino más cercano avisó que otro fugitivo había entrado en su propiedad y los mozos se le enfrentaron, matándolo. El intruso era Antoni Baixeras. La lucha con el hombre que había subido al tejado- se trataba de Batlle- se prolongó ya que, aun habiendo sido herido, se resistía a la rendición. El periodista, de nuevo, elogiaba el valor del capitán, que calificaba de “a toda prueba”.
Un día más tarde, Esteve Valdès i Pere Vila fueron detenidos mientras viajaban en el ómnibus de Mataró a Barcelona- el periodista aseguraba que la detención se produjo por casualidad- y ambos confesaron que habían formado parte de la partida de trabucaires que había llevado a cabo los secuestros de Sants. Los policías descubrieron que, unos días después del asalto al café, Pere Vila había enviado a su padre, que vivía en Vic, un baúl. Por orden del alcalde de Vic, dicho baúl fue requisado y abierto pero, a primera vista, el registro del mismo no dio el resultado esperado. En un segundo registro, fue descubierto un escondite secreto, dentro del cual se guardaban 4800 reales.
A partir de estos descubrimientos, los investigadores decidieron que podían ofrecer a los jueces una historia mínimamente coherente y unos cuantos culpables, lo que resultaría suficiente para llevar a cabo el escarmiento que se proponían.
Los acusados por los secuestros de Sants, fueron los siguientes:
- Jaume Batlle, natural de Sant Joan de les Fonts ( La Garrotxa) de 34 años. Tenía el grado de teniente del ejército carlista. Había sido condenado a muerte por el conde de España pero pudo escapar de la prisión, después de matar un sargento. Vivió, hasta agosto de 1834, en Arenys de Mar. Estuvo preso en Girona en el año 1846 y después, en Figueres. Siempre conseguía fugarse de las prisiones. Fue el autor de los secuestros de un hacendado de Palamós y de otro de Blanes.
- Benet Roura, de 24 años, sastre de Sarrià.
- Francesc d’Assís Roure, de 26 años y hermano del anterior. Fabricante de moneda falsa. Le fueron requisados los moldes para la fabricación de moneda y armas y las cuerdas utilizadas para atar a los rehenes de Sants.
- Antoni Gatuelles, casado, tejedor, domiciliado en la Baixa de Sant Pere, 75, tercer piso, de Barcelona. Tenía 24 años. Estuvo preso un montón de veces.
- Pau Rivera, soltero, de 24 años, alias Pau el boig (el loco) y Pau el lladre (el ladrón), hilador, natural de Lleida y domiciliado en Vic.
- Josep Miró, nacido en Tarragona y trabajador en una fábrica de baldosas.
- Eduald Viver, jornalero, de 37 años, domiciliado en Badalona.
- Joan Vilarregut, de 26 años, natural de Sant Vicenç de Torelló y vecino de Roda de Ter, hilador.
- Pere Vila, de 24 años, fabricante de guantes y domiciliado en Vic.
- Esteve Valdès, de 36 años, natural de Vilamajor y mozo de cilindro[80]. Vivía en el número 2 de la plaza de l’Oli, en Barcelona. Había participado en un secuestro en Torelló, del cual también se acusaba a Jaume Batlle.
- Josep Solsona, tendero, natural de Sant Feliu de Codines y domiciliado en Sant Celoni.
- Sebastià Solsona, hermano del anterior, de 21 años, natural de Sant Feliu de Codinas. Actuaba como corneta de la partida.
- Andreu Cortinas, soltero, de 22 años, alpargatero de Santa Coloma de Gramanet.
- Jaume Campins, jornalero, de Cambrils.
- Jeroni Vidal, de 73 años, de Badalona.
- Miquel, o Manel Baixeras, de 24 años, natural de Vic, fabricante o vendedor de guantes.
- Teresa Batlle, esposa de Jaume Batlle, de 31 años y natural de les Planes d’Hostoles ( la Garrotxa)
- Rosa Mas i Galí, de 24 años, natural de Vic, amante de Antoni Baixeras. Había abandonado a su marido.
- Josefina Roura, de 25 años, planchadora de Sants, esposa de Benet Roura.
- Francesca Valdés, de 36 años, esposa de Esteve Valdés, natural de Santiago de Compostela y vecina de Barcelona.
- Josefina, esposa de Josep Solsona.
Es evidente que los acusados no sumaban el total de autores y cómplices de los secuestros. En la acción participaron, por lo menos, veinte o veinticinco hombres. Los mozos de escuadra llevaron a cabo redadas de sospechosos en Hostafrancs y en otros pueblos del llano- Gràcia y hasta llegaron a Rubí- y detenían decenas de sospechosos, bajo la acusación de vagos. Eso se relacionaba con los secuestros de Sants pues la policía, desde siempre, ha utilizado el método ciego de la redada para encontrar pistas, conseguir delaciones y de paso, aunque sea por casualidad, atrapar algún culpable de los crímenes que investiga. En estos supuestos, el periódico sostenía que se trataba de personas reclamadas por el capitán general pero, de la lectura de la prensa, se deduce que las autoridades aprovecharon el caso de los secuestros para llevar a cabo una limpieza general. Por entonces, se publicaron noticias poco creíbles, o nada fundamentadas, relativas al hallazgo de ropa, armas o dinero, en los domicilios de algunos encausados que los ligaban a la comisión de otros delitos. Pero, en cambio, Daniel, o Didac Blanch, dueño de la propiedad en Badalona, donde fueron recluidos los rehenes, nunca pudo ser detenido. No obstante, lo fueron Eduald Viver, que era su cuñado y Jeroni Vidal, que era su suegro. En casa de Blanch, la policía encontró una bolsa, escondida en una viga, con más de 30 onzas de oro. También hallaron un trabuco y otras armas de fuego, además de doscientos cartuchos. El trabuco – dijo el periodista- fue el que usó Batlle y cargaba dieciséis balines. Teniendo en cuenta la falta de datos que nos proporciona el Diario de Barcelona, hemos de creer que algunos de los acusados lo fueron, simplemente, por causa de su parentesco con los sospechosos principales. En cualquier caso, el día 8 de mayo, antes que se realizase la vista del consejo de guerra, la prensa adelantaba quienes de entre los acusados serían condenados a muerte y en qué lugares se llevarían a cabo las ejecuciones. Los pronósticos acertaron en todos los casos.
El 10 de mayo, a las 9 de la mañana, los inculpados por los secuestros de Sants fueron conducidos en tartanas hasta la sala del juicio. Los mozos de escuadra, un piquete de caballería y otro de infantería, escoltaron la comitiva. Una multitud presenció en tránsito de los presos. No nos consta noticia alguna del desarrollo del consejo de guerra. Únicamente sabemos que se escenificó en el edificio de la fundición, o del refinado, delante de las Drassanes del puerto de Barcelona y que Jaume Batlle intervino defendiendo su inocencia y sosteniendo que no había hecho daño a nadie.
Los condenados a muerte cayeron ejecutados, por turnos, en días y lugares diferentes. Jaume Batlle, Benet Roura, Francesc Roura y Josep Miró, sufrieron el garrote el día 18 de mayo de 1848 a las dos de la tarde, en el portal de Sant Antoni de la muralla de Barcelona. Josep Solsona, Joan Vilarregut, Pau Rivera y Antoni Gatuelles, fueron ejecutados por el mismo método, delante del café de Sants, a les 3 de la tarde del día 19. Esteve Valdès, Pere Vila y Eduald Viver murieron de la misma manera en un cadalso montado cerca de la vía férrea (en construcción) de Barcelona a Mataró, en la playa de Badalona. El periodista describe el estado de ánimo de los condenados, camino del suplicio y dice que el menos preocupado fue Pau Rivera, alias Pau “el boig”, el cual hizo el trayecto fumando un cigarro. Este hombre y Gatuelles, se mostraron absolutamente indiferentes a la religión. Pau, estando en capilla, rechazó los auxilios espirituales y no quiso arrodillarse ante el sagrario. El redactor del Diario de Barcelona comentaba que, por lo menos, Gatuelles no organizó ningún escándalo, por causa de su falta de creencia, a diferencia del leridano. Algunas de las mujeres acusadas fueron condenadas a 10 años de prisión y a 6 años, las otras. Pasados muchos días desde las ejecuciones, la policía seguía buscando el dinero de los rescates que todavía no había podido recuperar y a finales del mes de junio, el Brusi informaba que el comisario Serra ordenó el registro de la casa de los Solsona, en Arenys de Mar, en la cual encontró 43 onzas de oro.
Las noticias periodísticas de los secuestros de Sants recuerdan, forzosamente, las crónicas que puntualmente publicó el mismo rotativo un par de años antes, sobre el desarrollo de las sesiones del proceso de los trabucaires de Perpiñán. Da la impresión que el cronista fue influenciado, conscientemente, o no, por los relatos de L’Indépéndent des Pyrennés Orientales y de Le Roussillonés. Claro que el proceso de los trabucaires de les Illes alcanzó gran fama y en el año 1846, antes que los condenados a muerte fueran guillotinados, la imprenta de Manuel Saurí, de la calle Ample, esquina con Regomir, de Barcelona, había publicado el libro titulado “Proceso de la asociación de malhechores de las Illas, llamados trabucaires”, mediante el cual, sin citar los autores, se recopilaban los artículos del Diario de Barcelona. A la vez, dichos artículos constituían la traducción directa de las reseñas de la prensa rosellonesa. En ambos casos criminales, constatamos algunas coincidencias en los hechos relatados: uno de los rehenes desfallece durante el trayecto hacia la cautividad; los cabecillas de las partidas, cada uno a su manera, son descritos como tipos impresionantes; la estrategia de los secuestradores es casi idéntica: un grupo pequeño de hombres se encarga de la acción principal, un grupo más numeroso vigila los alrededores y una vez realizados los secuestros, un tercer grupo de reserva se junta con los ejecutores; en cada uno de los dos casos, uno de los trabucaires resulta muerto por la policía; asimismo, la forma de entretener a los policías por parte de los habitantes de la casa de Arenys de Mar que había de ser registrada, constituye la aplicación de una norma del “código de los trabucaires”[81] y es muy similar al método que se utilizó en el caso de la masía de las Solanelles de la cual huyeron catorce trabucaires, después de matar un par de gendarmes; la táctica para proceder al pago de los rescates, parece idéntica en uno y otro caso, obligando al mensajero de las familias de las víctimas a recorrer un trayecto por la carretera, durante el cual se encontraría con los apoderados de los trabucaires; el transporte de los trabucaires detenidos hasta la sala del juicio, en el caso de Barcelona, fue casi calcado del de Perpiñán. Finalmente, las ejecuciones de los condenados a muerte, en el caso juzgado por el tribunal Montpelier, como del juzgado por el tribunal militar en Barcelona, se llevaron a cabo en lugares distintos y emblemáticos, pensando en los puntos geográficos que devinieron significativos en el desarrollo de los respectivos crímenes y en el escarmiento de la población- Ceret y Perpiñán, en un caso; Sants, Barcelona y Badalona, en el otro.
Precaución, silencio, movimientos rápidos, adaptación de los planes a las características del terreno y de sus soldados, estrechas relaciones con los soldados rasos […] no sabía nada de los patrones vigentes sobre estrategia o disciplina. Una de las debilidades del ejército federal consiste en que sus oficiales están totalmente impregnados de la teoría militar tradicional. El soldado mejicano todavía permanece, mentalmente, a finales del siglo XVIII. Sobre todo, es un guerrillero, libre, individual. John Reed. Méjico insurgente.
El día 1 de abril, Josep Masgoret i Marcó[82] recibió el nombramiento de comandante general interino de la fuerza de los rebeldes catalanes, substituyendo a Joan Castells i Rosell. El titular del cargo era Ramon Cabrera. Masgoret publicó una proclama mediante la cual exponía su pensamiento político. El general deseaba que desaparecieran las ideas que sostenían los diferentes colores partidistas, razonaba que el patriotismo catalán constituía la razón esencial de su lucha, rechazaba las influencias extranjeras, sobre todo, las ideas progresistas y revolucionarias, así como se proponía defender los fueros a la vez que prometía trabajar para instituir la diputación catalana única.
La prensa reflejó la presencia estable de Borges en la Conca de Barberà, cerca de Montblanc. El día 5 de abril, Borges se trasladó a Guimerà, en la comarca del Urgell con el fin de liberar los presos que allá se encontraban. Después, volvió a la Conca, concretamente a Vimbodí, para protegerse en el terreno agreste del Tallat. El Fomento del día 10 informaba del secuestro del preboste Joan Masgrau, cerca de Girona, cuando se dirigía a la hacienda del señor Camps i Avinyó. Los trabucaires encerraron al rehén en una cueva y, aun el despliegue de mozos de escuadra que se llevó a cabo, nadie sabía en qué lugar permanecía el prisionero.
A la mañana siguiente que fueran secuestrados los señores de Sants, el día 11 de abril de 1848, Marçal se paseaba por Cantonigròs y Grau d’Olot. Guiaba una tropa uniformada con blusas azules y boina roja. Algunos rebeldes que se habían rendido al ejército, vestían camisas y capotes que se abrochaban con botones que llevaban la marca de la “republique française”. Esta noticia y otras- como que el nuevo régimen francés había abolido la pena de muerte y la exposición pública de los condenados- confirmaban el carácter “comunista” que algunos atribuían a los revolucionarios franceses y reforzaba la creencia del gobierno español respecto la connivencia existente entre el régimen del país vecino y los rebeldes de este lado de la frontera, sobre todo con los republicanos. Pero estas sospechas se desvanecieron poco a poco, debido a la rivalidad existente entre Francia e Inglaterra y la certidumbre respecto la ayuda que la última potencia mencionada prestaba a los facciosos.
El día 12 de abril de 1848, Bou entró en Torelló y el ejército tomaba trece prisioneros en un choque con los montemolinistas, ocurrido cerca de Manresa. Este mismo día la partida de Marçal atacó una patrulla de la guardia civil ante las puertas de Girona y se apoderó del alijo de armas que custodiaban; dos sargentos de la guardia civil resultaron muertos y dos sargentos más y un soldado, heridos. En Gandesa apareció una partida de numerosos trabucaires dirigida por el brigadier Joan Torné, la cual, bajando del Port del Comte, en dirección a Horta, sorprendió a la patrulla del teniente Pombo Somoza. El teniente consiguió huir de la encerrona, saltando por los barrancos pero el sargento y los soldados de su formación cayeron prisioneros de los carlistas.
Durante los días 14 y 15, Boquica y Masgoret se enfrentaron a los soldados de la reina cerca d’Alpens, aunque, el mismo día 14, la prensa situaba a los dichos jefes en Prats del Rei, cerca de Igualada. Intermitentemente, los periódicos informaban de la detención y prisión de determinados trabucaires, los cuales entraban en capilla, previa a su fusilamiento o a darles garrote. El día 15 fueron ajusticiados Pere Alegre, alias Gallina y Pere Sabater, alias Sorts. Alegre había formado parte del grupo de Antoni Aguilera, alias el Fregaire, el cual, aun siendo republicano, también fue un hombre de Caletrús. Pere Sabater sirvió a los Tristany y después se domicilió en Sant Andreu del Palomar. El día 15 se supo que habían sido fusilados los matiners Pere Abelló, Joan Miquel, Francesc Cavallot, Josep Costa, Francesc Armengol, Pau Roca y Pere Valls, todos los cuales servían forzadamente en el bergantín Fígaro y que se amotinaron estando en el mar, cerca de la villa andaluza de Motril. Posteriormente, como veremos, también se supo que otros rebeldes, condenados a servir en tierras americanas, se apoderaron de la nave que los transportaba.
El día 16, Estartús permanecía en la Vall de Bianya. El día 17, el periódico informaba que Bou, acusado de bandolerismo, había sido fusilado por orden de Marçal. Pero, el mismo periódico del día 25, desmentía esta noticia y matizaba que resultaba dudoso que Bou hubiera sido pasado por las armas. El día 20, Boquica entró en Prats de Lluçanès. El día 23, las columnas de Vic, Terrassa y Moià perseguían a Castells y Poses hasta Sant Llorenç Savall. Los soldados liberales sorprendieron a los rebeldes mientras asistían a misa. La información incluía la noticia de que estos matiners llevaban preso a Bou. Pero, la información no resultó verídica puesto que al fin, sucedió que la columna de Moià se perdió en un bosque y los matiners la cercaron y mataron unos cuantos soldados. Otras columnas del ejército acudieron en la ayuda de los asediados y se produjo un choque importante. Aun cuando el informador despreció a los matiners, al afirmar que de los cuatrocientos voluntarios que participaron en esta lucha, solamente ciento cincuenta disponían de arma de fuego, el hecho es que los gubernamentales perdieron estrepitosamente la partida. La misma gacetilla revela que muchos rebeldes vestían uniforme, el cual se componía de blusa azul, pantalones y boina rojos. En la boina llevaban una inscripción consistente en el número 3 y la letra P.
El día 26, el periodista relacionaba unos trabucaires que habían sido muertos en Arenys de Mar con la partida de secuestradores de Sants. El día 27 de abril, Castells fue visto cerca de La Garriga y distintas partidas de trabucaires también fueron divisadas en Aiguafreda y en Vallfogona. Llegaban noticias de diversos grupos vistos en Granollers, Caldes, Centelles, Sant Cugat del Vallès, en varias poblaciones del Baix Llobregat, en Moià, L’Estany, Terrassola y Santa Maria d’Oló.
El día 28, las escuadras de Perelada y una columna del ejército destinada en Banyoles perseguían un grupo de trabucaires. Como ocurría casi siempre, los perseguidos se escaparon y los militares tuvieron que conformarse con la detención de tres hombres que habían dado refugio a los rebeldes y de los alcaldes de Biert y Canet d’Adri por no haber llamado a somaten.
El día 29 de abril el ejército venció a Masgoret y entre las pérdidas que éste sufrió se contaba el brigadier Pere Gordana, el cual recién había llegado de Francia. En la misma fecha aparece una noticia referida a Planademunt, apodado por el redactor del periódico, “el segundo que fue de Felip” y de acuerdo con la cual, Rafael Sala fue cercado en la villa de Agullana (Alt Empordà), produciéndose una batalla en medio de la población. El ejército le tomó nueve prisioneros y cuatro armas de fuego. Además ocasionó cuatro muertos y diversos heridos a la tropa rebelde. Los soldados de la reina perdieron un oficial, un soldado y un caballo. Planademunt huyó y luego fue visto pasando a Francia por La Manera. El periódico aprovechó la ocasión para recordar la culpabilidad de Planademunt en relación a la muerte de los aduaneros de La Vajol y del capitán Cebollino, al cual Rafael había apresado cerca de la frontera, así como del asesinato del cura de Sant Sadurní de la Bisbal y de su ama de llaves[83]. Se informaba desde Olot que Brujó y otros cabecillas montemolinistas permanecían en La Manera y en Sant Llorenç de Cerdans, reclutando adeptos para sus partidas.
Se detectaron grupos de rebeldes en Alella, Calaf, Castellterçol y en la Cerdanya.
Una vez consolidada la república, se produjo el cambio de actitud en el gobierno francés que el gobierno español estaba esperando ansiosamente. Hasta aquel momento, las autoridades francesas se mostraron negligentes en el control de los refugiados españoles, a los cuales permitían la libre circulación por su territorio. Pero, al iniciarse el mes de mayo, el comisario general del departamento de los Pirineos Orientales ordenó que en 48 horas, todos los exiliados españoles se presentasen al cónsul de su país, a fin de acogerse a la amnistía de la reina, o a las comisarías y que les fueran librados los pasaportes para que se trasladaran al interior de Francia. Los que no cumplieran la orden, serían expulsados a España. Naturalmente, las directrices del comisario general fueron desoídas y un par de meses más tarde, el responsable policial del departamento volvió a la carga con otro decreto que recordaba la necesidad de que los extranjeros gozasen de autorización para residir en la zona de dieciséis miriámetros, a tocar de la frontera, que les había sido reservada. El día 30 de abril, una partida numerosa de carlistas intentó entrar en España por la collada de Ares pero fue rechazada por el ejército, después de un fuego entrecruzado que se produjo en Molló. Los rebeldes sufrieron cuatro muertos y el ejército, un muerto y cuatro heridos.
Durante el mes de mayo de 1848, la intensidad de la rebelión no disminuyó. El día 2, cincuenta matiners se instalaron en Alella. El día 5, Castells entró en Tona y ocurrió un encuentro importante en Sant Joan de les Abadesses. Marçal se apoderó de Cassà de la Selva. El día 10, el Diario de Barcelona confirmaba la muerte de Ramon Tristany, ocurrida el día 7, durante el último choque con el general Paredes pero después se demostró la falsedad de la notícia.
El mismo día 10, la prensa reconocía que en Madrid se habían levantado los progresistas, ayudados por una parte de la tropa militar de la capital. El periódico del día 12 de mayo, explicaba los detalles del levantamiento madrileño. Parece ser que los revoltosos sumaban centenares de personas, aunque, de entrada, la prensa quiso simular que solamente había ocurrido una manifestación espontánea de soldados y de civiles, la cual había sido rápidamente sofocada por el ejército. Posteriormente, se supo que, en la puerta de Alcalá trece sublevados habían sido pasados por las armas.
Durante estos días, Marçal abandonó las comarcas gerundenses y penetró hasta Granollers, dio la vuelta hacia la costa marítima, pasó por Orrius y llegó a Vilassar de Mar. La desfachatez de los rebeldes era extraordinaria y aunque topaban intermitentemente con el ejército, llegaron al Maresme sin que el ejército de la reina se lo pudiera impedir. La columna de Mataró presumía de que, cerca de Orrius, había herido a Marçal en una pierna y en un dedo. Se rumoreaba que sería necesario de amputar el apéndice del coronel.
A finales del mes de mayo, el periódico afirmaba que Joan Castells había confesado que se sentía republicano y que, por esta razón, Brujó lo declaró traidor, así como también condenó a Marçal y a Poses[84] por la connivencia que practicaban con las partidas republicanas. Durante los primeros días de junio de 1848, Castells dividió su tropa con el fin de dar apoyo a Marçal en la persecución de unos prófugos que habían cometido actos de bandidaje- quizá, partidarios de Bou- y cuando Gonfaus, el día 11, los atrapó no tuvo ningún reparo en fusilarlos. Tiempo después, Brujó acompañó al republicano Ametller en algunas maniobras cerca de la frontera, que fueron denunciadas por las autoridades francesas.
El 13 de mayo se produjo el levantamiento republicano de Sevilla, el cual- según la prensa- fue rápidamente sofocado por las autoridades gubernamentales[85]. El Brusi informaba de alborotos republicanos en Sant Martí de Provençals y en Santa Coloma de Gramanet. Mientras, Marçal entraba en Calella de la Costa.
El día 23, Masgoret, Castells y Gómez atacaron a las tropas liberales entre Sant Jaume de Frontanyà y La Pobla de Lillet, ocasionando 4 muertos y 27 heridos a los gubernamentales. En esta acción, los matiners consiguieron 105 prisioneros, pero los tuvieron que abandonar ante la acometida de las columnas provenientes de Berga.
El 24 de mayo, Estartús exigió contribuciones a los pueblos de los alrededores de Olot y como sea que las municipalidades se resistieron al pago de las mismas, publicó una orden, en nombre de la “Recaptadora Superior de las Fuerzas Reales de Cataluña” mediante la cual reconocía que los pueblos mencionados habían despreciado su ordenanza fiscal y que, teniendo en cuenta que no quería exponer sus soldados a las desgracias que originaba la práctica de las exacciones contributivas, ordenaba el aislamiento de Olot y que los vecinos de los pueblos circundantes que visitaran esta capital comarcal, fuesen castigados con doscientos bastonazos y la requisa del género que llevasen consigo. Los que consiguiesen entrar en Olot serían oportunamente denunciados por los confidentes a la autoridad carlista, la cual les impondría una multa de 20 reales, la primera vez y cuatrocientos bastonazos, la segunda- la corrección física debería serlos aplicada en la plaza del pueblo del que provinieran. Los alcaldes que no publicitasen esta circular incurrirían en la misma pena. Las autoridades municipales procurarían que se situaran vigilantes en la carretera de Olot, con el fin de hacer cumplir la ordenanza y el gasto que ocasionase la medida, sería pagado por los ayuntamientos. A la capital de la Garrotxa solo podían llegar los alimentos. El periodista aprovechaba la ocasión para criticar la falta de humanidad de los matiners. Estartús grababa el transporte por carretera pero también exigía una contribución de 8000 duros a la ciudad. Con el objetivo de conseguir la satisfacción de la exacción, se esforzó en obstruir la construcción de la carretera a Vic, disparando a los trabajadores. Entonces, los obreros se negaron a trabajar si no gozaban de protección. El bloqueo de Olot se prolongó hasta el 7 de junio.
El 25 de mayo, la columna de Sant Hilari de Sacalm atacó a bayoneta las posiciones de los correligionarios de Marçal, cerca de Viladrau. El 26 de mayo, Carlos Llauder, gobernador superior político de Girona, se quejó de que los trabucaires habían permanecido en Besalú con absoluta connivencia de la autoridad municipal y de los habitantes del pueblo. Por dicha causa, el gobernador impuso una multa de diez mil reales al ayuntamiento. En la mima fecha, Forcadell, Boquica y Gómez atacaron Castellar de N’Hug. Ocuparon la parte más alta del pueblo y las masías del entorno.
La relación de capturas que presentaban los mozos de escuadra en fecha 1 de junio demostró que la lucha contra los facciosos constituía la dedicación prioritaria de la policía. Todos los detenidos que aparecían en el listado, lo habían sido por poseer fusiles recortados, o pólvora, por haber adquirido armas, por viajar sin documentos, por haber dado refugio a trabucaires– se encarceló a una familia entera por esta causa- o, como fue el caso de una mujer de Folgueroles, por haberlos avisado que se acercaba una columna del ejército. El día 27, Masgoret ocupó Bagà. Para esta operación Masgoret pensó que contaría con la ayuda de Castells pero éste no se presentó al campo de batalla. Entonces, Masgoret lo destituyó del cargo. A partir de aquel momento cesó la colaboración que mantenían ambos.
A finales de mayo, Ferdinand Lesseps, antiguo cónsul francés en Barcelona, fue nombrado embajador de la república ante el gobierno español. Narváez lo recibió cordialmente y le confirmó que España había reconocido la república francesa. Los periódicos comentaban que la amistad entre ambos países, aun teniendo en cuenta las diferencias de regímenes políticos, constituía un ejemplo positivo que contrastaba con la actitud del gobierno inglés hacia España. Las consecuencias de la nota diplomática del embajador Bulwer, del 7 de abril, todavía coleaban. La prensa no dejaba de recordar la cuestión de la intromisión de Lord Palmerston en los asuntos españoles y aprovechaba cualquier detalle, como, por ejemplo, las intervenciones de los diputados de la oposición en el parlamento británico, una nota crítica publicada por The Times o, incluso, las declaraciones de neutralidad del capitán de una nave inglesa amarrada en el puerto de Barcelona, para distinguir el pueblo británico- que se suponía pacífico y amigo de España- de su gobierno belicoso.
El 5 de junio se produjo un tumulto en Martorell. A las ocho y media del atardecer, unos hombres, parapetados detrás de unos carros que habían sido aparcados en medio de la plaza, dispararon contra el cuartel de la guardia civil. Era un día festivo y la gente, al escuchar los disparos, huyó asustada de los salones de baile. El periódico no mencionaba la bandera de los atacantes y eso significa, como se comprobó, que se trataba de republicanos.
Durante los días 8 y 9 de junio, Masgoret y los Tristany llevaron a cabo unas maniobras de amplitud con el fin de llamar la atención de las tropas enemigas y facilitar la entrada de Cabrera en territorio español. El día 9, el Estudiant fue visto en Esparraguera.
El día 14 un grupo de matiners llegó a Sabadell, se presentaron en los cafés buscando al alguacil y al “nuncio”, con el fin de que les acompañasen a las fincas cuyos dueños poseyeran caballos. Finalmente se llevaron cuatro o cinco bestias, incluida una que era propiedad del alcalde. El capitán general multó con 4000 duros a la municipalidad por no haber actuado contra los asaltantes. A mediados de mes, aumentaron las apariciones de partidas numerosas de rebeldes y las requisas- sobre todo, de caballos.
El 17 de junio fueron abatidos tres trabucaires encargados de cobrar contribuciones en beneficio de Marçal. Jubany, como represalia por el impago de las exacciones que exigía, ordenó el cierre de la acequia de Monars, mediante la cual Girona se abastecía de agua. En realidad, esta acequia fue destruida muchas veces por los carlistas.
El Diario de Barcelona explicó la defensa heroica de su propiedad que opuso el hacendado Galofré, del Penedès, al ataque de los 94 trabucaires de Vilella y Manyé. La masía de Galofré estaba formada por dos edificios comunicados por un pasadizo. El dueño, sus hijos (hijo e hija) el rentero y su chico, resistieron parapetados en uno de los edificios hasta que fue incendiado por los asaltantes. Entonces se escondieron en el pasadizo y desde allá aun consiguieron matar un par de trabucaires y herir a seis más. El hijo del rentero murió en el enfrentamiento. Finalmente, Vilella abandonó la lucha pero antes pidió conocer a su adversario. Galofré accedió a la petición pero con la condición que Vilella y seis trabucaires desarmados se situasen a la distancia de la mitad del alcance máximo de su fusil. Vilella cumplió la condición y Galofré salió de su escondite. Entonces, Vilella le saludó respetuosamente e inmediatamente, levantó el sitio.
El 20 de junio llegaron noticias de Planademunt. El cabecilla de Santa Pau, al frente de 200 hombres, fue descubierto mientras viajaba desde Seva a Viladrau. La quinta sección de la primera brigada auxiliar de Vic le persiguió y mató a tres de sus trabucaires. Marçal también rondaba por los alrededores y a la mañana siguiente- día 18- de haber pernoctado en la casa Mas Ferrer, de Sant Sadurní d’Osomort, se dirigió al Pla de la Calma. El día 20, Cabrera fue visto en Sant Llorenç de Savalls pero luego se desmintió el avistamiento.
Él también había cambiado. Era un Cabrera que si bien atraía a los progresistas y a los republicanos, en cambio no gustaba como antes a los que buscaban al caudillo de la primera guerra. Ferran Soldevila. Historia de los Catalanes.
… durante la campaña, Savalls rompió con Cabrera, después de un altercado violentísimo que ocurrió en Amer. Josep Pla. Un señor de Barcelona.
La personalidad individual es una cosa clara, visible, tangible. La personalidad nacional constituye algo menos concreto. Nadie podrá discutir lo que es el hombre. Puede ser objeto de discusión que cosa pueda ser la nación. Antoni Rovira i Virgili. “El nacionalisme”.
Los cronistas de la época coinciden en recordarnos que, para empezar, Ramon Cabrera se resistió al llamamiento de Montemolín para que encabezara el levantamiento de los matiners. En el año 1850, un biógrafo no identificado, aseguró que cuando Cabrera decidió entrar en el Principado, pronunció la siguiente sentencia: “Voy porqué el honor y el decoro me lo mandan así; pero, tengo el presentimiento de que todas estas esperanzas serán fallidas”[86]. El hacendado Rafael Puget, de Manlleu, opinó en las memorias que le escribió Josep Pla, lo siguiente: “Pero, Cabrera, que en la primera guerra fue llamado ‘el tigre del Maestrazgo’ devino, durante la guerra de los matiners, el gato de los Pirineos. Cabrera cargaba ya, en su interior, el escepticismo incurable que le había infiltrado la vida en un ambiente civilizado- Londres”[87]. Esta reflexión refleja la realidad, solamente a medias, aunque la percepción de Puget haya sido compartida por mucha gente. En realidad, algunas sinopsis biográficas del general carlista, escritas durante el siglo XX, pasan de puntillas por la participación que tuvo Cabrera en la guerra de 1846 a 1849, o incluso la olvidan. Sobre todo, los historiadores y hagiógrafos no catalanes, más proclives al ideario absolutista de la primera ola carlista y los que se limitan a escribir la historia de España desde el punto de vista de la capital del reino, muestran predilección por recordarnos al héroe y al estratega militar de la guerra de los siete años, contrapuesto al exiliado escéptico que, al final de su vida, se negó a participar en la carlistada de 1872 a 1876 y acabó prometiendo fidelidad al rey Alfonso XII.
Ciertamente, el “manifiesto a la nación” que firmó Ramón Cabrera, el 11 de marzo de 1875 en Paris, mediante el cual explicaba las razones que tenía para someterse al joven Alfonso XII, daba una ojeada a la guerra de 1848, casi irónica. Cabrera consideraba que la primera guerra fue verdaderamente justa y popular, ya que se llevó a cabo para “sostener todo aquel mundo de instituciones seculares, de costumbres piadosas y tradiciones queridas”. Pero, la guerra de los matiners se produjo- dice el tortosino- por añoranza, ya que en 1848 “[…] aquel mundo que había desaparecido de la realidad, aun permanecía en la memoria […]”. Incluso teniendo en cuenta el escepticismo ideológico que, sin duda, marcó a Cabrera, el hecho constatado es que los datos publicados por la prensa barcelonesa, durante la segunda guerra del siglo XIX, nos muestran un militar plenamente activo, temido por las fuerzas gubernamentales, el cual se adaptó a la lucha guerrillera aunque, a la vez, hizo todo lo posible para cohesionar el ejército rebelde en Cataluña, con el objetivo que se convirtiera en el núcleo de la fuerza armada de los antiguos territorios peninsulares de la corona de Aragón.
Desde finales de junio de 1848, hasta el mes de abril de 1849, Cabrera parecía estar presente en todas partes y cada semana, el Diario de Barcelona lo mencionaba. En este sentido le cuadraba la comparación con un felino, fuera tigre o fuera gato, pero la referencia a la falta de fuerza depredadora, implícita en la alegoría de la conversión del animal grande y feroz en otro del mismo género, aunque pequeño, esquivo y miedoso, constituye una simplicidad. Cabrera, acusado por la prensa liberal conservadora de haber actuado de forma cruel y sanguinaria durante la primera guerra- sobre todo, a partir que el ejército liberal le fusiló la madre- ocho años más tarde, retornó a territorio español imbuido de ideas liberales y un poco románticas, en parte anticlericales, propias del liberalismo conservador británico. Este ideario le facilitó la alianza con las tendencias republicana y liberal de izquierda de los matiners pero también le enfrentó al absolutismo del carlismo apostólico de los castellanos, navarros y vascos. Claro está que el cambio de mentalidad del tortosino quizá no fue tan brusco como hemos supuesto ya que, por lo menos, el príncipe Lichnowsky testimonió que el general, con quien habló durante el año 1837, le confesó que estaba harto de las intrigas que tejían algunas personas que rodeaban a Carlos V y se definió de la siguiente manera: “Yo sé que dicen al rey que no soy un beato. Quizá no sea un santo pero obro milagros”. El príncipe también se refirió al poco entendimiento que existía entre Benet Tristany y Cabrera, así como a la enemistad mutua que sentían el tortosino y Josep Pons, alias Pep de l’Oli. Es decir, antes de que Cabrera se exiliase a Londres, el ala más integrista del carlismo ya lo moteaba de poco piadoso y por lo tanto, de poco fiel a la causa carlista. También veremos que durante la guerra de los matiners, la enemistad del general tortosino con los Tristany y muy especialmente, con Pep de l’Oli se mantuvo y tuvo consecuencias importantes en el curso del levantamiento.
Nos podemos preguntar- y eso ya se lo cuestionaban los coetáneos de aquella guerra- cual era la causa que motivó a Cabrera, pensando cómo pensaba, a aceptar la responsabilidad de conducir el ejército de Montemolín e incluso, cómo podía ser que aun se mantuviera fiel al carlismo. La respuesta es obvia. La revolución de 1848, en todas partes de Europa, enfrentó liberales conservadores con los tradicionalistas, con los liberales de izquierda, progresistas y socialistas pero también contrapuso el modelo del estado liberal francés con el modelo británico- centralista y administrativista, el primero, y descentralizado y consuetudinario, el segundo. No se puede poner en duda que Cabrera y el mismo Montemolín eran anglófilos, en parte por convencimiento y en parte debido a que el gobierno inglés les protegía, los ayudaba y les alentaba en la revuelta. Este posicionamiento situaba a los montemolinistas con los pies en tierra y les otorgaba alguna posibilidad en la lucha contra la rama borbónica que ocupaba el trono español. Por el contrario, el enfrentamiento con el liberalismo conservador, en nombre del rancio absolutismo, los hubiera expulsado de las corrientes políticas y revolucionarias que predominaban en Europa y que tenían raíces profundas en el liberalismo radical. Es decir, al entorno de 1848, un levantamiento en nombre, simplemente, del absolutismo feudal no podía haber arrastrado a muchos catalanes. Claro está que, entre los insurrectos se encontraban los Tristany, a los cuales no podemos listar entre los “apostólicos” pero que tampoco confraternizaban con el liberalismo. Posiblemente, desde la perspectiva ideológica, los Tristany representaban una especie de conservadurismo romántico, basado en la consideración paternalista del pueblo, al cual los señores naturales del territorio debían proteger y castigar, cuando fuera necesario, sin obstruir la libertad basada en el orden consuetudinario local. La mentalidad extemporánea de los Tristany, enfrentó esta familia con Ramon Cabrera, casi con la misma intensidad con la que también les enemistó con los absolutistas fanáticos del carlismo y con los liberales del gobierno español. No obstante, de alguna manera, la vertiente extremadamente conservadora que representaba la familia de Ardèvol cubría las aspiraciones de una poción de la población campesina, añorada de un tiempo pretérito, inevitablemente mitificado en la seguridad que conllevaba la forma de vida basada en la escala ancestral de valores, ciertamente clasista pero también, individualista.
La anglofilia de Montemolín y de Cabrera, así como las ideas liberales que a menudo exhibían muchos carlistas catalanes, preocupaban seriamente a los estamentos oficiales de Madrid. En realidad, los rebeldes respondían con un abanico ideológico amplio y tolerante a las esperanzas de diferentes sectores sociales de la población. Si al populismo mencionado, le añadimos el trato humanitario que los rebeldes dispensaban a los prisioneros y también a las gentes de los pueblos que ocupaban- característica en la que se distinguieron Masgoret, Marçal y muchos otros comandantes significativos de la rebelión, incluidos los republicanos- así como el renombre extraordinario de Ramon Cabrera, en tanto que estratega militar, es evidente que, en el aspecto publicitario, los matiners fueron más efectivos que el gobierno.
Un extenso artículo del periódico madrileño La España, de 27 de diciembre de 1848- al cual nos referiremos más adelante, por causa de los ataques que contenía contra Cataluña- ponía de manifiesto indirectamente, los temores del gobierno. Según la tesis del comentarista, Montemolín era un mequetrefe vendido al oro inglés y la ideología confusa que sostenía no merecía ningún aprecio. Por lo tanto, Cabrera constituía el único peligro real. El artículo citado decía lo siguiente: ”El nombre y la persona del príncipe que se deleita y luce sus atavíos en los saraos aristocráticos de Londres, mientras los viejos soldados de su padre mueren en las gargantas de los montes, invocando lo que ya no es, no significa, no puede significar nada en el mundo político. Primero, porque nada ha hecho a favor de la causa. Segundo, porque esta causa no viene vestida con los colores nacionales, sino con los colores ingleses. Tercero: porque el principio proclamado por Montemolín, no es el principio absolutista, sino el principio constitucional. Cabrera es hoy quien, superior al príncipe, reúne en si todo el poder y todo el porvenir de la causa carlista. Por eso no debe descansar el gobierno de SM hasta inutilizar la única persona capaz de prolongar una lucha”. Por lo tanto, aparentemente, el periodista quería explicar que la guerra en Cataluña constituía un problema estrictamente militar y no político. Pero, precisamente, los gobernantes de Madrid temían el populismo y el liberalismo de los matiners– entiéndase en el sentido político pero también, de talante personal- el cual fue bien representado por Cabrera.
La cuestión de cuando el general Cabrera abandonó el exilio inglés, entró en territorio español y se encargó de tomar las riendas de los rebeldes, ha sido discutida. Josep Llord sugiere que eso sucedió durante el mes de marzo de 1848 y, de hecho, esta fecha coincide con el empuje bélico y la aparición en las páginas de los periódicos de muchos jefes carlistas que hasta el momento se habían mantenido escondidos, o procuraban pasar desapercibidos;por ejemplo, Planademunt y Savalls. Está claro que los hombres mencionados actuaban a caballo de la frontera y de forma directa o indirecta, fueron implicados en los hechos el proceso de los trabucaires de Perpiñán, por lo cual se mantuvieron en actitud prudente, hasta que fue derrocada la monarquía francesa. Pero, en cualquier caso, el levantamiento carlista, en septiembre de 1846, no fue seguido inmediatamente por todos los correligionarios del pretendiente y constatamos que, solo a partir de marzo de 1848, justo cuando se rumoreaba la llegada de Cabrera, aparecen en la escena bélica unos cuantos jefes famosos.
Las autoridades del gobierno español, empezando por el general Pavía, siempre sostuvieron que Ramon Cabrera entró en territorio español durante la noche del día 24 de junio de 1848, aprovechando los festejos de San Juan. La biógrafa del general, Conxa Rodríguez Vives, afirma que el tortosino cruzó la línea el día 23 y ésta es, también, la fecha certificada por los cronistas de la época[88]. Entonces, Cabrera había cumplido los 42 años. Se decía que salió de Oceja, en la Cerdanya, que pasó por el Pla de Salmes y que le acompañaba un grupo de 18 jinetes, los cuales se cubrían con gorros parecidos a los de la Guardia Nacional francesa. También se decía que el día 25, el general durmió en Perafita- parece muy raro que Cabrera hubiera podido recorrer en una jornada, una distancia tan larga- y algunos garantizaban que Castells, Boquica y otros cabecillas se habían puesto a sus órdenes, entre los cuales, alguien quiso descubrir al terrible Patricio Zorrilla[89]. Un testigo que pudo ver a Cabrera de cerca, dijo que era un hombre pequeño, delgado y de piel oscura[90]. Poco a poco, la opinión pública se convenció que el general tortosino permanecía en territorio del Principado y que intentaba cohesionar y conducir las fuerzas rebeldes. Aun aceptando este hecho, las autoridades tampoco negaron que, desde unos meses antes, Cabrera se hubiera mantenido a caballo de la frontera, residiendo en Sant Llorenç de Cerdans (Alt Vallespir) y que, por lo tanto, devenía probable que durante el periodo previo a su entrada oficial, hubiese dirigido o encabezado algunas incursiones al sur de la frontera. En realidad, el día 10 de junio, la autoridad del gobierno había movilizado las tropas destinadas en las comarcas gerundenses debido a que temían que Cabrera hubiese pasado a territorio español.
El día 14 de junio, el Brusi se hizo eco de la carta escrita por “una persona de la alta montaña” que había militado en las filas carlistas: “Solsona, 9 de junio.- Hay quien supone que Cabrera se pondrá al frente de los trabucaires. Aun cuando dudamos mucho que tal suceda, si sucediese, no daríamos a tal suceso la menor importancia, porque Cabrera no conoce este país, ni es aquí conocido y sobretodo porque el Cabrera de hoy no es el de otros tiempos, pues su comportamiento durante la emigración y el desdén con que trataba a sus compañeros y ciertos misterios y sus poco edificantes costumbres le han valido el descrédito entre los suyos. A parte de todo esto, las circunstancias han variado completamente”.
Esta carta – enviada desde el territorio de los Tristany y del barón de Abella- confirmaba la división existente en las filas carlistas. En primer lugar, los llamados “apostólicos” nunca, desde la guerra anterior, habían querido a Cabrera, al cual consideraban un liberal y un escéptico en materia religiosa. Durante la guerra de los matiners, además, lo tacharon de adúltero, ya que convivía con una dama anglicana- con la cual se casó, en doble ceremonia católica y anglicana, después de la campaña montemolinista[91]. Es en este sentido que debemos entender la acusación del autor de la carta, consistente en la falta de integración de Cabrera en el país y la referencia a sus hábitos “poco edificantes”. En segundo lugar, recordemos que Cabrera se resistió con determinación al llamamiento del pretendiente ya que consideraba que lo mejor para la causa consistía en promover las guerrillas, evitando el enfrentamiento de ejércitos. Además, los carlistas ortodoxos temían el sesgo social y guerrillero de la revuelta, el ataque a la propiedad privada, la mezcolanza con los republicanos, la promoción de cabecillas populares a oficiales del ejército, los secuestros de hacendados y, en definitiva, aquel tipo de guerra que consideraban contraria al ideario primigenio que defendían. Por eso no podían comprender que su rey apoyara a la chusma, enviando a Cabrera para que la dirigiera. La división existente entre los carlistas, a partir del primer exilio y hasta el último levantamiento del siglo, fue reconocida por los mismos protagonistas: “[…] la vida de la emigración (salvo muy dignas excepciones) sirvió, por desgracia, para que muchos perdieran todo sentimiento de la patria y para que se les entibiara el sentimiento religioso, llegando algunos por la necesidad y el hambre a alistarse en sociedades dudosas (se me indicó masónicas; no lo afirmo)”[92]
Las tendencias dentro del partido carlista fueron etiquetadas de “derecha” e “izquierda” y si atendemos a la carta que un grupo de oficiales navarros y vascos enviaron al conde de Montemolín, parece que también constituía una división territorial, casi étnica, entre los carlistas del norte y del centro de España- por un lado- y los catalanes y valencianos- por la otra. Los autores de este escrito, titulado por el periodista como “Exposición que han hecho varios jefes y oficiales carlistas navarros y vascongados al Conde de Montemolín” y fechado en Burdeos, el día 10 de mayo de 1848, se quejaban de anteriores “traiciones”, sobre todo del pacto de Vergara, con el objetivo de denunciar el fracaso del alzamiento iniciado en 1846, en el País Vasco. Aseguraban todos ellos que, a partir del momento en qué no prosperó la propuesta del matrimonio real entre el pretendiente y “su augusta prima” habían seguido el llamamiento del conde de Montemolín y “Entonces- recordaban los autores- huyó V.M. a Londres, llamó a las armas a todos los españoles, mandó que los emigrados corrieran a la frontera…” y ellos, una vez más se sacrificaron y cumplieron las órdenes de tomar las armas por la causa de D. Carlos. Pero, después de diez meses de expectativa, de privaciones y de esfuerzos, los generales del norte se dejaron prender por la policía y entonces el partido hizo saber a los 3000 jefes y soldados, destinados en aquel territorio, que podían volver al exilio (“a internarse”). Debido a esta nueva “traición”, equiparable a la de Moroto, todos los carlistas fieles quedaron en la miseria, sin medios de subsistencia y por eso querrían acogerse a la amnistía decretada por la reina el 17 de abril. Pero, antes de decidirse, preguntaban a su rey si aun era posible de llevar a cabo el alzamiento, ya que ellos quisieran acabar la carrera militar en el lado carlista. Algunas frases de esta carta son muy significativas: “ Hoy, Señor, se ve obrar el mismo plan, pues mientras el sospechoso Cabrera se le autoriza para obrar […] en Burdeos, Bayona y otros puntos perecen de hambre los vascongados, castellanos y navarros, y no se dispone cosa alguna para con respecto la derecha, siendo así que siempre ha sido apoyo de todo. ¿Es acaso porqué se sabe que será fácil destruir la izquierda no sublevándose la derecha?. Muchos piensan así, y no dudan que se procurará la sumisión a Isabel, sea para ahora, sea para cuando se destruya la izquierda…”
El 20 de junio, El Fomento aseguraba que “entre los carlistas hay una facción muy numerosa y respetable enemiga decidida de la presente intentona”. Una noticia del 20 de noviembre, informaba que “la discordia que media entre los trabucaires es grande; ya tenemos entre ellos los partidos de Catalanes y Castellanos; unos detestan a Cabrera, otros le proclaman su jefe”. El orden de la última frase de la cita, en relación a la primera, lleva al equívoco: los que detestaban a Cabrera deberían ser los castellanos. A principios del mes de julio, un montón de oficiales carlistas, disconformes con la manera que se guerreaba, volvieron a territorio francés, quejándose de que Cabrera mostraba predilección por cubrirse con un sombrero de tres picos, al estilo de los galos y que siempre aprovechaba la ocasión para sermonear a los trabucaires con ideas de humanismo e ilustración. Los desertores se mostraron hartos de tantos discursos moralistas. A finales del mes de julio, El Fomento lamentaba que Cabrera hubiera vuelto del exilio para ejercer el papel de filántropo humanitario, aunque, según el periodista, eso no haría olvidar la página sangrienta que dejó escrita en la historia mientras, durante la guerra anterior, dominó el Maestrazgo. El periodista recordaba que, entonces, el general mantuvo durante mucho tiempo sin comer a un grupo de prisioneros, hasta que éstos cayeron en el canibalismo. Después, sorteó a los supervivientes para fusilar a uno de cada cinco.
En cualquier caso, una parte de los veteranos que se añadieron a la lucha de los matiners con la entrada de Cabrera, desconfiaban totalmente de los trabucaires y consideraban que la situación de éstos se caracterizaba por la desorganización, la improvisación y la falta de objetivos. De hecho, nadie sabía quien mandaba en el ejército catalán del pretendiente. Por lo menos, en teoría, Brujó era el capitán general de Cataluña y Castells ocupaba el cargo de comandante general del ejército pero parecía que el general tortosino se apropiaba de las riendas de la guerra. Mientras, El Barcelonés- periódico cercano a los liberales de izquierda- negaba el apoyo a los matiners carlistas y proclamaba que “Entre la Constitución y el absolutismo hay un trayecto demasiado extenso para ser alcanzado”. El primero de julio, los periódicos madrileños aseguraban- y eso lo recogía el Brusi– que los comandantes facciosos de Navarra y de Guipúzcoa, habiendo comprado armas y caballos, ahora abandonaban los planes de guerra porqué no encontraban efectivos humanos. El día 9 de julio, aquel comunicador misterioso, “persona autorizada” de la alta montaña, volvía a la carga y aun admitiendo que Cabrera encabezaba los rebeldes montemolinistas, afirmaba lo siguiente: “hoy está tan aburrido y pesaroso de la intentona, qué no sabe que hacer: no se atreve a permanecer aquí y tampoco se resuelve a pasar el Ebro […] Cabrera ha hundido para siempre su reputación y su fortuna. Su nombre será confundido ya con el de los bandidos á cuya cabeza se ha puesto; su muerte es segura y las esperanzas de su príncipe desvanecidas para siempre en el terreno de la fuerza […] Cabrera continuando aquí tocará las dificultades que no supo medir al venir, y si no abandona un país en el que no tiene simpatía alguna, habrá de volverse a Francia, si es que antes no experimenta los efectos de haberse metido entre gentes que no conoce y cuyas venganzas y rencillas son aun más feroces que sus instintos”.
Hasta el fin de la guerra y aun después, se discutió la sinceridad de Cabrera como carlista. El Clamor Público del día 19 de marzo de 1849, poco antes de que el gobierno anunciase el final del conflicto, publicó un artículo que denunciaba la división de los carlistas y explicaba que las autoridades francesas protegían a los “apostólicos” en detrimento de los montemolinistas catalanes: “Donde hay muchos hombres por necesidad tiene que haber diversos pareceres, envidias y traiciones. En el bando carlista hay dos facciones, una que se echa de civilizada y otra llamada apostólica, que según parece cuenta más proezas que individuos de que se compone […] Según dicen, habiéndose liberalizado el conde de Montemolin, no es ya digno de que los realistas se hagan matar por quien no quiere un gobierno absoluto […] Lo que si debe llamar mucho la atención es que á los llamados apostólicos no se les persigue por la policía francesa, dejándoles vivir en paz en la frontera”. El periodista aseguraba que el alzamiento en Navarra y en el País Vasco no había tenido éxito debido a que los apostólicos procuraron su fracaso.
La división de los carlistas podría haber sido otra causa de la tardanza de Cabrera en incorporarse a la lucha. Fuera como fuese, ciertamente desde que Cabrera puso los pies en territorio español y hasta que decidió volver al exilio, se acumularon los indicios del aislamiento que sufría entre sus correligionarios. Incluso da la impresión de que el primer general de los carlistas a menudo permanecía inmerso en un estado paranoico, sospechando traiciones y desconfiando de los altos jefes a sus órdenes. Es decir, Cabrera no únicamente fue despreciado por los apostólicos sino que también fue rechazado por muchos jefes carlistas de la tendencia más liberal. La prensa publicó noticias de las desavenencias de Cabrera con casi todos sus comandantes- incluso con Forcadell[93], su lugarteniente de siempre, y con Marçal- y aun teniendo en cuenta que la prensa más oficialista exageraba e hinchaba las discrepancias más intranscendentes, siempre que afectasen a la cohesión de los rebeldes, ciertamente percibimos que el individualismo de los cabecillas rebeldes difícilmente aceptaba la jerarquía militar que Cabrera quería instaurar. El gobierno de Madrid justificó la deserción de Caletrús debido a que éste se sentía asediado por Cabrera. En definitiva, las fricciones internas de los rebeldes existían y por lo menos, se puede garantizar que la falta de comprensión entre Cabrera y los Tristany, así como con Pep de l’Oli, devinieron notorias.
La guerra, pues, siguió más encarnizada que nunca […] Los robos y las violencias aumentaron más y más cada vez y las contribuciones que imponían a los pueblos conquistados fueron tan elevadas que nadie se veía capaz de satisfacerlas. Maria de Bell-Lloc. Vigatans i botiflers.
En un país con tanta población, se contaban las bajas con los dedos de la mano- la muerte de diez comunistas constituía una gran victoria- y el enemigo no tenía problemas para conseguir nuevos adeptos. Graham Greene. Vías de escape.
Entre los días del 20 al 23 de junio, los correos de Barcelona a Vic, Ripoll, Puigcerdà y Olot fueron asaltados, por lo menos, un par o tres de veces. El 24 de junio, los rebeldes entraron en Mollet y se llevaron todos los caballos y a dos regidores. El 25 de junio, Poses penetró con 50 hombres en Tiana. El alcalde de Badalona se quejaba de que la ciudad estaba prácticamente cercada por los matiners.
El día 27, el correo de Madrid fue interceptado en La Panadella por cien montemolinistas. A la vez, una veintena de rebeldes detenían en Gurb la diligencia de Puigcerdà y se llevaban la correspondencia dirigida a militares, autoridades y empleados públicos. Por las mismas fechas, aparecían cuatrocientos trabucaires en Castellterçol y mientras, doscientos de Castells, Domènec Forcadell y Gómez, se paseaban por la Cerdanya.
El 28 de junio, la reina firmó una Real Orden destinada a promover la deposición de armas de jefes y oficiales de los matiners. La reina reconocería a los desertores el mismo grado y posición en el ejército liberal que los arrepentidos hubiesen obtenido en las filas rebeldes.
Aquel mismo día, unos trabucaires robaban caballos en Hostalets de Balenyà. El robo o requisa de monturas, así como el de arreos, sillas y equipajes era tan notorio en todo el territorio que la autoridad militar ordenó su depósito en los cuarteles del ejército regular. En esta fecha, un grupo de trabucaires secuestró al alcalde de Valls y después lo degolló. También en el día 28, la ronda de Sant Feliu de Codines y la de Balsereny, así como la segunda y la cuarta sección de las Rondas Militares y Brigadas auxiliares de la Seguridad Pública de Cataluña, mandadas por el famoso brigadier Antoni Baixeras- antes, coronel- se juntaron con la columna de Terrassa y se enfrentaron, en el Pla de la Calma, a Cabrera. En la acción murieron 12 rebeldes y el ejército confesó las pérdidas de 2 muertos y 4 heridos.
El día 30 de junio, Cabrera pernoctó en Rupit. Aunque se decía que los carlistas del norte de España habían sido vencidos antes que iniciaran el levantamiento, el día 1 de julio, se declaró el estado de sitio en Navarra. El día 4 de julio, Cabrera pasó la noche en Sant Jaume de Frontanyà. El día 5 de julio, fue visto cerca de Moià, cuando se dirigía de nuevo al Pla de la Calma. A partir del verano, este lugar del Montseny aparece en muchas noticias de la guerra. Parece ser que los rebeldes del norte de Barcelona, siempre se dirigían, o volvían, del Pla de la Calma. En realidad, en este altiplano desigual había un gran caserío de montaña y muchos cultivos que garantizaban los víveres de comestibles. Además, su situación en medio del Montseny procuraba el resguardo de los habitantes ante los ataques por sorpresa.
En Santa Coloma de Farners, los trabucaires fusilaron a un vendedor ambulante de rosarios y a su mujer por ser confidentes del gobierno. El ejército utilizaba los vendedores ambulantes, pastores y otros viajeros, como emisarios[94] pero los rebeldes hacían lo mismo y cuando unos o los otros atrapaban un mensajero del otro bando, lo mataban sin contemplaciones. En L’Estany, los matiners también fusilaron a un hombre por servir de correo al ejército y obligaron a los habitantes del pueblo a presenciar la ejecución.
A principios de julio, Cabrera transitaba por el Montseny y las Guilleries acompañado por un contingente de, por lo menos, quinientos soldados. Algunos reticentes todavía no podían creer que el famoso general carlista hubiera vuelto del exilio para encabezar un montón de trabucaires y aseguraban que el hombre que aparecía en diferentes lugares, haciéndose llamar Cabrera, era un suplantador profesional. Más adelante, se dijo que Cabrera se disfrazaba para pasar desapercibido. Desde Sant Jaume de Frontanyà, el general tomó rumbo al sur y alguien lo vio cerca de Terrassa. Mientras, a tocar del Ebro, el brigadier Torner, a veces acompañado de Basquetes, seguía actuando por su cuenta, aunque los periodistas lo considerasen definitivamente derrotado.
El día 7 de julio, la Santa Sede, Prusia y Austria, reconocieron el gobierno de Isabel II. Eso, según la prensa, no fue mérito de la diplomacia española sino el resultado lógico del temor que había originado la república francesa en los reinos conservadores de Europa. Durante los días 8 y 9 de julio, treinta rebeldes republicanos de Jaume Montserrat[95] entraban en la villa de Gràcia, destrozaban todo lo que podían, robaban las cucharitas de plata de un café y herían al sereno.
El día 9, a las cuatro de la tarde, murió Jaume Balmes. El Diario de Barcelona publicó una nota sentida, lamentando que la pérdida se hubiera producido cuando el prelado tenía solo treinta y siete años y remarcando su obra, sobre todo, El Criterio. Pocos días después, el periódico se hizo eco de los homenajes que le dedicaron en su villa natal, Vic y en Barcelona.
El día 13, los hombres de Jaume Montserrat, apodados “republicanos” por la prensa, retornaban a Gràcia- villa que el periodista cualifica como “barrio de Barcelona”. Llegaban noticias de más robos de caballos, sobre todo en las postas de las diligencias. En alguna ocasión, los rebeldes devolvían los caballos que no consideraban útiles a sus dueños. El día 18, el Brusi recogía una proclama carlista, publicada por El Fomento y atribuida a Cabrera, aunque el redactor consideraba que tenía todo el aspecto de haber sido redactada por el “club” de Tolosa de Languedoc.
Durante los primeros días de julio, se supo que en Paris se había llevado a cabo otro levantamiento popular. De entrada, los periódicos barceloneses se mostraron prudentes y se refirieron a una especie de bullanga, con barricadas en los bulevares. No especificaban la adscripción política de los revoltosos aunque mencionaron que algunos oficiales de la guardia nacional, que se habían añadido al levantamiento, vitoreaban a la república roja. Poco a poco, los lectores de la prensa supieron que algunos generales que dirigían las tropas del gobierno habían resultado heridos y que las barricadas cortaban las avenidas en los barrios de Saint Jacques, Notre Dame, Saint Antoine, Les Halles, La Cité, La Villete, La Chapelle y en otros. La Asamblea Nacional, reunida en sesión continua, animaba a los guardias nacionales que aún se mantenían fieles al gobierno. El día 27 de junio, el Ministerio del Interior francés, comunicó que la paz había sido restablecida y posteriormente, los periódicos explicaron como resultó herido el obispo de Paris durante las algaradas callejeras. El prelado, vestido con los hábitos y llevando encima todos los atributos de su ministerio, se subió a una barricada para predicar y desde una ventana le dispararon un tiro, que le penetró por la faja, hiriéndole en el vientre. Poco después, fue detenido un individuo que presumía de ser el autor del disparo y al cual se le encontró una bellota de oro que pertenecía al obispo. El máximo prelado de la iglesia parisiense murió por causa de la herida. Algunos diputados acusaban de la revuelta a los anarquistas. El Fomento publicó un artículo ejemplarizando los hechos del levantamiento parisiense, a los efectos de prevenir el estallido de ira de los obreros catalanes: “los jornaleros fascinados por las palabras brillantes y promesas halagüeñas y falaces, se han sacrificado peleando por sus orgullosos consejeros y […] cuando el triunfo ha coronado sus esfuerzos, ellos, los obreros, los verdaderos vencedores, han tenido que seguir trabajando de la propia suerte que antes, si es que encontraban donde […] Derribose en Paris un trono […] y sobre las ruinas de la monarquía, fundose la república. Los obreros habían combatido, muchos se habían dejado matar para cambiar la forma de gobierno con la esperanza de mejorar su suerte material. Se dijo en documentos del gobierno provisional que se aseguraba pan y trabajo […] pero creyéndose fuerte el poder comenzó la resistencia a los designios de los jornaleros y se decretó la abolición de los talleres nacionales, se negaron fondos a las clases menesterosas […] No os fieis de los que os induzcan a revueltas con promesas y ofrecimientos halagüeños”.
El 20 de julio, el mismo periódico citado, reprodujo textualmente una proclama carlista anónima, la cual también atribuyó al “club” de Toulouse. Esta última llamada se dirigía a los habitantes de los reinos de Aragón, Valencia y Murcia, habiendo sido escrita en primera persona del singular – “Hago la guerra al enemigo común, al gobierno de Madrid […] olvido del pasado […] independencia”- a diferencia de la anterior, la cual se expresaba en primera persona del plural. Los rebeldes se amparaban reiteradamente en el argumento de la extranjería del cuñado de la reina Isabel, el duque de Montpensier, hijo de Louis Philippe, comparándolo con la españolidad del conde de Montemolín. Pocos días después, dicho periódico publicó una tercera proclama, firmada “por vuestro comandante general”- ¿se trataba de Castells, o de Brujó, o de Cabrera?- mediante la cual insistía en la cuestión matrimonial de la reina española como desencadenante de la guerra: “¿Por ventura deseáis saber el motivo de este llamamiento? En breves palabras os lo diré. Un príncipe avaro, mezquino, falso y corruptor, aprovechándose de nuestras disensiones civiles, en unión con una princesa degradada hicieron objeto de especulación mundana el trono católico de los Alfonsos y Fernandos, y en las tinieblas de la noche […] echaron los fundamentos a su inicua obra por medio de una combinación matrimonial. Por consecuencia de esta, la corona [española] […] pretenden que pase des de las sienes femeninas que contra derecho la ciñen, a las de un extranjero sin crédito, sin valor y hasta sin título alguno de merecimiento. Ya la Francia avergonzada de tener á su cabeza el autor de tan innoble trama, le espolió de su suelo mientras nosotros Españoles, aunque reputados de más altivos, conservamos en el nuestro y en el apogeo de su influencia a la autora, y en el poder a todos sus cómplices […]”.
Es decir, sin mencionar los nombres de los protagonistas, la proclama resumía la cuestión política del matrimonio real; el príncipe malo era el rey de Francia, Louis Philippe, ya que hizo lo posible para casar la reina española con su hijo Enrique, duque d’Aumale, pero que, cuando vio que eso no podía ser, defendió la candidatura de Francisco de Asís, afeminado notorio. Siendo que, finalmente, Antonio, duque de Montpensier y hermano del duque d’Aumale, matrimonió con Luisa Fernanda, hermana de Isabel II y teniendo en cuenta que no parecía lógico que Isabel tuviera descendencia, Louis Philippe esperaba que la corona española pasara a manos francesas: “[…] la corona española […] pretenden que pase de las sienes femeninas que contra derecho la ciñen, a las de un extranjero sin crédito […]”.
Los periodistas utilizaban la publicación de las proclamas carlistas o republicanas- las cuales, claro está, criticaban- con el fin de informar de hechos que, de otra manera, no hubieran podido sacar a la luz. En realidad, mediante el subterfugio de desmentir noticias falsas y de destapar embaucadores, los redactores de los periódicos han publicado informaciones que nunca hubieran podido mencionar si hubiesen pretendido presentarlas como verídicas. Este truco fue utilizado por el periodista para referirse al afeminamiento indudable del marido de Isabel II, mientras simulaba que se dolía por el supuesto aborto que había sufrido la reina. Observemos la fineza alegórica del texto publicado por El Fomento del día 26 de julio de 1848 y resumido por el Brusí: “[…] al verificarse las reales bodas, quísose por algunos amargar la fausta nueva de que se hubiese resuelto la última cuestión de suma gravedad que quedaba en pie después de la mayoría de la Reina; quísose no solo negar al desenlace obtenido la eficacia para terminar pasadas oscilaciones, sino hasta sus naturales consecuencias para el porvenir, el más importante de sus apetecibles resultados; […] se fomentó una duda penosa, que tardaron los hechos a desmentirla […] y la duda sin embargo ha debido cesar con el hecho [el aborto] que sugiere estas reflexiones”. El 2 de agosto se anunciaba, sin más comentarios, que a las dos y media de la tarde del día 27 de julio, Isabel había abortado y que todos los males que la reina había sufrido hasta aquel momento, eran los propios de una gestación que no iba bien. Poco después, el 9 de agosto, El Barcelonés, simulando que protestaba enérgicamente por las intromisiones extranjeras en los asuntos españoles, ofrecía otra versión respecto la dolencia de gestación de la reina y explicaba que un periódico francés había osado publicar que la preñada no era la reina sino su madre María Cristina y que las intrigas de la camarilla real pretendían, en el caso de que se hubiera producido el nacimiento, presentar a la criatura como producto de la unión de Francisco de Asís e Isabel[96].
Durante el mes de julio, los matiners llegaron hasta la muralla de Barcelona, después que hubieron vencido a las columnas del ejército alrededor del Torrent de l’Olla y ocupado Gràcia. Se entretuvieron disparando a los centinelas desde el terreno que hoy cubre la plaza de Cataluña. Algunas referencias indirectas – por ejemplo, por las declaraciones de testigos en el caso Fonatanellas, durante los primeros años de la década de los sesenta- sabemos que los matiners sorprendieron y secuestraron a algunos barceloneses que hallaron fuera de las murallas. Los periódicos silenciaron esta penetración tan audaz de los rebeldes y ni siquiera sabemos quien los guiaba aunque la presencia de Josep Borges por los alrededores, nos indica que éste podría haber sido uno de los caudillos que condujeron los montemolinistas hasta las puertas de la ciudad. En estas fechas, la prensa se mostró más valiente en los comentarios que publicaba; incluso reconocía sin tapujos que el levantamiento de los matiners se sostenía en la alianza de carlistas, republicanos y demócratas, financiada por el gobierno inglés. Esta circunstancia fue resumida bajo la referencia a la “intentona carlista- revolucionaria-bulweriana”. El 15 de julio, un artículo de El Barcelonés proponía que las facciones liberales se juntaran contra Montemolín y avisaba que desde que España había roto las relaciones diplomáticas con Inglaterra, la guerra civil había tomado cuerpo.
Masgoret, Castells y Brujó se trasladaron a Tarragona y discutieron por la jefatura suprema de los matiners en esta zona. Masgoret se quejó de la situación a Cabrera y éste destituyó a Castells y a Brujó, dejándolos como miembros del estado mayor, a las órdenes de Masgoret, ahora comandante supremo indiscutible en el Camp de Tarragona. También, el republicano Gabriel Baldrich se puso a las órdenes del nuevo comandante.
A mediados de julio, llegaba la noticia de que el general Cabrera había sido vencido, el día 11, cerca de Berga, por el brigadier Paredes y que el tortosino, acompañado por doscientos cincuenta hombres, huía. Dicha noticia fue matizada posteriormente en el sentido que la batalla había empezado en Castell d’Areny, al enfrentarse dos o tres columnas del ejército a los voluntarios de Masgoret, Forcadell, Castells, Borges y Saragatal, reunidos a las órdenes de Cabrera. El brigadier Paredes persiguió a los rebeldes hasta Sant Jaume de Frontanyà y les preparó una trampa. Eso es lo que contó la prensa barcelonesa pero resulta muy dudoso quien puso la trampa y quien cayó en ella. La lucha fue feroz y el periodista explicaba que, en algunos momentos, la mezcla de contendientes de ambos bandos les obligó a pelear cuerpo a cuerpo y a separar con las manos los fusiles que el enemigo les clavaba en el pecho. Una vez se agotaron las municiones, siguió la lucha a pedradas. El comandante liberal de la columna de Prats de Lluçanès fue hecho prisionero por los matiners tres veces y otras tantas, liberado por sus soldados. El ejército de la reina reconoció nueve muertos y veinticinco heridos, así como la pérdida de un montón de soldados y de un oficial que cayeron en manos rebeldes. Los matiners, según la prensa, sufrieron quince muertos y treinta prisioneros. Saragatal fue herido de gravedad y el comisario personal de Cabrera, cayó prisionero de los gubernamentales. Paredes se atribuyó la victoria pero los periódicos no lo vitorearon como si se la creyeran. Cabrera, posteriormente, acusó a Paredes de mentiroso y al fin se demostró que Cabrera tenía razón. El 16 de septiembre, el diario madrileño La España publicaba un artículo muy significativo, del cual El Fomento recogió este fragmento: “La acción de más importancia que han sostenido los matinés en Cataluña ha sido la que se dio en San Jaime de Frontañá entre la columna de Paredes y otra que no recordamos, de una parte y la facción de Cabrera, por otra. Todas las relaciones están contestes en que en aquel combate encarnizado, hubo, entre ambas partes, más de 200 muertos, muchos de ellos de bayoneta y de puñal. Una facción capaz de sostener tal combate, no podía ni debía despreciarse. Pero véanse los partes publicados por la capitanía general y de ellos aparece que los carlistas tuvieron la pérdida, si no nos engañamos, de unos 13 muertos.”
El 16 de julio, Montserrat topó con algunos habitantes de Esplugues de Llobregat cuando intentaba conseguir caballos. Se decía que había resultado herido en este encuentro. Durante todo el mes, Ramon Cabrera iba arriba y abajo por el Berguedà, La Garrotxa, Les Guilleries, La Selva, Osona, el Lluçanès y el Vallès Oriental. El Brusi del día 17, explicaba que un grupo de matiners, condenados a servir en un barco de guerra, se amotinaron y que se apoderaron de la nave y consiguieron desembarcar en Portugal. En este país se juntaron con unos republicanos sevillanos y entraron en España por Extremadura. El periodista, comentando la extraña composición de la partida de andaluces y catalanes, montemolinistas y republicanos, se mostraba sarcástico: “Victor por Bulwer y Palmerston!. Ya han conseguido unir a los patriotas y a los feotas y dará gusto ver una partida cuyos soldados griten ‘Viva el Rey absoluto’ cuando sus oficiales se desgañiten dando voces de ‘Viva la República’”.
El 22 de julio, Cabrera pasaba cerca de Terrassa perseguido por los brigadieres Paredes y Manzano. Después fue visto cerca de Monistrol de Montserrat. La veracidad de las noticias que referían la presencia del tortosino en diferentes rincones del país, a partir del enfrentamiento que mantuvo con Paredes, resultan muy dudosas ya que los mismos carlistas confesaron que durante los últimos días de julio y los primeros de agosto, Cabrera sufrió fiebres que lo mantuvieron alejado del campo de batalla.
El día 24, Caletrús atrapó un grupo de soldados del regimiento de La Unión, en la Llacuna. En dicho pueblo, cerca de Igualada, veinte hombres, a las órdenes de un teniente, formaban la guarnición del cuartel y del depósito de armas de la zona. Miquel Vila, alias Caletrús, quiso apoderarse de las armas, aprovechando que el domingo por la mañana los soldados dejaban el cuartel al cuidado de un subteniente y cinco reclutas para cumplir el deber religioso y militar de asistir a misa. El sábado por la noche, los trabucaires se escondieron en unos pajares, situados a la entrada de la población y por la mañana rodearon la iglesia, mientras los quince soldados y el teniente que los mandaba, asistían al oficio religioso. Los asediados, incluidos los vigías situados en el campanario, se rindieron sin oponer resistencia pero el subteniente, desde el cuartel, se enfrentó a los facciosos y hasta amenazó con disparar al teniente cuando éste saliese de la iglesia para entregarse a Caletrús. Muy pronto el regimiento de L’Anoia llegó al lugar de los hechos y Caletrus huyó con dieciséis prisioneros. Al cabo de poco tiempo, el cabecilla dejó en libertad al oficial liberal, eso quizá para premiar su actitud negligente. Pocos días más tarde y dándose el caso que los soldados prisioneros no quisieron añadirse a la partida rebelde, Miquel Vila los fusiló en la carretera de Manresa, cerca de esta capital. El capitán general, Manuel Pavía, condecoró al subteniente que resistió el ataque y ordenó que se levantara un monumento en la Rambla de Barcelona, en recuerdo de los quince soldados sacrificados por Caletrús. Esta es la historia oficial, reiterada por Manuel Pavía en sus memorias de la guerra pero, el hecho es que desde el momento del asalto de la Llacuna hasta el fin de la guerra, el ejército de la reina iba encontrando, entre los prisioneros que tomaba a los matiners, a antiguos soldados de La Unión, a los cuales fusilaba inmediatamente. Por tanto, es muy probable que no todos los prisioneros de Caletrús se negasen a incorporarse a su partida o, incluso podríamos pensar que la ejecución de los soldados de la Llacuna fue un engaño del carlista para disimular la deserción de éstos. En cualquier caso, el regimiento de La Unión no se distinguió, precisamente, por su fidelidad a la reina y algunos de sus jefes se implicaron en la conspiración republicana que fue descubierta, durante el otoño, en Barcelona. Pero, el general Pavía atribuyó a Caletrús otras atrocidades: dijo que, después de la acción de la Llacuna, el cabecilla hizo que mataran a nueve soldados que seguían a un sargento traidor de la guarnición de Manresa. El carlista quemó sus cuerpos en un horno de carbón. El capitán general, como represalia, ordenó el fusilamiento de 17 presos que cumplían pena en las prisiones barcelonesas. Algunos de ellos habían sido condenados por delitos comunes.
El 26 de julio, Domènec Forcadell chocaba con el ejército en Sant Llorenç de Morunys y Jaume Montserrat luchaba en Sant Feliu de Llobregat, mientras los Tristany, Vilella y Caletrús, al frente de 400 hombres, mantenían otro enfrentamiento en Jorba. Aquel mismo día por la noche, Poses entraba en Sabadell y se llevaba consigo algunos ciudadanos. Los periódicos anunciaban que Cabrera había cruzado el Ebro con una compañía de granaderos y treinta caballos.
El día 29, Marçal, con 123 soldados de infantería y 20 de caballería volvía a las puertas de Granollers. La autoridad ordenó que todos los habitantes permanecieran encerrados en sus casas y llamó a somatén. Marçal atacó la guardia de Aiguafreda, después de haber huido de L’Ametlla del Vallès. En esta villa había sido sorprendido por el ejército mientras formaba la tropa en la plaza para fusilar al corneta, acusado de insubordinación. Los vigías de Marçal divisaron las columnas del ejército liberal que se acercaba y le tiraron una descarga pero eso no impidió que las tropas regulares entraran en el pueblo y sorprendieran a los montemolinistas. Los hombres de Marçal huyeron, dejando atrás su material: sables, cartucheras, gorras, mantas y bayonetas.
El 1 de agosto, el Muchacho, acompañado de una quincena de trabucaires, entraba en Osor y el día 2, Jubany, con 97 hombres fue visto en el Montseny, antes de que se juntara con Marçal. Ambos sumaron una fuerza de 400 hombres y entre 25 y 30 caballos. Después, Poc, Cargol y Torres también sumaban sus fuerzas a las de Marçal e incrementaban los efectivos de éste a más de 500 hombres. El ejército liberal les perseguía por las cercanías de Biert. Otros grupos de rebeldes fueron vistos cerca de Lleida. Los jefes Juneda y Margalef actuaban en los alrededores de Mollerussa. La Segarra fue ocupada por el ejército de la reina puesto que las autoridades del gobierno suponían que Cabrera todavía no había podido cruzar el Ebro. La Segarra era el territorio que el capitán general había escogido para impedirle el paso pero el ejército solo obtuvo algún enfrentamiento con Vilella puesto que Cabrera no apareció. En realidad, algunos suponían que el general carlista había conseguido llegar a Valencia pero otros informadores dudaban de ello e incluso había quien se refería al “invisible” Cabrera. En realidad, el tortosino se había retirado por culpa de las fiebres que sufría pero ésto, en aquel momento, no transcendió a la prensa.
El día 3, en una sola página, el Diario de Barcelona relacionaba las correrías de diferentes grupos de trabucaires por lugares tan distantes como La Jonquera, Terrassa, Vic y Gandesa. Durante estos días, la prensa seguía celebrando que Prusia, Austria y el Vaticano hubiesen reconocido al gobierno de Isabel II. Especialmente, ponían énfasis en la recuperación de las relaciones diplomáticas con la Santa Sede. El día 4, cuarenta trabucaires entraron en Cervera y el 1 de agosto, Gibert- derrotado de forma contundente el fin de año último- reapareció al frente de 200 hombres en Montroig[97]. En la misma fecha, Nouviles- uno de los pocos altos oficiales catalanes del ejército de la reina- perseguía cerca de Solsona a los voluntarios de Josep Borges, de Arnau- cuñado de Cabrera- y de otros cabecillas. Basquetes, Peret de la Rasquera y Torner, emboscaron al ejército y destruyeron el destacamento de la Rasquera.
El alcalde de Maçanet de Cabrenys proporcionaba al periódico una noticia sorprendente: Rafael Sala, alias Planademunt, famoso ya que se decía que fue el lugarteniente de Felip, se reunió en el santuario de Les Salines con 44 “jamancios”. Es decir, un carlista convencido, el segundo jefe de los trabucaires gerundenses más reconocido, uno de los acusados en el famoso proceso de Perpiñán, se aliaba con los republicanos radicales. Mientras, alrededor de la capital del Principado, continuaban las acciones de los trabucaires republicanos, o demócratas de izquierda. Durante la noche del 5 al 6 de agosto una partida de cuarenta trabucaires se situó en la carretera de Barcelona, cerca de Mataró, requisó cinco carros y obligó al correo de Francia a volver por donde había venido. Después, los rebeldes se montaron en los carros y se dirigieron a Badalona. Los pueblos de Masnou, Badalona y otros de la comarca, llamaron a somatén. Los trabucaires, montados en los carros, entraron en Badalona, luego cruzaron el llano de Barcelona por la carretera llamada “la travesera”, pasaron por en medio de Sants i llegaron a Sant Boi de Llobregat. Los carros fueron devueltos a Badalona, a fin de que sus dueños los recuperaran. Según la versión de las autoridades, los trabucaires pudieron transitar desde Mataró hasta Sant Boi de Llobregat debido a que la circulación por la carretera era muy densa y eso impidió que fueran reconocidos.
Se rumoreaba que el guerrillero Marià Margarit perseguía a Montserrat para fusilarlo. El 6 de agosto, Marçal permanecía en La Cellera de Ter y Gibert recorría el Empordà robando caballos y reclutando hombres. El 10 de agosto, el comandante Villacampa fue destinado a la persecución de Tòfol[98] por el Baix Llobregat. El comandante le pisaba los talones por los alrededores de Pallejà y Santa Coloma de Cervelló. En esta última población apareció el republicano Molins con 112 voluntarios y Villacampa le acosó hasta que le cogió a cincuenta, en Castelldefels. Entre los prisioneros había un cabo. El botín de armas que obtuvo Villacampa incluía algunas de procedencia inglesa. Entonces, se supo que Margarit había entrado en Esplugues de Llobregat y que había matado a un hombre de Sant Boi, el cuerpo del cual abandonó en la carretera con un cartel acusándolo de traidor, colgado en el cuello. El correo de Madrid fue detenido por los montemolinistas en Manresa.
Cabrera seguía en paradero desconocido y algunos afirmaban que se había trasladado a Londres para entrevistarse con Montemolín. Pero otras personas mantenían que se dirigía al Ebro, aunque nadie sabía por qué camino. Por eso, el ejército hacía lo posible para cortar todos los pasos del rio.
El día 10 de agosto, El Fomento publicaba la carta enviada por el coronel Victorià Ametller a la Asamblea Nacional francesa con el objetivo de pedir que los republicanos españoles en territorio francés no fueran internados en campos y que Francia se proclamara protectora de los progresistas europeos que querían derrocar a sus respectivos gobiernos conservadores. El periodista comentaba que la Francia de 1848 no era, por suerte, la Francia de 1793 y trataba al coronel Ametller de iluso. Desde unos meses antes, la prensa barcelonesa publicaba noticias sobre la revolución irlandesa y aunque los periodistas no se atrevían a establecer relaciones explícitas entre la situación irlandesa y la catalana, éstas aparecían de forma evidente para cualquier lector: “Irlanda, oprimida como está por Inglaterra y tratada como un país conquistado […]”. El día 31, los progresistas del Barcelonés[99], simulando que se referían, en todo momento a Irlanda, insistían en la situación de Cataluña, utilizando expresiones cargadas de orgullo: “Es imposible esclavizar una nación laboriosa, cuyos ciudadanos se bastan a si mismos y no necesitan del dinero de la corrupción, mientras tengan brazos vigorosos, aborrezcan los placeres superiores a su estado y amen el trabajo”. Un artículo del Diario de Cataluña, del 11 de agosto, demuestra que algunos eran conscientes que estaban viviendo el intento de formación del estado liberal: “el único medio de llegar al bienestar común es fomentar la clase productora, excitar a los capitalistas para acometer empresas de provecho general, proteger a la industria y amparar al infeliz agricultor. Que nuestro estado incipiente necesita un apoyo que el gobierno debe dispensar […]”. En el último día del mes, El Fomento reconocía que, para algunos, la guerra constituía una manera de llamar la atención del gobierno de Madrid respecto los problemas que sufría Cataluña y obligarle a intervenir en el país: “[…] otros juzgan que con suponer a los trabucaires pujantes y temibles, se llama más la atención del gobierno y se le obliga en cierto modo a que haga mayores sacrificios y esfuerzos a fin de destruir la plaga asoladora que aniquila el país”. Y, el Diario de Cataluña cargaba contra el sistema impositivo, cualificándolo de “cáncer roedor que lleva a nuestros artistas a las casas de beneficencia”, a la vez que lo relacionaba con el bajo nivel del consumo español: “[…] el número de brazos dedicados a cada industria ni guarda ninguna proporción ni la puede guardar con el consumo de sus productos […] el legislador habiendo descuidado por muchos años estos puntos esenciales del equilibrio social, ha llenado los pueblos de jóvenes sin trabajo que a poco impulso se agarran a las armas. No como adictos de un partido sino como impulsados por un poder que no tiene límites, cual es el de la necesidad”. Hacia mediados del mes de agosto, el mismo periódico se había referido al desastre que suponía la emigración de muchos catalanes a tierras americanas, puesto que “el país carece de población” e intentaba desanimar a los que querían construir su futuro al otro lado del Atlántico: “El amor al dinero y el deseo de hacer fortuna precipita al vulgo […] el nombre de América suena en los oídos de muchos como una tierra de promisión que ofrece el oro en barras[…] y esto es una ilusión, es un error, es un ensueño de la imaginación que luego se desvanece[…] De los cien hombres que apostan […] cinco mueren antes de los dos años y siete antes de los cinco; de los 88 restantes, tres mendigan y siete contraen enfermedades crónicas; nos quedan 78; de estos sobre 40 escasamente comen a fuerza de trabajo forzado; de los demás unos 30 comen y viven con un trabajo cómodo […] nos quedan ocho que economizan algo […] pero sin poder volver al suelo patrio, y de estos uno, mas protegido por la suerte, después de una veintena de años, se vuelve al patrio suelo anciano y achacoso; no puede disfrutar del tesoro que posee porque su edad y sus dolencias no se lo permiten”.
Entre los días 10 i 11 de agosto, el coronel Rios buscaba a Brujó y por esta razón dejó desguarnecida la villa de Olot. Esta circunstancia fue aprovechada por Estartús que, al frente de unos trescientos hombres, penetró en la ciudad a las tres de la madrugada. Después de disparar unos cuantos tiros, los voluntarios de Estartús dominaron el centro urbano. Los soldados liberales, alojados en casas particulares, no pudieron juntarse y unos cuantos que intentaron resistir fueron detenidos sin que a los rebeldes les costase demasiado esfuerzo. Pero en esta acción, Estartús perdió a su lugarteniente, el capitán Joan Deu, alias Vileta. En cualquier caso, Estartús alcanzó los objetivos que se proponía; es decir, consiguió el cobro de las contribuciones y muchas armas. No quiso llevarse prisioneros, ni ejerció ningún tipo de represalia. En el ataque murieron un par de soldados de la reina. Diego de los Rios supo de la jugada del carlista y volvió a Olot a toda prisa, avanzándose al paso de sus soldados. Llegó solo a la villa, a primera hora de la tarde, acompañado solamente de un par de ordenanzas y sin descansar se puso a preparar el contraataque. Mientras, los voluntarios de Estartús permanecieron fuera de Olot, a la vista de sus habitantes. Rios reunió una fuerza suficiente de soldados y salió en persecución de los montemolinistas. La correría se prolongó hasta la Vall d’en Bas. La tropa liberal volvió a la villa a las once de la noche.
El mismo día 11 de agosto, la columna de Sant Celoni sorprendió a los hombres de Poses y liberó al alcalde de Lliçà. Además, el ejército consiguió once prisioneros. La procedencia de éstos era variada; de Badalona, de Sant Hilari de Sacalm, de Manresa, de Aiguafreda, de la Seu d’Urgell, de Palou, de Barcelona, de Molins de Rei …
El día 12, la columna de Villacampa renovaba su lucha contra los trabucaires de los republicanos Molins y Baliarda y de los carlistas de Caletrús, en Molins de Rei. La combinación de republicanos y carlistas destruyó la columna de Villacampa.
El día 13, una partida de rebeldes entró en Manlleu y fusiló a un mensajero del ejército. Durante estos días, llegaron noticias de la concentración de trabucaires en las riberas del Segre. El día 16 de agosto, cuarenta trabucaires entraron en Montornés del Vallès y a las nueve de la noche del mismo día se presentaron un montón de rebeldes en Sant Martí de Provençals (actualmente, un barrio de Barcelona) los cuales fueron perseguidos por el celador de seguridad pública hasta Horta (ahora, otro barrio de la capital). También durante el día 16, Marçal y El Muchacho entraron en Lloret de Mar. Pasaron tres horas en este pueblo y luego bajaron hasta Blanes, Palafolls, Santa Susana y Malgrat de Mar. Por la carretera de la costa iban requisando caballos. Nadie les entorpeció, como parece que tampoco nadie se opuso a las partidas de Borges y de El Guerxo de la Ratera que actuaban por las comarcas leridanas con absoluta impunidad. Los facciosos asediaron Manresa y paralizaron la industria textil, cortando la acequia de agua.
Durante la noche del día 17, Bou, salvado del fusilamiento al cual le condenó Marçal, se presentó en Sant Julià de Vilatorta para reclutar adeptos. En esta fecha, fue asaltado el domicilio del señor Andreu Clarós y Horta, teniente de alcalde de Badalona, por un grupo de trabucaires republicanos. Los asaltantes se llevaron joyas y otros efectos personales por un valor de 20190 reales. El regidor había participado activamente en el descubrimiento de los autores y los cómplices de los secuestros de Sants, lo que le convirtió en un objetivo prioritario de los rebeldes. De todas maneras, Clarós había sufrido robos y había recibido amenazas con anterioridad al asalto, por lo cual pidió autorización al gobierno político para dimitir del cargo y trasladarse a otra villa. La autoridad resolvió su petición imponiendo una multa al ayuntamiento, a fin de obligarlo a indemnizarle[100]. Pocos días después del asalto y robo de la casa del señor Clarós, el Diario de Barcelona publicaba una crítica feroz dirigida a los trabucaires de bandera republicana, a los cuales consideraba tan criminales como los que se amparaban en la bandera carlista: “Dios los cría y ellos se juntan: así creo Dios ciertos seres de corazón endurecido y de malísima conducta que se llamaron carlistas- trabucaires, y en pos vinieron otros hombres de no mejores entrañas y de costumbres quizá peores que se llamaron trabucaires- republicanos; y en estas dos clases de gentes tan heterogéneos en los principios, si es que ni unos ni otros los hubiesen tenido, se unieron porque republicanos ó carlistas, ó mejor ni una cosa ni otra cosa, al fin eran estos y aquellos trabucaires. Los titulados republicanos hacían ostentación de cierta austeridad espartana, pero todo era hipocresía, y al fin tiraron la máscara, y hace tres o cuatro días estuvieron en Martorell y robaron o mejor saquearon dos ó tres casas, llevándose con barbaridad de trabucaires tres o cuatro mujeres, entre ellas dos niñas de 12 años. Anteayer estuvieron en Badalona y dejaron completamente limpia de dinero, de alhajas, ropa y muebles la casa de un concejal que había escapado a su saña. Tales hazañas llámense como se llamaren los que las perpetraron, acreditan que no sin muchísima razón se ha dado el nombre de trabucaires, tanto a Pau Mañé, Cabrera, Bou, etc, como a Baliarda, Molins, Montserrat, etc. Todos son iguales, todos son peores”.
El general Cabrera todavía permanecía desaparecido. Decían que no había abandonado el país y que se paseaba disfrazado de mujer, o con barba postiza. Algunos confidentes afirmaban que Cabrera, cansado de aquel tipo de guerra, deseaba ocupar alguna ciudad importante para ganar prestigio.
De nuevo, los correos de Barcelona a Girona y de Barcelona a Madrid fueron interceptados por los rebeldes. El gobierno reforzó el poderoso ejército que mantenía en Cataluña con más batallones que provenían de Galícia, de Navarra y de Aragón. El día 19, Gibert y Savalls, con 130 hombres y 19 caballos, luchaban contra el ejército liberal en Espinavessa, cerca del rio Fluvià. Los montemolinistas dejaron 11 muertos en el campo de batalla.
El día 20, Marçal, el Muchacho y Planademunt se enfrentaron al ejército en un lugar situado entre Mieres y Finestres, en la Garrotxa. La lucha fue intensa y hubo muertos y heridos por ambos bandos. Tòfol, de Vallirana, entró en Viladecavalls y fusiló a dos payeses de Olesa de Montserrat, a los cuales consideró confidentes del ejército regular.
Desde el día 22, Castells asediaba Berga. Este cabecilla y Caletrús- también llamado “el tintorero de Igualada”- así como algún otro jefe de partida, se peleaban entre ellos por el cobro de las contribuciones.
El día 24 de agosto, Borges y El Guerxo de la Ratera se enfrentaron al ejército en Santa Coloma de Queralt. Desde Falset informaban que Forcadell había requisado dos barcas para cruzar el Ebro. Ahora parecía cosa evidente que la guerra también se había instalado en el Maestrazgo.
El Brusi del 27 de agosto, anunciaba lo siguiente: “Planademunt, con su pandilla latro- jamancio- carlista- republicana se llevó de Ponts, el segundo alcalde, el hijo mayor del regidor, el secretario y dos caballos”. Los montemolinistas interceptaron en correo de Vic a Barcelona en el pueblo de Centelles y quemaron toda la correspondencia que transportaba. El mismo periódico garantizaba que Poses se acercaba a la frontera con Francia y esta noticia aumentaba los indicios relativos a las dificultades que sufría el guerrillero barcelonés. ¿Qué hacía Poses, tan lejos de su territorio natural?.El mismo día, Bou llegaba a Taradell con 17 hombres. En Vic, las autoridades repartían fusiles entre los adictos al gobierno de las poblaciones cercanas. El primer cargamento de armas consistía en 150, o 200 fusiles.
Los matiners atacaron el fortín de Sanaüja (la Segarra) y el destacamento se defendió valientemente. Los atacantes incendiaron el fortín y el fuego alcanzó las casas del pueblo y la iglesia, por el costado del altar y del órgano.
Marçal se presentó en Sant Miquel de Campmajor (la Garrotxa) donde le alcanzaron las columnas de Bàscara, Girona, Santa Coloma de Farners y Olot. Reculó y después de marchas muy duras por los riscos, plantó cara al ejército. Algunos soldados de las columnas liberales volvieron a Mieres, sin apenas energía y se dejaron caer en el suelo, desfallecidos. Hubo muertos y heridos en ambos bandos.
Menudeaban las noticias de transportes de dinero al otro lado de la frontera y concretamente, se habló de un convoy de caballerías que había pasado cincuenta mil duros de oro y plata. Unos trabucaires, en el momento de entrar en Francia, declararon a los aduaneros trescientas onzas de oro.
Cabrera permanecía en paradero desconocido pero ahora predominaba la creencia de que había conseguido cruzar el Ebro porqué alguien explicó que el tortosino, Forcadell y Brujó, se habían encontrado en territorio valenciano y que durante la reunión que mantuvieron se habían escuchado juramentos, amenazas y gritos. Según decían los informadores, Cabrera aun no gozaba del reconocimiento como jefe supremo de los rebeldes. Pero, pocos días después, otros confidentes afirmaban que Cabrera residía en La Cerdanya y que quería volver a Francia.
El 30 de agosto, los matiners asediaron Terrassa y solamente permitieron el paso por el camino de Sabadell. Tres trabucaires de Poses se entregaron a las autoridades de Terrassa y afirmaron que el cabecilla contaba con 180 hombres, de los cuales únicamente la mitad iban armados y la otra mitad “van con palos”.
El 1 de septiembre, Marçal con 150 hombres y 13 caballos fue localizado por el ejército cerca de Amer. Al atardecer, la vanguardia de los perseguidores y la retaguardia de los perseguidos mantuvieron un cruce de disparos. A la mañana siguiente, la columna de Ripoll liberaba una docena de oficiales que los rebeldes tenían prisioneros en Sant Jaume de Frontanyà, desde la batalla de los primeros días de julio entre Cabrera y Paredes. En Guissona, los matiners leían un pregón ordenando a los habitantes a que se concentraran para derruir las fortificaciones pero antes de que terminasen la lectura del mismo, se presentó una columna del ejército que se les enfrentó.
En el sud del Principado, Ignasi Torres, alias Raga, atacó el fortín de Sant Carles de la Ràpita, defendido por 29 carabineros y 37 soldados a las órdenes del teniente Francisco Marcos de Arce. Un par de faluchos, llamados “Veloz” y “Galgo” apoyaban a la guarnición desde el puerto. Los rebeldes, según el alcalde sumaban 40 o 50 hombres pero el comandante del fortín declaró que eran 200. Al cabo de un rato de lucha, Raga se retiró y detrás, toda la guarnición del fortín embarcó en el “Galgo” y tomó rumbo hacia Vinarós. El capitán general de Valencia y de Murcia acusó al teniente Marco de cobarde, lo degradó y lo destinó a Penyíscola.
El 2 de septiembre, el periódico informaba que el teniente coronel Fernando María Segovia, comandante interino de Olot, en el momento que se produjo la entrada de Estartus, había sido suspendido del cargo y encarcelado en el castillo de Figueres. Lo que no contó la prensa es que durante la ocupación de Olot, el comandante titular de la plaza era Puig Samper, el cual se escondió en la casa de la familia carlista de los Bolós. Por tanto, sucedió que el substituto del comandante titular, pagó los platos rotos.
El mismo día 2, el Diario de Barcelona publicó la noticia siguiente: “El cabecilla Planademunt con su gavilla compuesta de gente perdida entre carlistas y republicanos, trabucaires y bandoleros como ellos solos, han hecho una correría desde la frontera de Francia donde habitualmente tienen su guarida hasta la villa de Rosas. Tuvo que retroceder desde luego, aunque bien pudiera ser que por el camino se le atravesara algún obstáculo”. El día 5 de septiembre, el Brusi citaba El Postillón de Girona para informar que Planademunt había entrado en Roses y que se había llevado a dos rehenes para pedir rescate. Unos días después, Rafael Sala entró en Cadaqués de donde se llevó a dos mujeres. El ataque de Planademunt a esta villa marinera fue muy comentado e incluso fue recordado por Rafael Puget, en las memorias que le escribió Josep Pla, que lo calificó como una “indescriptible temeridad”. El general Enna persiguió a Planademunt y consiguió tomarle algún prisionero, así como ocasionar cuatro heridos entre sus voluntarios pero el cabecilla guerrillero se internó en Francia, hecho que el periodista aprovechó para protestar por la protección que la república prestaba a los trabucaires. Realmente, resulta curioso que pasados solamente dos años del proceso de Perpiñán, uno de sus acusados en rebeldía pudiese permanecer, sin ningún tipo de problema, en territorio francés, a pocos kilómetros de esta ciudad y más cerca, todavía, de Ceret, la capital del Vallespir, donde también fueron guillotinados un par de condenados. Pocos días después, el periódico afirmaba que Enna había detenido a dos matiners, llamados Joan Prat, alias El Rosquillaire y Josep Pla. Todo indicaba que se trataba de hombres de Planademunt. Mientras, un grupo de “jamancios”, a las órdenes de Perera y de Malla, se escindieron de la partida de Planademunt.
El 4 de septiembre, Ramon Tristany entró en Solsona y eso se supo cuando había transcurrido una semana del hecho. En la taberna El Miracle, Tristany detuvo al comandante de la guarnición de la ermita de Sant Gabriel. Los soldados, viendo que su comandante no volvía, encargaron a un payés que lo encontrase pero los hombres de Tristany también lo tomaron prisionero. Entonces, toda la guarnición abandonó el fortín para buscar a los desaparecidos y los montemolinistas prendieron a todos sus miembros. Claro que esta historia parece una excusa para enmascarar la deserción masiva de la guarnición de Sant Gabriel ya que no resulta creíble que los gubernamentales fueran tan ilusos. Al fin, la tropa de Tristany ocupó el fortín y ensució el agua del pozo.
La columna de Bàscara desarticuló la partida de Grau, de la Cellera de Ter y fusiló al cabecilla. El día 5, Poses fue visto cerca de Calders al frente de doscientos hombres. Seguían llegando noticias de los enfrentamientos internos ocurridos entre los hombres de Poses. Unos trabucaires que intentaban controlar la carretera, cerca de Caldes de Montbui, fueron obligados a huir y se escondieron en la masía Maspons. En este lugar, se pelearon y a resultas, uno de ellos cayó muerto. En realidad, muchos seguidores de Poses eran republicanos y algunos se acogieron al indulto para, después, pasarse a las filas de Baliarda o de Escoda. El republicano Escuder, que actuaba en tierras de Tarragona, fue acosado por el ejército desde El Pla de la Cabra, pasando por Alió y Santes Creus, hasta Albà y Selma. Los republicanos, al anochecer, se refugiaron en un bosque y a la mañana siguiente se juntaron con las partidas carlistas de Torres y Marcó. Todos ellos reunidos, no superaban el número de ciento treinta rebeldes. Terrassa aún permanecía asediada por los rebeldes y éstos amenazaban a los industriales que no les pagasen las contribuciones con incendiar sus fábricas y casas.
El día 5 de septiembre, Ramon Bora, de Sant Esteve d’en Bas y cuatro trabucaires más de la partida de Planademunt, cruzaban la frontera hacia Francia con el dinero recaudado por la partida. Llegaba de Olot una noticia sorprendente: Josep Bolós y su familia, al pasar cerca d’Hostalets d’en Bas, fueron asaltados por los trabucaires de Estartus, los cuales le secuestraron la hija de quince meses y la nodriza, a fin de conseguir un rescate. Lo sorprendente del caso es que, unos días antes había pasado por el mismo camino el diputado progresista Alexandre Soler, hombre muy rico y los mismos trabucaires le permitieron continuar el viaje, sin molestarlo. Por el contrario, Bolós, que aparentemente se mantenía más cerca de los carlistas, no fue perdonado por la gente que se suponía que pertenecía al partido de su preferencia. Claro está que la familia Bolós, durante la entrada de Estartus en Olot, había refugiado en su casa al comandante de la guarnición.
La gente de Puigcerdà se extrañaba debido a que no habían regresado los soldados que salieron de la ciudad el día 20 de agosto. Habían desaparecido sin dejar rastro. Parece que este tipo de noticias constituyen eufemismos para informar de derrotas sufridas por las tropas del gobierno, o deserciones masivas. El día 7 de septiembre, el Brusi relacionaba numerosas maniobras militares contra grupitos de trabucaires. También explicaba que los industriales de Sabadell y de Terrassa permanecían inquietos y enfadados porqué los asediadores les habían cortado el suministro de agua y les exigían contribuciones por la venta de los productos fabriles. El periodista reconocía que existía división de opiniones entre los fabricantes, algunos de los cuales querían pagar las contribuciones, mientras que otros se negaban a satisfacerlas.
A principios de septiembre, se repartieron 6000 fusiles en 136 pueblos, “con las municiones y piedras de chispa correspondientes”. Después, el periódico publicaba las “Disposiciones dictadas con objeto de dar más solidez y fuerza a los somatenes, como apéndice al reglamento para dicho servicio publicado el 3 de diciembre de 1847”. Mediante dicha normativa, el capitán general evidenciaba la desconfianza que siempre ha mostrado el ejército en relación con el reparto de armas a la población civil: las armas entregadas debían ser depositadas en los cuarteles y casas militares, desde donde serían libradas a los adictos al gobierno, a fin de que realizaran las rondas nocturnas y defendieran el pueblo, en caso que fuese atacado por los rebeldes; después de cada misión, las armas serían devueltas a la autoridad militar; cada fusil llevaría grabado en la culata el nombre de la villa; un regidor del ayuntamiento sería responsable del uso de las armas y la corporación debía soportar el coste del mantenimiento del armamento que se destinaba a estos menesteres; los hombres viejos, o enfermos, podían subrogar la obligación del servicio en los parientes más jóvenes; se sancionaría a los que extraviaran una arma con 6 años de trabajos forzados en un barco de guerra y además, en este caso, los vecinos de la localidad a la que perteneciere el infractor deberían pagar, mancomunadamente, una multa de 1000 reales, sin contar la exigencia de responsabilidad al regidor responsable del armamento, etc. Hay indicios suficientes que nos indican que esta política no dio el resultado esperado, puesto que, a partir del reparto de dichas armas, muchos pueblos fueron asaltados por los trabucaires, únicamente por el afán de robarlas. Esto sucedió, por ejemplo, en Vilafranca del Penedès.
El 7 de septiembre, se supo que Raga había hurtado la correspondencia de Madrid que llevaba la diligencia, a su paso por Amposta. Otra partida interceptó el correo de Martorell a Terrassa.
El Barcelonés del 7 de septiembre, de forma indirecta, proclamaba, las razones de los rebeldes. El periodista afirmaba que las guerras ya no constituían enfrentamientos de reyes contra reyes y que habían mudado a insurrecciones de las poblaciones contra el oscurantismo; que ya no se trataba de guerras de conquista o de religión, sino guerras de principios, contra los abusos de los poderosos y a favor de las reformas: “Las naciones oprimidas empiezan a sacudir el yugo del despotismo e imitando los países libres del mediodía de Europa, empiezan a levantarse contra sus opresores”. El día 8, el mismo periódico intentaba compensar las opiniones atrevidas del día anterior con otro artículo más conciliador, mediante el cual reconocía los esfuerzos del gobierno de Narváez para acabar con los trabucaires, aunque, según el periodista, “el país es quien debía acabar con esas hordas de bandidos. De la inercia e indiferencia de los pueblos depende el poco fruto que sacan de la persecución los jefes más aguerridos y los soldados más valientes. La mayoría del pueblo solo juzga por los resultados y llama libertad a la abundancia, a la disminución de impuestos, a la seguridad individual y a la tranquilidad doméstica”. Pero ésta también constituía una forma de decir que los catalanes, como otros pueblos europeos, se sentían oprimidos y que si se solucionaban los problemas sociales y económicos, se terminaría la guerra.
Poses sufría conflictos internos repetidos. Unos agentes de esta cabecilla se detuvieron en una masía de Santa Eulàlia de Ronsana (Vallès Oriental) para abrevar los caballos. Los jinetes discutieron y uno de ellos fue muerto a sablazos por sus compañeros. Después, el grupo de dirigió a Bigues y se llevó al alcalde y un par de regidores. El día 7 fueron detenidos cuatro “jamancios”, dos de los cuales murieron en circunstancias no explicadas. Este hecho se relacionó con el secuestro de dos hacendados de L’Espolla, ocurrido tres días antes. Los familiares de los rehenes,Josep Coderch y Salvador Daniel, visitaron a Planademunt para pagarle las 300,o 400 onzas de oro del rescate pero el cabecilla rebelde negó tener conocimiento de los secuestros y les recomendó que preguntaran a los republicanos. Estos tampoco admitieron ser los autores de los secuestros. Las autoridades francesas, en dicha ocasión, colaboraron con las españolas, llevando a cabo una batida muy cuidadosa del territorio de la frontera que les correspondía, hasta que dieron con los señores Coderch y Daniel, en un lugar llamado Boc Furiós y los liberaron. Un jefe de los “jamancios” llamado Joaquím Bolau fue acusado de los secuestros por la justicia pero se escapó. Bolau había sido el comandante de los “jamacios” fieles a Planademunt, destituido por Malla y que más adelante, fue adscrito a la tropa que dirigía el coronel Ametller. En la investigación que se llevó a cabo con motivo de los secuestros mencionados, los mozos de escuadra detuvieron a Josep Fabrach, alias Domingo, que fue uno de los acusados en el proceso de los trabucaires de Perpiñán, celebrado hacía dos años, y del cual, en aquella ocasión, resultó absuelto, aun las pruebas contundentes que le inculpaban. El periodista pronosticaba otro juicio tan espectacular como el del año 1846, en Perpiñán. Entre otras coincidencias, respecto el proceso de Perpiñán, vemos que en este caso las autoridades también detuvieron a algunos catalanes del Rosellón, como Vicent Delrius, que había formado parte de la revuelta de la “jamancia” y que era corneta de la partida de Planademunt.
Ramon y Basquetes entraron en Falset encabezando 150 hombres, mientras Borges y El Guerxo de la Ratera, con 200, actuaban entre Reus y Montblanc. Como siempre, el ejército les pisaba los talones y de vez en cuando conseguía matar algunos rezagados. Unos documentos firmados por Cabrera cayeron en manos de los liberales y las autoridades se enteraron de que Caletrús había sido nombrado comandante de los montemolinistas del Penedès y que la nueva destinación de Vilella lo situaba en el Camp de Tarragona.
Estartús forzó el portal de Francia, de Besalú y una vez dentro del pueblo, secuestró a las esposas de Miquel Traver y del teniente de alcalde. El ejército consiguió atrapar a Moragues, de Rubí y a un sargento de su tropa, después de perseguirlos por el Baix Llobregat. Los mataron con el pretexto de que pretendieron escaparse.
El día 10, el alcalde de Badalona recibía un requerimiento del Gobierno Político de la provincia, el cual nos demuestra que, en estas fechas, se mantenía el apoyo británico a los matiners: “Según aviso que he recibido, parece que el bergantín inglés Suelly Shiole, su capitán Clauder, procedente de Gibraltar, que trae a su bordo algunos oficiales montemolinistas y armamento, trata de hacer desembarco en la Costa de esta provincia; por consiguiente prevengo a V. ejerza la más exquisita vigilancia [...]” .
El día 11, los republicanos del Noi Baliarda bailaban en la plaza de Gelida cuando fueron sorprendidos por el ejército. El día 12, Coscó, al mando de 150 hombres, entró en Guissona y derruyó los muros de defensa. Por la noche, llegó una columna del ejército y se produjo una batalla en medio del pueblo. Coscó salió de la villa con todo el dinero de la caja del ayuntamiento. Mientras, El Mut, de Papiol, al frente de 100 hombres, secuestró a la madre del alcalde y a un chico de este pueblo. Llegando al torrente de Canals los liberó y les encargó que avisasen al ayuntamiento que o pagaban la contribución que les imponía, o fusilaría a los regidores. Después, El Mut mató a un guardia forestal y abandonó su cuerpo a la vista de todos, con un escrito que decía “Por ser espía de los derechos de SM Carlos VI”. Luego, robó los caballos de la diligencia de Vilanova. El mismo día 12, a las cuatro de la tarde, Cabrera salió de Vidrà. A la mañana siguiente Poses también salió de este pueblo para cubrir la retaguardia del general. Durante los primeros días de la segunda mitad del mes de septiembre, Masgoret y Castells, cada uno llevando cien hombres, transitaban por El Ripollès, cerca de Cabrera. El general fue visto cruzando el rio Ter, cerca de Ripoll.
El coronel carlista Mariano López de Carvajal, gentilhombre de la corte del conde de Montemolín, cayó prisionero. El coronel portaba documentos de Forcadell, destinados a Cabrera. En Pont d’Armentera, el comandante gubernamental del distrito del Penedès atrapaba a los 160 voluntarios republicanos de Baldrich, en Montagut. Dicho comandante iba acompañado de mozos de escuadra y de Josep Galofré, el héroe que había defendido valientemente su propiedad del ataque de Vilella, durante el mes de junio. Los gubernamentales se llevaron prisioneros a un capitán rebelde y a doce voluntarios, así como se apoderaron de 11 fusiles, 10 cartucheras y otros útiles militares. El capitán cautivo se llamaba Pau Galofré y podría ser pariente del hacendado que luchaba a favor del gobierno. Éste oficial fue quien declaró que el coronel Mariano López de Carvajal, detenido unos días antes, era caballerizo de campo de Montemolín.
El día 14 se produjo un combate cerca de Manresa- al cual se refirió la prensa, pasados unos días- entre un contingente combinado de carlistas y republicanos, formado por los voluntarios de Caletrús, Poses, Pixot, Cortacans, Montserrat, Baliarda y Molins, contra el ejército de la reina. El periodista sumaba 300 rebeldes pero la transcendencia que dio a esta lucha y el número de jefes rebeldes que se habían juntado para la ocasión, desmentían la precariedad del número de efectivos atribuido a los matiners. Otras noticias, provenientes de fuentes carlistas, afirmaban que los matiners reunieron a 500 combatientes y 300, el ejército de la reina. Muchos soldados heridos y desorientados del ejército llegaron a la capital comarcal y explicaron que Baliarda había resultado herido en el pecho. Unos días después se supo que la bala que había dejado fuera de combate al republicano de Sant Andreu, le penetró por el hombro izquierdo y le salió por el pecho, un palmo por debajo del cuello. Por lo tanto, Baliarda resultó herido por un disparo realizado desde una posición de más altura, a su espalda.
A las cuatro de la madrugada del día 15, Cabrera se presentó en Castelló d’Empúries al frente de 600 infantes y 45 jinetes. Cuando hubo controlado el pueblo, ordenó el pago de las contribuciones, la destrucción de las fortificaciones y la requisa de caballos. Luego buscó al señor Nouvilas- general del ejército liberal con quien se enfrentó meses más tarde, en El Pasteral- y se llevó presos a los propietarios Cambres y Hugues. Desde Castelló d’Empúries, Cabrera se dirigió hacia la frontera por L’Alt Empordà y La Garrotxa. Por el camino acogió las partidas de Planademunt, Estartús, Boquica, Altimira, Saragatal, Trilla y Gibert hasta formar un ejército gerundense de más de mil hombres. No obstante, el ejército de la reina obligó los carlistas a penetrar ocasionalmente en territorio francés para escapar de la persecución. Ahora bien, las noticias eran confusas. Desde Figueres, los corresponsales de los periódicos informaban que en algunos pueblos de L’Alt Empordà se había oído el rugido lejano de batallas, de las cuales nadie sabía el resultado. Entonces, El Fomento desmintió categóricamente que Cabrera hubiera derrotado de forma contundente al coronel Rios y que le hubiera ocasionado trescientas bajas.
Desde Tàrrega se anunciaba que los republicanos de Guillamet habían entrado en Bellcaire y habían fusilado dos hombres en la puerta de una taberna. El Guerxo de la Ratera atacó en Jorba al destacamento de protección de la diligencia de Madrid y se llevó prisioneros al cabo, a cinco soldados y a los empleados de hacienda.
El periódico del día 17 de septiembre anunció el relevo del capitán general, Manuel Pavía Lacy[101] por el teniente general Fernando Fernández de Córdova. Al día siguiente, el nuevo capitán general llegaba a Barcelona. El Barcelonés del día 20 recordaba que “Pocas son las provincias de España en las cuales se vea con más frecuencia el cambio de autoridades” y procedía a relacionar los capitanes generales de Cataluña que se habían sucedido desde que empezó la guerra: el barón de Meer, Gutierrez de la Concha, Bretón, Pavía, otra vez Gutierrez de la Concha y Pavía, a los cuales, ahora se añadía Fernando Fernández de Córdova. El Diario de Cataluña del día 22, se quejó de la inestabilidad de los funcionarios, trasladados de un lado a otro, cesados por capricho del gobierno, sin que tuvieran tiempo de acabar el trabajo que habían iniciado. Por esa razón, el periodista pedía que se convocaran elecciones generales. Además, el autor diagnosticaba el aislamiento internacional del gobierno español y sugería que un nuevo ejecutivo, surgido de la renovación de las Cortes- llenas de diputados que solo se ocupaban de sus intereses- forzosamente debería preocuparse por recuperar las buenas relaciones con Inglaterra e Italia.
Ramonet y Basquetes entraron en Falset y el periódico elogiaba la resistencia que les había opuesto el subteniente Ruíz, joven de 17 o 18 años, acompañado de 3 sargentos y 11 soldados.
Durante el mes de septiembre, el esfuerzo de los rebeldes por apoderarse definitivamente de Amer, a fin de convertir esta villa en el centro, o la capital de los rebeldes, fue evidente. El día 19, Jubany, Marçal, Bou y Muchacho atacaron el pueblo vecino de Anglès, con una fuerza de 400 hombres y 30 caballos pero solo consiguieron incendiar las puertas de las fortificaciones. El día 20, Marçal intentó la ocupación de la Cellera de Ter pero tampoco consiguió su objetivo; eso, aunque el periodista le atribuía una fuerza de 660 hombres y 44 caballos. El Barcelonés aseguraba que “la facción polula por todas partes”. Justo cuando terminaba el verano, el periódico explicó que Estartús había declarado que la bandera de Carlos estaba muy gastada y era necesario substituirla por otra mejor.
Un ejército de unos 25000 soldados […] sitió la ciudad [Tortosa]. Se requisaron todas las cosechas y se cortó todo el aprovisionamiento, tanto por vía terrestre como por vía fluvial. Francesc Serra i Sellarès. Cataluña en 1714. Un viaje a la guerra de secesión y al tiempo del barroco.
… iniciaron el cruce del rio entre Mequinensa y Faió […] principalmente entre Flix, Mora d’Ebre, Miravet y cincuenta kilómetros más al sud, en Amposta, cerca del mar. Reunieron cien barcas (cada una capaz de transportar cien hombres) cinco puentes de pontones […] Hugh Thomas. La guerra civil española.
Desde el momento que el general Ramon Cabrera cruzó la frontera para encargarse del levantamiento de los matiners, la prensa supuso que el objetivo principal de los rebeldes consistía en extender la guerra al resto del territorio español. En realidad, Domènec Forcadell precedió a Cabrera en su entrada a Cataluña y sin detenerse, pasó por Berga, Solsona y Cardona para dirigirse directamente a Valencia. Debe recordarse que entre los voluntarios de Cabrera los había de valencianos, bajo las órdenes de Domènec Forcadell, los cuales se encargaban de llevar la lucha al Maestrazgo y a Aragón. Es decir, la extensión de la guerra a estos territorios, fue prevista por los rebeldes desde el primer momento del levantamiento. Habiendo conseguido dicho propósito, los carlistas contaban con el triunfo de la rebelión en el País Vasco y en Navarra, para que, al fin, se pusiera a su alcance el asedio y la conquista de Madrid.
Leyendo las páginas del Diario de Barcelona, se entiende que los contemporáneos de los hechos compaginaban, al respecto, dos opiniones, las cuales, en principio, parecían contradictorias. Por un lado, nadie dudaba que la guerra se circunscrivía a Cataluña, en el sentido que había enraizado en territorio catalán y que las causas que se defendían en ella, nacían de las particularidades económicas, sociales, culturales y políticas de Cataluña. La posición de Cabrera también oscilaba entre la vertiente estratégica de largo alcance que le demostraba la certeza de su derrota, si, por una parte, no conseguía incendiar el resto de territorios peninsulares y por la otra, mantener el carácter fundamentalmente catalán del levantamiento. Las proclamas del tortosino se referían, a menudo, al patriotismo y la heroicidad de los catalanes y criticaban la corrupción de Madrid, sugiriendo la regeneración de España, impulsada desde Cataluña. Claro está que, antes de incorporarse a la guerra, Ramon Cabrera defendió a ultranza que lo mejor que se podía hacer a favor de la causa, consistía en sostener las guerrillas y huir del enfrentamiento entre ejércitos. Una vez Montemolín convenció a Cabrera de que encabezara el levantamiento y animado por la caída de Louis Philippe, el general cruzó la frontera en el momento que se esperaba que los carlistas del norte de España no tardaran demasiado en tomar las armas. Por lo tanto, Cabrera no dio el paso trascendente de encabezar la rebelión solo por el deseo de convertirse en el jefe supremo de los guerrilleros catalanes. El tortosino era demasiado importante y vivía muy bien en el exilio inglés para querer convertirse, solamente, en el primer trabucaire.
Desde que se supo el fracaso del levantamiento carlista en el norte de la península y que fueron desarticuladas las conjuras republicanas de Madrid y de Sevilla, se intensificó el interés periodístico por el asunto que se tituló “el paso del Ebro de Cabrera”. Por el contrario, nadie hablaba del paso del Ebro de los republicanos catalanes, lo cual no significa que no hubiera efervescencia republicana en Valencia – ciertamente, la había- sino que eso solamente significa que diferían las estrategias de carlistas y republicanos. De alguna manera, Cabrera intentó la cohesión interna de las fuerzas carlistas, mientras que los republicanos y los liberales de izquierda se mantuvieron más desorganizados. Eso sea dicho aunque alguna noticia de la prensa se refería a los “grupos” primero, segundo y tercero de los republicanos, según la zona provincial de Girona, Barcelona, o Tarragona, en la cual éstos desarrollasen sus acciones guerrilleras, dando a entender que los “regicidas” disponían de una organización bélica centralizada. Pero es muy dudoso que el coronel Victorià Ametller, o su pariente Narcís, ejercieran de comandantes supremos de todos los republicanos en armas, ni que controlasen las numerosas partidas de su bandera que surgieron en L’Empordà, el Baix Llobregat, así como en las comarcas gerundenses y leridanas. Ante todo, los republicanos confiaban en los “pronunciamientos” militares y las revueltas populares de las ciudades- sobre todo, en Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla…- para conseguir su propósito. En cambio, los carlistas no podían esperar levantamientos urbanos, ni pronunciamientos militares que les fueran favorables, ya que sus seguidores eran, fundamentalmente, campesinos. Por eso, los partidarios de Montemolín únicamente tenían dos opciones: formar un ejército y acrecentarlo, mientras avanzaban hacia Madrid, apoyándose en la rebelión campesina y en el descontento de los propietarios rurales, o seguir alimentando las guerrillas, en los lugares adecuados y mantener una guerra de resistencia, hasta que se produjese la crisis política que les permitiera colocar en el trono al Borbón de su preferencia. Al fin, fue evidente que la segunda opción era la única plausible.
Las autoridades militares de Valencia comunicaban, el día 19 de junio, que 400 infantes montemolinistas y 40 de caballería, mandados por Forcadell y Arnau, habían conseguido cruzar el Ebro y que en territorio valenciano se habían dividido: una parte se dirigía hacia Teruel, en la comarca de Matarraña y los otros permanecían en el Maestrazgo. Los confidentes sospechaban que Cabrera había conseguido volver al escenario principal de su lucha, al final de la guerra anterior- aunque todavía habían de transcurrir 6 días para que el general cruzase la frontera. Al cabo de dos meses, más o menos, cuando el capitán general de Valencia y de Murcia supo de la permanencia de los rebeldes en la circunscripción de su mando, se asustó y se trasladó al Maestrazgo con mucha tropa, después de emitir un comunicado de inflamada oratoria militar, mediante el cual mezcló recomendaciones y amenazas a la población: “Sé que la mayor parte de los rebeldes que voy a combatir son venidos de Cataluña y que de entre ellos muy pocos vieron la luz primera en vuestro suelo”[102]. Esta autoridad militar intentó aprovechar el supuesto fervor español de los valencianos y constantemente se refería a las tropas de Cabrera, no como carlistas, revolucionarias u opositoras, sino como a forasteras: “la facción catalana”. En una de las repetidas ocasiones en las que el capitán general de Valencia y Murcia, durante el otoño de 1848, anunció la derrota definitiva de los matiners, insistió en esta característica: “es insignificante el número de individuos de este país que se ha unido a los catalanes”. Es decir, dicha autoridad utilizaba constantemente la identidad catalana como sinónimo de enemigo.
La preocupación del capitán general de Valencia y de Murcia, aunque pueda parecernos exagerada, se entiende debido a que los carlistas no únicamente pensaban revolucionar Valencia a partir de su incursión por el norte sino que preparaban un desembarco en el sur con el fin de atenazar entre dos frentes al ejército del gobierno destinado en esta región. Este plan fue descubierto por los espías de Madrid y fueron detenidos en Oran y en Tolon un montón de montemolinistas implicados en el complot. La primera idea de los conspiradores consistía en desembarcar hombres y 300 fusiles en una playa de Murcia y reclutar voluntarios valencianos para formar guerrillas que fueran creciendo a medida que avanzasen hacia la ciudad de Valencia. Precisamente, nos consta que el 16 de mayo se produjo un levantamiento montemolinista en Pego (Marina Alta) en connivencia con los republicanos, el cual fue sofocado en cuatro días. El cabecilla de la conjura fue Joaquím Antoni, alias el Cristo de Concentàina y el Gat. El guerrillero Francesc Orta también actuaba, en estas mismas fechas, cerca de Alcoi, en combinación con el republicano Sendra. Asimismo sabemos que el regimiento de infantería de Saboya, nº 15 luchó contra los montemolinistas valencianos en los Alfacs y en Amposta, durante los días 15 y 24 de agosto.
La lectura de lo publicado por el Diario de Barcelona, durante los meses de septiembre y de octubre de 1848, desmiente la poca trascendencia que se ha dado a la lucha de los montemolinistas en el norte de Valencia y en algunas zonas de la franja catalana de Aragón. Durante los primeros días del mes de septiembre, el periódico afirmaba que Cabrera había entrado en Barbastro y en algunas otras poblaciones aragonesas, acompañado por una compañía de
valencianos del Maestrazgo, mandada por Pascual Gamundi. El día 2 de septiembre el regimiento de infantería Saboya, nº 2, luchó contra los carlistas en Benifassà. El día 6 de septiembre, se levantó una partida de veinte republicanos, a las órdenes de Cardona, los cuales se juntaron en Bunyol con otros, hasta sumar cien hombres. Según las autoridades, en la concentración de Bunyol, los rebeldes esperaban conseguir 330 voluntarios. El día 11 de octubre, seis republicanos de Cardona fueron fusilados en el pueblo mencionado.
Se desarrolló una batalla en Vistabella, protagonizada por Arnau, de la cual no se sabía el resultado pero el periodista contaba que la lucha tuvo lugar en medio de una tormenta con rayos, truenos y lluvia torrencial. Arnau, cuñado de Cabrera- eso afirmaba la prensa- chocaba de nuevo con el ejército liberal en un barranco de Ribesaltes y en la capilla de Sant Miquel. En este caso, las autoridades valencianas dijeron que Arnau había sido vencido y que los carlistas sufrieron 10 muertos. El día 11 de septiembre, el regimiento de infantería Saboya nº 2 volvió a enfrentarse a los carlistas en Nonasp. Aproximadamente, alrededor del 12 de septiembre, se supo que el general Villalonga[103] había prohibido la navegación por el Ebro, con el objetivo de impedir los suministros a los rebeldes que se habían instalado en el sur del rio. El día 14, este general declaró el bloqueo del territorio del Ebro, desde el delta, a Xerta y Vinarós y hacia el interior, hasta un punto que el periódico no señalaba. Después y puesto que los militares de la reina suponían que la población de la zona apoyaba a los montemolinistas, Villalonga concentró los campesinos de las huertas en las ciudades de Tortosa y de Amposta, clausurando los caseríos y clavando las puertas de las acequias. Todas las casas de Mequinensa fueron tapiadas y sus habitantes trasladados. Muchas personas, sin que se atendiera a su condición, edad o sexo, fueron llevadas a las salinas y obligadas a realizar trabajos forzados. El capitán general de Cataluña, Fernando Fernández de Córdova, una vez cesado, confesó la adopción de estas medidas, cuando se quejó, en las Cortes, de los métodos represivos adoptados por el capitán general de Valencia y Murcia. Además, Vilallonga prohibió el comercio y el transporte de alimentos, forzó el destierro de los rebaños ganaderos a otros territorios y cerró los molinos de harina. Las barcazas que traían el trigo y los rebaños de Aragón por el rio, fueron requisadas. Estas medidas coincidieron con la mala cosecha de aceite, debido a lo cual, en pocos días se generalizó la hambruna entre la población de la zona. La represión también incluyó la tala indiscriminada de la vegetación de las riberas del río y la destrucción de cosechas. Pero, la prensa de Barcelona comentaba, con amarga ironía, que todas estas actuaciones no impedirían que los carlistas juntaran cuatro tablones y cruzaran el rio cuando les viniese en gana.
Fuentes informativas valencianas anunciaban, el día 15, que los republicanos de la capital habían cobrado mucho dinero para financiar el levantamiento pero que no se habían atrevido a llevarlo a cabo debido a que los montemolinistas no acababan de tener éxito en el Maestrazgo. El día 17 de septiembre, el regimiento de infantería de Vitoria, nº 42, se enfrentaba a Forcadell en Cretes y conseguía dispersar a los montemolinistas pero, en la misma fecha, Raga desalojaba la guarnición de Amposta y casi llegó a entrar en la ciudad. Al cabo de pocos días- concretamente, el 20 de septiembre- el capitán general de Valencia y Murcia destituyó al general Villalonga, con la excusa de que era un exagerado que sobrevaloraba las fuerzas rebeldes, lo cual provocaba la distracción de tropas y material de guerra. Pero eso no significó que el capitán general relajara la guardia y contingentes muy numerosos de soldados andaluces fueron desembarcados en el puerto de Vinarós.
El día 23, el capitán general de Valencia y Murcia llegó a territorio catalán y entró en Mora d’Ebre al frente de dos compañías. Enseguida se le incorporó un batallón del regimiento de Galicia. En esta población catalana, el capitán general pudo reunirse con el comandante del ejército destinado al Maestrazgo, señor Mayalde, pero no quiso recibirle y hasta intentó encarcelarlo. El periodista desconocía las razones de dicha actitud, aunque parece evidente que el máximo responsable militar de Valencia no estaba satisfecho de cómo se defendía el Maestrazgo, ni consideraba suficiente el apoyo que obtenía del ejército destinado en Cataluña. Tenemos pruebas de que el capitán general de Cataluña, Fernando Fernández de Córdova discrepaba de las incursiones de las tropas de la capitanía general de Valencia en la ribera izquierda del rio ya que constituían una denuncia de su falta de efectividad en el control de los rebeldes catalanes. Pero, al cabo de pocos días que el capitán general de Valencia y Murcia hubo destituido al general Vilallonga, volvió a recuperar sus servicios y aprobó los métodos drásticos que antes le había criticado.
El 25 de septiembre, un arriero leridano denunciaba que había visto doscientos montemolinistas cruzando el Ebro en dirección sur, cerca de Flix y el capitán general de Valencia y Murcia ordenó la vigilancia de toda la costa marítima, desde la desembocadura del rio hasta Castelló, ya que temía el desembarco de armas. En la misma fecha, atracaban en Vinarós los vapores “Segundo Gaditano” y “Piles” los cuales transportaban 650 soldados procedentes de Melilla. El periódico barcelonés garantizaba que, en pocos días, llegarían otros vapores con más tropa. El general Vilallonga apareció de nuevo en el sur del Ebro y el periodista, bastante escandalizado, daba por seguro que el militar volvería a adoptar las medidas salvajes que lo habían hecho famoso.
El regimiento de infantería Vitoria nº 42 obtuvo una victoria, el primero de octubre, en Fraga. El día 3, Arnau, perseguido de cerca por un oficial y un soldado del gobierno en un lugar llamado Linares, se escapó gracias a la ayuda de un rentero. El día 4 de octubre, Juan de Vilallonga, ahora convertido en capitán general de Valencia y Murcia, declaraba el estado de excepción en todo el territorio bajo su mando. Enseguida, daba por terminada la guerra en esta circunscripción y anunciaba que Arnau, vencido en Begis, el día 27 de septiembre, había sufrido las bajas de cinco muertos y muchos heridos y que se le habían tomado armas y material militar. Además, en esta acción, el ejército de la reina pudo rescatar a un funcionario del juzgado de Viver que los rebeldes tenían prisionero. Gamundi, perseguido por las columnas aragonesas del ejército gubernamental, tuvo que abandonar equipajes, armas de fuego y un caballo. En la retirada, los montemolinistas se llevaban con prisa sus heridos.
El día 9, Gamundi, Muntanyés y Pila, a la cabeza de ciento veinte hombres, fueron batidos en Maella. Los matiners, según las autoridades, perdieron 12 hombres. El capitán rebelde Vicent Sepúlveda y el soldado Serafí Sunyer cayeron prisioneros del ejército de la reina, siendo rápidamente ejecutados. El día 11, las partidas de Arnau, Uribarri y Pérez fueron dispersadas en los Monegros. El día 12, el brigadier Ballesteros se enfrentó a los matiners, cerca de Mequinensa. El día 13. Arnau lluchaba en el Maestrazgo, desmintiendo a las autoridades que lo habían situado en el retiro catalán. El capitán general de Valencia y de Murcia comunicó que numerosos rebeldes del Maestrazgo se presentaban al indulto. La relación que ofrecía dicha autoridad, pueblo por pueblo, incluyendo algunas del Bajo Aragón, no sumaba más de 35 facciosos. Pero, enseguida, la misma fuente oficial hacía saber que durante el mes que llevaba Villalonga en el mando, los seguidores de Cabrera habían perdido 223 hombres en el territorio valenciano.
Benet Lluís, republicano o liberal de izquierda, cruzaba el Ebro hacia Cataluña, con diez hombres. El día 18 de octubre, comunicaban desde Benifallet que numerosas tropas montemolinistas retornaban a Cataluña, sin detenerse en el pueblo. Entre los que volvían, había algunos jefes que el periodista consideraba valencianos, como Graells y el Mono de Xerta- “y sus monitos”, añadía el escribiente. El día 19, comunicaban desde Valencia que el cabecilla Marc Masseguer y 35 de sus partidarios se habían presentado a las autoridades para acogerse al indulto.
Corría el rumor del fallecimiento de Forcadell, en una cueva de las montañas del Maestrazgo. El día 28, el capitán general de Valencia y de Murcia insistía en proclamar que las partidas de rebeldes del Maestrazgo habían sido totalmente derrotadas y calculaba un total de 112 muertos, 7 prisioneros, 262 presentados a las autoridades y 200 que habían retornado a Cataluña. No obstante, el militar confesaba que los grupos de Gamundi y el Muntanyès aun resistían y que Cristóbal Raga se refugiaba en los aguazales del delta, en un terreno que dificultaba mucho la persecución; concretamente, en los Alfacs. Ahora- afirmaba el militar- era necesario que se hiciera lo posible, “a fin de precaver nuevas invasiones, de la parte de Cataluña”. Una noticia del día 29, daba por muerto a Forcadell y aseguraba que Arnau se había entregado a la autoridad del gobierno. En esta misma fecha fue fusilado el rebelde valenciano, Llorenç Carreres. Alguien vio a Gamundi construyendo una plataforma de troncos en la ribera al sur del Ebro. Al cabo de un rato, Gamundi, con ochenta infantes y 16 jinetes, pasaron a la ribera norte. Otra noticia aseguraba que Forcadell seguía con vida y que también había pasado a territorio catalán, con el objetivo de esconderse y recuperar la salud. El 9 de noviembre, el capitán general de Valencia y Murcia lo certificaba y añadía que las partidas de Gamundi y del Muntanyès, sumaban cien hombres. El capitán general hizo público un bando que decía lo siguiente: “Queda, por consiguiente, establecida la paz en el distrito de mi mando, sin que por las noticias que tengo exista en el territorio de la comandancia general del Maestrazgo más que alguno que otro disperso, y la gavilla que se alberga en los prados de Amposta, contra la que continúa ocupándose el Sr. Brigadier López Ballesteros[…]”. Unos días más tarde, la población del delta del Ebro pudo contemplar como el ejército perseguía a Raga por la marisma y quemaba los cultivos y las barracas. Raga, finalmente, fue obligado a pasar a la ribera derecha del rio y se dirigió a Ampolla.
Hacia la mitad del mes de noviembre, el capitán general de Valencia y Murcia comunicaba que la partida de Raga quedaba disuelta pero eso resultaba dudoso, como siempre que la noticia no certificaba el exterminio de los rebeldes. El día 16 se restableció la navegación por el Ebro. No obstante, los militares de la reina todavía no permitían que se abrieran las acequias porque en el lado valenciano resistían las partidas de Vericat, con treinta hombres y las de Viscarro y el Moro- o, el Mono- de Xerta. Finalmente, el día 21, la autoridad autorizaba la obertura de las acequias. Después, Vericat se presentó al indulto. El día 26 fue detenida en Tortosa una valenciana, apodada la Reboja[104], la cual fue amante de Rafael Major de Xerta, cabecilla de trabucaires valencianos y también de Raga. La Reboja había actuado en la guerrilla, la carabina en la mano, vestida de hombre, con pantalones, faja y cubierta con pañuelo anudado.
A principios de diciembre, el corresponsal en Falset informaba que Ramonet, Basquetes, Raga, Benet Lluís y Simó habían reunido sus partidas, sumando doscientos cincuenta hombres y que ahora actuaban en territorio catalán, concretamente en el Priorat y el Alt Camp. Este grupo heterogéneo tuvo un choque con el ejército en Capçanes. Se suponía que Cabrera permanecía en la Garrotxa y una noticia de Olot, fechada el día 4 de diciembre, decía lo siguiente: “El cabecilla Forcadell ha resucitado estos dias en Vidrá; al haberse presentado sin gente y nada satisfecho de su expedición al Maestrazgo, ha infundido bastante desaliento a las hordas de Cabrera. Se han convencido al fin que todo está reducido a Cataluña”. Ramonet dejó atrás el Priorat y se fue a los pueblos de la franja catalana de Aragón, donde tuvo diversos enfrentamientos con el ejército gubernamental. El día 5, llevando seiscientos infantes y treinta jinetes, con el soporte de Gamundi y Arnau, entró en Barbastro. Los rebeldes pidieron seis mil duros al ayuntamiento pero solamente consiguieron quince mil reales. El brigadier Contreras persiguió a Ramonet y se produjo un intercambio de disparos.
Las tropas del ejército liberal destinadas en Valencia pasaron a territorio catalán, con el objetivo de reforzar los efectivos de la reina que luchaban en el Principado. Por tanto, parece evidente que entre noviembre y diciembre de 1848, el grueso de los matiners que luchaban en el Maestrazgo también se retiró a territorio catalán. Pero, con posterioridad, los matiners llevaron a cabo algunos intentos de volver al Maestrazgo. Durante el mes de diciembre, todavía aparecen noticias en la prensa referidas a las batidas del general Galiano por las riberas del Ebro. Por lo menos, por esta zona seguían actuando Basquetes, con ciento cuarenta hombres y el Mono- o, el Moro- de Xerta.
Durante los primeros días de enero de 1949, El Heraldo de Madrid afirmaba que quinientos soldados de Cabrera habían vuelto al Maestrazgo pero el Diario de Barcelona lo desmentía. El 5 de enero, Raga retornaba a territorio valenciano, con cien hombres vestidos con el uniforme montemolinista. Por el camino, atacó Ulldecona. El periodista comentaba que la única salvación para Raga consistía en permanecer en la ribera izquierda del rio, ya que si pasaba a la derecha sería exterminado por las tropas del gobierno. Pero el día 10 se confirmó la presencia de Raga en el Maestrazgo. Se rumoreaba que cumplía órdenes de Cabrera, ya que éste necesitaba abrir un nuevo frente para que el gobierno distrajera parte de las tropas que lo asediaban en Amer, donde residía su cuartel general. Por causa de la presencia de Raga en el Maestrazgo, la autoridad militar prohibió de nuevo la navegación por el Ebro.
Pero, incluso a finales del mes de abril de 1849, cuando Cabrera había vuelto al exilio, Montemolín había sido detenido en la frontera francesa y Marçal esperaba su suerte en el presidio de Girona, todavía llegaban noticias a las redacciones de los periódicos sobre las acciones de los matiners, guiados por Arnau y Gamundi por las riberas del rio Cinca.
En el debate en las Cortes del día 20 de enero de 1849, Fernando Fernández de Córdova, el cual, en esta fecha ya había sido substituido en la capitanía general de Cataluña, clamaba contra las deportaciones de personas y el cierre de casas y acequias en la zona del Ebro: “En la provincia de Tortosa se ha suprimido un pueblo de 600 vecinos y varias casas de campo se han tabicado; se han suprimido ayuntamientos y se ha hecho responsables a los padres de los que han marchado a la facción; se ha deportado á varios desgraciados, y sin consideración á edades, sexos ni condiciones y se los ha hecho ir a las salinas y á otros puntos […] que mas valiera que se les hubiese fusilado”.
El 22 de enero, la capitanía general de Valencia y Murcia declaraba el fin de la guerra en su territorio por tercera, cuarta o quinta vez y dirigía esta nota al gobernador civil en Tortosa: “Exterminada completamente la facción que pasó a la derecha del Ebro, me apresuro a manifestar a V.E. que el miércoles 24 podrá salir de esta plaza el convoy de barcos para Mequinenza, así como desde luego puede permitirse la navegación de esta ciudad al mar”. El Fomento desmentía que Raga se hubiera presentado al indulto, aunque admitía que lo habían hecho muchos miembros de su partida, e incluso su hermano. El día 23, el alcalde de Tortosa anunciaba lo siguiente: “El ilustre señor brigadier comandante de la línea del Ebro me dice con fecha de hoy lo que sigue.= Puede V.S. dar la orden para que se abran las masías y casas de campo pertenecientes a los arrabales y término de esta ciudad”.
Fernando Fernández de Córdova, meses después que fue destituido como capitán general, todavía no había superado las diferencias estratégicas que mantuvo con el capitán general de Valencia y Murcia, el cual- como se ha visto- no tuvo reparo en invadir el territorio de la circunscripción militar catalana con el fin de aleccionarle respecto la manera de llevar a cabo la guerra. Por esta razón, Fernández de Córdova, reivindicando indirectamente su gestión en el cargo, criticó a su homólogo en Valencia y Murcia, como también criticó a su predecesor, el general Pavía, mediante la interpelación al gobierno en relación a las salvajadas que el ejército de la reina había llevado a cabo en la zona del Ebro. El Diario de Barcelona publicó el acta de las Cortes del día 16 de febrero de 1849, en la cual se recogía la presentación y la explicación de la interpelación del antiguo capitán general: “INTERPELACION. El Sr. Presidente: Hallándose presente el señor ministro de la guerra, dispuesto a contestar la interpelacion del Sr. Córdova, tiene S.S. la palabra para esplanarla. El Sr. Córdova: En la sesion del 16 y del 20 de enero indiqué los graves desacatos que se habían cometido en el distrito de Tortosa por la autoridad militar superior del reino de Valencia. El Congreso va a oirlos, tomados de las relaciones que han hecho de aquellos sucesos personas imparciales (S.S. lee no sabemos qué documentos, en los cuales se dice, que habiendo desaparecido la facción de Raga casi completamente […] el gobierno no debía ya recelar …; pero que a pesar de esto, el capitán general de Valencia había mandado cesar la navegación del Ebro y tapiar las casas de campo situadas entre Santa Bárbara y Roquetas, medidas con las cuales se habían originado considerables perjuicios à los naturales del país; pero que aun la medida más bárbara e inhumana había sido la de mandar que los naturales fuesen a somaten y á la descubierta á la vanguardia de las tropas, haciendo marchar con el agua a la cintura a los alcaldes, abogados, comerciantes y todas las clases de la sociedad sin respeto ni consideración alguna). Yo creo (continua) que el capitán general de Valencia no tiene facultades para adoptar semejantes medidas […]”. Fernández de Córdova preguntó al gobierno si había ordenado estas medidas durante el año 1848 y si, durante el año 1849 todavía las empleaba; y en el caso que las hubiere ordenado, o todavía las mantuviera, si el gobierno querría rectificar, desautorizando al capitán general de Valencia y Murcia; y si los propietarios, comerciantes, marineros, campesinos y el resto de personas perjudicadas por dichas medidas serían indemnizadas; también quiso saber si los hechos que denunciaba serían investigados y si se castigaría a los culpables. Finalmente, Fernández de Córdova preguntó si el consistorio municipal de Tortosa, destituido por la autoridad militar, sería restituido. El ministro de la guerra, señor Figueres, defendió al capitán general de Valencia y Murcia, por lo que se refería a la resolución que adoptó de interrumpir la navegación por el Ebro y aseguró que estas medidas habían sido derogadas a partir que los rebeldes fueron vencidos. El ministro añadió que la gente que siguió la llamada de somaten lo hizo por propia voluntad e intentó justificarse aludiendo a los daños superiores que, según su opinión, se hubieran producido en el caso que los matiners hubieran salido victoriosos: “¡Que se han cometido excesos! ¿Sabe el señor interpelante lo que hubiera sucedido a la provincia de Valencia y a las demás si la facción del Maestrazgo hubiera crecido?”. En definitiva, el gobierno y el ejército adoptaron todo tipo de medidas, incluidas las más crueles, contra la población de las riberas del Ebro para evitar que los montemolinistas cruzaran el rio y el levantamiento carlista y republicano se extendiera por el territorio valenciano.
Como ha sucedido en otras ocasiones bélicas, también durante la guerra de los matiners, el Ebro fue una frontera entre los ejércitos enemigos. La guerra de los matiners originó todo tipo de salvajadas y la adopción de medidas inhumanas en todo el Principado pero resulta difícil de reconocer una actuación sistemática de represión de la población civil y de destrucción del territorio como la que se llevó a cabo en el Maestrazgo y el Montsià por parte del ejército de la reina entre los años 1848 y 1849, merced a las cuales estas comarcas se convirtieron en campos de hambre, miseria y muerte.
Enlace 3ª parte ” Bajo dos o tres banderas…”
[69] Los cabecillas de las partidas rebeldes se distinguían por ser hombres de buena planta, obligados a pagar la bebida a su gente. Se mostraban severos pero protectores de sus seguidores y sarcásticos. También se distinguían por los anillos y medallas de oro que portaban.
[70] El periódico afirmaba que éste era “francés de nación”. Se trataba de Joan Cros Possel, hijo de François Cros, el cual nació en Montpellier el año 1768 y murió en Barcelona, el año 1831. François fundó la famosa empresa de productos químicos Cros, que ha perdurado hasta nuestros días. Su hijo Joan fue el impulsor de la expansión de la empresa, la cual, en el mismo año de su muerte, participó en la exposición universal de Londres.
[71] Licor muy dulce, hecho con aguardiente de cerezas amargas, hojas de cerezo, vino y azucar.
[72] Posteriormente, “La España Industrial”.
[73] Actualmente, en el barrio de La Mina, en Sant Adrià del Besòs.
[74] La fijación de dicha cantidad corresponde a la explicación de Cros. En realidad, fue superior.
[75] Industrial del ramo textil.
[76] Las peleas por el reparto del botín constituyen un capítulo inevitable y reiterado de las historias de piratas y de trabucaires. Las autoridades atribuían les escisiones y las enemistades personales entre trabucaires a este tipo de discusiones. Por esa causa, por ejemplo, se dijo que Planademunt había disparado contra Felip.
[77] Las sensaciones experimentadas por los secuestrados permitieron la reconstrucción del camino que habían recorrido desde el café de Sants hasta Badalona. Conocemos otros casos de rehenes que fueron conducidos con los ojos vendados y que después pudieron guiar a la policía por el mismo camino, a partir de las sensaciones que recordaban. L’Indépéndant del 22 de agosto de 2000 publicó la carta de un lector explicando la experiencia de un antepasado suyo, secuestrado por trabucaires del Rosellón y que, una vez fue liberado, guió la policía hasta el lugar de su reclusión ya que recordaba el sonido de un riachuelo que había cruzado y el repicar de unas campanas, así como la sensación del colchón de hierba que había pisado.
[78] Esta noticia parece una humorada del redactor ya que sabemos que Perico y Peret son variantes de Pedro. Los chistes, invenciones y comentarios irónicos salpicaban las líneas espesas de la prensa. Un día el Diario de Barcelona contaba que en Siberia había sido encontrado un soldado de Napoleón congelado y que una vez se descongeló, en el momento de recuperar el latido del corazón, terminó la frase que había empezado, más de treinta años antes, cuando se heló: “Qué frio…- empezó a decir por aquel entonces- … hace!”- concluyó, treinta años más tarde. En plena revolución de 1848, el periódico publicó la carta de un sombrerero francés, acusado por la maledicencia jesuita, de ser tan radical que había pedido que se guillotinasen ochocientas cabezas. El fabricante desmentía la imputación, asegurando que las decapitaciones se oponían al interés de su negocio, el cual, precisamente, se basaba en cubrir cabezas de personas vivas. En otra ocasión, informando sobre la invención de la pólvora blanca y del algodón de pólvora, atribuido al señor Roura, el periodista señalaba que este tejido podía utilizarse para confeccionar vestidos y apostillaba lo siguiente: “peligrosillo sería el traje!”. En el mes de agosto, el Brusi anunciaba que un médico inglés era capaz de diagnosticar enfermedades husmeando a los enfermos. El periodista comparaba la capacidad olfativa del galeno con la de los perros y comentaba que si se confirmaba la noticia, finalmente, se podría afirmar que “el arte de curar” había alcanzado el nivel de ciencia. El mes de octubre fue detenido el trabucaire Tinoi, que se había nombrado “gobernador de Fontrubí”. El periodista comentaba que “sin duda [Tinoi] quería gobernar a los conejos y las liebres que corrían por aquellos bosques”. En el mes de noviembre, el periodista se refería a un motín que se produjo en la prisión de Barcelona y se mostraba sorprendido por el hecho que los presos pretendieran abandonar aquel “cómodo domicilio”. Durante el mismo mes, El Fomento publicaba una lista de anuncios e indicaciones de tiendas de Barcelona, las cuales, por culpa de haber sido pensadas en catalán y traducidas literalmente al castellano, resultaban incomprensibles. Uno de dichos anuncios, decía lo siguiente: “Aquí se hacen corsés por personas estropeadas”(el error proviene, en primer lugar, del hecho que el autor del anuncio no distinguía les preposiciones “por” y “para”, las cuales, en catalán, a menudo se confunden; en segundo lugar, hay que tener en cuenta que en catalán “espatllat” – estropeado- deriva del término “espatlla” – espalda- y que incluye el sentido de persona con la espalda dolida.
[79] Durante estos años, el número de trabucaires era alto. No obstante, sorprenden las relaciones y coincidencias que aparecen entre estos tipos. Tocabens- considerado por los jueces franceses el cabecilla principal de los trabucaires de les Illes– había sido juzgado y absuelto anteriormente por un tribunal español por el asalto a la masía de la Riera dels Furiosos, de Arenys de Mar. Caterina Gatell, la única mujer juzgada en Perpiñán, en dicho proceso, nació en esta población.
[80] Obrero industrial, posiblemente del ramo textil.
[81] Normativa guerrillera requisada por los aduaneros franceses a un viajero español y que fue alegada como prueba acusatoria en el proceso de los trabucaires de Perpiñán. El registro de la masía de las Solanelles, en el Rosellón, al cual se hace referencia enseguida, constituyó una de las acusaciones presentadas en la primera sesión de este proceso.
[82] General de brigada. Nacido cerca de Valls, algunos lo han considerado un absolutista sin fisuras (Adrià Rodríguez Marco, “El brigadier Josep Masgoret i Marcó i la guerra dels matiners”, editado por “Quaderns d’Història”, 1988) pero en realidad, la prensa liberal le mostró respeto y consta la colaboración que prestó a los republicanos y liberales de izquierda, aun a pesar de que mantuvo ocasionales enfrentamientos con ellos (sobre todo, con Gabriel Bladrich) los cuales generalmente se originaron en disputas por el mando y el control del territorio. Hasta Abdó Terradas acabó por admitir a Masgoret como representante y jefe de los matiners. Masgoret volvió del exilio durante la primavera de 1848, con la misión de preparar la entrada de Ramon Cabrera. A menudo, la prensa celebraba la actitud humanitaria y generosa que practicaba con los prisioneros y la población civil. Se le consideraba un buen estratega y hombre ilustrado. Historiadores como Antonio Pirala, nada sospechoso de simpatizar con el carlismo, le han reconocido estos méritos. Además, fue uno de los líderes de los rebeldes que se distinguió como patriota catalán. Organizó la diputación general de Cataluña, junto con Beltran Soler y procuró formalizar la alianza de carlistas y republicanos. Se exilió antes de que finalizase la guerra y entonces la prensa insinuó que abandonaba la lucha muy desilusionado. No obstante, los adversarios internos que tenía sugirieron que había huido a Francia con el dinero que había requisado. Antes de que empezara la tercera guerra, durante el año 1869, Carlos VII expulsó a Masgoret del partido carlista puesto que se pronunció explícitamente contra el nuevo levantamiento. Consta un escrito de Ceballos, comandante general de la provincia de Girona, de 13 de mayo, dirigido a los oficiales carlistas, que dice lo siguiente: “El Rey y N.S. ha visto con el más profundo disgusto el escrito publicado por D. José Masgoret en fecha del 10 del corriente dirigido a los Carlistas. Solo un momento de aberración ha podido conducir un General que debiendo dar ejemplo de subordinación y el respeto con que debe observar lo prevenido por las Reales Ordenanzas, falta maliciosamente a éstas […] el mencionado José Masgoret queda desde luego exonerado de todos sus empleos, honores y condecoraciones […] es voluntad de S.M. que desde ahora queden excluidos de formar parte de la comunión [los que actúan como él] … ”. Este comunicado fue conservado por Josep Estartus y se incluye en los manuscritos recopilados bajo el título de “Memòries i documentació d’un cap carlí d’Olot”, referencia Ms.3374, Biblioteca de Catalunya.
[83] Posiblemente, se trataba de Sant Sadurni de l’Heura, cerca de La Bisbal de l’Empordà.
[84] Bartomeu Poza y Soler, alias Poses (catalanización de su primer apellido) nacido en Sant Feliu de Codines, de padre gallego. Fue sargento de los cazadores de montaña del ejército carlista y formó parte de su estado mayor, durante la primera guerra. Luego luchó como “jamancio”, y más tarde apareció como cabecilla carlista, con el grado de comandante. Poses fue ascendido a coronel por el general Ramon Cabrera, en Castellterçol (al final del mes de junio de 1848) pero antes de que terminara el año se incorporó al ejército de la reina, con el mismo grado militar que había obtenido en el bando rebelde. No sabemos nada más de Bartomeu hasta que, entre el 10 y el 20 de octubre de 1872 se levantó al lado de Braulio Montejo, antiguo jefe destituido de la armada, a favor de la instauración de la república federal. El pronunciamiento se llevó a cabo en El Ferrol (Galicia) y los rebeldes contaban con una fuerza de mil quinientos marineros y obreros de las atarazanas, además de mucho víveres y municiones, dos fragatas, un vapor de transporte y barcazas cañoneras. Pero, ni la guarnición militar terrestre, ni la población dieron su apoyo al golpe militar por lo que los revoltosos acabaron huyendo. Muchos acabaron en prisión. No obstante, en Barcelona se produjeron intentonas a su favor.
[85] Entre los conjurados fue descubierto el agente británico, coronel Fisch. Según decía el Diario de Barcelona, basándose en información del Morning Post, el agitador había sido enviado personalmente a Sevilla por mister Bowler.
[86] “La historia del general carlista Don Ramón Cabrera, desde su nacimiento hasta la última incursión que hizo en Cataluña en 1849”. Imprenta de Manuel Minuesa. Folletón si más datos, publicado alrededor de 1850.
[87] “Un senyor de Barcelona”. Página 42 de la edición de 1981.
[88] Ramon Cabrera, a l’exili. Biblioteca Serrador. Publicacions de l’Abadía de Montserrat, 1989.
[89] Patricio Zorrilla seguía a Ignasi Brujó, durante la primera guerra y a las órdenes del general Urbitzondo. Por aquel entonces, Zorrilla tenía alrededor de cincuenta años, de manera que al comenzar la guerra de los matiners había cumplido sesenta. La policía lo describía como un hombre alto y delgado, de cabello negro y ojos azules. Había sido ayudante en el castillo de Hostalric. El batallón de Zorrilla- llamado popularmente, El Surrilla– fue muy recordado por los actos de pillaje y extorsión que llevó a cabo durante la primera guerra en las comarcas gerundenses. La mayoría de los trabucaires acusados en el proceso de Perpiñán, habían formado parte de este batallón.
[90] Todos los testigos que describen la figura de Ramon Cabrera, coinciden en estas características físicas. El general Castellane, gobernador de los Pirineos Orientales, quedó sorprendido por el aspecto frágil y menudo del hombre que guiaba diez mil soldados al exilio. Por contra, los datos publicados por el diario oficial de la provincia de Girona y recogidos por Antoni Papell, en “L’Empordà a la guerra carlina”, describen a Cabrera como un hombre muy alto. El príncipe Lichnowsky conoció al general durante el verano de 1837 y lo describe como un hombre de pequeña altura, ojos y cabellos negros, rasgos árabes, miembros delicados y proporcionados, dentadura blanca, el cual montaba un caballo blanco a su medida, es decir, menudo. El aspecto infantil de Cabrera hizo suponer al príncipe que el respeto que le mostraban sus voluntarios solamente respondía a la confianza ciega que le profesaban.
[91] La creencia predominante es que Ramon Cabrera conoció a Miss María Catalina Richards después de la guerra de los matiners. Incluso se ha dicho que le fue presentada por una amante inglesa del conde de Montemolín. Pero Conxa Rodríguez Vives asegura que Miss Richards y Cabrera se conocieron antes de iniciarse la guerra, en ocasión de un donativo para la causa, de 1000 libras, que Miss Richards envió al tortosino.
[92] La guerra civil en Cataluña (1872 a 1876), su organización; ligeros apuntes; episodios y recuerdos personales; el general D. Ramon Cabrera. Joaquín de Bolós. Ed. Rafael Casulleras. Barcelona, 1928. Página 32. Por lo que se refiere a la influencia de los masones, conocemos el caso del carlista Joan Simon, alias Collsuspina y Tocabens, acusado en el proceso de Perpiñán y guillotinado a Ceret el 27 de junio de 1846, el cual, en lugar de cubrirse con la barretina, usaba un pañuelo estampado con la simbología masónica: el templo de Salomón, la estrella formada por dos triángulos sobrepuestos al revés, con una G en medio, el evangelio de San Juan, el ojo que representa al gran arquitecto, la luna, el compás, la paleta, etc. En los bordes, aparecían calaveras, espadas cruzadas, las llaves de San Pedro, la paloma, y el enjambre de abejas. Por la posesión de este pañuelo y por el hecho de que Tocabens no se mostraba demasiado reverente con la religión, se dijo que era masón.
[93] Domènec Forcadell i Mitjavila, nacido en Ulldecona, según B. De Artagán, en el año 1798. Según Núria Sauch i Cruz, nació en el año 1800: Guerrillers i bàndols civils entre l’Ebre i el Maestrat: formació d’un país carlista (1808- 1844). Biblioteca Abat Oliba. Publicacions de l’Aabadia de Montserrat. Forcadell participò en los levantamientos realistas y en la primera guerra carlista, durante la cual dirigió una incursión profunda en Murcia. En el año 1839 ascendió a Mariscal de Campo y rápidamente ganó los galones de brigadier. Luchó en diferentes lugares del territorio peninsular pero fue conocido como el general de los voluntarios valencianos. La División de Valencia se componía, según Van Rahden, de 6 batallones completos y 400 caballos. Van Rahden cualificó a los voluntarios valencianos como gente bien armada pero indisciplinada. Forcadell acompañó a Ramon Cabrera en la retirada, al finalizar la primera guerra. Durante la guerra de los matiners, Forcadell se encargó de organizar la insurrección en el Maestrazgo, aunque también participó en diferentes acciones en territorio catalán. Después de esta guerra se exilió pero acabó volviendo a su casa. Murió en el año 1866, en Ulldecona. El príncipe Lichnowsky lo encontró, durante el año 1837, acompañando a Cabrera y lo describió como un hombre de unos cincuenta años, alegre, el cual parecía que le agradaba vestirse con ropa de colores chillones, hasta el punto que, además de los pantalones rojos, se cubría con una barretina de color verde. A Wilhem Van Rahden, en la misma época, le pareció que Forcadell tenía cuarenta años y consideró que vestía de forma elegante, aunque su apariencia externa no podía esconder el ardor guerrero del personaje, el cual sobresalía en su rostro ancho y colorado, pinchado por sus ojos pequeños y grises. Van Rahden le atribuía un carácter acomodaticio, propio de los valencianos.
[94] Normalmente, se decía que llevaban “pliegos”, los cuales, enrollados, guardaban dentro de una caña.
[95] Jaume Montserrat, de Sant Feliu de Llobregat, actuaba por el Vallès Occidental y el Baix Llobregat. Ha sido considerado por los historiadores carlistas (salvo excepciones) un guerrillero de su adscripción política, el cual, acabó pasándose al bando del gobierno. Alguna prensa lo moteaba de ser el jefe de los republicanos que se habían levantado en Molins de Rei y que “después se han hecho defensores del despotismo”. Las últimas noticias que tenemos de este hombre, diez años después de la guerra, nos demuestran que entonces se había convertido en un conspirador republicano, aunque traicionó a los suyos cuando le convino, denunciándolos a las autoridades. En octubre de 1857, Montserrat se escapó del presidio de Cartagena y viajó hasta Barcelona, donde organizó un golpe contra el gobierno. Fue descubierto y para conseguir el perdón, denunció a hombres que, supuestamente, habían formado parte de la conspiración. Uno de los traicionados fue Vicenç Martí, alias “El Xic de la Barraqueta”, el cual, en aquel momento, residía en Madrid cumpliendo la pena de destierro.
[96] María Cristina, viuda de Fernando VII y madre de Isabel II, se casó en secreto con el guardia de Corps, Fernando Muñoz. Tuvieron tres hijas y cuatro hijos. La promiscuidad sexual de la reina Isabel era bien conocida. Los republicanos catalanes cantaban una canción, recordada por Antoni Papell, la cual, traducida literalmente del catalán, decía lo siguiente: “La reina está preñada/ Lo está de tres:/ de un cabo, de un sargento/ y de un morros de coño de un francés”. Con esta letra se denigraba la monarquía y a la vez se denunciaba su connivencia con los militares y los franceses.
[97] Vecindario cercano a Darnius, en el Alt Empordà.
[98] El carlista Tòfol, de Vallirana, se llamaba Critòfol Comes. Volvió a reaparecer en el levantamiento de 1855 y murió luchando contra las tropas del gobierno. Entonces, todos los miembros de su partida fueron fusilados.
[99] Manuel Pavía, capitán general de Cataluña, se mostraba satisfecho con el posicionamiento de El Barcelonés porqué, según afirmó, mantenía una línea inequívocamente progresista pero no molestaba al gobierno. Es decir, que este periódico practicaba eso que ahora llamamos “oposición leal”.
[100] Història de Badalona. Volúmen VII. Josep Ma. Cuyàs i Tolosa. Arts Gràfiques Duran. Badalona, 1982.
[101] Manuel Pavía Lacy fue el capitán general más respetado por los industriales barceloneses. Habiendo sido cesado, la Junta de Fàbricas le obsequió con un juego de cubertería de plata, de 36 piezas y un juego de manteles finos, en caja de caoba. El periodista comentaba que “los catalanes no miden su gratitud por la esperanza de lucro”.
[102] Proclama del capitán general de Valencia y de Murcia, de 29 de agosto de 1848.
[103] Villalonga fue famoso desde la época de los levantamientos realistas (guerra de los malcontents– agraviados) y de la primera guerra carlista por los métodos represivos contra la población civil, que aplicaba sin ningún tipo de consideración.
[104] “super-loca”, o más que loca.